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domingo, 17 de diciembre de 2023

La frecuencia de las sesiones

 El psicoanálisis, desde los primeros planteos de Freud delimita una modalidad del tiempo que no es habitual encontrar en otros campos del saber, se trata de un tiempo retroactivo.

En esta línea, una de las características fundamentales que puede situar en el funcionamiento del inconsciente es la ausencia de temporalidad cronológica. Primer punto importante: lo atemporal del inconsciente es que carece de una temporalidad cronológica, no que carezca de temporalidad. Le corresponde una que no es lineal y progresiva.

Con lo cual entonces, a partir de esta consideración sobre el tiempo, ¿podemos interrogarnos sobre de qué depende la frecuencia y la modalidad de las sesiones en un análisis? ¿Por qué un sujeto eventualmente concurre al analista una vez por semana? A veces dos, extrañamente más de 2 veces. Pero a veces con una frecuencia mucho más extendida que una vez por semana, ¿porque un analista no podría considerar (y a veces hasta aceptar) que un sujeto podría tener sesión cada 15 o 20 días? Si el caso, efectivamente, lo requiriera.

Me parece que, respecto de la frecuencia de las sesiones, hay que prestar esencialmente atención a la cuestión de la modulación. Una temporal, o sea no cuenta la cantidad de tiempo cronológico que marca el reloj, del cual el sujeto dispondría según la cantidad de sesiones, sino a la modulación particular, al modo en que ese tiempo escande un período, un espacio, ese tiempo entre sesión y sesión que haga posible un tiempo de comprender como condición de un momento de concluir.

Y esa modalidad del tiempo, esa modulación del tiempo que el analista debiera considerar como parte de su “acomodación” al sujeto que escucha cada vez, no es posible de considerar en su particularidad y singularidad sin la función del corte, sin el cual no hay modulación posible.

martes, 28 de septiembre de 2021

Un encuadre especial para pacientes faltadores

A partir de una pregunta hecha en un grupo público de Facebook, Psicólogas y Psicólogos de Argentina, se inició un debate sobre los pacientes que faltan y el cobro de sesión.

En referencia al encuadre, en términos generales, lo que suele hacerse es pactar el tema de las faltas desde el inicio del tratamiento. Normalmente se solicita un aviso 24 horas antes de la ausencia. En caso de que no haya aviso, el paciente abona la sesión.

Una falta siempre es significativa. Hay faltas programadas como las que ocurren ante las vacaciones del paciente, pero también están aquellas que ocurren ante una enfermedad. En este último caso, el paciente puede pretender excusarse del pago, pero el analista debe recordar que no es su lugar asumir las consecuencias de su paciente. 

También hay faltas que ocurren ante acontecimientos que ameritan flexibilidad y paciencia del analista. Recuerdo un paciente que jamás faltaba a su sesión y que la única vez que lo hizo fue ante el fallecimiento de una persona importante en su vida unas horas antes de la sesión. Fue tal su perplejidad ante esa pérdida, que se le pasó la sesión. Colocar allí el pago de honorario como pérdida de goce (por una pérdida) hubiera sido una mala intervención. 

Por supuesto, también están las famosas faltas producto de la resistencia al análisis, que deben cobrarse. Transferencia y resistencia van de la mano, y en todo análisis aparecen los obstáculos que evitan la resolución de los síntomas y el abordaje de puntos dolorosos para el paciente. Además de cobrar la sesión, el analista debería revisar en qué circunstancia ocurrió la resistencia, que tema se está tratando o no. 

Los "faltadores seriales"

No obstante, hay una clase de paciente incoercibles en donde sus faltas son una constante. No se trata de esas faltas que ocurren a lo largo de un tratamiento como resistencia al mismo, sino de aquellas que aparecen en los tiempos de entrevistas preliminares de un análisis, a la manera de un rasgo de carácter y como forma de ser de la persona, de manera que cuesta que el paciente se pregunte por eso. Si el analista no lo toma de manera personal, verá que en la historia del paciente aparecen repetidamente cuestiones similares, que evidencian fallas en el registro simbólico: dificultad para organizarse en lo que al tiempo y al dinero se refiere, falta de registro del otro y de sí mismo... con sus consecuencias.

Los faltadores organizan sus prioridades más por el orden de la urgencia (lo que les urge), que por lo que importa (valor). El tiempo que manejan es más bien el actual: les cuesta la anticipación y muchas veces también la temporalidad inconsciente, que no es otra que la retroactividad y la gramática del futuro anterior. Por eso, difícilmente se pregunten algo así como "¿Mi analista me habrá estado esperando?". 

Una vez, un profesor de posgrado tuvo la honestidad de contarle al auditorio no saber qué hacer con un faltador. Él pretendía cobrarle más cara la sesión, lo cual es una intervención, en mi opinión, que solo una neurosis clásica capaz de metanoia (¿arrepentimiento?) es capaz de receptar. Los faltadores ven al cobro de la sesión ausente como una injuria: ¿Por qué me cobra una sesión a la que yo no fui? Es claramente una relación basada en términos imaginarios, donde el cobro es visto como un gesto hostil. De hecho, en este caso fue exactamente lo que ocurrió: el paciente se fue indignado de la consulta, con un profesional excelente.

Otros faltadores aparecen con la demanda innegociable de espaciar sus análisis cada 15 días, tiempo que a veces tampoco cumplen. El analista, aquí, debería considerar tal pedido de frecuencia a la luz del diagnóstico del paciente, que se hace a través de las entrevistas. La demanda de un análisis de 15 días, en términos generales, pareciera ser el anuncio de que el mismo está llegando a su fin ó que no será, bajo las condiciones que sea. No debemos olvidar que "cada 15 días" implica dos veces al mes. Si el analista no considera que esa frecuencia sea adecuada al caso, debería recordar que ese paciente está bajo su responsabilidad y que de su parte también está la autoridad de interrumpir el pacto de trabajo con su paciente si éste no adhiere a pautas básicas.

Permitámonos algunas consideraciones honestas sobre los pacientes faltadores. Es cierto que el analista debería soportar, mediante su deseo, apostar a que algo allí deslice para que el encuadre se establezca. ¿Pero cuántos pacientes así puede un analista sostener? Las instituciones se sacan de encima a los faltadores rápidamente: basta que se ausenten un par de veces y se les da el alta institucional por "abandono del tratamiento". Fuera de las instituciones, estos pacientes buscan la flexibilidad de los consultorios particulares. 

Pocas veces se dice que para que haya deseo de analista, antes debe estar cubierta la necesidad del analista, afirmación que es blasfema en casi todos los círculos de debate pero de la que Freud se refirió claramente en Consejos al médico. El analista no es un dios que vive del néctar y la ambrosía, ni siquiera llega al nivel de una cianobacteria para que pueda vivir de la fotosíntesis. El analista es, detrás de su función y su deseo, una persona adherida a la necesidad humana y su profesión tiene costos y gastos. En los hechos, si a los faltadores no se les pone un límite, terminan enloqueciendo la agenda de cualquiera con reprogramaciones, frecuencias bimensuales ó pérdidas de tiempo. En ese sentido, cada analista debería ser realista de cuánta capacidad tiene de alojar a esta clase de pacientes.

Existe una forma menos violenta de encuadrar a un faltador, que no es mediante la confrontación directa del pago de sesión. Esto, teniendo en cuenta que no son pocos los casos en que estos pacientes se sienten expulsados. Es una técnica a la que llamo "Frecuencia libre". Una vez identificado al faltador, se le dice algo así como:

"Pareciera ser que la frecuencia semanal a usted no le funciona. En su lugar, le propongo venir a verme cuando ud. pueda ó quiera, pero con dos condiciones: la primera es que deberá avisarme antes para buscar un horario que ambos podamos; la segunda, es que deberá pagar la sesión por adelantado. Sin estas condiciones, no podré atenderlo".

De esta manera, el paciente podrá elegir cuándo asistir -o no-, sin alterar la agenda del profesional si sus honorarios. Esta modalidad al paciente puede funcionarle ó no, pues el ser humano se lleva bastante mal con la libertad y esta intervención implica colocar la responsabilidad de la asistencia sin la presencia de una estructura externa como tal hora de tal día de la semana. No obstante, es un llamado a la adultez, entendida como hacerse responsable del propio mundo y del diseño de su propia vida, de las elecciones y de las acciones.

Al elegir un encudre libre, ciertamente el paciente puede elegir no venir nunca más. Se puede objetar que esta modalidad está al servicio de la resistencia, pero resulta que en los hechos la resistencia ya existía previamente. ¿Quién es responsable por esa resistencia? El analista da, bajo estas condiciones, un espacio que estará disponible cuando el paciente quiera dar ese paso. 

lunes, 4 de enero de 2021

La frecuencia y el tiempo psicoanalítico


La definición de frecuencia implica sin duda otras definiciones mayores, porque la frecuencia, el ritmo, el sentido del tiempo, se caracterizan de manera diferente en distintas teorías. El tema del tiempo me parece fundamental en esa discriminación. En un artículo honrado por la publicación de la revista Trópicos del Nº I del año 2002, y que se llamaba “Una revisión del tiempo en psicoanálisis”, había observado que en la práctica psicoanalítica se seguían manteniendo nociones de tiempo pre-sicoanalíticas. El presente trabajo podría ser considerado quizás un pie de página clínico de aquel artículo, porque la alta o baja frecuencia implica siempre una postura teórica frente al tiempo en psicoanálisis. En aquella oportunidad el ángulo era teórico y cultural, y me había centrado especialmente en los procesos de duelo, equívocamente considerados en una temporalidad cronológica no psicoanalítica. En este caso es sobre el encuentro clínico, tratado a veces con un equívoco similar en el tema de la frecuencia. ¿Qué significa frecuencia en este caso? Cuando David Bleger justifico en su época el encuadre, e incluyo en el mismo la frecuencia, sostuvo con simplicidad que todo sucede siempre dentro de algo. Personalmente disiento de esa observación en su aproximación más directa, en su acepción simple, porque la experiencia psicoanalítica podría definirse como la que desborda los lugares asignados imaginariamente, aquella experiencia que no sucede dentro de algo en sentido usual. La relación sexual de dos es en virtud de Freud de cuatro, el aparato psíquico resulta “extenso pero no lo sabe” como también había afirmado Freud, por otro lado el sujeto no es el yo, el yo no es solamente el cuerpo, y finalmente el tiempo tiene en el reloj y los días solamente una de sus versiones medibles. Aquello que sucede dentro de algo merece una revisión. La experiencia analítica es una concepción nueva del tiempo, y sus referencias no son convencionales. El calendario, como se sabe, pertenece a las formaciones ordenadoras de la cultura, el tiempo represado que precisamente el psicoanálisis subvierte. Así como la física moderna nos demostró que el espacio no es el continente de la materia o el movimiento sino que es constituido por esta materia y por este movimiento, y que el tiempo no es el continente de la acción sino que es constituido por la acción, también la experiencia psicoanalítica desnuda el tiempo subjetivo, y nos muestra que no es el “lugar” donde transcurren los actos sino un tipo de acto. Desplegar un análisis no es incluir entonces el psicoanálisis en el tiempo del paciente o del psicoanalista, sino incluir el paciente y el psicoanalista en el tiempo heterogéneo del psicoanálisis, permitir las diversas carreteras del tiempo psíquico. Esto es propiciarlo o permitirlo. Del mismo modo que no es el diván lo que debería gestar la asociación, sino la asociación lo que demanda a veces el diván, tampoco es la frecuencia la que debería llamar el contenido reprimido en la transferencia sino al revés. 



Para Freud, a partir de la caracterización del inconsciente, la noción de tiempo se modificaba, dejaba de ser una entidad en la que transcurría el psiquismo para ser fundada por el mismo psiquismo. Así, pasado, presente o futuro no contienen el devenir psíquico sino que son formulados por este devenir. Esta noción de una temporalidad que emerge de la cadena del inconsciente y organiza una lógica propia creo que debería primar en la consideración de la alta o baja frecuencia. Aunque Freud mismo en alguna oportunidad enfatizó la importancia de la alta frecuencia para acompañar la vivencia del paciente, tanto sus últimos trabajos, como por ejemplo “Construcciones en el análisis”, como lo que indican la descripción y desenlaces de sus tratamientos, no señalan esta primacía de modo particular. Indican al contrario la prevalencia del tiempo psíquico. No es lo mismo la frecuencia de la intervención, o de la emergencia del inconsciente, y la de las horas o días de encuentro en el consultorio, la posibilidad física para que aquello ocurra. Es decir la cronología externa que sustenta la aparición real del tiempo psíquico. ¿pero hay una correlación ajustada entre ambos ? En muchas supervisiones que he realizado es frecuente la inquietud del analista por este paralelismo, por los momentos de vacaciones, despedidas, etc., donde superpone el tiempo del tratamiento con el tiempo del análisis, como si fueran iguales. Por supuesto, lo que sostiene esa preocupación es generalmente una teoría vincular, explícita o no, una dimensión relacional, con elementos transferenciales y contratransferenciales que pueblan el tiempo. Esta relación determina la importancia de la frecuencia, ya que se trata esencialmente de un vínculo interpersonal más que la posición del inconciente con un objeto . La importancia que algunas corrientes otorgan a la ansiedad de separación le da un valor particular a estas despedidas y funde ambos tiempos. También ocurre cuando la teoría de las relaciones objetales organiza el sentido de los encuentros. En mi perspectiva teórica freudiana, la frecuencia debería ser relativamente irrelevante, pero también en cualquier enfoque que subordine esta relación interpersonal a la relación analítica y no al revés. Es sabido, creo, y abundan los ejemplos, que por una posición equívoca muchas sesiones semanales pueden ser un perfecto ejercicio de repetición racionalizada con interpretaciones imaginarias. Por el contrario, una sola sesión puede resultar altamente provechosa para suscitar acción o rememoración, o hacer saltar algún elemento fantasmático, etc. No es infrecuente que muchos insights asociados a la alta frecuencia sean simples acomodamientos del paciente al anhelo del analista, un “como si” de revelaciones graduadas. Este ajuste esta determinado usualmente por un modelo idealizado de relación que sostiene también la misma frecuencia del encuentro. Estarían repitiendo en el vínculo analítico un modelo previo de acomodación al otro, pero esta vez en una aparente asociación libre.


Frecuencia y clínica:

El encuentro en el consultorio no es necesariamente encuentro con el inconciente, ni con la dimensión pulsional, ni necesariamente con el trabajo analítico. Pero la fijación de la frecuencia, desprendida de estos propósitos, puede sugerir una suerte de curso independiente y acumulativo. Explica que algunos pacientes, tomados por este modelo fantaseado, quieran sustituir entonces una falta de asistencia para no perder la sesión, como si fuera una clase de un curso cuyo resultado habrá de demorar más si hay ausencias. Aquí aparece en el paciente un sentido del tiempo que es el de su analista, y no es psicoanalítico. Lo conveniente, en algunos de estos casos, es que pierdan a la sesión, que rompan la frecuencia consolidada. Pero la idea acumulativa expresaría una manera distorsionada de concebir la experiencia analítica, que evita defensivamente la expresión azarosa de la determinación psíquica. Si en parte todo análisis comienza por el retorno de lo reprimido, y sucede para saber y también para no saber de algo que esta retornando, el encuentro puede servir perfectamente en ese caso para la práctica de no saber, y para que el sujeto evite ser concernido por el desbalance inicial. Hay pacientes que procuran venir más veces para asegurar así su sistema defensivo, no para tratarlo. De manera que la noción de frecuencia, a mi juicio, debería revisarse y esclarecerse teóricamente en un contexto. Medir su real relevancia, sobre todo para impedir que los jóvenes analistas terminen capturados en una identidad encubierta, estilo Belle de Jour, analistas de día y terapeutas de noche, considerando que su formación idealizada supone cuatro o cinco sesiones y su práctica real, si salen alguna vez al mundo, estribara usualmente en una, dos o tres. 

Por lo pronto, me animaría a realizar las siguientes observaciones que retoman aquel artículo del tiempo de años atrás y agregan nuevas consideraciones clínicas : 

La frecuencia de las sesiones no debería servir sino al paciente, esto es derivarse de un acuerdo mutuo, que considere no solamente la demanda del paciente sino también su diagnóstico, realizado previamente mediante entrevistas. De las mismas se debería derivar la frecuencia de manera cambiante.

Hay cuadros psicóticos que exigen muchas sesiones semanales cinco o seis, y otros una solamente, según el momento crítico, el episodio.

Los fronterizos desbalanceados quizás requieran dos o tres, los que no lo están creo que es prudente que no pasen de una.

Aquellos cuadros tomados por organizaciones primarias, que requieren sostenerse por vínculos palpables, como ciertos trastornos narcisistas, o alteraciones traumáticas como las que describen los teóricos del apego, posiblemente requieran y sea preciso acordar una alta frecuencia. La suplencia demanda a veces una poderosa configuración imaginaria que, por un tiempo, sostenga la escasa dimensión simbólica del trabajo.

Aquellos cuadros en que prima la represión, y que suelen ser el bocado de cardenal de los análisis clásicos, permiten, paradójicamente, una baja frecuencia. Por lo menos al principio. El analista puede con baja frecuencia sostener la emergencia del tiempo psíquico en el automatismo neurótico, irrumpir con el anhelo presente sobre el recuerdo, acotar la intemporalidad inconsciente con intervenciones graduales, hasta atravesar la falsa eternidad que sostiene el fantasma. De ese trabajo puede derivarse luego una mayor frecuencia, pero no debería ser una imposición inicial. No debería ser una condición, como quizás sucede con algunas crisis o trastornos severos, o con adolescentes cuya actuación y constante efervescencia recomiendan una alta frecuencia temporal durante un período. La frecuencia esta dictada por el trabajo de simbolización, y esta lógica no sigue un calendario convencional. El tratamiento debería adecuarse al paciente y no este al tratamiento, sobre todo porque es dudoso que la frecuencia sea determinante del encuadre, si este es el dispositivo para tratar la dimensión latente. Ello es posible practicar con baja frecuencia, y variar en cuadros que no requieren la suplencia de los psicóticos o fronterizos y pueden sostener otra alternativa. Sin embargo, aquí no es solamente la clínica, o los límites de la patología, los que determinan las diferencias sino los enfoques teóricos o institucionales. Yo consideraré los teóricos solamente . Los ejemplos apuntarán a los casos que resultan pertinentes para considerar un sentido del tiempo específico, el modo propio, a mi entender, del trabajo analítico del tiempo con cualquier frecuencia.

Teoría, tiempo y frecuencia
Se registra la premisa que la frecuencia dispara la regresión, la transferencia, la asociación libre. Pero ello no parece tan claro, si se revisan los conceptos de transferencia o asociación libre. Si la transferencia no es la práctica idealizada, explícita e interpretada de un vínculo, con sus vertientes positiva o negativa, sino una posición invisible frente al trabajo, el analista no requiere una frecuencia especial. Las brujas no vienen sino se las llama. Tampoco es relevante la frecuencia si se abandona la idea de una introversión inicial, una inmovilidad continuada, que dará lugar a una expresión profunda en cierta etapa analítica, como si fuera una cocción que hace pasar naturalmente lo interno o lo temprano al exterior. La temporalidad de alta frecuencia como condición analítica supone muchas veces esta traslación imaginaria, este hipotético viaje adentro y afuera. Se superpone lo temprano con lo profundo, y el análisis sugiere entonces un viaje de vuelta al recorrido psíquico original. Pero no es esa la temporalidad que debe extraerse necesariamente del análisis, donde el adentro y afuera, presente y orígen, entran precisamente en crisis. Aquí la teoría o el esbozo teórico que portamos es decisivo para evaluar el tema.

Esta claro que en un enfoque kleiniano, que tiende a subsumir en el universo objetal cíclico las diversas vicisitudes psíquicas, o aquellos enfoques que superponen el vínculo psíquico con la relación profesional, como tienden algunas teoría vinculares o las teorías del apego que enfatizan lo interpersonal, no considerarían me parece estos mismos matices subjetivos del tiempo. La intemporalidad psíquica general, y no solamente inconciente del enfoquer Kleiniano, paradójicamente debe ser sostenida por una temporalidad de alta frecuencia. La teoría freudiana, creo, hace posible, en oposición, la baja frecuencia porque administra otro sentido teórico del tiempo. La intemporalidad es del inconciente, pero los momentos de la organización Edípica plantean distintas versiones temporales. Los recuerdos, sobre esta matríz, se articulan históricamente. El Edipo es casi esencialmente un articulador del tiempo, sus representaciones crean el tiempo, y la cadena de representaciones es esencialmente tiempo. Y como permite diversos tiempos, también el análisis modula su frecuencia por el tratamiento mismo. La posibilidad de historizar es decir de convertir la intemporalidad inconciente en recuerdo, permite paradójicamente olvidar este recuerdo, darlo de baja, abrir el nuevo y tercer tiempo desconocido. Pero esto no ocurre por el mismo flujo de recuerdos solamente, sino por la intervención analítica. La interpretación descoloca esa cadena, y hace presente su arbitrariedad esencial, su contingencia. La confronta con otro tiempo. Así pasa el recuerdo a historia y la historia a mero relato. Para ello, paradójicamente, la frecuencia debería ser irrelevante. Me atrevería a decir que su relevancia es contraria al trabajo psicoanalítico en ciertos casos. Es adversa cuando tiende a repetir de manera implícita, cuando afirma un trato no analítico y encubridor bajo la figura de una identidad, una autoridad, la rutina o lo establecido. En tal caso las raíces fantasmáticas resultan tramadas en el mismo vinculo de trabajo y desplegadas al pasado y al futuro del sujeto, que es lo que justamente debe suspenderse. El acto analítico, en mi experiencia, asegura la relación de trabajo de sesión a sesión, sin ningún lazo externo a ese mismo trabajo. En el trabajo analítico, podríamos decir, que nada arrastra más que una intervención atinada cuando da en la diana de la pulsión (parafraseando aquí una grosera pero ilustrativa frase venezolana). Cuando se centra en esa bisagra que articula pulsión con representación sucede el trabajo. Para el analista es aquella posición que aclara el pasado en su presente dimensión pulsional, lo hace realmente historia, y abre el enigma del futuro. Cuando ese tiempo queda establecido como trabajo, la frecuencia formal no es importante, la frecuencia se deriva naturalmente del trabajo y no al revés.

El predominio de la enunciación sobre el enunciado, que es el ejercicio del inconciente, es limitado a veces por la rutina que tiende a absorber la enunciación en el enunciado. La enunciación es siempre el ejercicio del tiempo, el ejercicio desnudo del presente abierto en un sujeto. No casualmente un lingüista, Tzvestan Todorov, lo había vinculado al concepto de transferencia, y si recordamos aquella afirmación de Freud de que los fantasmas no pueden combatirse en efigie, en abstracto, sino en esa materialidad que es la vivacidad transferencial, debería considerarse que era precisamente del presente de lo que hablaba, del presente potenciado por el contraste del recuerdo, por la enunciación rebatiendo el enunciado. Contra el tiempo repetidor del inconsciente el tiempo del presente es lo que puede disolverlo en historia, porque el pasado no es historia en si mismo, aunque puede convertirse en historia.

La emergencia del tiempo psíquico
Si nos alejamos de la importancia de la frecuencia comienza a andar una temporalidad distinta. Estamos, según se advierte, haciendo confluir varios tiempos en este tema, el tiempo interno de las sesiones, el tiempo entre sesiones donde se registra la frecuencia, el tiempo imaginarizado en el relato, el tiempo del relato mismo, el tiempo mítico al que alude el relato. A ello se agrega el tiempo liberado del presente en la sesión, el tiempo que libera una interpretación acertada. Cuando se historiza un suceso suele desatarse la narración, se abre el tiempo no practicado del futuro, el porvenir en el discurso. Esa intersección no es fácil de representar, como suele suceder con la complejidad del análisis, y con el efecto interpretativo cuando suscita una nueva sensación del tiempo. Lo advertimos, por ejemplo, cuando el paciente abre en la sesión la extrañeza del presente : “ ¿ese cuadro siempre estuvo ahí ¿ ese mismo? Yo nunca lo vi, que raro”. Hay algo que ve por primera vez porque su punto de vista cambió. Suele suceder cuando se ha removido alguna ventana fantasmática, y aparecen nuevos ángulos. Esta experiencia, un nuevo sentido del tiempo, tiene una determinación que contrasta con la de la frecuencia, pero es de muy difícil transmisión. Acudiré entonces a ejemplos de otro orden, de otros campos, que ilustran este acontecimiento privilegiado y fundamental para el tema. Uno que parece óptimo, sirve también de ejemplo homenaje por la actual exposición del MOMA, y es la pintura de Reverón. Una pintura que hace emerger el tiempo en el espacio. En un libro, “La temporalidad y el duelo”, que tenía un sesgo cultural e histórico, había considerado años atrás, mediante el cuadro “El playón”, un revelador contraste con Michelena y su cuadro emblemático “Miranda en la Carraca”. Aunque la finalidad era una interpretación cultural, esa aproximación me sigue pareciendo válida para ilustrar este tema. El cuadro de Miranda es la historia, la imaginarización de la historia tal como la entrega el relato, pero la pintura de Reverón es el tiempo en bruto, la presencia del tiempo en el espacio. Aquello material que advertimos en los borbollones de pintura, la tercera dimensión del óleo que permite la pincelada, esa característica impresionista que había inaugurado Van Gogh, pero que aquí es potenciada además por la presencia desnuda de la tela. Es el rastro que lo haría a Reverón el precursor de la pintura gestual. Esta dimensión de la acción palpable es la que debe tener a mi juicio la intervención eficaz con la historia en el encuentro psicoanalítico. La intervención transformadora supone siempre la emergencia del tiempo real sobre el tiempo mítico del relato. Implica ese encuentro la tercera dimensión sobre un espacio vaciado de amoblamientos imaginarios. Así como la luz de Reverón no es la de la Carraca o de los bodegones de Michelena, sino la aparición real de la luz en la materia, así la intervención psicoanalítica implica el crudo tiempo real sobre el pasado o futuro imaginario.

El otro ejemplo lo tome de Georgio Agamben, que lo había tratado para otra finalidad. En su estudio filosófico de la infancia y la historia, señala que el juguete, tan ligado a la infancia, es aquello que reproduce la realidad histórica, la miniaturiza, la copia, y al mismo tiempo la deja afuera, la convierte en “algo que ya fue y no es más”. Esa doble relación, esa emergencia del tiempo abolido, es la que también hace nacer el trabajo analítico cuando frena la repetición y extrae lo repetido. La Locomotora real del inconciente se vuelve miniatura, el soldado se transforma en soldado de plomo, el árbol en bonsái, la nieve en talco, porque es extraído de una saga imaginaria que apresaba al sujeto, y la infancia se constituye porque deja de ser historia imaginaria, repetición infinita. Se vuelve objeto, anécdota, casualidad o contingencia, una materialidad absoluta, inerte, que puede botarse en el olvido. Es también la experiencia que suelen tener, según he sabido y yo también he vivido, los que retornan a la casa de la infancia después de años y advierten que el dormitorio es más pequeño, la cocina más chica, el gran patio un terrenito reducido, y en ese encuentro, que es con los ojos que tuvieron de niño, advierten el tiempo real, su condición subjetiva, descubren algo que no los hace más objetivos, ni más subjetivos, sino que los deja afuera, en un auténtico destiempo histórico. Visitar muchas veces esa casa del pasado. Aumentar la frecuencia, no aumenta su extrañeza esencial, ni la disminuye, pero puede agotarla. Ese recuerdo, en su limbo de extrañeza, permite a cambio una posibilidad distinta, puede ser ahora de nadie, ser abandonado porque no tiene pertenencia, no hay alguien que lo sostenga y deja entonces un espacio vacante. Es la apertura a la luz desde la tela vacía que advertimos en Reverón cuando cesa la imagen histórica. La reminiscencia se torna historia, pero para abandonarla, para constituirse, como en los juguetes que había definido Agamben, en algo que fue y no es, que relanza entonces la narración y deja abierto el futuro. Recuerdo a un paciente obsesivo, tomado por sus minuciosos relatos, que trajo una chuleta para no olvidar lo esencial, como lo llamaba, y que luego de una intervención quedó con esa chuleta en las manos, con la historia achicada, como una suerte de juguete narrativo. La intervención había roto el tiempo encerrante de la obsesión y convirtió su narración en juguete. Para seguir con la pintura, cabe recordar a Paul Klee cuando postulaba “ no hay que mostrar lo visible, sino hacerlo visible “. Con el mismo sentido, la intervención permite hacer palpable el tiempo real en el relato. El moroso relato obsesivo cambió, y se logro suscitar en la sesión siguiente un tratamiento distinto de ese mismo recuerdo. Era sin duda un resultado de la experiencia del tiempo, el contraste de dos tiempos, lo que opera en ese pequeño cambio. Parafraseando a Paul Klee, no debe ilustrarse el choque del tiempo, debe ejercerse haciéndolo suceder. Y ese acontecimiento no puede ser previsto, obviamente, por ninguna frecuencia, solamente por la posición analítica del tiempo.

En defensa de la baja frecuencia
A veces el descubrimiento del tiempo, su revelación, llama a la mayor frecuencia, demanda tratamiento, deriva una frecuencia mayor desde adentro del trabajo en la sesión. Ello usualmente exige que se haya mantenido un trabajo de análisis previo, aquello que permite al analizante entrar en análisis. Aunque absolutamente plausible con baja frecuencia, este trabajo resulta también más desafiante. No es sostenido por una red doctrinaria, cuelga de la simple eficacia analítica. La menor superficie del contacto aumenta muchas veces su intensidad, y hay menos oportunidad para recoger una asociación, e incrementa por ello la precisión estratégica, pero. no disminuye por ello la calidad analítica. La idea que se trabajaría mas con niveles preconcientes es un equívoco, un error dictado por una metapsicología rígida que no ha incorporado la multiplicidad cambiante del discurso. El material inconciente es lo que puede propiciar o recoger un trabajo analítico, no un nivel expresivo general, como una lengua que se suelta más cuando tiene mas oportunidad. Ello no quiere decir que no haya acomodamientos técnicos en una frecuencia muy baja.. Exige en el peor caso frenar cada tanto el análisis con momentos de síntesis, incorporar construcciones que neutralicen parcialmente la ansiedad y al mismo tiempo no cieguen el túnel. Pero mientras resulte más productivo que trabajoso, creo que el riesgo de la baja frecuencia es también, analíticamente, su virtud.

- Asi como según algunas hipótesis la “agrupabilidad” terapéutica, la cantidad de miembros, podría estar determinada por modelos familiares no concientes, esquemas o tamaños que facilitan o impiden el vínculo al terapeuta, no es difícil que la cantidad de sesiones, la frecuencia del encuentro, tenga también modelos fantasmáticos similares. Cuando la relación analítica se aleja de la lógica del objeto inconciente, y facilita fantasías transferenciales y contratransferenciales, probablemente estos modelos empiezan a actuar.

No desconozco la determinación institucional, pero no solamente sus claves son complejas, sino que su transformación demanda esfuerzos que exceden este trabajo. Entre la pureza estéril de algunas corrientes con “aires” filosóficos y la permisividad, a veces poco discriminada, de otras con “aires” samaritanos, posiblemente se comparte la misma mezquindad intelectual y un similar narcisismo institucional, apetencias de poder, etc. La teoría no escapa a esas determinaciones, pero permite alejarla de sus epidemias irremediables. A pesar que es muy difícil para las instituciones psicoanalíticas en general cumplir con el ideal de tratar el pensamiento propio como si fuera ajeno y al ajeno como si fuera propio, el horizonte teórico sigue como una referencia ineludible.

Fuente: Fernando Yurman (ago 2007) "La frecuencia y el tiempo psicoanalítico" - Revista Topía de Psicoanálisis, Sociedad y Cultura

viernes, 16 de octubre de 2020

La realidad actual de nuestra práctica clínica: ¿es psicoanálisis?

- ¿Freudiano o lacaniano?

- ¿Seguimos haciendo psicoanálisis? 

- ¿Admite el psicoanálisis una práctica institucional donde el tiempo está limitado y no hay un diván?

En los círculos psicoanalíticos, hay una pregunta bastante básica por si se es freudiano o lacaniano. Se es psicoanalista, e inscribirse en una de esas modalidades no parece adecuado. En toda disciplina hay un aspecto de descubrimiento y otro de invención. Los descubrimientos se conceptualizan y se fundan disciplinas.

Freud, además del inconsciente, descubrió la sexualidad en un sentido preciso, que no significa tener pene o vagina, sino que es una cuestión que tiene que ver con el goce sexual y la pulsión. En función de eso, Freud inventó el psicoanálisis desde el punto de vista teóric o y clínico. También descubrió "técnicas", que es mala palabra en psicoanálisis. El psicoanálisis tiene un método de investigación y una forma de curar los síntomas. El psicoanálisis se ocupa de resolver los síntomas y en ese sentido es un método terapéutico. La palabra terapéutico tampoco debe ser despreciada, aunque Lacan la discutió al dialogar con los psicoanalistas de su época. Hay que tener cuidado con las prohibiciones intelectuales de los lacanianos, como los temas relacionados a la contratarnsferencia, la prohibición de decir psicoterapia, entre otras. Hay una falta de libertad intelectual de algunos círculos, incompatibles con estar analizado eficazmente.

Frecuencia de sesiones

¿Cómo es que hoy sostenemos una práctica por la que nos preguntamos si es psicoanalítica? Freud practicaba sesiones de 50 minutos, con 10 minutos de descanso, 6 sesiones semanales. Luego se pasó a un estándar de cuatro sesiones semanales que fue sostenido por la Asociación Psicoanalítica Internacional. Con el tiempo, en función del cambio de vida y las circunstancias económicas, se pasó a trabajar con estándares variados. Los análisis de cuatro sesiones semanales se volvieron exclusivas de los que querían ser analistas en las instituciones oficiales. Las tres sesiones empezaron a ser una práctica corriente, luego dos sesiones, luego una y a veces cada quince días. A veces, con modalidades diferentes... 

El psicoanálisis se practica en ámbitos muy distintos. Una cosa es la teoría y otra cosa es el ámbito de aplicación del psicoanálisis. Esta otra de las palabras prohibidas en círculos lacanianos: psicoanálisis aplicado. 

Lo ideal de las sesiones es que no haya tanto espacio entre una sesión y otra, que haya cierta continuidad. Las razones son varias, una de ellas es poder trabajar mejor sobre estos detalles. El analista trabaja sobre los detalles, sobre los indicios. 

Aún teniendo sesiones cada 15 días, se puede seguir aplicando el psicoanálisis. Un paciente va al analista porque se siente mal, porque sufre y porque hay cosas que en su vida no funcionan. Lacan definía al síntoma como lo que no anda en lo real. El paciente pide análisis y éste se dispara en un trasfondo sintomático. Es impensable un análisis sin que algo no ande en lo real.  

Carácter y síntoma

Hoy también decimos que analizamos el carácter, que es la forma de existencia de una persona, su estilo, que le da una identidad estable. El carácter está incorporado al yo, así que el sujeto vive de manera naturalizada y no lo toma como un problema. Siente que anda en lo real, pero en la medida que las cosas empiezan a no funcionar, el rasgo de carácter es candidato a sintomatizarse. El carácter es egosintónico, pero cuando el sujeto empieza a registrar que ese sufrimiento podría eliminarse, empieza a ser egodistónico. El analista trabaja con el síntoma y aunque se dice que el objetivo del psicoanálisis no es curar -sumado a cierto pesimismo de Freud al final de su obra al decir que la curación del síntoma se produce por añadidura-. Podríamos decir que no es para añadidura, pues el síntoma está en la médula del análisis por muchas razones. Una es porque el síntoma tiene que ver con la verdad del sujeto, eso quiere decir que tiene que ver con verdades silenciadas, que hablan a través del malestar y el sufrimiento. El paciente consulta porque en mayor o en menor grado se siente mal. El síntoma está y el psicoanálisis apunta a su curación. Que no esté admitido, es otra historia. Freud discutió con el psicoanálisis salvaje y la famosa ambición terapéutica, diciendo que el psicoanálisis se trataba de otra cosa. 

Para muchos lacanianos, "cura no" se transformó en una especie de consigna. Nassio y otros psicoanalistas contemporáneos se han animado a decir que el psicoanálisis cura, pero siempre fue claro que de lo que se trataba es que el malestar fuera viable en la vida diaria. Nos ocupamos del sufrimiento y de que haya una mejor calidad de vida en el sujeto. Aunque muchos lacanianos no lo acepten, cuando se ocupan de un paciente se ocupan de su sufrimiento y no del pase y del fin de análisis de la comunidad lacaniana.

Lacan decía que no podía hablarse de trapéutica porque no había retorno a un estado primero. La palabra terapia no quiere decir eso, quiere decir "tratamiento", que es otra cosa. Lacan usó el término cura, así que hay que tomar eso en cuenta. En algún lado de los últimos seminarios dice que el psicoanálisis es un sesgo práctico para sentirse mejor. 

El tratamiento en los hospitales suelen suelen ser tratamientos acotados por distintas razones geográficas, institucionales, etc. En una guardia se puede hacer psicoanálisis, porque la médula del psicoanálisis no pasa por el tiempo, espacio, lugar, virtual o presencial, imagen o sin imagen. Lo que define a la práctica como psicoanálisis pasa por otro lado.

Nuestro campo operatorio es el discurso, el despliegue de la palabra en un contexto social, que Lacan llamaba lazo social. Al principio, Lacan ponía el acento en al aspecto discursivo, cuya metodología es discursiva. En Función y campo de la palabra, el discurso es el despliegue de la palabra y ese es el campo operatorio del análisis. Después tomo otro aspecto, que es el del lazo social y definió a los discursos como lazo social. El discurso como lazo social implica al objeto y las dos variantes del significante, como vemos en los 4 discursos del psicoanálisis. El acento está puesto en lo social, pero el sujeto tiene que ver con el discurso y el despliegue de los significantes. El sujeto es supuesto por el discurso, o si se quiere, es lo que se representa en el discurso. El campo de operatoria del psicoanálisis es el discurso y en todas estas instancias y variantes que van de la cantidad de sesiones, el dispositivo, los contextos que se aplica, se hace psicoanálisis cuando se opera sobre el discurso.

Cortes de sesión

Una de las consignas de amplio en el círculo lacaniano, que se define psicoanalítico, sostiene que la palabra adormece y a partir de ahí la cosigna es el corte de sesión como corte de goce. Las cosas llegan a tal extremo, que quienes realizan esa práctica hacen sesiones cortas tratando de eliminar la palabra. Es decir, lo importante es el corte. Es cieto que la palabra puede adormecer, pero también es cierto que la palabra despierta y el descubrimiento freudiano sobre el inconciente y la sexualidad siempre fue un descubrimiento sobre el discurso. La invención también es sobre un campo discursivo, así que si no hay despliegue de la palabra, no hay análisis. El corte implica un "no hay más que hablar, llegamos a un punto en el cual está todo dicho, o no todo dicho". Ahora, si eso no se hace en un amplio círculo discursivo suficiente, ocurren cosas como al acting out o problemas más graves por haber expulsado la palabra del análisis, que lo vuelve insostenible. La palabra puede adormecer, pero también despierta. 

El silencio también adormece y se puede invertir la fórmula de que uno es dueño de sus silencios y esclavos de sus palabras, en la medida quelas palabras permiten el acceso a la verdad del sujeto. El ser humano apunta a la verdad, aunque se resista, la nuegue. El síntoma tiene que ver con la verdad subjetiva y la cura también. Ninguna terapia que no apunte a la verdad es eficaz, en especial las terapias que tienden a hacer una prótesis.

Se puede apuntar a la verdad, aunque sea en una sala de guardia o en una sesión cada quince días. Desde ese punto, es una práctica psicoanalítica, aunque debemos ver qué pasa en una sesión de análisis. Si bien Freud comenzó con el anpalisis de los spintomas, hoy en dia los pacientes vienen a sesión, y hablan de distintas cosas. Por lo general, hablan de cosas que les genera malestar, angustia. El síntoma está en la sesión cotidiana. Además, hay un sufrimiento del que nos ocupamos. Es frecuente que un paciente llegue a sesión angustiado y se vaya aliviado. A veces es al revés y eso es bienvenido, si la angustia no es excesiva.

El síntoma abre a una investigación sobre la historia del sujeto, la relación de ese sujeto con la verdad y la asunción de esa relación. Esto tiene un efecto terapéutico decidido. El analista ordena, toma al síntoma y evalúa los distintos elementos, las distintas escenas, los detalles. Recordemos que el sufrimiento del paciente se presenta en un principio muy desordenado, por eso un paso obligado para resolver un síntoma es ordenarlo.

A medida que el síntoma se ordena, se produce una mejoría en el estado del malestar del sujeto, al deconstruir el síntoma. El analista ordena el síntoma y lanza una investigación. Las intervenciones sobre los lapsus, los fallidos, sueños, actos sintomáticos y demás formaciones del inconsciente también avanzan sobre la verdad. El síntoma se historiza para que el sujeto se haga responsable de su historia. Responsabilizarse es contrario a echarle a la culpa a los padres, por ejemplo.

Las interpretaciones no se hacen por clichés, como interpretar que se trata de la madre por haber soñado con una mujer. Aplicar lecturas prefabricadas es una mala práctica. La buena práctica psicoanalítica apunta al detalle, a la verdad del inconsciente, a la fantasmática que se despliega en las sesiones.

Los sueños

Uno de los principales elementos del descubrimiento e invención freudiana fue el sueño. Un sueño es lo que el paciente cuenta sobre el sueño. Lo único que el analista tiene es el relato del paciente, porque se ocupa del relto y los personajes del paciente en su discurso. Poco importan las personas reales detrás de esos personajes discursivos de la historia del sujeto. 

¿Qué diferencia hay entre analizar el discurso de una sesión con el texto de un sueño? En realidad, no son muy diferentes. El discurso coherente está articulado, hasta cierto punto, porque las representaciones meta pueden sacar al discurso de la lógica. La lógica aristotélica existe, pero muchos aspectos retóricos de producción de significación a través de ciertas representaciones o significantes que ordenan el discurso violan la lógica. Estamos habitados de explicaciones recíprocas, razonamientos incorrectos y figuras retóricas que nada tienen que ver con la lógica y que vienen de algo que Freud aisló. Freud decía que el discurso corriente, en base al principio de realidad, era lógico (contradicción, tercero excluído) en contraste con el proceso primario del inconsciente. Cuando Freud descubre las representaciones meta, que son conscientes, se da cuenta que el discurso se ordena no solo por las leyes de la lógica. El proceso secundario es un discurso desde la lógica y la retórica.

En el sueño hay un predominio de lo que se llama elaboración primaria o trabajo del sueño. En el discurso del sueño vemos el discurso inconsciente, es decir, condensaciones y desplazamientos que producen el discurso manifiesto en el sueño y que vienen de un ordenamiento de discurso secundario, pero que pasa por la elaboración inconciente. La elaboración primaria es la médula del sueño, que es la puesta en imágenes. En esa construcción, se pueden condensar dos imágenes, la negación no existe y cuando aparece puede implicar la afirmación, cosa que no ocurre en la elaboración secundaria. 

Cuando el paciente cuenta un sueño, intenta ordenarlo en fragmentos según la lógica consciente, que es la lógica de la elaboración secundaria. En la sesión, las cualidades del sueño no son muy diferentes de los factores que intervienen en otra cosa que el paciente diga. Es decir, en la sesión tenemos lo mismo que en un sueño, pero elaborado secundariamente. Lo que predomina es el discurso del principio de realidad: lógica, las figuras retóricas que violan la lógica, más algunos significantes que ordenan el discurso con o sin lógica. 

Una sesión es como un sueño pero con una predominancia de la elaboración secunaria. Esto puede ocurriren la distintas modalidades del encuadre terapéutico. 

El uso del diván

¿Es necesario el uso del diván? Si bien se le ha encontrado diversas razones teóricas para usarlo, finalmente el diván lo inventó Freud al no soportar tener a los pacientes frente a frente durante ocho horas al día. El diván es un resabio de la hipnosis y posteriormente se le encontraron aplicaciones valederas para utilizarlo, aunque a veces limitan el análisis. La imagen y los gestos forman parte del discurso y así como el uso del diván permite sacar un factor que entorpece la asociación y la elaboración discursiva, también nos perdemos gestos.

Hay que hacer un balance delicado en esto de eliminar la imagen o no eliminarla. Hoy en día podemos pensar que el diván no es un elemento esencial para el análisis. Puede ser útil para algunos pacientes, pero para otros está contraindicado.

Mientras la práctica de Freud era más silenciosa, hoy nosotros disponemos de otros recursos como la letra, es decir, escuchar los pequeños detalles de una sesión. Cuando nosotros interrogamos los detalles que advertimos, estamos practicando el psicoanálisis. A veces, la interrogación por un detalle es más importante que una lectura o una interpretación. 

La médula en psicoanálisis es la interrogación más que la interpretación, porque el síntoma empieza a desarmarse cuando se lo interroga. La verdad del sujeto empieza a emerger punto por punto. El síntoma tiene que ver con la verdad del sujeto y su curación también. Quien no admite que tiene la cura adelante, se equivoca. La cura no es por añadidura, sino por estructura: al investigar un síntoma, éste empieza a disolverse o a cambiar. Lo mismo pasa con los rasgos de carácter, que son más difíciles de analizar.

La presencia del analista por medios virtuales

Desde que comenzó la pandemia de COVID-19, surgieron interrogantes que a veces fueron un poco dramatizados en exceso sobre la atención virtual. ¿Es psicoanálisis la atención virtual? ¿Hay transferencia? ¿Y la presencia del analista?

Primero, la presencia del analista no se define por la presencia física ni por un consultorio, sino por lo que se juega en su presencia, que no necesariamente tiene que ser física. En la presencia física hay cuerpo, imagen, pulsión (voz, mirada). Con los medios virtuales tenemos la voz, la mirada, las palabras. El analista está presente de esa manera. No hacía falta una pandemia para darse cuenta que se podía analizar a alguien por vía virtual, pero eso ocurría silenciosamente y no era una práctica extendida. Para los que venimos haciendo eso desde hace años, podemos dar cuenta de tratamientos muy eficaces desde el punto de vista de la investigación, de la verdad y de la cura.

En los distinto ámbitos de aplicación del psicoanalisis, lo importante es el sujeto. Escuchamos al sujeto, le hablamos a al sujeto y allí intervenimos. La verdad del síntoma, la interpretación y el corte tocan vía la verdad a lo real del sujeto.

En todo lo que hemos dicho está presente la transferencia, si bien no hemos hablado de ella. La transferencia es central para sostener la condición psicoanalítica de las prácticas que tenemos hoy en día, ya sean las guardias, las modalidades en las que se ejerzan, hasta los tratamientos en su forma clásica. 

¿Cómo definimos a la transferencia? 

Desde su dimensión real, la cuestión pulsional está siempre presente. Las pulsiones más relevantes son la mirada y la voz que sostiene la palabra. 

Desde el punto de vista imaginario, situamos los contenidos afectivo de la transferencia: amor, odio, etc. 

El aspecto simbólico, hay transferencia en el punto donde dos discursos se transforman en uno solo. Hay un discurso de análisis y esa transformación de dos discursos en uno se da cuando hay una pertinencia entre lo que el analista intepreta, interro e interviene y el analizante o paciente es tocado en un punto determinado. El paciente siente que lo que se le dice es pertinente.

Fuente: Notas de la conferencia dictada por Víctor Iunger, el 25 de agosto del 2020, " La realidad actual de nuestra práctica clínica: ¿es psicoanálisis?" en Institución Fernando Ulloa.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Frecuencia de las sesiones. ¿Por qué Freud analizaba cotidianamente a sus pacientes?

La necesidad de la frecuencia implica el compromiso personal del analista de permitir la transferencia de los objetos que intervienen en el conflicto neurótico. Cuanto mayor es el espacio entre sesión y sesión se corre el peligro de desplazar el conflicto que surge en el análisis a otras personas y de cerrar el inconsciente, como dice Denicola. La menor cantidad de sesiones favorece la idealización de la palabra del analista y transforma el tratamiento en una especie de acompañamiento terapéutico interminable. El analista, así, se transforma en una especie de fetiche protector: aparecen fantasías de que mientras sigo no me va a pasar nada malo. Entonces nos encontramos con dos puntas de la resistencia al análisis a toda orquesta: las del paciente y las del analista.

S. Freud y la frecuencia.
Si bien Freud no estableció normas rigurosas para el dispositivo analítico, sin embargo, se desprende de sus escritos la necesidad de cierta frecuencia. El inconsciente se cierra fácilmente y es difícil la lucha de las resistencias.

La frecuencia cotidiana fue impuesta por los pacientes. Le abrían su corazón, sus secretos y luego él le decía: "Bueno, vuelvo a verla dentro de dos semanas". Y las pacientes protestaban, querían seguir trabajando contiunamente sobre su sufrimiento.

Luego FReud se dió cuenta de que al desplegarse la transferencia, la frecuencia permitía que se no se diluya la emergencia de la neurosis de transferencia, lo que permitía ponerse en el ojo de la tormenta.

Cuando por algún motivo se interrumpía la continuidad de las sesiones, los hilos sueltos por el análisis se anudaban a otras personas y se complicaban las relaciones. Por eso Freud habla de atraer la libido a la transferencia, para que se desarrolle allí la neurosis. Es decir: Freud no le sacaba el cuerpo al conflicto transferencial. 

Freud trabajaba con 6 sesiones semanales y así lo hacían todos en la década del 20. Un día Freud recibió una carta de Estados Unidos en la que un psiquiatra, Kardiner, le pide análisis junto a cuatro colegas más. (entre ellos Grinker y Oberndorf). Freud le contesta que apenas tenga 30 horas les avisa con tiempo. Un tiempo después ocurrió, les envió un telegrama, pues ya disponía de las 30 horas. A la fecha y hora, tocaron el timbre y Freud notó que habían 6 personas, no 5.

¿Cómo es esto? - preguntó. Es que se nos sumó este nuevo colega. Freud les dice que no tenía más horas, y que se los podía derivar a unos colegas muy recomendables: Abraham, Fererenci, Reik. Pero ninguno quiso. Entonces les dijo que vuelvan al día siguiente que iba a ver cómo lo resolvía. A la noche, a la hora de la cena, habla con su hija Anna quién le dice que 6 x 5 es lo mismo que 5 x 6.

Al día siguiente Freud los recibe y les dijo que su hija es un genio en matemáticas, que si ellos aceptaban los tomaba por 5 sesiones semanales. Y ahí empezó la reducción del número de sesiones semanales. Fue un tema económico, por influencia del dólar americano: la moneda austríaca se depreciaba velozmente, y los americanos eran apetecidos especialmetne por su aporte económico, salvo algunas excepciones: Dorothy Burlingham, Ruth Mack Brunswick, Hilda Doolittle, Smiley Blanton y algun otro).

Duración de sesiones vs Duración del tratamiento.  Sesiones breves.
No hay un parámetro fijo para la duración de sesiones. Lo que aprovechamos en el convenio con el paciente acerca de su duración es que entonces adquiere un sentido. Si no le doy un comienzo y un final a la sesion, convenidos, me pierdo un montón de oportunidades de encontrar sentido a lo que hace el paciente. Si no convenimos, p.ej. que la duración durará 40 o 45 o 50 minutos, que el paciente decida interrumpir la sesión a los cinco minutos todas las sesiones es desaprovechado para ver su sintoma, por ejemplo, de eyaculador rápido en escena transferencial. Y esa eyacualación rápida es la que será tratada de entender en la sesión, no el relato de una eyaculación rápida en un acto sexual con su pareja.

El trabajo analítico Freud lo llama en alemán Durcharbeitung, elaboración, que viene de laborar, laburar, trabajar, y el prefijo Durch significa darle el sentido de "a través", es decir, el análisis se lleva a cabo a través de la neurosis de transferencia...

El momento de neurosis de transferencia es de máxima resistencia, pero es el momento de trabajar con el paciente su neurosis que se ha hecho presente... La frecuencia de sesiones y el levantamiento de las represiones favorecen el despliegue de la neurosis de transferencia.

Para eso el analista tiene que estar preparado para ver qué objeto transferencial es en cada momento del tratamiento y no mostrar directamente que es dicho objeto, sino hacer consciente el conflicto transferencial. El analista que no está en condiciones de soportar las transferencias no puede analizar. Supongamos que el analista tiene muchas formaciones reactivas y considera muy importante, un logro, ser una persona "buena", en ese caso si el paciente transfiere mucho un objeto cruel en el analista el analista se defenderá de eso en lugar de analizarlo.

Durcharbeitung significa que no nos podemos anticipar en mostrar al paciente qué y cómo va a transferir, y tampoco vale de nada hablar del conflicto transferencial una vez que este pasó. El trabajo se hace a través de la neurosis de transferencia, mientras está ocurriendo.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Frecuencia: El Psicoanálisis de una vez por semana.


Desde hace un tiempo que los psicoanalistas trabajamos con pacientes una frecuencia de una vez por semana. Esta práctica se tornó habitual, pero no es mucho lo que se profundiza en las particularidades de este trabajo.

Para desarrollar esta temática invitamos a psicoanalistas para que respondan este cuestionario para poder iluminar este dispositivo.

1- ¿Qué indicaciones y contraindicaciones encuentra para el psicoanálisis de una vez por semana? ¿Qué límites y posibilidades encuentra en esta clase de trabajo?
2- ¿Cómo utiliza las otras variables del dispositivo analítico como el diván o el tiempo de la sesión? ¿Incluye otros recursos técnicos para este trabajo?
3- ¿Encuentra alguna particularidad la asociación libre, las intervenciones del analista, el manejo de la transferencia y el trabajo con los sueños en esta frecuencia?

Mariana Wikinsky
1- La indicación es siempre el resultado de un proceso de entrevistas que evalúa no sólo las cuestiones diagnósticas, sino también el modo en el que el paciente que consulta “imagina” su tratamiento, qué lugar ocuparía en su vida, cómo ha llegado a la decisión de consultar, qué impacto produce en él haber tomado esa decisión, cuánto tiempo le llevó tomarla, con qué expectativas me eligió a mí para desarrollar esas entrevistas, si resulta natural a su historia cultural y biográfica hacer una consulta psicoanalítica. Todas estas cuestiones inciden mucho en la indicación de la frecuencia semanal que formulo al finalizar las entrevistas. Del mismo modo, del trabajo que se empieza a desplegar una vez iniciado el análisis, van surgiendo también decisiones -siempre compartidas con el paciente- acerca de la frecuencia semanal con la que seguiremos desarrollando nuestro trabajo. Con esto quiero decir que la indicación de la frecuencia no es para mí un recurso técnico que se aplica como un reglamento de trabajo, sino que es siempre el resultado del conocimiento de cada paciente singular.

Si entendemos por indicación aquella frecuencia que el terapeuta marca como conveniente para el inicio de un tratamiento, son pocas las ocasiones en las que indico análisis de una vez por semana. Lo que ocurre más bien es que no me opongo a trabajar con esa frecuencia, y realmente encuentro la puesta en marcha de procesos productivísimos con ese ritmo de trabajo. Pero la indicación la hago sólo cuando creo que no cuento con el paciente para trabajar con más frecuencia, o la insistencia en el trabajo con mayor frecuencia podría generar sentimientos de rechazo al tratamiento en su conjunto, con la consiguiente amenaza de interrumpirlo, o cuando me doy cuenta de que el paciente considera absolutamente natural esa indicación, y absolutamente antinatural cualquier otra. Son muy pocas las ocasiones en las que comienzo por oponer mi criterio al del paciente en cuanto a la validez de atenderse más veces por semana, y lo hago sólo cuando la situación clínica lo justifica. Incluso he indicado en algunas oportunidades la disminución de dos veces a una vez por semana en el caso de adolescentes que plantean venir con cierto desgano. Aún convencida de que la frecuencia ideal en algún caso particular sea dos veces por semana, opto por preservar un buen vínculo terapéutico, y renuncio a presionar en un sentido “técnicamente correcto”.
Me encuentro muchas veces con la situación de que los pacientes en sus primeras entrevistas dan por sentado que vendrán una vez por semana, en muchos casos por motivos económicos, en otros casos sencillamente porque de este modo han pensado en todo momento el curso de su terapia. Se sorprenderían si les planteara la necesidad de venir más veces. En estos casos, salvo contraindicación como lo especifico más abajo, decido comenzar a trabajar con esa frecuencia. Más de una vez ha ocurrido que naturalmente se aumenta el número de sesiones semanales, y cuando no ha sido así, lo fue porque con una vez por semana el trabajo ha encontrado productividad.

La contraindicación de la frecuencia de una vez por semana, para el tipo de pacientes que habitualmente atiendo (es decir, adultos neuróticos y adolescentes en general) se sostiene básicamente en dos motivos: a) tendencia a la actuación, b) altos niveles de sufrimiento o angustia.

En estas situaciones puedo llegar incluso a oponerme a comenzar un tratamiento si no se cumple la indicación de dos o más veces por semana, ya que no puedo considerar de ningún modo que en estos casos se pueda poner en marcha un proceso terapéutico cuando no hay espacio ni tiempo disponible para abrir procesos de simbolización.

Encuentro absolutamente natural en mí desde el punto de vista técnico la propuesta de trabajar una vez por semana. Realmente me ocurre a veces que si no existen motivos clínicos como los que especifico más arriba, y no existen motivos de tipo profesional (en el caso de algunos analistas que podrían preferir analizarse con mayor frecuencia) que justifiquen el requisito o la necesidad de trabajar dos o más veces por semana, no surge en mí ningún conflicto respecto de la frecuencia, ni siento que esté traicionando al método psicoanalítico. No tengo compromisos institucionales que condicionen ese pensamiento en mí, ni que me obliguen a dar explicaciones acerca de por qué en muchos casos trabajo una vez por semana. Tampoco aceptaría una discusión en esos términos, si sólo remite a justificar por qué no elijo un tipo de práctica profesional más cercana a la planteada desde las instituciones “oficiales”. Sólo me parece válida la discusión si se plantea en términos de requerimientos de la clínica. Pertenezco a una generación de analistas para quienes -en muchos casos- el análisis tiene el sentido de aliviar el sufrimiento de las personas. O al menos ese es el sentido que el psicoanálisis tiene para mí. Y si ese objetivo se logra sin cumplir con los “cánones oficiales” que cierto terrorismo intelectual propuso (o más bien impuso) como los únicos posibles, entonces sencillamente no me siento obligada a cumplir con esos cánones. Prefiero mantener una discusión en términos francos, una discusión en la que todos contemos lo que efectivamente hacemos puertas adentro del consultorio. No creo que practiquemos el “vil cobre”, ni creo que debamos pensar resignadamente nuestra práctica como si hubiésemos estado obligados a renunciar por circunstancias sociales, económicas, culturales o del sistema de salud, al único modo válido en el que debe ejercerse nuestra tarea. Si fuera así no deberíamos de ningún modo aceptar esos condicionamientos, en ningún caso. Con franqueza, no creo que haya muchos analistas que decidan radicalmente sólo tomar tratamientos si son de dos o más veces por semana, y esto significa que encuentran validez en el trabajo que se despliega con una frecuencia menor. Lamentablemente la discusión acerca de la frecuencia semanal y otros recursos técnicos, ha degenerado en una discusión más de índole institucional que clínica.

Por todo lo antedicho, encuentro muchas posibilidades de trabajo psicoanalítico con esa frecuencia, y los límites me los planteo cuando son límites clínicos, y no un pre-requisito de la técnica. Como lo plantean Ana Berezin y Eduardo Müller en su trabajo “Cuando la técnica es una resistencia al método”, lo que debemos garantizar es la construcción de las condiciones en las que el método psicoanalítico pueda desarrollarse. Y estas condiciones no necesariamente están asociadas a la frecuencia semanal.

2- Nuevamente, no utilizo el diván a reglamento, sino cuando resulta adecuado para el paciente, y esto es no sólo qué situación clínica presenta, sino si desea trabajar de esa manera. Respeto las contraindicaciones para el uso del diván que todos conocemos. Lo propongo para tratamientos de una vez por semana o más, cuando existe capacidad asociativa, cuando el diván no se transforma en sí mismo en una fuente de angustia, cuando el paciente no lo vive como un rito extraño a su cultura. Difícilmente imponga el uso de diván, y la frecuencia no es determinante en esa decisión, sino que lo son los motivos clínicos, de diagnóstico, y -como lo decía más arriba- la puesta en marcha del método. No en todas las ocasiones lo propongo, y no insisto cuando el paciente ofrece resistencias que me parecen atendibles. Durante mi etapa de formación, mucho antes de que me tocara dirimir en mi propia clínica este tipo de cuestiones, leí un texto en el que el autor (psicoanalista) planteaba que a veces los analistas, entre la técnica y los pacientes, eligen la técnica. Si pensamos que difícilmente una persona consultaría si no sintiera un alto monto de sufrimiento, si pensamos que el comenzar a analizarse implica siempre -desde la primera entrevista- un impacto subjetivo y emocional importante, si pensamos que quien consulta debe aceptar la idea de hablarle a una persona que acaba de conocer, de lo que quizás represente sus secretos más íntimos, o lo que más pudor le produce, entonces se vuelve indispensable que “hospedemos” a nuestro paciente en un ámbito cómodo y confiable, en el inicio de un proceso en el que la técnica no se vuelva un obstáculo.

En relación al tiempo, las sesiones duran habitualmente 50 minutos. Sobre todo en pacientes adolescentes, extiendo (si puedo) o reduzco el tiempo en alguna sesión específica si considero que el cierre unos minutos antes o después puede favorecer el trabajo.

Estoy disponible para hablar por teléfono si un paciente lo necesita, y también utilizo el e-mail en algunos casos. Lo ofrezco cuando hay distancias geográficas importantes (por vacaciones o por viaje), y también he recibido y contestado -es cierto que en poquísimas oportunidades- mails de pacientes que aún estando en la misma ciudad que yo, han preferido entre una sesión y otra comunicarse conmigo de ese modo. Accedo primero a esa forma de contacto, y luego eventualmente retomo personalmente en sesión la pregunta acerca del por qué han elegido esa forma de comunicarse conmigo.

3- Francamente, no. Ni las asociaciones, ni el relato y análisis de los sueños, ni la interpretación de la transferencia, ni mis modos de intervención han sido distintos en los análisis de una vez por semana, que en los que trabajé dos veces por semana, o en los pocos en los que trabajé tres veces por semana. Insisto en la validez de ocuparnos de la puesta en marcha del método psicoanalítico, y estoy convencida de que se logra también con una frecuencia de una vez por semana. Estaría dispuesta a pensar en las diferencias que una y otra frecuencia podría generar en el despliegue de estas producciones (sueño, asociación libre, transferencia, intervenciones e interpretaciones del analista), y seguramente las habrá. Pero no estaría dispuesta a discutirlas, por ejemplo, en términos de psicoanálisis vs. psicoterapia, ni en términos de la invalidación del trabajo de una vez por semana, porque con absoluta franqueza, cuestionarlo no se desprende de mi experiencia ni como analista ni como paciente.

martes, 18 de agosto de 2020

La transferencia y sus diversas manifestaciones


Ver entrada anterior: La deformación del concepto de género

Hay un fenómeno que fue observado por el psicoanálisis y con el que nos topamos a menudo con la práctica clínica: la transferencia, un mecanismo inherente al psiquismo humano. 

La transferencia es uno de los tipos de repetición, que obviamente supone a las fijaciones. Transferencia es cuando se repite un cliché vincular cognitivo-afectivo que se traslada desde el paciente a otra persona. Es decir, el vínculo fijado y antiguo es un cliché vincular infantil que se traslada y se vive como actual con otra persona. Desde luego, es privilegiadamente la aparición de la transferencia en psicoanálisis, vivida con el psicoanalista. 

Tiene un poder de convicción impresionante poder decirle al paciente "Fíjese que ahora usted ahora, conmigo, está viviendo tal conducta/afecto como habíamos visto que los tenía con su papá, con su mamá o con su hermano". Freud decía que era una excelente manera de destruir en presencia y no in efigie un nudo problemático del inconsciente en la vida del enfermo. Ese fue un descubrimiento muy importante en la vida del psicoanálisis, un descubrimiento teórico, clínico y técnico.

Las transferencias son importantísimas como clínico técnicas, cuando se dan con el psicoanalista. No se dan únicamente con él y también es importante detectarlas cuando se dan con otros personajes de la vida del paciente. Es decir, vemos que una paciente toma al marido como a su papá y visceversa, un hombre que tome a su esposa como a su madre. La transferencia, sobre todo con el psicoanalista, puede ser erótica u hostil. Ambas son resistenciales. La transferencia erótica no es amorosa, sino una resistencia y la transferencia hostil es manifiestamente una resistencia.

Hay otra transferencia, que es la transferencia positiva sublimada, que debe ser destacada de las otras dos (resistenciales). La transferencia positiva sublimada es el afecto sublimado necesario para que se establezca la alianza terapéutica, es decir, ese afecto benevolente entre paciente y analista. Lo que no tiene que haber son transferencias ni contratransferencias eróticas o agresivas. Todos los pacientes nos suscitan un afecto sublimado y el paciente igual: no se puede analizar un paciente que se siente empaticamente incómodo con su analista. Esa es la transferencia positiva sublimada, lo mismo por parte del analista. No se puede analizar a un paciente que nos resulta antipático o desagradable. Tiene que haber un afecto básico sublimado. Esa es la transferencia-contratransferencia positiva sublimada.

La contratransferencia. Algunos analistas le dan una expansión muy amplia, casi confundiéndola con toda la conexión empática que tiene que tener el analista. La contratransferencia debe considerarse, dentro de la conexión empática del analista, cuando el analista detecta que está teniendo respuesta emocionales cognitivas a transferencias del paciente, lo cual le permite construir la interpretación diagnóstica de la transferencia del paciente. Si no es a lo transferido del paciente, es a la general respuesta de la conexión empática. El analista tiene que estar en conexión de inconsciente a inconsciente o conexión empática. Otros analistas tienen una idea de contratransferencia más general y la hacen coincidir con la conexión empática. La conexión empaica de inconsciente a inconsciente no siempre responde a una transferencia del paciente.

El factor de lo cognitivo no siempre se incluye en los textos sobre la transferencia, más bien se habla de los sentimientos y afectos del analista. Los analistas son enemigos de lo cognitivo, pero los afectos no pueden existir sin el componente de la representación. La tesis de Hugo Lerner, premiada con el premio Konex y por la IPA, es el descubrimiento de que el afecto es intersubjetivo. ¡Todo es intersubjetivo! En ese congreso de Chile, ya hace unos años, el término "intersubjetivo" estaba de moda. El afecto siempre es afecto a alguien, que nos suscita el afecto. Siempre es intersubjetivo de base, siempre está en juego un objeto.

Hay afectos que se pueden extender a los aportes que hacen las neurociencias. Los afectos más básicos tienen clave de afecto somática y eso viene desde la teoría del afecto de Freud y esa clave somática, en la medida que vamos creciendo, tiene procesamiento representacional, o sea, cognitivo-ideativo. Desde el afecto apego o complacencia amorosa que el bebé tiene con la mamá hasta el amor romántico que tiene la elaboración de la poesía, hay toda una elaboración que es cognitivo-afectiva poética. El amor en todos sus tipos tine procesamiento representacional. Esto es lo que hay que estudiar con todos los afectos: el odio, la angustia... No es lo mismo la angustia de nacimiento, que la angustia de pérdida de las heces, que la angustia de castración, porque tienen diferente procesamiento representacional. El procesamiento representacional también depende en alto grado de la cultura en la cual surge esa representación. Sabemos que el amor no ha sido igual a lo largo de la historia.

En la ontogénesis del desarrollo del aparato, hay un auxiliar que regula el afecto del bebé, un objeto auxiliar que el bebé no percibe aún como una persona. La hominización es intersubjetiva, todo lo es y por eso está puesto en la sesión analítica.

En la contratransferencia, es muy importante el análisis del analista, para ver si no pone en juego algo emocional cognitivo. 

Frecuencia de las sesiones. La altra frecuencia de las sesiones es importante, porque ayuda a la asociación libre. La poca frecuencia semanal ayuda a que el paciente junte argumentos y tenga menos posibilidad de asociación libre. Actualmente, habiendo 90.000 psicólogos en Buenos Aires, ese encuadre de tres sesiones semanales se vi reducido a que la gente se acostumbró a hacer análisis de una sesión semanal. Si uno pide dos sesiones, el paciente cree que está enfermo. Eso es porque Lacan tiró abajo el encuadres de tres o cuatro sesiones semanales. Eso no impide que con una sola sesión semanal, si uno da la regla y pide que realmente diga lo primero que se le pasa por la cabeza se logre asociación libre, pero hay que reconocer que se logra menos que si fuera alta frecuencia, dos o tres sesiones. Por lo tanto, se da transferencia, pero probablemente no se den las neurosis de transferencia como podían darse si los psicoanálisis tenían 5 sesiones por semana. 

Ahora bien, explicar esto es distinto a definir el psicoanálisis por cuatro o cinco sesiones por semana, que hacen las instituciones psicoanalíticas, que tienen una ensalada teórica que no han saldado. No tienen un eje epistemológico, entonces cifran su disciplina en la cantidad de sesiones y no en la coherencia teórica. Una de las cosas que se les puede reprochar es que a Lacan no lo echaron por la teoría que tenía, sino por las sesiones fragmentadas sin ninguna explicación. Esa no es la sesión de la IPA y lo echaron. O sea, sostienen una técnica vacía, no fundada en una teoría coherente. ¿De qué sirve que lo echaran por las sesiones fragmentadas si pasados los años la teoría lacaniana entró a las asociaciones psicoanalíticas? 

Con la cantidad de psicólogos que hay, el encuadre peligra. "No tengo dinero para pagar tres sesiones", aparece otro que lo toma por dos o por una. También pasa que los mismos analistas no saben qué hacer con la información de los pacientes por no conocer el funcionamiento del psiquismo, pues el material que se produce a partir de la asociación libre es abundante. Salen al mercado psicólogos con formación mezclada, entonces no deciden la frecuencia de sesiones desde la teoría. Las facultades le enseñan a los psicólogos a salir con una caja de herramientas, cuestión que pueden atenderlos con un poquito de psicoanálisis, un poquito de conductismo, un poco de neurociencias. No hay un paradigma, sino un rejunte de teorías.

Fuente: Encuentro n° 31 de "Freud Desconocido", del 30/11/2018