Fuente: Lutereau, Luciano "Ya no hay hombres: Ensayos sobre la destitución masculina" . Capítulo "El malestar contemporáneo"
miércoles, 19 de febrero de 2025
Los celos feminizan.
Fuente: Lutereau, Luciano "Ya no hay hombres: Ensayos sobre la destitución masculina" . Capítulo "El malestar contemporáneo"
sábado, 15 de febrero de 2025
Algunas reflexiones sobre el amor
Como pueden señalar Deleuze (1972) o Barthes (1977), enamorarse es aprender a reconocer al otro por aquellos signos que le son propios. Por ello, el amante se transforma en un semiólogo en estado puro, salvaje, que se halla en constante decodificación, acción intensa de lectura de los signos o las pruebas de amor. Los signos, pueden ser de felicidad, como también de desgracia. Incluso, los mismos signos que otrora tuvieron que ver con el amor, pueden conducirnos al dolor, a los celos, al desamor, lo que lleva a sentir que el tiempo invertido en su aprendizaje, ha sido un tiempo -irremediablemente- perdido. Una doble decepción. Deleuze ha llamado a esto la "contradicción del amor". Siempre un poco de ambos. Uno se encuentra, pues, en un constante acecho de los signos, un "buscón" de tales indicios, frente a los cuales, se erige como intérprete, traductor o exégeta. Signos, que en la actualidad, son cada vez más múltiples y cambiantes, confundiendo toda lectura de éstos, lo que deja a los amantes, irremediablemente, sumidos en la maldición del lenguaje: los equívocos y malos entendidos inevitables, en un código que nos precede.
martes, 12 de noviembre de 2024
Fracaso y repetición
Borges solía decir que lo único que puede enseñarse es el amor. Esto plantea una pregunta central: ¿por qué la transferencia es la condición fundamental de todo análisis, más allá de considerarla simplemente como su motor y obstáculo? Una clave esencial es entender la transferencia en términos de repetición. En el Seminario 11, Lacan señala que la transferencia se identifica con la repetición, lo que constituye una crítica a Freud, quien la concebía como la repetición de algo olvidado.
Sin embargo, repetición y transferencia no son equivalentes. Antes de plantear esta crítica, Lacan se había preguntado en el Seminario 8: "¿Quién pensó que fueran conceptos distintos?". Esto muestra la oscilación de Lacan en su reflexión sobre la transferencia.
En el Seminario 5, Lacan explora cómo se instala la transferencia, vinculándola con la demanda en términos de una filigrana. Utiliza la metáfora del papel visto a contraluz, donde se revela la marca de su fabricación. Así, la demanda muestra de manera velada las huellas del Otro que emergen en el proceso analítico.
La demanda no siempre se presenta de esta forma velada o "en filigrana"; a veces aparece de manera directa. ¿Cuál es la diferencia?
Cuando la demanda se muestra en filigrana, vemos un ejemplo clásico en los grandes casos clínicos de Freud, donde el analista se convierte en una figura más dentro de la serie psíquica del paciente, ocupando el lugar del Otro. En estos casos, el analista soporta y encarna esas marcas del Otro, facilitando así la posibilidad de metaforizar esa posición. Sin embargo, esto no siempre ocurre de manera automática. En cuadros como la melancolía u otras neurosis narcisistas, por ejemplo, la transferencia no se manifiesta bajo estos mismos términos, requiriendo un trabajo adicional para que dicha dinámica se establezca.
En este contexto, se observa una transferencia de objeto que debe estar presente desde el inicio, ya que, de no ser así, resulta complicado pensar en un posible final del análisis.
Existen áreas donde la configuración clínica no se manifiesta en filigrana. Para ilustrarlo, consideremos el siguiente caso:
Daniel es el típico ejemplo de lo que hoy se llama "tóxico", un término en boga. Sus parejas lo etiquetan de esta manera, y con el tiempo él empieza a identificarse con esa descripción. Su comportamiento se caracteriza por unos celos extremos y una demanda constante, hasta que las relaciones se vuelven insostenibles. Daniel comenta que, cuando está solo, siente alivio de sí mismo, porque en presencia de otra persona, se siente tomado por una pasión que no puede controlar. A partir de aquí, empieza a construir una narrativa personal.
La historia de Daniel incluye una madre que celaba intensamente a su padre. Tras la muerte del padre, durante la adolescencia de Daniel, los celos de la madre se dirigieron hacia él. Esta situación, sin embargo, no duró mucho porque la madre falleció, dejando a Daniel bajo el cuidado de otra persona. Ya en la adultez, los celos se transfieren a sus parejas, quienes se convierten en los nuevos objetos de su desconfianza.
Lacan sostiene en los Seminarios 8 y 11 que el análisis se desarrolla en el campo del Otro. Esto significa que el objeto de deseo que alguna vez estuvo destinado al Otro se transfiere, permitiendo que el proceso analítico transcurra con esta creación freudiana llamada transferencia. Aquí, el paciente asume el lugar de objeto, pero ahora transferido al Otro (el analista). No se trata simplemente de una historización o anamnesis lineal, sino de un diálogo entre las pasiones y las razones, algo que ya se había explorado en la filosofía y que Freud lleva al dispositivo analítico.
Este dispositivo, al que Freud considera artificial, permite precisamente este intercambio entre razones y pasiones. El objeto de la pasión se transfiere al Otro, encarnado por el analista, quien simula ser el objeto que alguna vez fue para el Otro. Así, la transferencia se convierte en el espacio donde las dinámicas inconscientes del deseo y la demanda encuentran un lugar de expresión y elaboración.
Un aspecto fundamental a considerar es el de la desposesión. En el amor y el deseo, hay una articulación intrínseca con la angustia. El amante se encuentra en un estado de desposesión, pues percibe que el objeto de su deseo se encuentra en el Otro. Por lo tanto, el amor no está exento de angustia; más bien, en esta dinámica pasional, el sujeto se siente despojado, experimentando su falta al encontrar el objeto deseado en el Otro. Aquí es donde la transferencia interviene, permitiendo responder a este encuentro con el objeto faltante de una forma distinta.
En El Banquete de Platón, el amado porta el objeto deseado —el agalma—, algo que el amante desconoce. En la escena previa al banquete, Alcibíades era amante de Sócrates, quien además desempeñaba el rol de su enseñante. El desarrollo del banquete recuerda a las sesiones iniciales de un análisis: los comensales hablan libremente del amor, permitiendo un flujo similar al de la asociación libre. Sin embargo, este hablar se transforma en actuar cuando Alcibíades introduce una torsión inesperada.
Generalmente, pensamos que la angustia inhibe la acción, pero existe otra vertiente donde la angustia empuja al acto. Ambas dimensiones aparecen en la clínica. Lacan, en el Seminario 10, sostiene que el acto le resta a la angustia su certeza. En el banquete, Alcibíades irrumpe con una declaración amorosa hacia Sócrates, poniéndolo en evidencia frente a todos, como menciona Lacan en el Seminario 8. Sócrates responde desentendiéndose y deriva la demanda a Agatón, sugiriendo que Alcibíades realmente se dirige a él.
Este manejo de la transferencia por parte de Sócrates —desviar la demanda hacia un tercero— tiene como objetivo que el proceso continúe, pero no es la única maniobra posible. Freud cuestiona esta práctica, planteando la paradoja de invocar a los demonios del deseo para luego intentar silenciarlos. En lugar de derivar la demanda, el analista podría asumir la responsabilidad de ser soporte del objeto de deseo.
Aquí es donde entra en juego el deseo del analista. Ante la angustia que surge del lado del paciente, e incluso del propio analista, existe la tentación de actuar para mitigar esa tensión. Sin embargo, el analista, a través de su deseo, debería ser capaz de soportar la posición de ser objeto de la pasión del paciente, en lugar de buscar neutralizarla o desviar la demanda hacia otro lugar. La capacidad de sostenerse en esa posición sin actuar ni desentenderse es crucial para que el análisis pueda avanzar, permitiendo que el paciente elabore su relación con el objeto de deseo en el campo transferencial.
Fuente: Notas de la conferencia de Kligmann Leopoldo "Fracaso y repetición", texto elaborado con IA.
domingo, 18 de agosto de 2024
La Pareja como Síntoma ¿Cómo reconocerla clínicamente?
La Pareja como Síntoma ¿Cómo reconocerla clínicamente?
Cada vez son más frecuentes los casos de parejas que consultan por:
Dependencia Extrema en el vínculo.
Desconfianza y Celos Patológicos.
Violencia verbal, psicológica y/o física.
Desborde y/o desgaste en el vínculo.
Estos son SÍNTOMAS DE LA PAREJA, pero… ¿Qué significa clínicamente: “La Pareja como Síntoma, El Compañero como Síntoma”?
“La Pareja como Síntoma”: 3 manifestaciones que reconocemos en la Clínica
A) La pareja (el compañero) puede representar un estado fijo y salvaje -que no llega a lograr la metaforización y el desplazamiento característico del síntoma-.
Produce así un puro padecimiento, del cual los sujetos se hallan imposibilitados -psíquicamente- de desprenderse.
El compañero adquiere el estatuto de un “deseo loco”, por estar enlazado a un extremo y totalizante ideal.
B) La pareja puede representar un síntoma asimilado al Yo, al que se le encuentra un beneficio.
No se tolera al compañero, pero el vínculo brinda tantas ganancias (económicas, reguladoras y convenientes para otros órdenes de la vida), que se prefiere hacer la vista a un lado. Así, estamos en el plano de lo que S. Freud denomina “beneficio secundario del síntoma”.
C) La pareja puede representarle al sujeto un enigma que cause su propia interrogación, tal como ocurre cuando un síntoma está siendo analizado.
Así, a partir del vínculo con el compañero, el partenaire es capaz de hacerse una pregunta que lo implique subjetivamente en aquello que lo concierne a lo íntimo de su ser. De esta forma, se le concede a la pareja el don de la palabra y la escucha, lejos de que sus dichos sean tomados como un ataque o una desestabilización afectiva.
Una enseñanza de J. Lacan:
“No hay relación sexual”
viernes, 24 de mayo de 2024
El cuerpo en la neurosis obsesiva
Notas de la conferencia "El cuerpo en la neurosis obsesiva" de Patricio Álvarez, en Causa Clínica.
El cuerpo en psicoanálisis.
Primer momento: El cuerpo imaginario en relación a lo simbólico del ideal del yo.
Comenzamos conm cuerpo que se construye en el estadío del Espejo. El cuerpo especular que se produce con la identificación al semejante.
Lacan agrega, al cuerpo especular, la determinación de lo simbólico. Se introduce el Otro y lacan ubica al yo respecto al ideal del yo, es decir, el modo en que ese cuerpo queda situado a partir del significante. El ideal del yo se pone en juego en relación al deseo del Otro. El ideal del yo, tal cual Freud lo ubicó como heredero del complejo de Edipo, sitúa las marcas del deseo del Otro sobre el sujeto. En lo que refiere a la relación entre el yo y el ideal del yo se ubica el sujeto, en relación a su propio ideal. Cotidianamente esto se llama "autoestima", porque se trata de la relación entre el yo y el ideal del yo. Es decir, nos referimos por un lado a la unificación especular y a la relación con el ideal del yo.
Lacan plantea que el cuerpo especular está unificado gracias a una construcción ficcional, que es el yo. Tiene que ver con una identificación al semejante y una anticipación del otro de los cuidados, donde el niño comienza a tener dominio de su cuerpo.
En esta dimensión entre la imagen unificada del cuerpo y la posibilidad de ruptura de esa unidad encontramos el cuerpo fragmentado. A nivel de lo imaginario, el cuerpo puede aparecer de manera unificada o fragmentada.
Segundo momento: Relación de lo imaginario del cuerpo con las zonas erógenas. Seminario 10 y 11, operaciones de alienación y separación.
Lacan teoriza, respecto al estadío del espejo, una condición necesaria para que haya identificación especular: las operaciones de alienación y separación. La condición necesaria para que se construya la imagen especular es la extracción del objeto a. En la operación de separación se produce la pérdida del objeto a. En Freud, encontramos la referencia a la primera experiencia de satisfacción, que es irrepetible, pues en la segunda vez se pierde ese goce inicial. Esa pérdida de goce inicial Lacan la ubica como pérdida del objeto a o separación.
En la neurosis, a partir de la extracción del objeto, en el cuerpo se produce una superficie unificada alrededor de agujeros u orificios corporales. ya no es una pura superficie como era en el estadio del espejo anterior, sino que es una superficie agujereada por las zonas erógenas. Esas zonas erógenas le dan al cuerpo conexión entre lo especular y el goce.
Cuando no se produce la extracción del objeto estamos en el campo de las psicosis. Allí, aunque hay estadio del espejo, no hay separación y el cuerpo aparece desarmado o dispuesto a fragmentarse. Lo vemos claramente en la esquizofrenia, pero también en la paranoia, donde la fragmentación se ubica en el campo del semejante, el cual se multiplica bajo formas persecutorias o erotómanas. Por ejemplo, en el caso Schreber están las multiplicaciones de las almas de Flechsig.
En el autismo tampoco hay extracción del objeto y no se construye la imagen especular.
Tercer momento: El misterio del cuerpo hablante. Seminario 20 en adelante.
Lacan ubica una temporalidad anterior a la especular y al lenguaje, el momento donde se produce el traumatisme, el agujereamiento que permitirá todas las formas de anudamiento. Se trata del agujero inicial, que se produce con el primer encuentro entre lo simbólico con el cuerpo material (y no la imagen especular). Lacan ubica esto como el cuerpo del parletre, en un tiempo anterior a la constitución del sujeto del inconsciente.
El parletre o habla-ser no es el del lenguaje, sino que se trata de una primera entrada de lo simbólico, que Lacan llama lalengua. Lalengua no es el sistema de oposición entre significantes, sino la primera entrada de lo sonoro, por ejemplo en la hilación del bebé, o en el ruido que escucha del Otro cuando todavía no tiene el lenguaje. Es un eco, un murmullo donde todavía no están diferenciados los significantes. En esa sonoridad, el cuerpo funciona como una caja de resonancia, donde se hace eco de un decir, de la lengua. Este es para lacan, el misterio del cuerpo hablante. Lacan dice que este cuerpo se siente, pero que no se puede decir demasiado sobre eso y que si bien a ese cuerpo se lo tiene, se trata de la primera entrada del goce en el cuerpo.
Cada una de estas concepciones del cuerpo tiene consecuencias clínicas. Si bien Lacan se refiere al cuerpo en el registro imaginario, cada vez más en su obra aparece la relación con lo real, entre la imagen del cuerpo y el goce del cuerpo.
En las tres épocas, la referencias al cuerpo parten de lo imaginario, pero en la última época lo imaginario ha tomado un carácter mucho más importante como consistencia de la que tenía en la primera enseñanza.
En esta última concepción del parletre y el cuerpo hablante, Lacan construye una oposición que vamos a tomar para la neurosis obsesiva. En un texto correlativo al Seminario 22, La Tercera, Lacan establece la diferenciación entre dos modos de goce:
- El goce entre lo imaginario y lo real. Lacan lo llama "goce en el cuerpo", un goce que se siente pero nada puede ser dicho sobre él. Está relacionado con el goce femenino, pero no es lo mismo.
- El goce entre simbólico y real: Es el goce fálico, fuera del cuerpo, porque está ubicado en el falo, un elemento que pertenece al cuerpo, pero a la vez no, por provenir del significante. Falo no es el pene, sino un significante que proviene de la cultura y lo simbólico. El goce fálico, por eso, está fuera del cuerpo.
El parletre se divide en estos goces y nos importa porque está en relación con la neurosis obsesiva.
***
Lacan sitúa, desde el inicio, trabaja a la neurosis obsesiva poniendo el centro en lo imaginario. Ahora que vimos la conceptualización del cuerpo, se entiende más por qué el neurótico obsesivo no se queda solo en lo imaginario de la relación al semejante, sino que en le relación de lo imaginario con el goce tiene un papel fundamental.
Lacan primero habla que el neurótico obsesivo tiene una construcción reforzada de su yo, es decir, el yo del obsesivo es fuerte, lleno de mecanismos de defensa. En cambio, el yo en la histeria solo tiene el mecanismo de represión. En la neurosis obsesiva vamos a encontrar otros mecanismos auxiliares, pues la defensa obsesiva queda infiltrada por la pulsión, según Freud. Recordamos que Freud decía que se producía una primera defensa, donde se producía la represión. El retorno de esa represión era un síntoma con una carga extra de satisfacción pulsional que requería una nueva defensa contra ese síntoma. Ya no es la lucha contra la representación reprimida, sino contra el síntoma mismo. En esa lucha contra el síntoma mismo se infiltraba otro goce, de manera que había que realizar una nueva lucha contra ese síntoma secundario, que eran las compulsiones. Eso no se detiene.
Leyendo a Freud, Lacan establece que en la neurosis obsesiva hay un yo reforzado por muchas defensas y por otro lado, un exceso de goce del cual el aparato intenta defenderse permanentemente. Ese exceso de goce es la presencia de la pulsión. Freud enseñó que la fijación en la neurosis obsesiva estaba dada por un "más de satisfacción", mientras que la fijación de la histeria era un "menos de satisfacción" (deseo insatisfecho). El obsesivo se defiende de ese "más de satisfacción". Acá ya hay un elemento, que es la relación del obsesivo a un cuerpo en el que el exceso pulsional, un más de goce, está puesto en juego de entrada. El obsesivo se defiende de eso y en esa defensa está la relación con el cuerpo, que puede darse:
- Un exceso de satisfacción que el sujeto siente.
- Una formación reactiva contra el exceso de satisfacción.
La sexualidad en la neurosis obsesiva está relacionada siempre con ese exceso, que está en más. Con lo cual, en la neurosis obsesiva el modo de tener y sentir un cuerpo siempre está ligado a algo de la prohibición. El cuerpo se vive con culpa moral, a la deuda y al superyó. Freud habló de esto desde el inicio acerca de este excedente sexual del que el sujeto debe defenderse.
En el Hombre de las Ratas está ubicado este primer encuentro con un goce excesivo para el niño, cuando él a los 5 años miraba las bombachas a las nodrizas (exceso de pulsión escópica). En ese punto se produce la forma lógica del síntoma excesivo: "Si, entonces..." Acá aparece el deseo de ver a las mujeres desnudas y la defensa, donde está en juego la prohibición. En el historial, esta es "Si deseo ver mujeres desnudas, mi padre morirá". Aparece una forma de goce junto a la defensa.
El hombre de las ratas tiene un recuerdo encubridor, donde se pone en juego otra pulsión, la sádica. Se trata de un recuerdo de los 3 años de edad, la paliza del padre. Él había hecho algo que estaba mal -y no recuerda qué era. El padre le pega, pero como el niño no tenía muchas palabras disponibles, le contesta "Eh tu, lámpara, pañuelo, plato..." como si fuera un insulto.
Lacan presta mucha atención a los recuerdos encubridores, porque en los grandes casos del psicoanálisis siempre remiten al fantasma y al objeto a. Por ejemplo, el recuerdo encubridor de Dora chupándose el dedo y tirándose de la oreja al hermano, está puesto en juego la pulsión oral. Lacan la toma para determinar que esa es la matriz fantasmática en Dora. En el Hombre de las Ratas, su matriz fantasmática lo que aparece es la furia contra el padre situada en relación a un goce sádico, de vengarse de él. Ese goce sádico, ligado al erotismo anal, va a ser el eje de todo el análisis del hombre de las ratas. Freud sitúa que el Hombre de las ratas es un "criminal", aunque no sabe de qué crimen se trata y alrededor de eso gira el análisis, tomar posición el sujeto frente a su sadismo.
En relación al sadismo está puesto el objeto anal, que va a ser el eje del trabajo del hombre de las ratas, donde está en juego el fantasma situado en ese primer recuerdo encubridor. La relación del hombre del hombre de las ratas a su propio cuerpo está ligada a un modo de satisfacción, que es la satisfacción sádica y por el otro, a una defensa permanente frente a esa satisfacción.
Los mecanismos auxiliares aparecen subsidiarios de una represión que no es suficiente:
- Formación reactiva. Se opone lo contrario, lo reactivo, a esa satisfacción puesta en juego. Si la satisfacción es sádica, la formación reactiva es ser un hombre excesivamente bueno y agradable. Incluso temeroso a lo que tenga que ver con el sadismo. Acá aparece ese síntoma de sacar y poner la piedra para que el carruaje de la dama no la chocara.
- Anulación. Se anula lo acontecido, se lo niega.
- Aislamiento. Consiste en aislar dos representaciones para que no se relacionen entre sí.
En el obsesivo, entonces, la relación con el cuerpo tiene que ver con un exceso de goce o con la defensa contra ese goce. No se trata de una relación fácil, sino de oposición: exceso o prohibición. Aparece la duda, la deuda, la autoacusación, en la línea del superyó.
Hay tres modalidades clínicas, hasta acá, de tener un cuerpo en la neurosis obsesiva:
1) Una relación a un goce que se vuelve excesiva o tiene el potencial de volverse así. El obsesivo a veces se permite goces excesivos, que pueden ser sexuales, drogas, etc. Luego aparece la culpa.
2) La formación reactiva, donde ese goce queda vaciado, sublimado. El obsesivo vive su vida de un modo aburrido, desconectado de su propio cuerpo y deseo. En este punto, el obsesivo vive como si no tuviera cuerpo.
3) La modalidad de la culpa y la prohibición. Una relación culposa con el cuerpo, en la dimensión superyoica. Aquí el obsesivo está en posición de sacrificio corporal, trabajando para el otro: da demasiado, compulsión al trabajo, etc.
En este punto, trabajamos con la segunda modalidad del cuerpo que vimos: la de la imagen del cuerpo con sus objetos a. Así lo ubicamos en el caso del Hombre de las ratas con la pulsión anal y la escópica.
Habíamos hablado de la división entre el goce fálico y el goce en el cuerpo de la última enseñanza de Lacan. Nos interesa la relación al falo en la neurosis obsesiva.
Primero, Lacan ubicó la diferencia entre falo simbólico e imaginario. El falo simbólico es una fórmula vacía, el significante del deseo. No es ninguna imagen, ni el niño, ni el pene... Sino el deseo funcionando, al cual no se lo puede nombrar. Si se lo nombra o se lo representa, ya estamos hablando del falo imaginario, que depende de las significaciones del sujeto. Ahí podemos escuchar "Quiero tal cosa, me gusta tal cosa", todo eso es en el plano del falo imaginario.
La tercera dimensión del falo es el goce fálico, donde Lacan pone en juego un goce ligado a ese significante del deseo y que tiene la característica de ser un goce limitado, regulable, medible, localizado fuera del cuerpo y articulado con la palabra. En las fórmulas de la sexuación, Lacan ubica tanto en el hombre como en la mujer se sitúan de distintos modos respecto al goce fálico. El lado "hombre" se relaciona exclusivamente con el goce fálico, mientras que en el lado "femenino", no todo está ubicado en relación a ese goce fálico.
Lacan designa a ese goce fálico como un goce fuera del cuerpo, ligado por el lado imaginario al órgano del cuerpo, pero luego está ligado a los objetos a. En ese sentido, Lacan lo sitúa fuera del cuerpo, porque se dirige a los objetos. Por ejemplo, en el Hombre de las ratas se dirige al objeto anal o al escópico.
Cuando se trata de un varón neurótico obsesivo, es preponderante ese modo de goce ligado a los objetos a, fuera del cuerpo. En el obsesivo, la parte fundamental de su goce está fuera del cuerpo. De esta manera, aparece poco el cuerpo. En cambio, en el discurso de la histeria la referencia al cuerpo es permanente, se presenta todo el tiempo en en análisis bajo la forma del dolor o bajo la forma del cuerpo conversivo. Se trata, en la histeria, de un cuerpo ligado a significantes en el mismo cuerpo en las manifestaciones conversivas del significante. El cuerpo en la histeria, frecuentemente, se presenta y habla en el consultorio. En la neurosis obsesiva esto no es común.
En la neurosis obsesiva, el cuerpo aparece bajo la modalidad del "fuera del cuerpo" del goce fálico, en modos:
- El cuerpo del lado de la rivalidad fálica o a la competencia con los otros. Aparece el propio cuerpo en función de la rivalidad con el otro, que siempre está en posibilidad de victoria fálica sobre el sujeto. "El que la tiene más grande" toma múltiples formas de rivalidad, que determina la relación del sujeto al ideal del yo. Acá encontramos la clínica de los celos, de la confrontación, el sadismo, el bullying, etc. En todas estas formas está puesto en juego el cuerpo como instrumento para esa competencia.
- Lo siniestro del cuerpo. Este fuera de cuerpo se presenta como lo no habitual de ese cuerpo investido fálicamente. Es una relación angustiante con el cuerpo, por ejemplo en ciertas hipocondrías. El cuerpo aquí no funciona a la manera del goce fálico, aparecen enfermedades y fantasías exageradas. Es un síntoma hipocondríaco en neurosis obsesivas, que ocurre cuando algo no está recubierto fálicamente. Se trata de una forma de cuerpo recubierta fálicamente, pero que ha fallado en algún punto.
En un análisis, la histerización del discurso del obsesivo es lo que va a permitir la salida del revestimiento yoico (defensas), del revestimiento fantasmático (los objetos a) y el revestimiento fálico (en relación al modo de goce). Estas tres capas son las modalidades de relación que el obsesivo tiene con su cuerpo.
Mientras en la histeria el cuerpo es permeable a lo simbólico -al significante- y no recubierto por todas estas capas, el cuerpo obsesivo es defensivo, una gran coraza dada por estos tres recubrimientos: yoico, fantasmático y fálico. La relación del obsesivo con su cuerpo es bastante problemática. Por ejemplo, en la paternidad, cuando aparece otro cuerpo -el del hijo-, deja muy perplejo al obsesivo, porque tiene que ocuparse de otro cuerpo sin tener el propio o tiene poca conexión con él.
Cuando Lacan dice que el análisis no solo histeriza, sino que feminiza, es porque produce un efecto una conexión con el cuerpo, sentirlo. Esto implica atravesar el cuerpo fálico, ir por fuera de él. Comienza a ponerse en juego el hecho de sentir un cuerpo, donde el obsesivo puede salir de estos recubrimientos y poner algo del goce en el cuerpo en juego y no puro goce fálico (fuera del cuerpo).
viernes, 15 de julio de 2022
viernes, 29 de abril de 2022
lunes, 28 de febrero de 2022
La agresividad y sus estragos. El circuito demoníaco de la pulsión
jueves, 13 de enero de 2022
Las condiciones inconscientes del amor
jueves, 6 de enero de 2022
Enamoramiento y celos
sábado, 10 de julio de 2021
Diario de un psicólogo en apuros: Cómo saber si tu pareja te engaña.
De la luna la que miras
Del sol porque te calienta
Yo tengo celos del agua
Y del peinecito que a ti te peina
jueves, 18 de febrero de 2021
Más amores locos: ¿Qué amor?
Tanto Freud como Lacan sostuvieron que en el origen estuvimos míticamente unidos a un Otro impersonal. Venimos al mundo de a dos, ese es nuestro Eros y de eso se trata lo incestuoso en una relación. El incesto no se trata del relato edípico, aunque Freud se haya servido de ese mito para después transformarlo en un complejo, afirmando cosas que con palabras no se termina de decir. Lo incestuoso no es que el niño se acueste con su madre. El incesto (en el cesto) implica en el origen, volver al útero. De eso nos tenemos que separar para poder armar una pareja y no de mamá y papá como roles o personas.
Esto de volver al origen nos anoticia que fue necesario tramitar un duelo primordial para poder ensamblar con otros semejantes sin la locura que emerge de la necesidad imperiosa de volver a ser uno con el otro impersonal.
El amor en tanto philia es el amor filial, el amor que causa alegría. Se trata del amor mutuo entre padres e hijos, con amigos.
El ágape es un amor que no tiene que ver con los griegos, sino con los romanos. Un dialecto arameo comenzó a decir que Dios es amor, que amaos los unos a los otros… De esto se sirve el mito de Aristófanes, el mito de los andróginos del que se sirve Lacan para hablar de la transferencia. Volver al origen implica la alegría de estar juntos para siempre fusionados, que nada nos falte y que esto consiste en ser feliz. la felicidad aquí está tomada como unión, la fusión, la perpetuidad. Este mito nos da una pista de por qué el amor enloquece.
¿Qué significa que Dios es amor? Tenemos la necesidad de estar completándonos permanentemente como si al ser le faltara alguien para ser perfectos y felices. En el Malestar en la cultura, Freud dice que la felicidad es una cuestión de economía libidinal. La búsqueda de la felicidad es la pasión del ser de volver a la unidad y a la completud, evitándonos el sufrimiento del desamparo. El tema es que en esta completud se desdibuja el origen del amor y de su definición: el amor es la falta, el deseo.
Nadie que esté completo puede salir a buscar lo que le falta. Ahí está el problema, pues el ser humano en la búsqueda de la felicidad se encuentra con que lo que está tratando de evitar es el desamparo y la muerte, que es nuestro único destino desde el momento de nacer. Nos pasamos la vida intentando evitarla, como si eso fuera posible. Encontramos elementos sustitutivos, no para ser felices, sino para no morirnos. De esto nos enteramos después, por eso el amor enloquece.
Cada vez que el sujeto supone encontrarse con ese objeto que le faltaba, ante la desesperación de la búsqueda de la felicidad, lo toma como propio. Ahí es donde el desencuentro empieza a chillar a la manera del síntoma.
Cuando hablamos de parejas, tenemos que pensar los tres tiempos en que se van armando.
El instante de ver al otro, al partnenaire, que queda cristalizado como el amor de su vida.
El tiempo de comprender que ese ideal no existe, que lo anterior es una idealización del amor. El otro es un desconocido a conocer.
El tiempo de concluir es aceptar que ese otro no es el ideal que me completa, sino que será un otro totalmente distinto de lo que imaginé en la foto, pero que voy a tener que construir lo que me falta para vivir mejor o para ser feliz.
La felicidad exige instantaneidad y lo que se vive en un instante no puede ser perfecto ni dura para siempre. Esta ilusión no tiene relación alguna con la castración. El no-todo que la castración anuncia debe ser interiorizado en la relación de pareja, porque sino nos quedamos con esos finales míticos y románticos de muchas películas.
La verdad del amor, desde Sócrates, tiene que ver con lo que falta. Es encontrarse con alguien que done su falta en ser que se encuentre en un instante con el otro que done su falta, su carencia en ser para fundirse un instante con el otro. La alienación es la superposición de dos faltas: la falta del deseo y de la falta de la demanda.