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miércoles, 19 de febrero de 2025

Los celos feminizan.

Habitualmente, es la histeria quien mejor testimonia del estatuto sintomático de los celos, en la medida en que sus corrientes celotipias son un modo de interrogar el carácter enigmático del deseo del hombre en función de la Otra. “¿Qué le viste a ésa?” o bien “¿Cómo pudiste estar antes con ella?” son preguntas habituales que, en la histeria, apuntan menos a buscar una respuesta que aporte un dato que al propósito de sostener una versión del deseo que la ubique en la escena como excluida y, por ende, no la toque como causa. Por esta vía, asimismo, los celos histéricos son una vía privilegiada para sostener el goce de la sustracción –cuestión que incluso se corrobora en que, como ocurre en nuestros días, la histérica preste el cuerpo para el acto sexual, es decir, condescienda a ser objeto de goce... a expensas de una fantasía en la cual se pregunte si acaso él no piensa en otra mujer en ese momento–. Por lo tanto, los celos de la histérica pueden ser una defensa eficaz (sostenida en la posición antedicha) contra el acto (de ser tomada por un hombre) y, cabe pensar, un análisis de un caso de histeria que no haya elaborado este trasfondo celotípico seguramente no habrá avanzado demasiado.

Asimismo, respecto del uso defensivo de los celos puede destacarse una elaboración que se desprende de otro libro reciente: ¿Qué quiere decir “hacer” el amor? (2010) de G. Pommier. Para dar cuenta de este aspecto, mencionaremos un breve recorte clínico del tratamiento de un obsesivo que, luego de un episodio de fuerte celotipia respecto de su esposa, que llevó a una discusión (y una reconciliación en el período de una semana), tiene el sueño siguiente:

“Mi mujer está en una oficina, mi oficina, y hace mi trabajo. De repente entra un hombre que dice querer conversar con ella, y yo escucho las preguntas que le hacen. Son preguntas sobre cuestiones profesionales, pero yo interpreto –me resulta evidente– que esas preguntas son tendenciosas, ya que el hombre está interesado en mi mujer. Siento celos. Me angustio y me despierto.”

Curiosamente, este sueño angustiante tiene también la función de demostrar la condición interpretante del inconsciente: en el curso de las asociaciones, este analizante se sorprende al notar que sus celos sobrevinieron en un momento singular, ya que en ese entonces la relación con su mujer alcanzaba una suerte de reencuentro en el cual él podía sentirse enamorado “de nuevo”. En este punto, la interpretación fue una traducción brusca: sus celos –en el sueño– mostraban un punto de identificación narcisista con su mujer, es decir, ese punto en que él podía volver a verse a sí mismo a través de ella y reconocer el rebrote de su condición de seductor (el día que precedió al sueño se había encontrado pensando en “lo bien y lo lindo” que se sentía junto a su mujer... y el efecto cautivante que eso producía en otras mujeres).

En definitiva, el inconsciente le interpretaba que sus celos eran una manera de defenderse de ese nuevo amor que sentía por su mujer; su celotipia era una proyección del temor que sentía por volver a enamorarse.

Como sostiene G. Pommier en el libro que mencionamos, el amor feminiza a un hombre –a menos que su amor sea la demanda infantil de ser amado–; por lo tanto, la angustia de castración para un hombre no tiene que ver con la expectativa de que el falo le sea cortado, sino con la capacidad de asumirse como amante ya que “cuando una mujer provoca una erección, ese falo le pertenece y su amante puede experimentar por ello una angustia de castración que lo feminiza”. (5)

De este modo, el análisis de la bisexualidad constitutiva del hombre no tendría tanto que ver con el deseo por otro hombre sino con la asunción, propiamente dicha, de una posición de amante –ya que cuando un hombre ama... lo hace como mujer–. Así, en función del recorte clínico anteriormente mencionado, no alcanza con decir que allí los celos eran un reaseguro narcisista contra el deseo, sino que el análisis de un hombre que no haya considerado su posición respecto del amor –más allá de la degradación del partenaire a la condición de objeto fantasmático– tampoco habrá avanzado demasiado.

Por último, cabe retomar la indicación anterior a la proyección. Es un hábito reducir la concepción psicoanalítica de los celos a este único mecanismo. En otro contexto ya hemos estudiado la diversidad de referencias relativas a esta cuestión. (6) Expongamos aquí sólo algunos resultados de ese trabajo anterior: no sólo desde la perspectiva freudiana pueden encontrarse otras variables junto a la proyección (que, en realidad, se aplican a la paranoia), como en el caso de los celos normales o edípicos, o bien en un caso singular de celos que Freud –en su célebre artículo de 1922– adscribe a una asunción del “punto de vista de la mujer”.

En función de esta última mención, en el contexto antedicho, hemos construido el fantasma que subtiende los celos proustianos de En busca del tiempo perdido, donde los celos del protagonista por Albertine restituyen un goce supuesto a la mujer (como un modo neurótico de responder a la pregunta por el goce femenino a través de un fantasma escópico articulado a un deseo de ver).

Asimismo, en dicho contexto hemos apreciado que los celos del protagonista eran muy distintos de, por ejemplo, los que padecían Swann o Charlus respecto de sus amantes. Por lo tanto, el interés –antes que en proponer una “teoría general” de los celos, a través de un mecanismo ubicuo– radica en establecer diferencias clínicas que no se confunden con un retorno larvado a la pasión clasificatoria de una psicopatología, esta vez, de la mano de una pseudo-hipótesis etiológica, sino de atenerse al despliegue de un caso en función de lo que se produce en la dinámica de la dirección de la cura. No otra cosa decía Lacan cuando sostenía en la Apertura de la sección clínica que “la clínica psicoanalítica consiste en el discernimiento de cosas que importan y que cuando se haya tomado conciencia de ellas serán de gran envergadura”.

5- Esta indicación de Pommier remite, indirectamente, a una formulación de Lacan en el seminario 10: “Sea como sea, si la mujer suscita mi angustia, es en la medida en que quiere mi goce, o sea, gozar de mí. [...] En la medida en que se trata de goce, o sea, que ella va a por miser, la mujer sólo puede alcanzarlo castrándome”.
6- Cf. Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante, Buenos Aires, Letra Viva, 2013.

Fuente: Lutereau, Luciano "Ya no hay hombres: Ensayos sobre la destitución masculina" . Capítulo "El malestar contemporáneo"

sábado, 15 de febrero de 2025

Algunas reflexiones sobre el amor

 Como pueden señalar Deleuze (1972) o Barthes (1977), enamorarse es aprender a reconocer al otro por aquellos signos que le son propios. Por ello, el amante se transforma en un semiólogo en estado puro, salvaje, que se halla en constante decodificación, acción intensa de lectura de los signos o las pruebas de amor. Los signos, pueden ser de felicidad, como también de desgracia. Incluso, los mismos signos que otrora tuvieron que ver con el amor, pueden conducirnos al dolor, a los celos, al desamor, lo que lleva a sentir que el tiempo invertido en su aprendizaje, ha sido un tiempo -irremediablemente- perdido. Una doble decepción. Deleuze ha llamado a esto la "contradicción del amor". Siempre un poco de ambos. Uno se encuentra, pues, en un constante acecho de los signos, un "buscón" de tales indicios, frente a los cuales, se erige como intérprete, traductor o exégeta. Signos, que en la actualidad, son cada vez más múltiples y cambiantes, confundiendo toda lectura de éstos, lo que deja a los amantes, irremediablemente, sumidos en la maldición del lenguaje: los equívocos y malos entendidos inevitables, en un código que nos precede.

Pero, los celos, como signos inequívocos de una verdad revelada, sobre la farsa del amor, empujan al amante al abandono de ese amor, para continuar con su repetición serial por otros caminos, ya sea como salida triunfal ante la posible derrota, o como forma de defensa que preserva al sujeto de enfrentar lo inevitable del amor: la no incondicionalidad que lo vuelve siempre inestable. Las leyes del amor, podría decir Dolina, un lector de Proust (como Deleuze), son las leyes de la mentira. René Schérer (1998), propondrá que el amor, ha de ser, siempre una "profundidad superficial", puesto que, los signos verdaderos, no cruzan la línea de los sexos, se hallan de cada lado de ellos, ofrecidos a sus pares.

martes, 12 de noviembre de 2024

Fracaso y repetición

 Borges solía decir que lo único que puede enseñarse es el amor. Esto plantea una pregunta central: ¿por qué la transferencia es la condición fundamental de todo análisis, más allá de considerarla simplemente como su motor y obstáculo? Una clave esencial es entender la transferencia en términos de repetición. En el Seminario 11, Lacan señala que la transferencia se identifica con la repetición, lo que constituye una crítica a Freud, quien la concebía como la repetición de algo olvidado.

Sin embargo, repetición y transferencia no son equivalentes. Antes de plantear esta crítica, Lacan se había preguntado en el Seminario 8: "¿Quién pensó que fueran conceptos distintos?". Esto muestra la oscilación de Lacan en su reflexión sobre la transferencia.

En el Seminario 5, Lacan explora cómo se instala la transferencia, vinculándola con la demanda en términos de una filigrana. Utiliza la metáfora del papel visto a contraluz, donde se revela la marca de su fabricación. Así, la demanda muestra de manera velada las huellas del Otro que emergen en el proceso analítico.

La demanda no siempre se presenta de esta forma velada o "en filigrana"; a veces aparece de manera directa. ¿Cuál es la diferencia?

Cuando la demanda se muestra en filigrana, vemos un ejemplo clásico en los grandes casos clínicos de Freud, donde el analista se convierte en una figura más dentro de la serie psíquica del paciente, ocupando el lugar del Otro. En estos casos, el analista soporta y encarna esas marcas del Otro, facilitando así la posibilidad de metaforizar esa posición. Sin embargo, esto no siempre ocurre de manera automática. En cuadros como la melancolía u otras neurosis narcisistas, por ejemplo, la transferencia no se manifiesta bajo estos mismos términos, requiriendo un trabajo adicional para que dicha dinámica se establezca.

En este contexto, se observa una transferencia de objeto que debe estar presente desde el inicio, ya que, de no ser así, resulta complicado pensar en un posible final del análisis.

Existen áreas donde la configuración clínica no se manifiesta en filigrana. Para ilustrarlo, consideremos el siguiente caso:

Daniel es el típico ejemplo de lo que hoy se llama "tóxico", un término en boga. Sus parejas lo etiquetan de esta manera, y con el tiempo él empieza a identificarse con esa descripción. Su comportamiento se caracteriza por unos celos extremos y una demanda constante, hasta que las relaciones se vuelven insostenibles. Daniel comenta que, cuando está solo, siente alivio de sí mismo, porque en presencia de otra persona, se siente tomado por una pasión que no puede controlar. A partir de aquí, empieza a construir una narrativa personal.

La historia de Daniel incluye una madre que celaba intensamente a su padre. Tras la muerte del padre, durante la adolescencia de Daniel, los celos de la madre se dirigieron hacia él. Esta situación, sin embargo, no duró mucho porque la madre falleció, dejando a Daniel bajo el cuidado de otra persona. Ya en la adultez, los celos se transfieren a sus parejas, quienes se convierten en los nuevos objetos de su desconfianza.

Lacan sostiene en los Seminarios 8 y 11 que el análisis se desarrolla en el campo del Otro. Esto significa que el objeto de deseo que alguna vez estuvo destinado al Otro se transfiere, permitiendo que el proceso analítico transcurra con esta creación freudiana llamada transferencia. Aquí, el paciente asume el lugar de objeto, pero ahora transferido al Otro (el analista). No se trata simplemente de una historización o anamnesis lineal, sino de un diálogo entre las pasiones y las razones, algo que ya se había explorado en la filosofía y que Freud lleva al dispositivo analítico.

Este dispositivo, al que Freud considera artificial, permite precisamente este intercambio entre razones y pasiones. El objeto de la pasión se transfiere al Otro, encarnado por el analista, quien simula ser el objeto que alguna vez fue para el Otro. Así, la transferencia se convierte en el espacio donde las dinámicas inconscientes del deseo y la demanda encuentran un lugar de expresión y elaboración.

Un aspecto fundamental a considerar es el de la desposesión. En el amor y el deseo, hay una articulación intrínseca con la angustia. El amante se encuentra en un estado de desposesión, pues percibe que el objeto de su deseo se encuentra en el Otro. Por lo tanto, el amor no está exento de angustia; más bien, en esta dinámica pasional, el sujeto se siente despojado, experimentando su falta al encontrar el objeto deseado en el Otro. Aquí es donde la transferencia interviene, permitiendo responder a este encuentro con el objeto faltante de una forma distinta.

En El Banquete de Platón, el amado porta el objeto deseado —el agalma—, algo que el amante desconoce. En la escena previa al banquete, Alcibíades era amante de Sócrates, quien además desempeñaba el rol de su enseñante. El desarrollo del banquete recuerda a las sesiones iniciales de un análisis: los comensales hablan libremente del amor, permitiendo un flujo similar al de la asociación libre. Sin embargo, este hablar se transforma en actuar cuando Alcibíades introduce una torsión inesperada.

Generalmente, pensamos que la angustia inhibe la acción, pero existe otra vertiente donde la angustia empuja al acto. Ambas dimensiones aparecen en la clínica. Lacan, en el Seminario 10, sostiene que el acto le resta a la angustia su certeza. En el banquete, Alcibíades irrumpe con una declaración amorosa hacia Sócrates, poniéndolo en evidencia frente a todos, como menciona Lacan en el Seminario 8. Sócrates responde desentendiéndose y deriva la demanda a Agatón, sugiriendo que Alcibíades realmente se dirige a él.

Este manejo de la transferencia por parte de Sócrates —desviar la demanda hacia un tercero— tiene como objetivo que el proceso continúe, pero no es la única maniobra posible. Freud cuestiona esta práctica, planteando la paradoja de invocar a los demonios del deseo para luego intentar silenciarlos. En lugar de derivar la demanda, el analista podría asumir la responsabilidad de ser soporte del objeto de deseo.

Aquí es donde entra en juego el deseo del analista. Ante la angustia que surge del lado del paciente, e incluso del propio analista, existe la tentación de actuar para mitigar esa tensión. Sin embargo, el analista, a través de su deseo, debería ser capaz de soportar la posición de ser objeto de la pasión del paciente, en lugar de buscar neutralizarla o desviar la demanda hacia otro lugar. La capacidad de sostenerse en esa posición sin actuar ni desentenderse es crucial para que el análisis pueda avanzar, permitiendo que el paciente elabore su relación con el objeto de deseo en el campo transferencial.

Fuente: Notas de la conferencia de Kligmann Leopoldo "Fracaso y repetición", texto elaborado con IA.

domingo, 18 de agosto de 2024

La Pareja como Síntoma ¿Cómo reconocerla clínicamente?

 La Pareja como Síntoma ¿Cómo reconocerla clínicamente?

Cada vez son más frecuentes los casos de parejas que consultan por:

  • Dependencia Extrema en el vínculo.

  • Desconfianza y Celos Patológicos. 

  • Violencia verbal, psicológica y/o física.

  • Desborde y/o desgaste en el vínculo. 

Estos son SÍNTOMAS DE LA PAREJA, pero… ¿Qué significa clínicamente: “La Pareja como Síntoma, El Compañero como Síntoma”?

“La Pareja como Síntoma”: 3 manifestaciones que reconocemos en la Clínica

A) La pareja (el compañero) puede representar un estado fijo y salvaje -que no llega a lograr la metaforización y el desplazamiento característico del síntoma-. 

Produce así un puro padecimiento, del cual los sujetos se hallan imposibilitados -psíquicamente- de desprenderse. 

El compañero adquiere el estatuto de un “deseo loco”, por estar enlazado a un extremo y totalizante ideal.


B) La pareja puede representar un síntoma asimilado al Yo, al que se le encuentra un beneficio.

No se tolera al compañero, pero el vínculo brinda tantas ganancias (económicas, reguladoras y convenientes para otros órdenes de la vida), que se prefiere hacer la vista a un lado. Así, estamos en el plano de lo que S. Freud denomina “beneficio secundario del síntoma”.


C) La pareja puede representarle al sujeto un enigma que cause su propia interrogación, tal como ocurre cuando un síntoma está siendo analizado.

Así, a partir del vínculo con el compañero, el partenaire es capaz de hacerse una pregunta que lo implique subjetivamente en aquello que lo concierne a lo íntimo de su ser. De esta forma, se le concede a la pareja el don de la palabra y la escucha, lejos de que sus dichos sean tomados como un ataque o una desestabilización afectiva.

 

Una enseñanza de J. Lacan: 
“No hay relación sexual”

viernes, 24 de mayo de 2024

El cuerpo en la neurosis obsesiva

Notas de la conferencia "El cuerpo en la neurosis obsesiva" de Patricio Álvarez, en Causa Clínica.

El cuerpo en psicoanálisis.

Primer momento: El cuerpo imaginario en relación a lo simbólico del ideal del yo. 

Comenzamos conm cuerpo que se construye en el estadío del Espejo. El cuerpo especular que se produce con la identificación al semejante.

Lacan agrega, al cuerpo especular, la determinación de lo simbólico. Se introduce el Otro y lacan ubica al yo respecto al ideal del yo, es decir, el modo en que ese cuerpo queda situado a partir del significante. El ideal del yo se pone en juego en relación al deseo del Otro. El ideal del yo, tal cual Freud lo ubicó como heredero del complejo de Edipo, sitúa las marcas del deseo del Otro sobre el sujeto. En lo que refiere a la relación entre el yo y el ideal del yo se ubica el sujeto, en relación a su propio ideal. Cotidianamente esto se llama "autoestima", porque se trata de la relación entre el yo y el ideal del yo. Es decir, nos referimos por un lado a la unificación especular y a la relación con el ideal del yo.

Lacan plantea que el cuerpo especular está unificado gracias a una construcción ficcional, que es el yo. Tiene que ver con una identificación al semejante y una anticipación del otro de los cuidados, donde el niño comienza a tener dominio de su cuerpo. 

En esta dimensión entre la imagen unificada del cuerpo y la posibilidad de ruptura de esa unidad encontramos el cuerpo fragmentado. A nivel de lo imaginario, el cuerpo puede aparecer de manera unificada o fragmentada.

Segundo momento: Relación de lo imaginario del cuerpo con las zonas erógenas. Seminario 10 y 11, operaciones de alienación y separación.

Lacan  teoriza, respecto al estadío del espejo, una condición necesaria para que haya identificación especular: las operaciones de alienación y separación. La condición necesaria para que se construya la imagen especular es la extracción del objeto a. En la operación de separación se produce la pérdida del objeto a. En Freud, encontramos la referencia a la primera experiencia de satisfacción, que es irrepetible, pues en la segunda vez se pierde ese goce inicial. Esa pérdida de goce inicial Lacan la ubica como pérdida del objeto a o separación.

En la neurosis, a partir de la extracción del objeto, en el cuerpo se produce una superficie unificada alrededor de agujeros u orificios corporales. ya no es una pura superficie como era en el estadio del espejo anterior, sino que es una superficie agujereada por las zonas erógenas. Esas zonas erógenas le dan al cuerpo conexión entre lo especular y el goce. 

Cuando no se produce la extracción del objeto estamos en el campo de las psicosis. Allí, aunque hay estadio del espejo, no hay separación y el cuerpo aparece desarmado o dispuesto a fragmentarse. Lo vemos claramente en la esquizofrenia, pero también en la paranoia, donde la fragmentación se ubica en el campo del semejante, el cual se multiplica bajo formas persecutorias o erotómanas. Por ejemplo, en el caso Schreber están las multiplicaciones de las almas de Flechsig. 

En el autismo tampoco hay extracción del objeto y no se construye la imagen especular.

Tercer momento: El misterio del cuerpo hablante. Seminario 20 en adelante.

Lacan ubica una temporalidad anterior a la especular y al lenguaje, el momento donde se produce el traumatisme, el agujereamiento que permitirá todas las formas de anudamiento. Se trata del agujero inicial, que se produce con el primer encuentro entre lo simbólico con el cuerpo material (y no la imagen especular). Lacan ubica esto como el cuerpo del parletre, en un tiempo anterior a la constitución del sujeto del inconsciente.

El parletre o habla-ser no es el del lenguaje, sino que se trata de una primera entrada de lo simbólico, que Lacan llama lalengua.  Lalengua no es el sistema de oposición entre significantes, sino la primera entrada de lo sonoro, por ejemplo en la hilación del bebé, o en el ruido que escucha del Otro cuando todavía no tiene el lenguaje. Es un eco, un murmullo donde todavía no están diferenciados los significantes. En esa sonoridad, el cuerpo funciona como una caja de resonancia, donde se hace eco de un decir, de la lengua. Este es para lacan, el misterio del cuerpo hablante. Lacan dice que este cuerpo se siente, pero que no se puede decir demasiado sobre eso y que si bien a ese cuerpo se lo tiene, se trata de la primera entrada del goce en el cuerpo.

Cada una de estas concepciones del cuerpo tiene consecuencias clínicas. Si bien Lacan se refiere al cuerpo en el registro imaginario, cada vez más en su obra aparece la relación con lo real, entre la imagen del cuerpo y el goce del cuerpo.

En las tres épocas, la referencias al cuerpo parten de lo imaginario, pero en la última época lo imaginario ha tomado un carácter mucho más importante como consistencia de la que tenía en la primera enseñanza. 

En esta última concepción del parletre y el cuerpo hablante, Lacan construye una oposición que vamos a tomar para la neurosis obsesiva. En un texto correlativo al Seminario 22, La Tercera, Lacan establece la diferenciación entre dos modos de goce:

  • El goce entre lo imaginario y lo real. Lacan lo llama "goce en el cuerpo", un goce que se siente pero nada puede ser dicho sobre él. Está relacionado con el goce femenino, pero no es lo mismo.
  • El goce entre simbólico y real: Es el goce fálico, fuera del cuerpo, porque está ubicado en el falo, un elemento que pertenece al cuerpo, pero a la vez no, por provenir del significante. Falo no es el pene, sino un significante que proviene de la cultura y lo simbólico. El goce fálico, por eso, está fuera del cuerpo. 

El parletre se divide en estos goces y nos importa porque está en relación con la neurosis obsesiva.

***

Lacan sitúa, desde el inicio, trabaja a la neurosis obsesiva poniendo el centro en lo imaginario. Ahora que vimos la conceptualización del cuerpo, se entiende más por qué el neurótico obsesivo no se queda solo en lo imaginario de la relación al semejante, sino que en le relación de lo imaginario con el goce tiene un papel fundamental.

Lacan primero habla que el neurótico obsesivo tiene una construcción reforzada de su yo, es decir, el yo del obsesivo es fuerte, lleno de mecanismos de defensa. En cambio, el yo en la histeria solo tiene el mecanismo de represión. En la neurosis obsesiva vamos a encontrar otros mecanismos auxiliares, pues la defensa obsesiva queda infiltrada por la pulsión, según Freud. Recordamos que Freud decía que se producía una primera defensa, donde se producía la represión. El retorno de esa represión era un síntoma con una carga extra de satisfacción pulsional que requería una nueva defensa contra ese síntoma. Ya no es la lucha contra la representación reprimida, sino contra el síntoma mismo. En esa lucha contra el síntoma mismo se infiltraba otro goce, de manera que había que realizar una nueva lucha contra ese síntoma secundario, que eran las compulsiones. Eso no se detiene.

Leyendo a Freud, Lacan establece que en la neurosis obsesiva hay un yo reforzado por muchas defensas y por otro lado, un exceso de goce del cual el aparato intenta defenderse permanentemente. Ese exceso de goce es la presencia de la pulsión. Freud enseñó que la fijación en la neurosis obsesiva estaba dada por un "más de satisfacción", mientras que la fijación de la histeria era un "menos de satisfacción" (deseo insatisfecho). El obsesivo se defiende de ese "más de satisfacción". Acá ya hay un elemento, que es la relación del obsesivo a un cuerpo en el que el exceso pulsional, un más de goce, está puesto en juego de entrada. El obsesivo se defiende de eso y en esa defensa está la relación con el cuerpo, que puede darse:

- Un exceso de satisfacción que el sujeto siente.

- Una formación reactiva contra el exceso de satisfacción.

La sexualidad en la neurosis obsesiva está relacionada siempre con ese exceso, que está en más. Con lo cual, en la neurosis obsesiva el modo de tener y sentir un cuerpo siempre está ligado a algo de la prohibición. El cuerpo se vive con culpa moral, a la deuda y al superyó. Freud habló de esto desde el inicio acerca de este excedente sexual del que el sujeto debe defenderse.

En el Hombre de las Ratas está ubicado este primer encuentro con un goce excesivo para el niño, cuando él a los 5 años miraba las bombachas a las nodrizas (exceso de pulsión escópica). En ese punto se produce la forma lógica del síntoma excesivo: "Si, entonces..." Acá aparece el deseo de ver a las mujeres desnudas y la defensa, donde está en juego la prohibición. En el historial, esta es "Si deseo ver mujeres desnudas, mi padre morirá". Aparece una forma de goce junto a la defensa.

El hombre de las ratas tiene un recuerdo encubridor, donde se pone en juego otra pulsión, la sádica. Se trata de un recuerdo de los 3 años de edad, la paliza del padre. Él había hecho algo que estaba mal -y no recuerda qué era. El padre le pega, pero como el niño no tenía muchas palabras disponibles, le contesta "Eh tu, lámpara, pañuelo, plato..." como si fuera un insulto.

Lacan presta mucha atención a los recuerdos encubridores, porque en los grandes casos del psicoanálisis siempre remiten al fantasma y al objeto a. Por ejemplo, el recuerdo encubridor de Dora chupándose el dedo y tirándose de la oreja al hermano, está puesto en juego la pulsión oral. Lacan la toma para determinar que esa es la matriz fantasmática en Dora. En el Hombre de las Ratas, su matriz fantasmática lo que aparece es la furia contra el padre situada en relación a un goce sádico, de vengarse de él. Ese goce sádico, ligado al erotismo anal, va a ser el eje de todo el análisis del hombre de las ratas. Freud sitúa que el Hombre de las ratas es un "criminal", aunque no sabe de qué crimen se trata y alrededor de eso gira el análisis, tomar posición el sujeto frente a su sadismo.

En relación al sadismo está puesto el objeto anal, que va a ser el eje del trabajo del hombre de las ratas, donde está en juego el fantasma situado en ese primer recuerdo encubridor. La relación del hombre del hombre de las ratas a su propio cuerpo está ligada a un modo de satisfacción, que es la satisfacción sádica y por el otro, a una defensa permanente frente a esa satisfacción

Los mecanismos auxiliares aparecen subsidiarios de una represión que no es suficiente:

- Formación reactiva. Se opone lo contrario, lo reactivo, a esa satisfacción puesta en juego. Si la satisfacción es sádica, la formación reactiva es ser un hombre excesivamente bueno y agradable. Incluso temeroso a lo que tenga que ver con el sadismo. Acá aparece ese síntoma de sacar y poner la piedra para que el carruaje de la dama no la chocara.

- Anulación. Se anula lo acontecido, se lo niega.

- Aislamiento. Consiste en aislar dos representaciones para que no se relacionen entre sí. 

En el obsesivo, entonces, la relación con el cuerpo tiene que ver con un exceso de goce o con la defensa contra ese goce. No se trata de una relación fácil, sino de oposición: exceso o prohibición. Aparece la duda, la deuda, la autoacusación, en la línea del superyó.

Hay tres modalidades clínicas, hasta acá, de tener un cuerpo en la neurosis obsesiva:

1) Una relación a un goce que se vuelve excesiva o tiene el potencial de volverse así. El obsesivo a veces se permite goces excesivos, que pueden ser sexuales, drogas, etc. Luego aparece la culpa.

2) La formación reactiva, donde ese goce queda vaciado, sublimado. El obsesivo vive su vida de un modo aburrido, desconectado de su propio cuerpo y deseo. En este punto, el obsesivo vive como si no tuviera cuerpo.

3) La modalidad de la culpa y la prohibición. Una relación culposa con el cuerpo, en la dimensión superyoica. Aquí el obsesivo está en posición de sacrificio corporal, trabajando para el otro: da demasiado, compulsión al trabajo, etc.

En este punto, trabajamos con la segunda modalidad del cuerpo que vimos: la de la imagen del cuerpo con sus objetos a. Así lo ubicamos en el caso del Hombre de las ratas  con la pulsión anal y la escópica.

Habíamos hablado de la división entre el goce fálico y el goce en el cuerpo de la última enseñanza de Lacan. Nos interesa la relación al falo en la neurosis obsesiva.

Primero, Lacan ubicó la diferencia entre falo simbólico e imaginario. El falo simbólico es una fórmula vacía, el significante del deseo. No es ninguna imagen, ni el niño, ni el pene... Sino el deseo funcionando, al cual no se lo puede nombrar. Si se lo nombra o se lo representa, ya estamos hablando del falo imaginario, que depende de las significaciones del sujeto. Ahí podemos escuchar "Quiero tal cosa, me gusta tal cosa", todo eso es en el plano del falo imaginario.

La tercera dimensión del falo es el goce fálico, donde Lacan pone en juego un goce ligado a ese significante del deseo y que tiene la característica de ser un goce limitado, regulable, medible, localizado fuera del cuerpo y articulado con la palabra. En las fórmulas de la sexuación, Lacan ubica tanto en el hombre como en la mujer se sitúan de distintos modos respecto al goce fálico. El lado "hombre" se relaciona exclusivamente con el goce fálico, mientras que en el lado "femenino", no todo está ubicado en relación a ese goce fálico.

Lacan designa a ese goce fálico como un goce fuera del cuerpo, ligado por el lado imaginario al órgano del cuerpo, pero luego está ligado a los objetos a. En ese sentido, Lacan lo sitúa fuera del cuerpo, porque se dirige a los objetos. Por ejemplo, en el Hombre de las ratas se dirige al objeto anal o al escópico.

Cuando se trata de un varón neurótico obsesivo, es preponderante ese modo de goce ligado a los objetos a, fuera del cuerpo. En el obsesivo, la parte fundamental de su goce está fuera del cuerpo. De esta manera, aparece poco el cuerpo. En cambio, en el discurso de la histeria la referencia al cuerpo es permanente, se presenta todo el tiempo en en análisis bajo la forma del dolor o bajo la forma del cuerpo conversivo. Se trata, en la histeria, de un cuerpo ligado a significantes en el mismo cuerpo en las manifestaciones conversivas del significante. El cuerpo en la histeria, frecuentemente, se presenta y habla en el consultorio. En la neurosis obsesiva esto no es común.

En la neurosis obsesiva, el cuerpo aparece bajo la modalidad del "fuera del cuerpo" del goce fálico, en modos:

- El cuerpo del lado de la rivalidad fálica o a la competencia con los otros. Aparece el propio cuerpo en función de la rivalidad con el otro, que siempre está en posibilidad de victoria fálica sobre el sujeto. "El que la tiene más grande" toma múltiples formas de rivalidad, que determina la relación del sujeto al ideal del yo. Acá encontramos la clínica de los celos, de la confrontación, el sadismo, el bullying, etc. En todas estas formas está puesto en juego el cuerpo como instrumento para esa competencia. 

- Lo siniestro del cuerpo. Este fuera de cuerpo se presenta como lo no habitual de ese cuerpo investido fálicamente. Es una relación angustiante con el cuerpo, por ejemplo en ciertas hipocondrías. El cuerpo aquí no funciona a la manera del goce fálico, aparecen enfermedades y fantasías exageradas. Es un síntoma hipocondríaco en neurosis obsesivas, que ocurre cuando algo no está recubierto fálicamente. Se trata de una forma de cuerpo recubierta fálicamente, pero que ha fallado en algún punto.

En un análisis, la histerización del discurso del obsesivo es lo que va a permitir la salida del revestimiento yoico (defensas), del revestimiento fantasmático (los objetos a) y el revestimiento fálico (en relación al modo de goce). Estas tres capas son las modalidades de relación que el obsesivo tiene con su cuerpo.

Mientras en la histeria el cuerpo es permeable a lo simbólico -al significante- y no recubierto por todas estas capas, el cuerpo obsesivo es defensivo, una gran coraza dada por estos tres recubrimientos: yoico, fantasmático y fálico. La relación del obsesivo con su cuerpo es bastante problemática. Por ejemplo, en la paternidad, cuando aparece otro cuerpo -el del hijo-, deja muy perplejo al obsesivo, porque tiene que ocuparse de otro cuerpo sin tener el propio o tiene poca conexión con él. 

Cuando Lacan dice que el análisis no solo histeriza, sino que feminiza, es porque produce un efecto una conexión con el cuerpo, sentirlo. Esto implica atravesar el cuerpo fálico, ir por fuera de él. Comienza a ponerse en juego el hecho de sentir un cuerpo, donde el obsesivo puede salir de estos recubrimientos y poner algo del goce en el cuerpo en juego y no puro goce fálico (fuera del cuerpo).

lunes, 28 de febrero de 2022

La agresividad y sus estragos. El circuito demoníaco de la pulsión

En 1920 Freud postuló que en el ser humano existen dos tendencias opuestas: la pulsión de vida (o Eros) y la pulsión de muerte (o Tánatos).
La pulsión de vida tiende a la conservación, a la unión del ser humano con otros miembros de su especie.

La pulsión de muerte tiende a disolver esas unidades y reconducirlas al estado inorgánico inicial. La pulsión de muerte se plantea, entonces, como algo ineliminable, propio de la naturaleza humana. Esta podrá mezclarse, ligarse con la pulsión de vida, pero siempre seremos testigo del intento permamente de la pulsión de muerte por satisfacerse, recordando que las pulsiones siempre buscan su satisfacción. 

Una satisfacción pulsional instantánea y sin miramientos conduce a conflictos peligrosos. Así, la pulsión de muerte puede dirigirse hacia el interior, expresándose en autodestrucción. Aparecen prsentaciones clínicas tales como autolesiones, adicciones, conductas antisociales, autocastigo y suicidio. Así mismo, la pulsión de muerte puede dirigirse hacia el exterior, hacia los otros, expresándose como pulsión agresiva. Algunas manifestaciones son el odio, la hostilidad, la segregación, el racismo, la humillación, la violencia física ó verbal. 

La cultura trata de poner límites y dominar la pulsión de muerte a través de los mandamientos morales, el chiste, los juegos de competición, la competencia profesional y la lucha por la transformación social. Aunque la cultura intenta trabar el acceso directo al goce, éste puede alcanzar su meta en la transgresión de la ley (prohibición del apoderamiento del Otro). Así nos lo demuestran los acontecimientos oscuros de la historia: guerras, racismo, atentados, torturas.

El decir y el actuar agresivos, lejos de ser hechos aislados que ocurren casualmente, en muchas ocasiones responden a déficits en la constitución subjetiva.Por lo tanto, las manifestaciones agresivas y los estragos que generan en el sujeto y sus vínculos, se presentan frecuentemente en la clínica, exigiendo una comprensión y un saber-hacer respecto de ellas. En esta entrada veremos cómo opera la agresividad en la clínica. ¿Cómo tratar en la clínica las diferentes manifestaciones de la agresividad? 

La idea essta entrada es compartir las notas del Taller Clínico de la Institución Fernando Ulloa en conjunto con UMSA “La agresividad y sus estragos. El circuito demoníaco de la pulsión”, dictada por Miriam Bercovich el 16/10/21

La agresividad es un tema humano, sumamente enlazado a la constitución subjetiva, donde la agresividad es un elemento fundamental. Podemos trabajar la agresividad tanto en el lazo con el otro, como en la dramática vuelta hacia sí mismo.

a Freud le preocupó el tema de la agresividad en la psicopatología de la vida cotidiana y en textos como en El porqué de la guerra, donde en una cartas le pregunta a Einstein: ¿Superaremos alguna vez la sinonimia que se arma entre la palabra extranjero y enemigo? El extranjero y lo ajeno como enemigo es muy importante, porque en la constitución subjetiva lo ajeno es hostil.

Para Freud, el hombre no cayó tan bajo, pues en rigor nunca subió tan alto. En el texto de Freud El malestar en la cultura (1929), Freud dice:
(...)el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. 

Pulsión y agresividad
La pulsión no es el instinto. Este último pertenece a la naturaleza a implica un saber inmediato sobre el objeto (de autoconservación y sexual), como podemos ver en los animales, que no vacilan en sus conductas. Sólo el ser humano es capaz de preguntarse por qué objeto quiere y cómo gozar. El sujeto humano se constituye como tal gracias al lenguaje y a la palabra, que se relacionan con su deseo y su posible satisfacción. De esta manera, al humano lo habita la pulsión y no el instinto. 

La pulsión no tiene un objeto predeterminado, siendo éste lo más variable de la pulsión. Esta variabilidad da libertad por un lado, pero desorienta por el otro. En su no saber, el ser humano se agarra a la ética. Lo sustituible de la pulsión es muy importante porque el objeto de satisfacción, originalmente perdido, hace que todos los demás objetos sean parciales en cuanto a su satisfacción. Ningún objeto satisface totalmente, y cuando el objeto amenaza con totalizarse, se arman relaciones pasionales. Es lo que vemos en la cólera: algo no encaja (los clavitos en los agujeritos, dice Lacan) y estalla la cólera.

El sujeto anhela darle consistencia a la satisfacción y puede elegir a un objeto parcial, que es sustituible, en un objeto total. Allí se arman estas relaciones pasionales donde el sujeto cree que no puede perder al otro. Creer que ese objeto es necesario es lo que lleva a los crímenes pasionales, por ejemplo. En la casuística de la criminalística, es muy alta la estadística de este tipo de crímenes, donde llaman a la ley -al padre, leemos- para que restituya la separación respecto de ese objeto que ubica al sujeto en un lugar de servidumbre. Además de las personas, podemos pensar este tipo de relación de objeto en las drogas, el alcohol, la comida, el trabajo, las compras. En estos casos, falla la lógica de que el objeto sea parcial y sustituible. 

Desde la vía neurótica, la insatisfacción se vive como padecimiento. El análisis le permite ubicar, justamente, que el hecho de que ese objeto no satisfaga, es lo que permite que sea sustituible y que no se le juegue la vida porque no tiene determinada cosa, a poder creer que la falta es un motor que vehiculiza la vida. El neurótico tiende a habitar el costado de la insatisfacción y el padecimiento, sin ubicar que ese objeto parcial y no total, es la clave de su libertad. 

Un analista, básicamente, trabaja en la dirección de la separación. El sujeto se presenta alienado a ciertos sentidos, a suposiciones (como "lo necesito para vivir") y el analista intenta descompletar ese sentido que atrapa al sujeto en este infierno. Los déficit de separación muchas veces es lo que estalla como agresividad, donde la agresividad es una manera fallida de separarse del otro

El analista no apuesta a que el sujeto se separe del Otro y como dice Isidoro Vegh, mientras que las psicoterapias plantean cómo arreglárselas con el otro, el psicoanálisis plantea cómo arreglárselas con la inexistencia del Otro. En rigor, la separación que el analista pretende del sujeto es que se separe de la posición de goce que lo mantiene en una servidumbre con el Otro. Separarse de la pareja no sirve de nada si luego encuentra a otra para armar un drama. De lo que hay que separarse es de un modo de gozar que deja al sujeto atrapado en ese lugar, de esperar del Otro la satisfacción, la vida, la realización. Es una tendencia masoquista del sujeto que porta desde su constitución subjetiva y que repite.

El lazo al otro implica una renuncia pulsional, dice Freud en El malestar en la cultura. Toda la civilización y la cultura que armamos tiene el costo de la renuncia pulsional y por ende, la neurosis. El psicoanálisis intenta resolver parte de este problema, porque la renuncia pulsional es una exigencia. La privación respecto de la pulsión muchas veces también se relaciona con la agresividad.

Lacan, el la primera clase del seminario 17, pide perdón a un alumno al que había maltratado en la calle, cuando él le preguntó cuándo era la próxima clase. Se disculpa y dice que todo exceso con el otro, con el prójimo, es un exceso que nos habita en relación a otra instancia. Eso que estalla con el otro, es una repetición de algo que se juega en otro lado. En el caso de Caín y Abel, donde Caín es agricultor y Abel es pastor, ellos ofrecen ofrendas a Dios. Dios prefiere la ofrenda de Abel y Caín lo mata. ¿Por qué hace eso? Porque no puede matar a Dios. Cuando un padre prefiere a un hijo sobre el otro, la guerra fratricida es inevitable. 

Agresividad y el estadio del espejo
Muy por encima, digamos que la vasija real es la que está invertida, del lado izquierdo. El espejo cóncavo de la izquierda hace que se refleje al revés y eso proyecta la imagen real, i (a), como se escribe en la óptica. A este punto, hay cuerpo y pulsiones, pero no hay unidad corporal. La izquierda es el sujeto pre especular, autoerótico, desorganizado y precoz. 
El espejo plano central es el Otro (A), que es la mirada de la madre. A la derecha se proyecta el jarrón, i'(a), porque las imágenes de los espejos se dice i'. Este jarrón post especular de la derecha es la mirada de la madre, que mira a su "majestad el bebé", dando lugar al acto psíquico que Freud menciona en Introducción al narcisismo. El yo ideal, el sentido, la buena forma, la gestalt, los ideales tienen que ver con la unidad que proviene de la mirada amorosa del Otro.

Lo de la derecha son representaciones, lo real está de la izquierda y nunca tiene acceso a la representación. Es lo que se pierde: la naturaleza, la biología, el ser, por el ingreso a ese mundo de representaciones de la mano del Otro. El Otro, que amorosamente aloja al niño y lo inviste, deja algo por fuera del espejo: x. La x existe, pero fuera de la representación, lo imposible de ser representado.

Lacan marca un momento en que el niño se alegra al verse en el espejo, va a mirar a la madre para solicitarle que reconozca que además que el niño que ella ve, hay un niño real que no entra en el espejo. Ese pedido al Otro del asentimiento, que le dé lugar a que no todo es ideal e imagen, legitimando a esa x ajena imposible de representar y que es el corazón del sujeto, hace que el sujeto tenga derecho a una existencia por fuera de los ideales. Es decir, el niño tiene derecho a no cumplir con lo que el Otro espera, teniendo asegurando un lugar en el Otro en tanto enigma. Esto le da al niño la posibilidad de no estar aterrado por satisfacer lo que el Otro quiere, también permite soportar el enigma en el otro y opera en el lazo. Lo enigmático en el otro también es concebible si el sujeto se sale de la servidumbre al Otro, en la medida que ese niño no querrá apropiarse del otro para estar tranquilo. 

Hay un tema erótico que se juega en la constitución subjetiva y en la agresividad. En Pegan a un niño, Freud homologa "Mi padre me pega" a "Mi padre me ama". En una paciente, surge un recuerdo infantil donde ella recuerda el marido de la madre cortaba una ramita de sauce y le pegaba. A ella le dolía, pero lo que más le dolía era que quien le pegaba no era el padre. Hay algo allí anudado entre el amor y el golpe.

Caso 1
Ana es muy detenida en su profesión, con una sensación de estar excluida de los lugares. Es celosa y envidiosa de sus colegas y consulta porque ella está casada con un hombre con dos hijos adolescentes a los que no soporta. Los chicos piden encontrarse con el padre fuera de la casa. Ella no los tolera y hay un alto nivel de angustia y de violencia. Maltrata al perro y todo eso va en contra de sus ideales y sufre por eso. La hostilidad es sutil con los hijos del marido, pero brutal con el perro, de manera que interesante ubicar esto de integrar lo ajeno.

La agresividad es constitutiva porque el yo se constituye incorporando lo ajeno, que se vive como perturbador. El yo aspira a cierta estabilidad y placer que excluye esa alteridad y enigma que no lo integra. 

Los celos son una de las fuentes más grandes de la agresividad, tiene que ver con que el sujeto no termina de ubicar que es por su exclusión que completa esa escena. El sujeto no ubica que ser el único está más del lado de la muerte que de la vida, hay que hacerle recorrer un camino para que lo sepa. En la paciente, en tanto ella se excluye, esa escena del marido con los hijos disfrutando completamente sin ella. Y este constituir ese goce completo del cual ella está excluida atraviesa todas sus escenas, incluyendo en la transferencia con su analista. Por ejemplo, a un jardín que tenía la analista le dijo "Ahí caben dos tumbas". Otro día, le dijo "Tenga cuidado al irse, porque hay mucho tránsito".  Cuando el voltaje de sufrimiento es muy alto y cuando la agresividad estaba muy a flor de piel, era difícil bajarla. El problema del odio es que suspende la asociación, porque es una pasión. Las pasiones del ser son el odio, la ignorancia y el amor. Lacan dice que cuanto más se odia, más se es. El análisis está en el ámbito del pensar, no del ser. 

Esta escena es un significante, que la representa a ella como sujeto y que hay que encontrar cuál es para entender qué es lo que pasa. En la trama edípica de su historia, aparece una madre absolutamente consagrada a una hermana discapacitada, donde ella veía un goce completo. Aparecen recuerdos infantiles, donde ella va ubicando como esto es la repetición de ese dolor primario. Lo que la analista hizo acá fue conectar las dos escenas.

Caso 2
Juan consulta diciendo que se siente muerto, sin energía, sin entusiasmo, amargado y tenso. Tenía un aspecto sumamente prolijo y el diván le era un problema, porque se le arrugaba la camisa. En su historia, él había dejado de lado una carrera de música. Son 5 hermanos. Él siguió una carrera de química, porque era el elegido para seguir con la empresa familiar. Por otro lado, era muy esclavo del orden y esto le traía problemas con la esposa, que le decía que exageraba.

Un día el paciente llega angustiado, porque cuenta que su hijo de 4 años estaba comiendo un alfajor, se le partió y cayeron unas migas al piso. Él vio como el nene lo miraba aterrorizado y se dio cuenta que algo pasaba. Desplegando su historia, la madre le decía "Sé pulcro". Atención flotante mediante, la analista ubica sé pulcro con sepulcro. Ahí vemos ese lugar en el espejo, ese yo ideal perfecto, que es una imagen tiesa en el espejo. La analista aquí intervino a la letra, haciendo un borde ó litoral entre ser el objeto de la madre ó salir a la vida.

Lacan dice que somos culpables de renunciar al deseo. En el caso, podría ser el deseo por la música o el deseo a no ser el elegido del padre. Hay una diferencia que marca Lacan entre ser nombrado para y ser nominado. Una cosa es tener un nombre, con el que cada uno hace lo que se le canta; otra es ser nombrado para. En este caso, Juan fue nombrado para sostener el deseo del padre, continuar la empresa. Cumplir el deseo del padre no es cumplir un deseo propio, cosa que el paciente no lograba separarse de esa servidumbre.

Caso 3
La paciente tiene una rivalidad absoluta con su hermana. Celos brutales, viven juntas en medio de una tensión tremenda y brutal. Hay un duelo imposible, en relación a haber perdido el unicato. La experiencia de tener un hermano es que uno no es el único y que el Otro está habitado por un deseo que a uno lo trasciende... por suerte, que es lo que uno se da cuenta en análisis.

En una de las sesiones, donde ella despliega esta escena, la analista le dice "Marcela, terminamos acá", siendo que la paciente se llama Laura. Es decir, la nombra con el nombre de la hermana a la forma de un fallido, que también puede ser interpretada como una intervención. En este caso, de lo que se trata es que hay lugar para todas porque en rigor, ninguna es esa hija predilecta.

Caso 4
Se trata de una paciente consagrada a sus padres ancianos. Dice que los padres se quejan, que la tratan mal y están de mal humor y la desprecia, pese a que trata de ayudarlos. Ella se siente culpable por estas reacciones, qué pudo haber dicho. Ella recuerda que desde la infancia, el hilo de estar bien era muy finito y el padre podía explotar por cualquier cosa y ella no entendía por qué.

Llega el día de la madre y ella quería saber qué hacer con sus padres. la analista le pregunta qué iba a hacer ella con el día de la madre y ahí ella responde "Cierto, tengo dos hijos, yo también soy madre". Esto nos pone en la pista de que no se sale del Edipo por cumplir los 5 años. Cuando el padre estalla sin entender por qué y ella recuerda que cuando era chica era así y se vuelve a la casa con culpa, tenemos que pensar que cuando alguien no entiende, naturalmente se ubica como la causa del enojo. Hay algo de esa culpa con la que ella vuelve a su casa, por estar consagrada al padre. Si no está legitimación de ese enigma que el Otro porta, de ese lugar que el sujeto no está destinado a satisfacer, da culpa de vivir. En algunos sujetos esto está muy claro. Si esa x no está legitimada, en algún momento termina ocasionando la culpa por vivir, porque siempre están en falta. 

Dirección a la cura
En cuanto a la pulsión, hay un destino que es la sublimación. Si se puede reacomodar la economía libidinal y la agresión es un destino de la pulsión, en tanto volverse lo contrario, que es el odio, se puede apostar a la sublimación. 

Un análisis también es duelar la aspiración de querer ser todo para el Otro ó pretender que el Otro sea todo para uno. 

jueves, 13 de enero de 2022

Las condiciones inconscientes del amor

¿Qué condiciones se establecen a nivel inconsciente en la elección de un objeto de amor?
Luego de unos años de experiencia clínica con pacientes neuróticos, Freud nos plantea las condiciones de elección de objeto de amor para el varón en el texto “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre” (1910). Hablamos, desde luego, de las condiciones inconscientes que predeterminan el objeto de amor.

Como veremos, el tipo de vida amorosa del varón lleva las marcas de la sexualidad infantil y está en relación con las fantasías de la pubertad.

La primera de las condiciones es la llamada del “tercero perjudicado”: el sujeto nunca elige una mujer libre como objeto amoroso, sino que siempre lo atrae una mujer que está con otro hombre, ya sea en calidad de pareja estable o simplemente de amigo. Siempre hay otro hombre perjudicado.

Esta condición es tan fuerte que esa misma mujer puede no tener importancia si está sola y convertirse en objeto de enamoramiento al entrar en relación con otro hombre.

¿Se pone en juego la rivalidad con el otro hombre? ¿Es condición de amor lo que se juega con él en categoría de rival?

En la segunda de estas condiciones, Freud dice que la fidelidad puesta en duda o una cierta “mala fama” de una mujer pueden ejercer un atractivo que la eleve a objeto de amor.

Vuelvo a poner el acento en que se trata de condiciones jugadas en lo inconsciente y que, por lo tanto, no se ven afectadas por los cambios en lo social que se hayan dado desde los tiempos de Freud a los nuestros, por lo que en la actualidad tienen pleno valor clínico.

La fidelidad dudosa o la mala fama se juegan en el lenguaje y aplican a muchos ámbitos. Podría tratarse, por ejemplo, de una compañera de trabajo atractiva porque tiene mala fama en su desempeño laboral, es decir, que es degradada de otra manera.

Esta segunda condición va acompañada de celos por parte del hombre. Por ejemplo, convencerla de dejar ese trabajo donde no se la valora, pero esa misma desvalorización es condición del amor, ya que sólo con la aparición de los celos se logra la plena pasión.

También nos presenta el texto la conducta del amante hacia el objeto de amor elegido. Aparece una sobrevaloración de la mujer por parte del hombre en el amor. En estos casos, sin embargo, son sujetos que tratan como “objetos amorosos de supremo valor” a las mujeres de cierta “liviandad” sexual. No pueden amar a otro tipo de mujer, repiten siempre esas elecciones y, Freud nos dice, con un gasto psíquico tan grande que pierden interés por sus propias cosas.

Los objetos de amor pueden sustituirse en una larga serie. Un ejemplo clínico: los amigos de un sujeto hablaban de haber tenido relaciones con una chica “muy ligerita” que todos “conocían bien”. Luego de un tiempo, él empezó a salir con ella. La sobrevaloraba, pensando que con él sería de otro modo. Llegó a enamorarse al punto de dejar sus estudios universitarios para estar más tiempo con ella. Se pasaba todo el tiempo mirando las redes sociales para ver con quién estaba ella. Finalmente, cuando la encontró con otro en fotos provocativas, la relación cayó y él se deprimió. Transcurrió un tiempo y otra pareja, y luego otra, trajeron el mismo punto. Entonces se produjo la consulta.

Otra conducta puesta en juego es la tendencia a “rescatar” a la amada.

El hombre está seguro de que ella lo necesita, de que sin él ella no podría nada y se hundiría. En el ejemplo de recién estaba la tendencia a rescatarla, de que a partir de su intervención la vida de ella cambiaría. Por eso, cuando vio las fotos con el otro, esto cayó con consecuencias para el sujeto.

Recordarán, también en esta línea, la exitosa película Mujer bonita, cuyo tema es el rescate de una prostituta por parte de un hombre con poder económico.

Estas elecciones de objeto en el varón surgen de la constelación materna, y allí nos marca el complejo de Edipo.

En relación a la primera condición, de la mujer que ya tenga una relación amorosa o del tercero al cual se perjudica, Freud nos presenta su conceptualización dentro del marco del Edipo, donde un niño crece dentro de una familia en la que la madre le pertenece al padre, quien ocupa el lugar del tercero perjudicado.

Aclaro, por si fuera necesario, que me refiero a madre y padre en cuanto funciones, y no como personajes concretos.

La amada sobrestimada, única e insustituible también está enmarcada en la relación materna. En el adulto, nos dice Freud, la madre aparece como pura e intachable. Esta oposición entre la mujer “fácil” y la madre se juega en el inconsciente. De hecho, sabemos de los traspiés que atraviesan las parejas cuando la mujer es madre, ya que con la madre se juega la prohibición.

La tendencia a rescatar a la amada es un resto del tránsito del complejo parental o de Edipo. Cuando el niño se entera de que les debe la vida a sus padres, de que su madre le ha “regalado la vida”, desea regalarle otra vida, un hijo igual que él mismo. Es decir que en la fantasía de rescate se identifica con su padre, o sea el deseo de ser su propio padre (poseer a la madre y rescatarla para sí).

En este tiempo de la fantasía de rescate se presenta en el niño el sentido desafiante ante el padre y de ternura hacia la madre.

De acuerdo a las leyes del inconsciente, “rescatar” puede adoptar distintos significados, según la fantasía sea un hombre o una mujer.

Puede significar, prestemos atención, tanto “hacer un hijo” = “procurar el nacimiento”, para el hombre, o bien “parir un hijo”, para la mujer.

Estos cuatro esquemas de elección del objeto amado son los que se ponen en juego en la neurosis del varón, y son efecto, como hemos visto, del tránsito por el Edipo.

jueves, 6 de enero de 2022

Enamoramiento y celos

Como pueden señalar Deleuze (1972) o Barthes (1977), enamorarse es aprender a reconocer al otro por aquellos signos que le son propios. Por ello, el amante se transforma en un semiólogo en estado puro, salvaje, que se halla en constante decodificación, acción intensa de lectura de los signos o las pruebas de amor. Los signos, pueden ser de felicidad, como también de desgracia. Incluso, los mismos signos que otrora tuvieron que ver con el amor, pueden conducirnos al dolor, a los celos, al desamor, lo que lleva a sentir que el tiempo invertido en su aprendizaje, ha sido un tiempo -irremediablemente- perdido. Una doble decepción. Deleuze ha llamado a esto la "contradicción del amor". Siempre un poco de ambos. Se encuentra, pues, en un constante acecho de los signos, un "buscón" de tales indicios, frente a los cuales, se erige como intérprete, traductor o exégeta. Signos, que en la actualidad, son cada vez más múltiples y cambiantes, confundiendo toda lectura de éstos, lo que deja a los amantes, irremediablemente, sumidos en la maldición del lenguaje: los equívocos y malos entendidos inevitables, en un código que nos precede.
 
Pero, los celos, como signos inequívocos de una verdad revelada, sobre la farsa del amor (por lo menos en el caso presente), empujan al amante al abandono de ese amor, para continuar con su repetición serial por otros caminos, ya sea como salida triunfal ante la posible derrota, o como forma de defensa que preserva al sujeto de enfrentar lo inevitable del amor: la no incondicionalidad que lo vuelve siempre inestable. Las leyes del amor, podría decir Dolina, un lector de Proust (como Deleuze), son las leyes de la mentira. René Schérer (1998), propondrá que el amor entre un hombre y una mujer, ha de ser, siempre una "profundidad superficial", puesto que, los signos verdaderos, no cruzan la línea de los sexos, se hallan de cada lado de ellos, ofrecidos a sus pares.

sábado, 10 de julio de 2021

Diario de un psicólogo en apuros: Cómo saber si tu pareja te engaña.

Cierta paciente me había comentado acerca de un ritual mágico de adivinación para saber si la pareja lo engañaba y quería saber qué opinaba yo:

Dentro de un círculo de sal, colocar tres fósforos parados, uno al lado del otro. El fósforo central es la persona por la que se pregunta; los fósforos a su lado representan la pareja y el tercero en discordia. Se encienden los tres fósforos. La inclinación del fósforo quemado marcará a dónde apunta el deseo del amado.

Me llama la atención que la que sufre y pregunta sos vos, pero el fósforo central sea ÉL y su deseo —le comento, poniendo en relieve de que lo que se trata es siempre del deseo del Otro.

De todas formas, el procedimiento oracular fue realizado:


Una colega, en la supervisión, me confronta escandalizada por  permitir semejante despliegue delirante dentro de mi consultorio. Le contesto con una pregunta, para la que aún no tengo respuesta: ¿No es todo lo relacionado a los celos acaso delirante? 

Empecemos por el delirio principal del celoso -y la de los neuróticos-, que es la de creer ciegamente en que algo o alguien es capaz de colmar al Otro en general, al otro en particular y a su pareja en el caso singular. La persona celosa delira, pero ciertamente no es estúpida: sabe que ella no es aquello que la colma. ¿Pero entonces quién? Debe haber alguien capaz de lograrlo.

El rival del celoso es más deseable, todo lo tiene y todo lo puede, pues está creado homoeróticamente a imagen y semejanza de lo que la persona celosa fue, lo que es y lo que le gustaría ser. Hay algo casi lésbico en el relato de la mujer celosa al describir a su contrincante, lo mismo ocurre en el varón. 

La persona celosa supone que su pareja es alguien experto en la actuación y el engaño, por lo que adopta la actitud de un detective profesional. El celoso se dedica al arte del espionaje, del hackeo de las redes sociales, transforma la escena de la pareja en una pericia criminal, recogiendo y analizando la evidencia, aunque más no se trate de un cabello. Para el celoso, importan más los detalles que lo obvio de que alguien con un amante cambia grosera y radicalmente de actitud, de aspecto y de costumbres. Nadie puede ocultar un secreto tan grande durante mucho tiempo y menos de la pareja con la que convive. Los casos de infidelidad exitosos son aquellos en donde la pareja es cómplice y se hace la que no se da cuenta, seguramente, porque gana algo a cambio.

El tramposo común, más temprano que tarde tropieza y revela su traición, la mayor parte de las veces, de forma burda y torpe, casi como si pidiera a gritos ser descubierto. La pregunta es si en esta clase de oráculos como los fósforos, ¿Es para saber o para confirmar lo evidente de que tu pareja te está siendo infiel? 

Lo peor que puede pasarle al celoso es que el tercero en discordia no exista. En ese caso, ha de construir y hacer consistir a este mítico ser de la forma que sea. Por ejemplo, un pelo hallado en el piso es sinécdoque del encuentro sexual del marido con una despampanante mujer (la dueña del cabello); una mínima tardanza puede transformarse en una clara pista de la escena romántica clandestina con un amante; un mensaje de texto fuera de horario es un obvio fragmento de un amor prohibido. Canta Willie Colon, en Gitana:

Y tengo celos del viento porque acaricia tu piel
De la luna la que miras
Del sol porque te calienta
Yo tengo celos del agua
Y del peinecito que a ti te peina

En este último aspecto de hacer consistir al amante a cualquier precio, la persona celosa es insistente. Puede caer en el ridículo miles de veces, no importa, siempre habrá un nuevo indicio que relance la duda (o la certeza) de que esa persona usurpadora existe. Jamás se detiene realmente a pensar qué puede pensar su pareja -o cómo se siente- al acusarla permanentemente de traicionera, cagadora, sucia, etc. 

Finalmente, el celoso es un apasionado de la ignorancia. Compró el modelo romántico de las dos media naranjas del siglo XIX y por alguna razón misteriosa se adhiere a él, desconociendo que desde las hetarias griegas, el concubinato chino y las cortesanas, siempre hubo espacio para seguir deseando, sin tener la necesidad de corresponder al ideal de completar a nadie

jueves, 18 de febrero de 2021

Más amores locos: ¿Qué amor?

Ver entrada anterior: Amores locos, ¿Qué amor?

¿Por qué el amor termina siendo una locura? Desde la antigüedad griega, conocemos tres tipos de amores y algunos de ellos están muy mal interpretados. 

Los griegos hablan de Eros, Ágape y Philia. Eros es el amor o pasión, que los griegos toman juntos. Actualmente la pasión está tomada como algo que incendia al sujeto, pero los griegos la tomaban como la necesidad de volver a la unidad y el placer de estar unidos. No se trata de un placer sexual, sino la alegría por la creencia de que nunca estaremos solos y que dejaremos de sufrir la amputación que fue en el origen.

Tanto Freud como Lacan sostuvieron que en el origen estuvimos míticamente unidos a un Otro impersonal. Venimos al mundo de a dos, ese es nuestro Eros y de eso se trata lo incestuoso en una relación. El incesto no se trata del relato edípico, aunque Freud se haya servido de ese mito para después transformarlo en un complejo, afirmando cosas que con palabras no se termina de decir. Lo incestuoso no es que el niño se acueste con su madre. El incesto (en el cesto) implica en el origen, volver al útero. De eso nos tenemos que separar para poder armar una pareja y no de mamá y papá como roles o personas.

Esto de volver al origen nos anoticia que fue necesario tramitar un duelo primordial para poder ensamblar con otros semejantes sin la locura que emerge de la necesidad imperiosa de volver a ser uno con el otro impersonal.

El amor en tanto philia es el amor filial, el amor que causa alegría. Se trata  del amor mutuo entre padres e hijos, con amigos.

El ágape es un amor que no tiene que ver con los griegos, sino con los romanos. Un dialecto arameo comenzó a decir que Dios es amor, que amaos los unos a los otros… De esto se sirve el mito de Aristófanes, el mito de los andróginos del que se sirve Lacan para hablar de la transferencia. Volver al origen implica la alegría de estar juntos para siempre fusionados, que nada nos falte y que esto consiste en ser feliz. la felicidad aquí está tomada como unión, la fusión, la perpetuidad. Este mito nos da una pista de por qué el amor enloquece.

¿Qué significa que Dios es amor? Tenemos la necesidad de estar completándonos permanentemente como si al ser le faltara alguien para ser perfectos y felices. En el Malestar en la cultura, Freud dice que la felicidad es una cuestión de economía libidinal. La búsqueda de la felicidad es la pasión del ser de volver a la unidad y a la completud, evitándonos el sufrimiento del desamparo. El tema es que en esta completud se desdibuja el origen del amor y de su definición: el amor es la falta, el deseo.

Nadie que esté completo puede salir a buscar lo que le falta. Ahí está el problema, pues el ser humano en la búsqueda de la felicidad se encuentra con que lo que está tratando de evitar es el desamparo y la muerte, que es nuestro único destino desde el momento de nacer. Nos pasamos la vida intentando evitarla, como si eso fuera posible. Encontramos elementos sustitutivos, no para ser felices, sino para no morirnos. De esto nos enteramos después, por eso el amor enloquece.

Cada vez que el sujeto supone encontrarse con ese objeto que le faltaba, ante la desesperación de la búsqueda de la felicidad, lo toma como propio. Ahí es donde el desencuentro empieza a chillar a la manera del síntoma.

Cuando hablamos de parejas, tenemos que pensar los tres tiempos en que se van armando. 

El instante de ver al otro, al partnenaire, que queda cristalizado como el amor de su vida.

El tiempo de comprender que ese ideal no existe, que lo anterior es una idealización del amor. El otro es un desconocido a conocer.

El tiempo de concluir es aceptar que ese otro no es el ideal que me completa, sino que será un otro totalmente distinto de lo que imaginé en la foto, pero que voy a tener que construir lo que me falta para vivir mejor o para ser feliz.

La felicidad exige instantaneidad y lo que se vive en un instante no puede ser perfecto ni dura para siempre. Esta ilusión no tiene relación alguna con la castración. El no-todo que la castración anuncia debe ser interiorizado en la relación de pareja, porque sino nos quedamos con esos finales míticos y románticos de muchas películas. 

La verdad del amor, desde Sócrates, tiene que ver con lo que falta. Es encontrarse con alguien que done su falta en ser que se encuentre en un instante con el otro que done su falta, su carencia en ser para fundirse un instante con el otro. La alienación es la superposición de dos faltas: la falta del deseo y de la falta de la demanda.

Deseo del Otro por tener un hijo, demanda del Otro para que ese hijo advenga al mundo. Esas dos faltas se superponen y alojan a un sujeto venidero. En ese agujero de la falta en la demanda, que son dos superposiciones de cadenas significantes, hace que el Otro done una falta.

Cuando se produce la separación para que el otro exista como otro, estas dos cadenas se separan: la cadena de la demanda y la cadena del deseo. Estos dos significantes van a ser lo que ponen circular ese vacío y van a salir a buscar otros agujeros. Ese es un ser deseante.

Cuando al sujeto se lo toma como objeto, no hay alojamiento en el vacío. En la separación de estas dos cadenas se produce un desgarro, sumergiendo al sujeto en la desesperación, que busca llenarse.

Cuando los griegos comenzaron a organizar al matrimonio como institución,el promedio de vida era de 35 o 40 años. El matrimonio era para siempre. La homosexualidad de las guerras de los griegos permitía ayudarse por amor. Ganaban sus guerras ayudando al otro, defendiéndolo del enemigo. Cuando volvían de la guerra, los griegos tenían que procrearse. Elegían a una mujer para tener hijos, tener una familia y eso era para siempre. Y “para siempre” era de los 30, 35 años para morirse a los 40. 

Hoy en día no podemos pensar que podemos seguir sosteniendo eso, porque el amor no dura para siempre. Convivencia y amor no son lo mismo, sostener eso es desconocer el deseo. El psicoanálisis intenta, en la clínica de parejas, deconstruir la creencia cultural. Sin importar el género, nos importa interrogar a los miembros de una pareja si pueden estar conviviendo a partir de un punto que los une y no a partir de toda la unión de las dos personas.

El enloquecimiento del amor ocurre cuando alguien espera todo del otro. LO que uno pide no es lo que el otro da, porque lo que los unió fue un significante (no una palabra), como una mirada, un gesto, su forma de actuar con la gente, su intelectualidad… Nunca es todo del otro que enamora. Esa es la diferencia entre tolerar al otro o respetarlo.

La tolerancia nunca es amiga del amor, tolerar es soportar al otro, haciéndose cargo del peso que tiene el otro y que uno eligió, aún sin darse cuenta. En la pareja es necesario este darse cuenta, que se transforma en un conocer al otro: el otro es alguien distinto a quien yo imaginé y no tiene por qué serlo. Ese es el respeto por la diferencia, asumir la castración en la pareja y que no todo es posible en la vida.

El amor, para no enloquecer, necesita tiempo. Freud dice, en El malestar en la cultura, que el tiempo es una tensión energética entre el proceso primario y el secundario. Freud habla de un tiempo como kairós, un tiempo como acontecimiento de que algo se produzca. Ese algo que se produce es el vacío, por lo que dar el tiempo es hacer el amor, dar la falta. Cuando le damos el tiempo y hacemos algo, es que hacemos el amor.

Los tiempos en que vivimos son propicios para la locura, pues se trata de un tiempo de metonimias, sin pausas. No hay tiempos para detenerse, pues algo del significante del Nombre del Padre falta a la cita. El NDP es un significante, no un señor. Se trata de un significante que nos unariza y nos singulariza a lo largo de la vida. Por eso es necesario conocer al otro del amor para ver cuál es su singularidad y no atropellarlo con lo que él debería ser para hacerme feliz.

El significante del Nombre del Padre es un donador de tiempo, de espera. Guía al sujeto para tolerar que el tiempo de plenitud tiene un fin. Este significante unario, cuando está al alcance del sujeto, borra las huellas del Otro primordial, de ese Otro que al sujeto le hace creer que cuando lo trajo al mundo, nunca le iba a faltar.

Es un Otro impersonal y no la mamá o el papá que se tuvo en la casa. Ese Otro está en nosotros desde la constitución subjetiva y el yo es un Otro, porque la función viene de afuera en el tiempo de la alienación y la primera separación es de ese campo. Cuando uno sale de ese campo, lo hace con un significante que el Otro le oferta en su falta y se empieza a apropiar de ese rasgo singular que orienta en la búsqueda del deseo.

En El malestar en la cultura, Freud nos dice que el humano busca sustitutos de la felicidad por no poder encontrarla: son muletas o distractores, como los narcóticos, las satisfacciones sustitutivas que tienen que ver con la sublimación. El tema es que una persona no puede ser sustituida por otra. Cuando esto ocurre, empieza una cadena metonímica en la bpusqueda desesperada de encontrarse con esa otra mitad que falta para ser feliz. Cuando la pulsión está desamarrada de ese significante que lo unariza, empiezan las impulsiones y ahí está la locura.

La impulsión no pasa por la represión. Freud se refirió a las impulsiones como proto pulsiones, que están en el origen de la constitución psíquica. Allí, los tiempos de la pulsión (vuelta sobre si mismo, transformación en lo contrario, represión en el tercer tiempo y sublimación). Cuando la represión no llega, tenemos que las impulsiones chocan contra el cuerpo y hace la transformación en lo contrario. El amor, por ejemplo, se transforma en odio. Eso que se quiso tanto puede ser destruido, o a otras personas. Hay casos donde las madres dañan a sus hijos para dañar al marido. Esto, en algún momento, fue amor.¿Qué pasó luego? La locura.

Caso clínico.
A., profesional, viene muy preocupada a la consulta, preguntándose si es verdad que el marido B. la ama. El marido le pide que cumpla sus fantasías sexuales. Él le dice que se va a dar cuenta del amor que ella le tiene si se acuesta con otro hombre mientras él observa. Ella se negó durante muchos años y él respondió enojado, retirándole la palabra.

Ante la angustia de ella, él le da una pista: debe acostarse con otro hombre para dar la prueba de amor. La analista le pregunta qué más le va a pedir después de esto. A. le pide a la analista que B. asista a la consulta. La analista le pregunta a B. si no tiene miedo que A. se enamore del hombre con quien haga el amor. ¿Qué pasaría si ella descubre que el otro hombre es mejor? Él dice que eso no es posible, pues el marido es él.

Podés seguir siendo el marido, pero no te va a amar a vos - le dice la analista -Vas a atenerte a las consecuencias. 

El marido reacciona mal a esto y le dice a A. que la analista es bruja, loca, que le llena la cabeza de cosas raras. Él no accede a seguir viniendo, pero por mucho tiempo no le vuelve a pedir a A. que cumpla sus fantasías, pero empieza a tener una suerte de persecución. Le dice a A. como debe ir vestida. B. no es profesional, le hace hacer operaciones estéticas para verse más linda, la acusa de estar encontrándose con otros hombres… La enloquece y no hay maneras que ella no pueda decirle que eso no era así. Ella es un objeto de su capricho. 

Repentinamente, él le propone casamiento. ¿Puede ella ser sujeto en esta locura que tienen? Ella accede para no quedar en el desamparo. Luego de la fiesta de casamiento, él la empuja a que ella tenga relaciones con un primo, utilizando el vestido blanco. Ella no accede, entonces empiezan las consecuencias graves.

Eventualmente, él logra que ella se acueste con otro hombre, mientras él participaba mirando. Ella le dice al analista que nunca había conocido a un hombre que la cuidara tanto. Este hombre desconocido se había dado cuenta de la situación y le dijo que se quedara tranquila, que él no iba a hacer nada que ella no quisiera, que iba a terminar enseguida, que la dibuje.

Ese acto de amor genera un proceso de separación donde él la enloquece. Él se va de la casa y no hay manera de que ella pueda ejecutar el acto de separación porque tiene miedo de quedarse sola, de que nadie la quiera. A. no puede hacer nada sola, ni ir al banco. A ella le dijeron que la vida es en pareja con el marido; no es sola ni con otro.

Esta creencia de que la mujer solo puede ser feliz mediante la vida en pareja echa por tierra todas las creencias culturales y por suerte hpy se las cuestiona. Hay creencias que no se pueden deshacer con los cambios culturales, por eso el amor nunca pasa de moda. 

En el tratamiento de pareja y familia, deberíamos apostar a la singularidad, a ese donador de espera, a que surja del sujeto un significante que le permita sentir que puede estar solo y que elige estar con el otro por algunos aspectos que ese otro tiene. 

No necesariamente la pareja conyugal va a hacer que el sujeto sea feliz. Y la felicidad hoy en día es casi obligatoria, la tristeza es una mala palabra. Pero tenemos que estar tristes si atravesamos una desilusión o un duelo. El dolor de haber creído que la vida era de una manera que no es demanda tiempo y que a veces se esté triste.

Quizá haya que hacer como Samuel Beckett:
“Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.
Fallar mejor es ir al encuentro de lo incierto del amor, ¿Qué se puede vivir con esta persona en un determinado tiempo y que me siente bien? El neurótico tiende a caer en la fantasía del para siempre, y cuando se entera que el otro es -justamente- otro, surge la intolerancia y el odio. 

Hay parejas sintomáticas, donde el otro funciona como travazón entre el deseo y la defensa de ponderse a trabajar para sostener el deseo. ¿Qué tipo de pareja se tiene? ¿Qué pacto fantasmático se armó entre ellos? ¿Se eligieron por apoyatura, a la manera de una relación anaclítica? ¿Qué pasa si el otro se va? ¿Qué se hace con la pareja real, más allá de la imaginaria?

En el artículo de Pegan a un niño, Freud establece la correspondencia entre ser pegado por el padre con ser amado. Vemos parejas que se sostienen juntas en la pelea. Son tratamientos muy difíciles (o infructuosos), porque el pegarse es la manera que tienen de tenerse. Hay algo del masoquismo originario que es difícil de reciclar.  Recordemo que el masoquismo no necesita del otro, en cambio el sadismo sí. Como la pulsión se satisface aún en el síntoma, el masoquismo es terreno fértil para que las parejas se mantengan unidas, peleándose todos los días. En estos tratamientos, la pareja debe ser tratada de manera individual.

Celos. La palabra viene de celosías, que son las ventanas de las casas en las ue uno mira de adentro para afuera, pero que de adentro no se puede ver. El celoso mira un lugar que no puede y quiere ocupar. El celoso quiere todo de su pareja y eso no es salud. Los celos son un gasto de energía inútil, según Freud. Los celos no son con una determinada persona, sino con determinadas posiciones que alguien ocupa respecto a otra persona.

Se pueden celar amigos, a la pareja, a los hermanos... No es con la persona, sino con la posición que el celoso ocupa o cree que debería ocupar para el otro. Ñps celos son de estructura, no se pueden evitar totalmente, pero si atemperarlos. Hay que trabajar la exclusividad que el celoso le pide al otro. 

Fuente: Notas del Taller clínico "¿Amores? Locos ¿Qué amor?", a cargo de Lic. María Marta Depalma. Parte 2, 9 de enero de 2021