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lunes, 8 de septiembre de 2025

El analista ante las perversiones: ¿Cómo interviene?

 En la perversión, el deseo no se presenta como la búsqueda de un objeto perdido (como en la neurosis), sino como la puesta en acto de un montaje en el que el sujeto mismo se ofrece como objeto del deseo del Otro. Esto define una posición subjetiva estable frente a la castración: no se trata de negarla simplemente, sino de sostenerla en escena.

La diferencia estructural es clave, porque el perverso no está simplemente “desviado” de una norma sexual, sino que ocupa una posición distinta frente al deseo del Otro. Repasemos:

Neurosis

Perversión

El sujeto se confronta con la pregunta sobre qué quiere el Otro de mí, lo cual genera la dialéctica de la falta, la castración y el síntoma.

El sujeto se coloca en la posición de dar consistencia al deseo del Otro, intentando suplir imaginariamente su falta. No se trata de ignorar la castración (inscripta simbólicamente), sino de hacer de ella un montaje: el perverso se ofrece como objeto que satisface o colma al Otro.

En la neurosis, el fantasma ($ ◊ a) es un montaje defensivo frente al deseo enigmático del Otro.

En el fantasma, el perverso hace de sí mismo el objeto que completa el fantasma del Otro. No se protege del goce, sino que se ofrece a sostenerlo.

De esta manera, el deseo perverso se organiza en torno a una escenificación en la que él mismo se coloca como instrumento del goce del Otro (ejemplo clásico: el fetichista que encarna el fetiche para que el Otro no confronte la castración). Ahora bien, la perversión es una posición ética frente al deseo, no solo una práctica sexual. Allí el sujeto se ubica como garante del deseo del Otro, lo sostiene, lo provoca, lo tienta. El perverso “sabe lo que el Otro quiere” y se propone darle satisfacción.

Cuestiones transferenciales

En la neurosis, el paciente transfiere en tanto supone al analista un saber sobre su deseo y su síntoma. Es la clásica Sujeto-supuesto-SaberEn las perversiónes, esa suposición de saber no se arma de la misma manera. El perverso no se interroga por su propio deseo (“¿qué quiero?”) sino que se coloca como objeto para el goce del Otro. Entonces, la transferencia se juega más en el registro de la puesta en escena fantasmática.

Cuando su defensa es exitosa, el perverso tiende a ubicar al analista en el lugar del Otro al que debe mostrarle la verdad de su deseo o incluso enseñarle a gozar. Ahora bien, dato clínico: el goce en la perversión nunca aparece sin mediación simbólica. El "peligro para el tratamiento" está en el analista puede quedar tentado de ser arrastrado como partenaire de la escena perversa (ejemplo: que el analizante espere complicidad, aprobación o incluso que se lo sitúe como destinatario del acting-out).

En estos casos, la transferencia puede volverse resistente porque el sujeto busca confirmar su montaje más que cuestionarlo. La posición analítica consiste en no ocupar el lugar que el perverso quiere asignarle, y a la vez no rechazarlo violentamente, sino bordear la escena hasta que se abra una pregunta.

Existen "puntos de quiebre", donde el perverso sí permite intervención, pero no en los mismos tiempos ni bajo la misma lógica que el neurótico. Los momentos clave suelen ser:

Cuando el montaje se interrumpe: aparece un malestar, un límite al goce, un fracaso en sostener el fantasma.

Cuando se confronta con la angustia: aunque la perversión en general funciona como un dispositivo que protege de la angustia, hay situaciones (rupturas vinculares, rechazo del partenaire, imposibilidad de sostener la escena) en que esta irrumpe.

Cuando se pone en juego la dimensión del Otro: es decir, cuando el sujeto descubre que no todo está garantizado en el goce del Otro y que su posición de “instrumento” tambalea.

La transferencia, entonces, no pasa tanto por “analizar el deseo inconsciente” en los mismos términos que en la neurosis, sino por introducir la falta en el Otro allí donde el perverso la reniega o intenta suturarla. El analista no debe aceptar ser partícipe del escenario, sino operar de modo que el sujeto confronte que el Otro no está completo y que su fantasma no es garantía absoluta.

Perfecto. Te armo un esquema según algunas formas clínicas de la perversión, visto desde Lacan, focalizando en cómo aparece la transferencia y dónde puede intervenir el analista:

1. Fetichismo
  • Montaje: el fetiche funciona como “desmentida” de la castración materna: “sé que falta, pero actúo como si no faltara”.  El objeto a en juego es el fetiche mismo (ej: el zapato), que ocupa el lugar de “velo” que tapa la falta en el Otro. El deseo se sostiene en que el fetiche esté presente: es condición de posibilidad de la escena sexual.

  • Transferencia: el fetichista puede ubicar al analista como garante de su fetiche, alguien que debería reconocerlo y validarlo. “Usted me entiende, no me va a juzgar, sabe que lo necesito”. El riesgo es que el analista quede tomado como validador (“sí, el fetiche te asegura el goce”) o como juez moral (“eso está mal, tenés que dejarlo”).

  • Intervención: no rechazar el fetiche de entrada (sería confirmarle su certeza), sino ubicarlo en relación a la falta, mostrando que no garantiza nada en el Otro.
    → Se interviene cuando el fetiche falla o cuando la angustia irrumpe en torno a su pérdida o rechazo.

2. Sadismo
  • Montaje: El sadismo no es simple “crueldad”, sino un dispositivo para hacer aparecer la castración en el Otro: te muestro que no eres completo, que estás en falta. El sujeto se coloca como instrumento del goce del Otro: no solo busca gozar él, sino provocar un goce en el Otro a través del dolor, situándose como ejecutor. El objeto a en juego es la mirada y el cuerpo del partenaire, reducido a objeto de manipulación.

  • Transferencia: el analista puede ser situado como partenaire que “debería soportar” o incluso como testigo de la puesta en escena. El riesgo es que el analista quede atrapado como “víctima” (forzado a escuchar con horror) o como “cómplice” (si responde desde la fascinación).

  • Intervención: no aceptar ese lugar de objeto pasivo del goce del perverso. Bordear la escena apuntando a que no hay Otro que goce totalmente, introduciendo el límite de la ley. 

Caso clínico de sadismo: Un hombre de 32 años consulta tras un episodio en el que su pareja lo dejó porque él insistía en prácticas sexuales con violencia. Relata:
“Yo necesito hacerle daño, verla sufrir… en ese momento siento que controlo todo, que tengo el poder. Después me angustio porque pienso que me voy a quedar solo. Pero si no hay esa escena, no me excito”.
En paciente relata escenas violentas con entusiasmo, como si intentara provocar incomodidad. Puede colocar al analista en posición de espectador obligado, o incluso querer hacerlo partícipe imaginario de la escena. El riesgo es que el analista quede atrapado como “víctima” (forzado a escuchar con horror) o como “cómplice” (si responde desde la fascinación).
El analista, le devuelve “Después se angustia… ¿qué es lo que aparece cuando la escena termina?”, señalando que hay un resto no absorbido por el montaje, un agujero que lo empuja a repetir.
Los sádicos mucho hablan del sufrimiento de sus "víctimas", pero poco dicen acerca del lugar que ellos mismos ocupan en toda esa escena. Señalarle esto abre a que el sujeto se interrogue sobre su posición, en lugar de quedar velado por el sufrimiento del Otro.
3. Masoquismo
  • Montaje: el sujeto se ofrece como objeto para que el Otro goce de él. La satisfacción está en sostener la posición aparentemente pasiva de "ser usado", aunque desde ese lugar el masoquista mueve todos los hilos de la escena (por ejemplo, con contratos).

  • Transferencia: puede intentar ubicar al analista como Amo sádico, demandando castigo o humillación. También puede traccionar al analista al lugar del "tercero que mira" en el fantasma, insistiendo en narrar escenas sexuales con detalle, en espera de rechazo o incomodidad del analista.

  • Intervención: no ceder a esa demanda de ocupar el lugar de Amo. Devolver la responsabilidad del goce al sujeto, sin rechazarlo pero sin convalidar la escena. El trabajo se vuelve posible cuando el sujeto confronta que su montaje depende de un Otro que nunca es seguro, ya que puede retirarse, rechazarlo o no responder. También, cuando descubre que su goce masoquista no es garantía de vínculo, sino que lo deja en soledad. El analista apunta a abrir una pregunta: ¿qué sostiene él en esa posición de objeto? ¿qué evita al ofrecerse como soporte del goce ajeno?

4. Exhibicionismo
  • Montaje: mostrar(se) al Otro para excitar su deseo, poniendo en evidencia su falta. El objeto a en juego es la mirada del Otro. A diferencia del voyeurista, el exhibicionista busca colocarse él como objeto para ser visto (hacerse ver). Su satisfacción no proviene tanto de su propio cuerpo, sino de provocar la falta y la sorpresa en el Otro: “te muestro lo que no deberías ver”.

  • Transferencia: el analista corre el riesgo de ser puesto en el lugar de espectador cómplice, supuesto destinatario de la escena.

  • Intervención: no reforzar la mirada voyeurística, sino descompletar el lugar del Otro-espectador. Por ejemplo, señalando la función de ese mostrar en el fantasma, no satisfaciendo la expectativa de complicidad.

Caso clínico exhibicionismo: Caso judicializado. Un hombre de 28 años consulta porque varias veces fue denunciado por mostrar sus genitales en espacios públicos. Relata:
“No puedo evitarlo… cuando me expongo siento que el otro queda sorprendido, atrapado en mi juego. Es como si por fin me vieran de verdad. Después me siento mal, pero en el momento hay algo irresistible”.

En las primeras sesiones, el paciente habla con lujo de detalles sobre sus escenas de exhibición. Tiende a mirar fijamente al analista, como chequeando si reacciona. El riesgo es que el analista quede en el lugar de espectador excitado o escandalizado, reproduciendo el montaje. Al ser ambos varones, puede intensificarse la tensión transferencial: el paciente puede esperar un gesto de fascinación, complicidad, rechazo viril o humillación.

El analista interviene: “Parece que a vos no te interesa tanto mostrarte, sino de cómo reacciona el otro cuando te ve. ¿Es eso lo que buscás en mí también?”. Con esto, se devuelve al paciente que intenta ubicar al analista como Otro-testigo, y se abre la pregunta por lo que él mismo queda fuera de esa escena. El analista también interviene en ese punto de sentirse mal: "¿Qué te hace sentir mal, que no les alcanza con ver lo que vieron?"

En el exhibicionismo, el deseo se arma en torno a hacer aparecer al Otro como espectador. La transferencia pone al analista en riesgo de ser atrapado en esa escena. La intervención analítica apunta a no aceptar ese lugar de voyeur, sino devolver al sujeto que lo que busca mostrar nunca será visto plenamente, introduciendo la falta en el campo de la mirada.

El trabajo se vuelve posible cuando el sujeto confronta que por más que se muestre, el exhibicionista nunca logra capturar del todo la mirada del Otro. El “ser visto”, de esta manera, no colma el deseo, sino que lo empuja a repetir. Allí el analista puede introducir la idea de que no hay Otro que garantice su imagen ni que pueda verlo “de verdad” en totalidad. Por otro lado, se puede abrir a la idea de la posibilidad de ser mirado de otras maneras...

5. Voyeurismo
  • Montaje: espiar al Otro en su intimidad, intentando captar el goce “secreto”.

  • Transferencia: el analista puede ser tomado como alguien a quien hay que arrancarle una verdad escondida. También puede ser puesto en el lugar de testigo-cómplice, un espectador al que se le “hace ver” lo prohibido.

  • Intervención: no colocarse como depositario del secreto ni como garante del saber total. No ocupar el lugar de espectador excitado (no responder con fascinación, morbo o complicidad). Tampoco moralizar ni condenar (eso solo reforzaría el circuito del goce). Devolver al sujeto que lo que busca ver nunca se completa.

Caso clínico voyeurismo: Un hombre de 35 años consulta derivado por su pareja, que lo encontró varias veces espiando a vecinas desde la ventana. Él mismo relata que, desde adolescente, siente excitación al observar a mujeres sin ser visto. Dice: “No me interesa tocarlas, ni hablarles… es ese momento de mirar lo prohibido lo que me da satisfacción”.  La escena está organizada alrededor de ver al Otro sin ser visto. El objeto a en juego es la mirada, que funciona como causa de su deseo. Se ubica en la posición de arrancar un secreto al Otro (captar su goce oculto).

En las primeras entrevistas, el paciente relata con detalle sus escenas de voyeurismo, como si quisiera “mostrar” lo que vio. El analista corre el riesgo de ser puesto en el lugar de testigo-cómplice, un espectador al que se le “hace ver” lo prohibido. Incluso, aparece una demanda implícita: que el analista avale su práctica, o que funcione como aquel Otro que confirme la excitación de la escena.

El analista le señala el papel de la mirada: “Usted dice que no le interesa la mujer misma, sino ese instante de verla… ¿qué hay en ese instante que parece detenerlo todo?”. Esto introduce que no hay totalidad en lo que ve, que su goce depende de un punto ciego, una falta. En otro momento, cuando el paciente intenta ubicar al analista como cómplice, le pregunta: “¿Quiere que yo vea lo que usted vio?”.
Eso descompleta el lugar del Otro, mostrando que el analista no es garante de la escena.

***
En todos los casos, la transferencia se abre cuando el montaje fantasmático fracasa, o cuando aparece un malestar que el escenario no logra absorber. El analista interviene no desde la complicidad con el goce, sino introduciendo la falta en el Otro, bordeando el fantasma sin romperlo violentamente ni confirmarlo.

jueves, 19 de octubre de 2023

Las interevenciones del analista frente al "masoquismo moral"

El concepto de masoquismo está generalizado como una perversión y no tanto como efecto del lenguaje. El masoquismo es el efecto de la pulsión sobre el psiquismo o el cuerpo. El masoquista que monta una escena con un partenaire es una puesta en acto de lo que el neurótico padece cotidianamente. El neurótico piensa que es parte de todo lo bueno que el Otro tiene en su vida y cuando este Otro se comporta de una forma extraña y lo hace sufrir, el sujeto se ofrece una y otra vez, poniendo la cabeza en la guillotina, esperando que el Otro no lo vuelva a maltratar. 

El masoquismo fue un concepto escurridizo. En Pulsiones y sus destinos (1915), Freud pensó que el masoquismo era producto de un sadismo. Para 1915, todo comienza con el sadismo del sujeto, que por culpa produce retroactivamente una cuestión masoquista, una idea bastante teñida de lo imaginario. La idea de masoquismo primario apareció posteriormente.

En 1920, en Más allá del principio del placer, aparece la pulsión de muerte y Freud estableció la mezcla entre ésta y la pulsión de vida. El anudamiento de la pulsión de muerte a la pulsión de vida trae una consecuencia lógica: el masoquismo. Se trata de un punto donde el sujeto se hace doler, ofreciéndose al Otro. El neurótico no puede parar de sufrir. El sujeto está allí, acéfalo en tanto se produce esta pulsión de muerte... Pero cuando esta pulsión de muerte vuelve sobre él, el sujeto pasa a estar en el lugar de objeto. Esto es muy importante para la clínica: hay una parte activa y otra pasiva. El masoquismo no solo implica pasividad, sino actividad: volver una y otra vez a "hacerse pisar". El neurótico sabe que alguien le hace mal, pero piensa que tal vez esta vez no le suceda.

En un análisis, el sujeto se va a sorprender de lo que le sucede y el analista debe marcar las veces en donde el sujeto se encamina hacia esa repetición. Hay que determinar qué cosas lo encaminan hacia allí, por ejemplo, la creencia en un amor incondicional, el sentimiento de culpa, y todo lo que haga que el sujeto repita a ofrecerse activamente como objeto.

El otro punto trabajar es que el masoquismo tiene, para el paciente, un costado de "apuesta al lazo con el Otro", desconociendo la castración. El neurótico apuesta a no ver el sadismo del Otro. También el neurótico se niega a reconocer si a la otra persona no le interesa. ¿Por qué habría de serle interesante a todo el mundo? Esta pregunta está en la base de la neurosis y es duro darse cuenta que el otro quizá no quiera todo con él.

El neurótico desconoce todo acerca de esta apuesta. Piensa que el Otro va a cambiar, hay un punto de alienación en el Otro en lugar de verse a sí mismo. Es un problema con el verbo, las palabras que usa, a las cuáles hay que prestar atención e intervenir: "quiere maltratarme", puede decir un paciente. Los animales, que no están determinados por el lenguaje, no sufren el masoquismo. Debemos prestar atención a cómo un paciente habla.

sábado, 14 de octubre de 2023

El masoquismo en el ser humano

“La meta esencial del ser humano no es su propia felicidad” – S. FreudS. Freud concluye, porque así lo comprueba en su práctica clínica, que “no está en la naturaleza del hombre la búsqueda de su propio bien a través del Principio del Placer”.

La Pulsión de Muerte -introducida formalmente en 1920- es la encargada de destronar al Principio de Placer. Definida como una irrupción pulsional muda que está por fuera del campo simbólico (terreno del inconsciente y de las palabras).

¿Qué es el “Masoquismo primario”?

En el año 1924 Freud escribe el texto denominado “El problema económico del Masoquismo”, obra en la que da un paso más en la conceptualización de la Pulsión de Muerte, orientado por su clínica. Introducirá el concepto de “Masoquismo primario” para afirmar que el Masoquismo forma parte de la estructura psíquica de manera primitiva.

El Masoquismo Primario está fundado y constituido por la Pulsión de Muerte. Es irreductiblemente inconsciente y no puede ser abordado por medio de alguna interpretación/es.

¿Cómo se manifiesta el Masoquismo primario en la vida de un sujeto?

El Masoquismo se manifiesta, se da a ver, por hechos concretos que se comprueban y se confirman en la clínica.

¿Cómo se nos muestra? A través de:

. La autodestrucción del sujeto -consumo de sustancias de manera compulsiva, autolesiones, acting out y pasaje al acto-.

. La culpa acechante y eterna que martiriza al sujeto, junto a la necesidad inconsciente de un castigo que se siente merecido.

. La compulsión a la repetición de un “destino cruel”, como lo es tropezar siempre con la misma piedra que hace fracasar una y otra vez al sujeto.

Un “placer” sufriente: esa gran contradicción subjetiva

El Masoquismo puede ser definido como la “satisfacción paradójica” de la Pulsión de Muerte (contraria a toda lógica), en tanto el sujeto experimenta una satisfacción -inconsciente- en el sufrimiento.

Hagamos aquí una aclaración fundamental que Freud nos aporta: “El Masoquismo otorga un placer que no puede ser sentido como tal por la consciencia. El sujeto sólo vivencia un padecimiento psíquico de alto voltaje”.

J. Lacan conceptualizó a esta “satisfacción sufriente” nombrándola: “goce”.

Un aporte clave para nuestra práctica

Cuando Freud introduce -hacia el final de su obra- la conceptualización del “Masoquismo primario”, da un verdadero giro radical con respecto al alcance que tendrá de aquí en más la clínica psicoanalítica; en tanto brinda una nueva herramienta de intervención clínica fundamental: las “Construcciones en Psicoanálisis”. Ellas serán las que, a partir de entonces, Freud utiliza para poder abordar las presentaciones clínicas masoquistas, tan frecuentes en la práctica.

Una fina distinción clínica entre el “Superyó” y las “Presentaciones Masoquistas”

Si bien el Superyó está configurado por las Pulsiones de Muerte, sus mandatos insensatos, crueles y sádicos, aparecen en la consciencia y en el relato de los pacientes. Por lo tanto, el Superyó permite el abordaje clínico a través del primer método psicoanalítico, que sabemos se despliega a través la asociación libre.

En cambio, las experiencias Masoquistas padecientes están configuradas por la Pulsión de Muerte en su estado puro -irreductiblemente inconsciente-, la cual permanece en la estructura psíquica como un resto no elaborado ni elaborable.

El Masoquismo: Un tope a la clínica simbólica

La clínica de las Presentaciones Masoquistas es una práctica que deja forzosamente por fuera el “arte de interpretar”. Es imposible interpretar la Pulsión de Muerte en su estado puro, que no se liga a ninguna representación-palabra.

Las Presentaciones Masoquistas ponen un tope a la clínica simbólica. Se abrirán dos modalidades para nuestra práctica: (a) la clínica en su vertiente simbólica (asociación libre, para el terreno de los síntomas, las angustias y/o sufrimientos superyoícos) y (b) la clínica en su vertiente real (construcciones en psicoanálisis, para las presentaciones masoquistas -la autodestrucción del sujeto, la culpa eterna junto a la necesidad inconsciente de castigo y la compulsión a la repetición-).

jueves, 20 de octubre de 2022

El Problema Económico Del Masoquismo (1924) –adaptación curricular–

 Nota introductoria

Desde el punto de vista económico, la existencia de la aspiración masoquista en la vida pulsional puede calificarse de enigmática. El masoquismo es incomprensible si el principio de placer gobierna los procesos anímicos de modo tal que su meta inmediata sea la evitación de displacer y la ganancia de placer. Dolor y displacer dejan de ser advertencias para constituirse en metas y el principio de placer (guardián de nuestra vida) queda paralizado.


El masoquismo aparece bajo la luz de un gran peligro, lo cual no ocurre con su contraparte, el sadismo. Nos sentimos tentados de afirmar:


Principio de placer = guardián de nuestra vida, (no sólo de nuestra vida anímica). 


Pero debemos indagar la relación del principio de placer con las pulsiones de muerte y las pulsiones de vida.


Principio de placer: La tendencia a la estabilidad. El aparato anímico tiene el propósito de reducir a la nada las sumas de excitación que le afluyen, o al menos mantenerlas en el mínimo grado posible. Barbara Low propuso el nombre de principio de Nirvana, que aceptamos. Pero identificamos apresuradamente el principio de placer-displacer con este principio de Nirvana. 


Si el principio de placer fuera como Nirvana (no es):

  • Todo displacer debería coincidir con una elevación, y todo placer con una disminución, de la tensión de estímulo presente en lo anímico.

  • Está por completo al servicio de las pulsiones de muerte, cuya meta es conducir la inquietud de la vida a la estabilidad de lo inorgánico,

  • Tendría por función alertar contra las exigencias de las pulsiones de vida -de la libido-, que procuran perturbar el ciclo vital a cuya consumación se aspira. 


Pues bien; esta concepción no puede ser correcta. Es indudable que existen tensiones placenteras y distensiones displacenteras. El estado de la excitación sexual es el ejemplo más notable de uno de estos incrementos placenteros de estímulo, aunque no el únicoo.


Placer y displacer no pueden ser referidos al aumento o disminución de una cantidad, que llamamos «tensión de estímulo», si bien tienen mucho que ver con este factor. Parecieran no depender de este factor cuantitativo, sino de un carácter cualitativo. Estaríamos mucho más adelantados en la psicología si supiésemos indicar este carácter cualitativo. Quizá sea el ritmo, el ciclo temporal de las alteraciones, subidas y caídas de la cantidad de estímulo; no lo sabemos.


El principio de Nirvana, súbdito de la pulsión de muerte, ha experimentado en el ser vivo una modificación por la cual devino principio de placer; y en lo sucesivo tendríamos que evitar considerar a esos dos principios como uno solo. El poder del que partió tal modificación sólo pudo ser la pulsión de vida, la libido, la que se conquistó un lugar junto a la pulsión de muerte en la regulación de los procesos vitales. El principio de Nirvana expresa la tendencia de la pulsión de muerte; el principio de placer subroga la exigencia de la libido, y su modificación, el principio de realidad, el influjo del mundo exterior.


Ninguno de estos tres principios es destituido por los otros. En general saben conciliarse entre sí, aun cuando en ocasiones desembocará forzosamente en conflictos.


Conclusión: No puede rehusarse al principio de placer el título de guardián de la vida.


Volvamos al masoquismo. Se ofrece a nuestra observación en tres figuras: 

masoquismo erógeno

como una condición a la que se sujeta la excitación sexual

masoquismo femenino

como una expresión de la naturaleza femenina

masoquismo moral

como una norma de la conducta en la vida (behaviour)


Masoquismo femenino. Es el menos enigmático, y se lo puede abarcar con la mirada en todos sus nexos. Empecemos con él nuestra exposición.


De esta clase de masoquismo que desembocan en el acto onanista o la satisfacción sexual. Las escenificaciones (Veranstaltung} -reales de los perversos masoquistas responden punto por punto a esas fantasías, ya sean ejecutadas como un fin en sí mismas o sirvan para producir la potencia e iniciar el acto sexual. En ambos casos el contenido manifiesto es el mismo: ser amordazado, atado, golpeado dolorosamente, azotado, maltratado de cualquier modo, sometido a obediencia incondicional, ensuciado, denigrado. Es raro que se incluyan mutilaciones; cuando sucede, se les impone grandes limitaciones. La interpretación más inmediata y fácil de obtener es que el masoquista quiere ser tratado como un niño pequeño díscolo. Todo el material es homogéneo y accesible a cualquier observador aunque no sea analista. Las fantasías masoquistas ponen a la persona en una situación de feminidad, vale decir, significan ser castrado, ser poseído sexualmente o parir. Por eso he dado a esta forma de manifestación del masoquismo el nombre de «femenina», aunque muchísimos de sus elementos apuntan a la vida infantil. La castración o el dejar ciego, que la subroga, ha impreso su huella negativa en las fantasías: la condición de que a los genitales o a los ojos no les pase nada. En las fantasías masoquistas se expresa también un sentimiento de culpa cuando la persona afectada ha infringido algo (se lo deja indeterminado) que debe expiarse mediante todos esos procedimientos dolorosos y martirizadores. Esto aparece como una racionalización superficial de los contenidos masoquistas, pero detrás se esconde el nexo con la masturbación infantil. La culpa, nos lleva a la tercera forma, el masoquismo moral.


El masoquismo femenino se basa enteramente en el masoquismo primario, erógeno, el placer de recibir dolor; ¿Cuál es la explicación de esto?


En Tres ensayos de teoría sexual (1905) dije que la excitación sexual se genera por una gran serie de procesos internos, para lo cual basta que la intensidad de estos rebase ciertos límites cuantitativos». Según eso, también la excitación de dolor y la de displacer tendrían esa consecuencia. Esa coexcitación libidinosa provocada por una tensión dolorosa y displacentera sería un mecanismo fisiológico infantil que se agotaría luego. En las diferentes constituciones sexuales experimentaría diversos grados de desarrollo, y en todo caso proporcionaría la base fisiológica sobre la cual se erigiría después, como superestructura psíquica, el masoquismo erógeno.


Esta explicación es insuficiente al no arrojar ninguna luz sobre los vínculos íntimos entre el masoquismo y su contraparte pulsional, el sadismo. En el ser vivo (pluricelular), la libido se enfrenta con la pulsión de muerte; esta, querría desagregarlo y llevar a la condición de la estabilidad inorgánica (aunque tal estabilidad sólo pueda ser relativa). La tarea de la libido es volver inocua esta pulsión destructora; desviándola afuera, dirigiéndola hacia los objetos del mundo exterior. Recibe entonces el nombre de pulsión de destrucción, pulsión de apoderamiento, voluntad de poder. Un sector de esta pulsión es puesto directamente al servicio de la función sexual, donde tiene a su cargo una importante operación. Es el sadismo propiamente dicho. Otro sector no obedece a este traslado hacia afuera, permanece en el interior del organismo y allí es ligado libidinosamente con ayuda de la coexcitación sexual antes mencionada; en ese sector tenemos que discernir el masoquismo erógeno, originario.


¿Cómo se consuma este domeñamiento de la pulsión de muerte por la libido? Se produce una mezcla y combinación entre las dos clases de pulsión. No debemos contar con una pulsión de muerte y de vida puras, sino sólo con contaminaciones de ellas, de valencias diferentes en cada caso. 


La pulsión de muerte actuante en el interior del organismo -el sadismo primordial- es idéntica al masoquismo. Después que su parte principal fue trasladada afuera, sobre los objetos, en el interior permanece como su residuo el genuino masoquismo erógeno, que por una parte ha devenido un componente de la libido, pero por la otra sigue teniendo como objeto al ser propio. Así, ese masoquismo sería un testigo y un relicto de aquella fase de formación en que aconteció la liga entre Eros y pulsión de muerte. El sadismo proyectado, vuelto hacia afuera, o pulsión de destrucción, puede ser introyectado de nuevo, vuelto hacia adentro, regresando así a su situación anterior. Ese es el masoquismo secundario, que viene a añadirse al originario.


El masoquismo erógeno acompaña a la libido en todas sus fases de desarrollo, y le toma prestados sus cambiantes revestimientos psíquicos. 

Etapa/Fase


Zona erógena preferida

Oral

La angustia de ser devorada por el animal totémico (padre)

Mamas.

Sádico-anal

El deseo de ser golpeado por el padre.

Nalgas

fálico

La castración, si bien desmentida más tarde.

Pene.

genital definitiva

Ser poseído sexualmente y de parir, características de la feminidad.



Masoquismo moral: afloja su vínculo con lo que conocemos como sexualidad. El padecer como tal es lo que importa; el verdadero masoquista ofrece su mejilla toda vez que se presenta la oportunidad de recibir una bofetada. 


Nos ocuparemos primero de la forma extrema y patológica, de este masoquismo. En el tratamiento analítico nos topamos con pacientes cuyo comportamiento frente a la cura nos fuerza a atribuirles un sentimiento de culpa «inconsciente». Se trata de una de las resistencias más graves y el mayor peligro para el éxito de nuestros propósitos médicos o pedagógicos. La satisfacción de este sentimiento inconsciente de culpa es quizás el rubro más fuerte de la ganancia de la enfermedad el que más contribuye a la resultante de fuerzas que se revuelve contra la curación y no quiere resignar la condición de enfermo. El padecer que la neurosis conlleva es lo que la vuelve valiosa para la tendencia masoquista. Una neurosis que se mostró refractaria a los empeños terapéuticos puede desaparecer si la persona cae en la miseria de un matrimonio desdichado, pierde su fortuna o contrae una grave enfermedad orgánica. En tales casos, una forma de padecer ha sido relevada por otra, y vemos que únicamente interesa poder retener cierto grado de padecimiento.


No es fácil que los pacientes nos crean cuando les señalamos ese sentimiento inconsciente de culpa. No pueden admitir que albergan en su interior mociones de esa clase sin sentirlas para nada. Opino renunciar a la denominación «sentimiento inconciente de culpa», y en cambio hablar de una «necesidad de castigo». No podemos localizar este sentimiento inconciente de culpa según el modelo del sentimiento conciente.


Superyó🡪 función de la conciencia moral, sentimiento de culpa🡪 expresión de una tensión entre el yo y el superyó. El yo reacciona con sentimientos de culpa (angustia de la conciencia moral) ante la percepción de que no está a la altura de los reclamos que le dirige su ideal, su superyó. ¿Cómo ha llegado el superyó a este exigente papel?, y ¿por qué el yo tiene que sentir miedo en caso de haber diferencia con su ideal?


El yo encuentra su función en conciliar entre sí, en reconciliar las exigencias de las tres instancias a las que sirve, también para esto tiene en el superyó el arquetipo a que puede aspirar. Este superyó es el subrogado tanto del ello como del mundo exterior. Su génesis: los primeros objetos de las mociones libidinosas del ello, la pareja parental, fueron introyectados en el yo, a raíz de lo cual el vínculo con ellos fue desexualizado, experimentó un desvío de las metas sexuales directas. Sólo de esta manera se posibilitó la superación del complejo de Edipo. El superyó conservó caracteres esenciales de las personas introyectadas: su poder, su severidad, su inclinación a la vigilancia y el castigo. Es concebible que la severidad resulte acrecentada por la desmezcla de pulsiones que acompaña a esa introducción en el yo. Ahora el superyó, la conciencia moral eficaz dentro de él, puede volverse duro, cruel, despiadado hacia el yo a quien tutela. El imperativo categórico de Kant es la herencia directa del complejo de Edipo.


Pero esas mismas personas que siguen ejerciendo una acción eficaz dentro del superyó, pertenecen además al mundo exterior real. De este fueron tomadas; su poder, tras el que se ocultan todos los influjos del pasado y de la tradición, fue una de las exteriorizaciones más sensibles de la realidad. Merced a esta coincidencia, el superyó, el sustituto del complejo de Edipo, deviene también representante del mundo exterior real y, así, el arquetipo para el querer-alcanzar del yo.


El complejo de Edipo es la fuente de nuestra moral. En el curso del desarrollo infantil, que lleva a la progresiva separación respecto de los progenitores, va retrocediendo la significatividad personal de estos para el superyó. Se anudan después los influjos de maestros, autoridades, modelos que uno mismo escoge y héroes socialmente reconocidos, cuyas personas ya no necesitan ser introyectadas por el yo, que ha devenido más resistente. La figura última de esta serie que empieza con los progenitores es el oscuro poder del destino, que sólo los menos de nosotros podemos concebir impersonalmente. 


Volvamos al masoquismo moral. Dijimos que la conducta de las personas aquejadas despierta la impresión de que sufrieran una desmedida inhibición moral y estuvieran bajo el imperio de una conciencia moral particularmente susceptible, aunque no sea conciente nada de esa hipermoral. Pero, si lo estudiamos de más cerca, notamos bien la diferencia que media entre 


La continuación inconsciente de la moral

el masoquismo moral

el acento recae sobre el sadismo acrecentado del superyó, al cual el yo se somete. El sadismo del superyó deviene conciente casi siempre con estridencia.

El acento recae sobre el genuino masoquismo del yo, quien pide castigo, de parte del superyó, o de los poderes parentales de afuera. El afán masoquista del yo permanece en general oculto para la persona y se lo debe descubrir por su conducta.

En los dos casos se trata de una relación entre el yo y el superyó o poderes equiparables a este último; y en ambos el resultado es una necesidad que se satisface mediante castigo y padecimiento.


La condición de inconsciente del masoquismo moral nos pone sobre una pista interesante. Podríamos traducir «sentimiento inconsciente de culpa» por «necesidad de ser castigado por un poder parental». Ahora bien, sabemos que el deseo de ser golpeado por el padre, frecuente en fantasías, está relacionado con otro, el deseo de entrar con él en una vinculación sexual pasiva (femenina), y no es más que la desfiguración regresiva de este último. Si referimos este esclarecimiento al contenido del masoquismo moral, se nos vuelve evidente su secreto sentido. La conciencia moral nació por la superación, la desexualización, del complejo de Edipo; mediante el masoquismo moral, la moral es resexualizada, el complejo de Edipo es reanimado, se abre la vía para una regresión de la moral al complejo de Edipo. Y ello no provoca en beneficio de la moral ni del individuo. Es posible que en el masoquismo naufrague buena parte de la conciencia moral. Por otra parte, este último crea la tentación de un obrar «pecaminoso», que después tiene que ser expiado con los reproches de la conciencia moral sádica o con el castigo del destino, ese gran poder parental. Para provocar el castigo por parte de esta última subrogación de los progenitores, el masoquista se ve obligado a hacer cosas inapropiadas, a trabajar en contra de su propio beneficio, destruir las perspectivas que se le abren en el mundo real y, eventualmente, aniquilar su propia existencia real.


La reversión del sadismo hacía la persona propia ocurre regularmente a raíz de la sofocación cultural de las pulsiones, en virtud de la cual la persona se abstiene de aplicar en su vida buena parte de sus componentes pulsionales destructivos. La destrucción que retorna desde el mundo exterior puede ser acogida por el superyó, y aumentar su sadismo hacia el yo, aun sin mediar aquella mudanza. El sadismo del superyó y el masoquismo del yo se complementan uno al otro y se aúnan para provocar las mismas consecuencias. Sólo así es posible que de la sofocación de las pulsiones resulte un sentimiento de culpa, y que la conciencia moral se vuelva más severa cuanto más se abstenga la persona de agredir a los demás. De un individuo que sabe que suele evitar agresiones culturalmente indeseadas, cabría esperar que por esa razón tuviera buena conciencia y vigilara a su yo con menor desconfianza. Lo habitual es presentar las cosas como si el reclamo ético fuera lo primario y la renuncia de lo pulsional su consecuencia. Pero así queda sin explicar el origen de la eticidad. En realidad, parece ocurrir lo inverso; la primera renuncia de lo pulsional es arrancada por poderes exteriores, y es ella la que crea la eticidad, que se expresa en la conciencia moral y reclama nuevas renuncias de lo pulsional. 


Así, el masoquismo moral pasa a ser testimonio de la mezcla de pulsiones. Su peligrosidad se debe a que desciende de la pulsión de muerte, corresponde a aquel sector de ella que se ha sustraído a su vuelta hacia afuera como pulsión de destrucción. Pero como tiene el valor psíquico de un componente erótico, ni aun la autodestrucción de la persona puede producirse sin satisfacción libidinosa.