Mostrando las entradas con la etiqueta desamparo. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta desamparo. Mostrar todas las entradas

jueves, 3 de julio de 2025

El trauma como huella del Otro y el giro en la teoría del Principio de Placer

Las neurosis de guerra pusieron de manifiesto, para Freud, fenómenos clínicos que lo llevaron a reconsiderar algunos de los fundamentos de su teoría, en particular el modo de entender el funcionamiento del proceso primario.

La conceptualización del trauma desde una perspectiva estrictamente económica —clave dentro de la metapsicología freudiana— supuso también una desimaginarización radical del fenómeno traumático. En este marco, el trauma deja de pensarse como un impacto excepcional desde fuera del aparato psíquico, para ser comprendido como una consecuencia estructural de la constitución del sujeto en su relación con el Otro.

El desamparo originario, la absoluta dependencia del cachorro humano, instala desde el inicio una marca traumática. Lo traumático no es aquí un evento, sino el efecto estructural de una falla de mediación entre el deseo enigmático del Otro y el sujeto que intenta ubicarse ante él. Lo que en el Otro aparece como sin respuesta, sin ley que ordene o regule su deseo, deja una huella imborrable en el psiquismo.

Este giro teórico se formaliza en Más allá del principio de placer, texto clave donde Freud introduce la dimensión específicamente analítica del trauma. A partir del análisis del sueño traumático, señala que el más allá del principio de placer implica la existencia de un tiempo lógico anterior a la tendencia onírica del cumplimiento de deseo. Como él mismo escribe:

Si existe un ‘más allá del principio de placer’, por obligada consecuencia habrá que admitir que hubo un tiempo anterior también a la tendencia del sueño al cumplimiento de deseo... No son imposibles, aún fuera del análisis, sueños que, en interés de la ligazón psíquica de impresiones traumáticas, obedecen a la compulsión de repetición.

Este señalamiento introduce una excepción a la lógica del principio de placer, una ruptura en la economía del aparato que apunta a aquello que no se deja ligar, que permanece por fuera de la articulación simbólica. No se trata de una lógica formal, sino del indicio de un borde, de un resto que, al no ser integrable, parece sostener —desde su exclusión— la estructura misma.

jueves, 29 de mayo de 2025

Deseo, falta y el desamparo estructural del sujeto

El deseo estructura la condición humana. Esto implica que dicha condición se define por la falta de un objeto que pueda complementar al sujeto —una falta constitutiva que Lacan interroga en El deseo y su interpretación, donde, retomando a Spinoza, se pregunta sorprendentemente: ¿cuál es la esencia del hombre?

Ese lugar fundante del deseo en la estructura subjetiva está íntimamente ligado a la muerte, tal como la concibe el psicoanálisis. No se trata aquí de la muerte biológica, sino de la muerte como efecto del significante: por un lado, la mortificación que implica el ingreso al lenguaje, y por otro, la finitud estructural que introduce la castración simbólica.

En este recorrido hay un punto decisivo: el pasaje desde una concepción del deseo como infinitud hacia su anclaje en el fantasma. Este anclaje implica una fijación del deseo en relación con el objeto a, que en el fantasma ocupa un lugar preciso. El deseo, entonces, lejos de ser ilimitado, se estructura en torno a un límite.

A partir de esto, toda tentativa de "transgredir" ese límite implica no una liberación del deseo, sino una confrontación con el goce, que opera más allá del deseo. Es decir, un exceso que no puede simbolizarse y que confronta al sujeto con su punto de imposibilidad.

Desde esta perspectiva, el deseo se manifiesta en dos vertientes: por un lado, en su presencia real, como empuje sin objeto; por otro, como deseo sostenido en el fantasma, que cumple una función defensiva al proteger al sujeto del desamparo estructural. La práctica analítica se dirige justamente a desmantelar estas defensas, exponiendo al sujeto a ese vacío, allí donde sus coartadas simbólicas dejan de sostenerlo.

En ese punto crucial —donde se articulan inhibición, síntoma y fantasma—, la neurosis sostiene la ficción de un Otro completo, garante de sentido. Pero el análisis lleva al sujeto a la experiencia de que ese Otro no existe. No hay Otro que garantice, sino más bien lo que “hay” es nadie. Este “hay nadie” no tiene cualidades; es la forma en que se hace presente la incidencia traumática de un quantum económico, imposible de asimilar. El matema del Otro barrado es la escritura formal de este vacío estructural.

jueves, 1 de mayo de 2025

El deseo como desarreglo: del tormento a la ética del psicoanálisis

El hecho de que el deseo conlleve un más allá del principio del placer lo aparta radicalmente del registro de lo temperado o armónico. En este marco, no resulta extraño que Lacan pueda afirmar que el deseo atormenta al sujeto. No lo hace porque lo condene al sufrimiento sin tregua, sino porque implica una agitación anímica constante, provocada por la falta de un complemento, por una carencia estructural que lo expone al desamparo y a la angustia.

Por eso Lacan no duda en referirse al deseo como “la cosa freudiana”, poniendo en juego la noción de Das Ding como núcleo real del aparato psíquico. Al situarlo allí, el deseo se aproxima a lo real, y se vuelve indisociable de la angustia, que Lacan definirá como la señal del deseo.

En consecuencia, hablar del deseo implica un efecto del significante, pero no solo eso: también conlleva una torsión de la percepción del objeto. Lo que el deseo hace visible no es un objeto elevado o idealizado, sino más bien una degradación, una caída del objeto al rango de resto, de lo envilecido, de lo que ya no puede ser dignificado. La experiencia amorosa lo evidencia: no hay en el deseo garantía de elevación, sino más bien una relación del sujeto con su falta, que lo empuja hacia una búsqueda perpetua de lo que no puede hallarse.

Desde la perspectiva clásica, el deseo podía vincularse al hedonismo: una búsqueda del Bien, donde cualquier perturbación era un accidente contingente. Pero en Freud, esta lógica se subvierte: el deseo ya no es hedonista, y el malestar no es accidental, sino estructural. Entonces, ¿en qué consiste el Bien del sujeto?

La conmoción en la noción de Bien es clave: Lacan afirmará que el deseo introduce un desarreglo, una anomalía constitutiva. No hay para el sujeto un Bien preestablecido al que pueda aspirar como fin armónico. Lo que habría de ocupar ese lugar —el objeto del deseo— no satisface el principio del placer, ni cierra la falta. Esta alteración del vínculo con el Bien es el fundamento para la construcción de una ética propia del psicoanálisis.

Si el Bien no existe como entidad garantizada, si el placer no basta para regular el deseo, entonces ¿qué comanda el acto del sujeto? Esta pregunta no apunta a una respuesta normativa, sino que instala una orientación ética: no hay acción subjetiva verdadera que no confronte la falta, que no asuma el real del deseo y su incompletud estructural.

lunes, 28 de abril de 2025

Del amor al deseo: la encerrona necesaria en la demanda

La cadena inferior del grafo formaliza la estructura de la demanda como demanda de amor. En ella, lo que se solicita no es simplemente un objeto, sino la presencia incondicional del Otro. Esta dinámica justifica el lugar que ocupa el matema A (el campo del Otro como sitio del significante), íntimamente vinculado con el punto extremo de ese circuito: el I(A), el Ideal del yo o del Otro, significante de la demanda de amor.

Aquí se dibuja el lazo fundamental del niño con la madre como Otro primordial. Un vínculo atravesado por una paradoja estructural: la demanda de amor sostiene la acogida del niño —que es a la vez un niño demandado y significado—, pero también lo deja expuesto al capricho del Otro, sometido a su designio. Lacan señala esta estructura como infernal, aunque también habla de reciprocidad y circularidad: índices de una encerrona... pero una encerrona necesaria.

La necesidad de este enredo responde a un dato clínico central: el niño, en su desamparo, depende enteramente de la respuesta del Otro. El Otro que, interpelado por el llanto, responde con una demanda, y no simplemente con satisfacción. Sin embargo, esta respuesta nunca puede colmar completamente la incondicionalidad que la demanda implica: siempre arrastra una imposibilidad. Así, la demanda se convierte en el vehículo de algo que la desborda: un deseo que la excede.

Más allá de cualquier demanda explícita, el niño encuentra en el Otro la presencia de un deseo. Y es este descubrimiento el que abre una brecha. El niño puede preguntarse:

  • “¿Qué desea realmente el Otro?”

  • “¿Qué desea más allá de mí?”

Esta pregunta es fundamental. Marca el pasaje del enunciado (el contenido manifiesto de la demanda) a la enunciación (el acto mismo de deseo que la sostiene). En esa torsión, el niño puede comenzar a reconocer que el Otro no es completo ni autosuficiente, sino que también le falta algo.

Así se inaugura el movimiento que lleva:

  • De la ilusión del Otro completo al significante de su falta.

  • De la demanda de amor a la demanda pulsional, en su estructura reversible.

En esa apertura se dibuja el primer atisbo de un sujeto que ya no está totalmente sitiado por el Otro, sino que empieza a bordear el campo del deseo.

martes, 12 de noviembre de 2024

Pánico en relación al cuerpo, al deseo y la singularidad.

Cuando un sujeto acude a consulta en estado de pánico —con sus evidentes manifestaciones corporales— es crucial el papel del amor, entendido en el sentido del juego de palabras que hace Lacan en el Seminario 20 con "ánima". "Dar ánimo", como decimos coloquialmente, implica ayudar al paciente a reconectarse con su cuerpo, a volver a sentirlo como propio.

El pánico tiene una dimensión estructural ligada al simple hecho de tener un cuerpo. La angustia impacta sobre lo imaginario del cuerpo, que es lo que le otorga una sensación de unidad y cohesión. Este sentimiento de unidad, sin embargo, es sumamente frágil y puede romperse ante determinadas contingencias. Lacan se refiere a esta ruptura en su análisis de Joyce, diciendo que "el cuerpo levanta campamento", aludiendo a la sensación de desintegración. Ya Kraepelin había estudiado la pérdida de la voluntad humana, y Freud exploró esta vertiente a través del narcisismo, señalando cómo las pulsiones fragmentan el sentido de unidad corporal. Estos aspectos revelan lo inestable que es esta unidad, y el campo de la angustia refleja precisamente esta precariedad.

Curiosamente, en el DSM, el ataque de pánico y el ataque de angustia están descritos de manera casi idéntica. Ambos se refieren al terror que el pánico produce a nivel corporal, como una sensación de locura inminente que sacude al sujeto desde lo más profundo.

Existe una relación intrínseca entre el pánico y el deseo. Una de las condenas del ser hablante es haber perdido el objeto de deseo, lo que lo distingue de otras especies que cuentan con un instinto que guía su conducta. Esta carencia, este vacío, se experimenta como un abismo que genera pánico. El enfrentamiento con el deseo siempre implica angustia, ya que cualquier acto deseante conlleva el riesgo de enfrentar este vacío.

El pánico puede entenderse como una defensa extrema frente al agujero que el deseo abre en el sujeto, ya que el deseo implica sostener una tensión que el pánico rechaza. En el ataque de pánico, se observa una renuncia a la tramitación psíquica, es decir, una incapacidad de elaborar o simbolizar el malestar. Es como si el sujeto renunciara a atravesar la angustia que inevitablemente conlleva el acto de desear, buscando una salida inmediata para evitar el enfrentamiento con esa falta que el deseo desnuda.

En este sentido, el pánico puede ser visto como un intento desesperado de aferrarse a una ilusión de completud o certeza, negando la propia estructura deseante del ser hablante, que se caracteriza precisamente por estar en falta, por no tener un objeto que lo colme completamente. Así, el trabajo analítico busca, a través del amor transferencial, restablecer una conexión del sujeto con su cuerpo y su deseo, permitiendo que este vacío pueda ser habitado y elaborado, en lugar de ser evitado mediante el pánico.

Lo singular en la experiencia del sujeto también activa el campo de la angustia. Lacan, al escribir  en el grafo del deseo, se refiere a la posición de "solo sin Otro". Aquí se señala un punto clave en la estructura subjetiva: la soledad fundamental del sujeto. Este momento de soledad es crucial en la clínica, ya que es donde el sujeto comienza a inventarse una vida subjetiva, a construir su propio sentido. En este punto de soledad, surge la pregunta: ¿de qué se aferra el sujeto para sostenerse?

Intervenciones Clínicas

Cuando la angustia se manifiesta como una señal en el yo, estamos ante una angustia operativa. En estos casos, la angustia cumple una función de localización: conmueve la escena y permite identificar los elementos que la sostienen. Estas escenas suelen estar apoyadas en objetos pulsionales específicos. Por ejemplo, en la clínica, al identificar de qué está hecha la escena (sensaciones de ser chupado, cagado, devorado, etc.), se puede orientar la interpretación para relajar esa estructura y permitir que el sujeto encuentre un modo más vivificante de sostener su deseo.

Sin embargo, cuando el sujeto se encuentra en un estado de pánico puro, las interpretaciones tradicionales suelen fallar. En estas situaciones, el sujeto experimenta una pérdida radical de consistencia corporal y psíquica. Antes de poder interpretar o señalar elementos del inconsciente, es necesario que el paciente sienta un cuerpo sostenido, una mínima estabilidad que le permita anclarse en su experiencia subjetiva.

Aquí se abre un abanico de posibles intervenciones clínicas, que van desde acompañar al paciente hasta "donar" bordes imaginarios y consistencia. El analista debe ser capaz de ofrecer un sostén imaginario, un borde que permita al sujeto recuperar cierta cohesión y no perderse en el abismo del pánico. Este sostén puede implicar actos simples, como el tono de voz, la presencia corporal del analista, o incluso el silencio atento, que puedan devolver al paciente una sensación de estar contenido.

En este sentido, el analista debe estar a la altura de la angustia del paciente, es decir, debe poder soportar la intensidad de esa experiencia sin desbordarse ni buscar soluciones rápidas. Esto implica una presencia activa pero no intrusiva, que permita que el sujeto encuentre sus propios recursos para enfrentarse a la angustia, reconociéndola como un punto de partida para la elaboración psíquica en lugar de una amenaza que debe ser inmediatamente neutralizada. Así, el trabajo consiste en acompañar al sujeto en este tránsito, facilitando que pueda reconstruir su relación con el deseo y con los objetos pulsionales que estructuran su escena psíquica, y logrando, en última instancia, que pueda habitar su soledad de una manera menos angustiante y más vivificante.

Fuente: Notas de la conferencia de Gabriel Racki "Pánico en relación al cuerpo, al deseo y la singularidad". La nota fue desarrollada por IA.

domingo, 29 de septiembre de 2024

La Crisis de Angustia: “Una Catástrofe Subjetiva”

 La Crisis de Angustia: Un Impacto Masivo sobre la Subjetividad

La Crisis de Angustia es causada por el fuerte impacto que sufre el aparato psíquico de un sujeto al ser avasallado y sometido por el campo pulsional del Ello, que no encuentra límite. 

Esta experiencia es experimentada como una verdadera catástrofe subjetiva. 


El cuerpo también se derrumba

La Crisis de Angustia trae aparejada fuertes y conmocionantes síntomas: taquicardia, mareos, sensación de ahogo, dolor agudo de estómago, temblores.

Ya Sigmund Freud, en 1894/95, nos advierte: “Estos síntomas físicos no son fáciles de distinguir de una afección cardíaca”. 


La Angustia Traumática
 
La Crisis de Angustia es experimentada de manera traumática, porque el sujeto -en el tiempo en donde se produce- no posee representaciones psíquicas que lo orienten en su posición subjetiva con respecto a sus Otros Significativos y a su lugar en el mundo.


Diferencias entre la Angustia Señal y la Angustia Masiva    

La Angustia Señal

●  Es una señal dirigida al Yo del sujeto, proveniente del inconsciente.

● Lo anoticia al sujeto de algo muy preciso: en ese momento, a nivel fantasmático, se ubicó como un objeto que intenta taponar la falta del Otro.

●  El sujeto se sostiene en el mundo a través de su trama fantasmática inconsciente.

Las intervenciones del analista se orientan a la interpretación, como intervención privilegiada.
  

La Angustia Masiva 

● Sin ningún tipo de aviso, el aparato psíquico queda arrasado por una Angustia Masiva causada por el empuje del Ello Pulsional sin límite. 

  ● La Angustia Masiva irrumpe, sin aviso previo, de manera ilimitada, sobre el aparato psíquico del sujeto. Por este motivo, se la denomina “Angustia Traumática”. 

●   El sujeto queda arrasado, se desarma su fantasmática inconsciente que lo sostiene en el mundo. Aparece, así, el puro cuerpo.

Las intervenciones del analista se orientan a las Construcciones, a la Historización, con la finalidad de armar nuevamente la trama fantasmática inconsciente. 

El “Hilflosigkeit” freudiano: El Desvalimiento Originario 

En la Crisis de Angustia, la función de corte con el Otro primordial está momentáneamente suspendida.  A esta función, J. Lacan la denominó “Nombre del Padre”. 
Por este motivo, el sujeto vivencia el horror del desamparo primario, entendido como una posición de entera pasividad frente al Otro de los primeros cuidados (tiempo necesario de alienación para sobrevivir y hacer nuestra entrada al lenguaje).


Intervenciones Clínicas en la “Crisis de Angustia”

Como analistas, acompañaremos y alojaremos el sufrimiento del sujeto,  entendiendo que padece de un sufrimiento extremo.

  ●  De a poco y a través de preguntas, trataremos de situar en qué momento particular de la vida del sujeto irrumpió la Crisis de Angustia.

●   La herramienta clínica primera y fundamental en los estados de Angustia Traumática son las “Construcciones en Psicoanálisis”. El analista, a través de la historización que va construyendo de la vida del paciente, dona palabras que vuelven a instalar la trama fantasmática del sujeto. 

Estas operaciones clínicas otorgarán nuevamente lo que había quedado arrasado: el sentido y la orientación de la propia existencia subjetiva. 

martes, 10 de octubre de 2023

El Horror como experiencia vivida en la infancia - Intervenciones Clínicas

Resulta cada vez más frecuente, en la consulta de niños y niñas, que el analista se encuentre -en forma manifiesta o enmascarada- con Traumas precoces vivenciados en la infancia: maltratos psicológicos y/o físicos, abusos sexuales intrafamiliares silenciados, castigos físicos, humillaciones, amenazas de todo tenor. Nos referimos y hablamos de experiencias horrorosas infantiles realmente acontecidas, que tanto difieren de las fantasías psíquicas del Edipo, descubiertas y descriptas por S. Freud.
S. Freud, desde los comienzos de su obra, nos enseña que el ser humano nace en pleno estado de indefensión (Hilflosigkei), ya que depende para sobrevivir, física y psíquicamente, de sus Otros cuidadores.

Por estructura e indefectiblemente, la relación durante los tiempos de la niñez, la pubertad y la adolescencia, es fundamentalmente asimétrica (totalmente desproporcionada). Al decir de F. Ulloa, los Otros primordiales tienen, así, “el poder” del ejercicio de la Ternura o de la Crueldad.

Si el Otro de los cuidados ostenta el poder de manera perversa, para apoderarse y aprovecharse del infante como objeto de su propio goce, nos confrontaremos con una situación muy grave -si no recibe el debido tratamiento-: el infante -futuro adulto- quedará, de aquí en más, con una vida comprometida e hipotecada por el dolor psíquico, con sufrientes alteraciones en su cuerpo.

El fracaso estrepitoso de la función normativa de los adultos

Cuando fracasa la Ley de prohibición del incesto y el/los adultos involucrados en la crianza abusan del niño o la niña, las vivencias se tornan, tal como S. Freud las denominara: siniestras (Unheilmlich).

Concepto de lo siniestro: es la experiencia en donde lo familiar, lo íntimo, lo amable, se vuelve extraño, peligroso, oculto y extremadamente dañino. Lo siniestro también es designado con el término de “lo ominoso”, es decir, lo abominable que merece ser condenado y aborrecido (“Lo siniestro” Sigmund Freud - 1919).

En los casos de apoderamiento psíquico y/o físico del menor, lo siniestro designa una vivencia realmente acontecida, a diferencia de las fantasías (que son elaboraciones psíquicas subjetivas de las pulsiones orales, escópicas, anales y fálicas).

Los abusos perpetrados en los tiempos de crianza, aprovechando la dependencia infantil, configuran lo que F. Ulloa denominará “el fracaso estrepitoso de la Ternura” y el “triunfo del indigno reinado de la más pura crueldad” (“Novela Clínica Psicoanalítica” Fernando Ulloa - 1995).

En tantos casos donde el alojamiento amoroso y la ternura de los Otros de los cuidados cae en picada, a nivel psíquico se priva drásticamente al infante de las condiciones necesarias y los recursos que tendría el aparato psíquico para tramitar (no sin inhibiciones, síntomas y angustias) el devenir de la vida, que implica hacer el humano, legítimo y necesario pasaje de la “dependencia primaria” (endogamia) a la “independencia/separación de los Otros primordiales” (exogamia).

A esta lamentable y trágica situación, F. Ulloa la denomina: “encerrona trágica”.

Intervenciones Clínicas

. Como analistas estaremos para darle el debido tratamiento a las manifestaciones que -a modo de denuncia- hace el infante de estos horrores vividos como “pesadillas diurnas”.

. Deberemos ser pacientes, sin apresurarnos a desestimar ninguna manifestación psíquica y/o corporal, encasillándola en “diagnósticos de moda” (ADD, trastornos de aprendizaje, autismo leve, negativismo al lazo social, ataque de pánico, enfermedad psicosomática, anorexia/bulimia).

. Tenemos que saber que las disrupciones psíquicas y físicas pueden ser causadas por la experiencia del terror, tan diferente a la angustia elaborativa del crecimiento.

. Le ofreceremos una presencia amorosa, delicada y un suelo de cuidado y confianza en esa verdad que quiere aflorar.

. En el caso del infante, leeremos, a través del desarrollo del juego, tan rico en significaciones, la palabra acallada.

. En el caso del púber y/o el adolescente, descifraremos, en los relatos que poco a poco se puedan ir construyendo, las claves encerradas de una verdad, que hasta aquí, no pudo salir a la luz

viernes, 4 de diciembre de 2020

La crueldad del Superyó: obstáculo para el avancede una cura

Como analistas nos preocupamos y nos ocupamos, en los distintos tiempos de una cura, ante el avance arrollador del Superyó que inviste contra el Yo, y que deja al sujeto en una encerrona trágica, apresado y torturado, cediendo en su deseo. En las neurosis graves, cuyo acontecer cotidiano está acompañado, por este padecer superyoico, en cada paso -aún en el más nimio-. Así como en las interrupciones de tratamiento, en la reacción terapéutica negativa, en algunas adicciones transitorias, encontramos los signos de los efectos apabullantes del mandato.

He aquí algunos de los ejemplos de este combate desigual. Arrecian en aquellas estructuras que tienen una debilidad en relación con el amparo del Otro. La falta de amor del Otro es compensada por la interiorización del Superyó, en efecto, da un borde y un anudamiento falso. En los tiempos del desamparo, el Superyó da un acompañamiento.

Partiremos de la paradoja "así como el padre debes ser, así como el padre no debes ser", que encierra al sujeto en una disyuntiva que lo aprisiona, atormentándolo sin resto para poder detectar la impronta de su deseo.

Nos preguntamos: ¿cómo operar cuando la voz y la mirada del analista pueden sorpresivamente tomar la coloratura superyoica? ¿Cómo intervenir para que el analista no se haga eco de las resistencias cuando las mismas amenazan con hacer detener la cura?

Sabemos que uno de los obstáculos mayores al avance de la cura es la obediencia al mandato. Aún cuando el sujeto puede avanzar en el camino de su creación, el sueño pesadillesco puede seguir aprisionándolo. Se trata de sueños ominosos fabricados para la satisfacción del Superyó.

Dejaremos planteadas las preguntas y daremos algunas pinceladas acerca del concepto de Superyó. El Superyó es lo más paradojal con lo que nos encontramos en la clínica. Pues, por un lado, enuncia un mandato "así como el padre debes ser" y, por otro lado, dice "así como el padre no debes ser, ya que muchas cosas le están reservadas". Goza. El goce es mandato del Otro, arrincona al sujeto cuando espera y desespera su goce en la hora del Otro.

La incidencia del Superyó en el tratamiento analítico, representa el mayor obstáculo al éxito terapéutico. Leemos en Inhibición, síntoma y angustia que la culpa y la necesidad de castigo, dos de las principales consecuencias de la demanda superyoica, “desafían todo movimiento hacia el éxito y por lo tanto toda curación por medio del análisis” (1). Freud advirtió que el analizante, sin saberlo, opone fuertes resistencias para quedar liberado del padecimiento y se esfuerza por permanecer apresado en la celda de la neurosis como si necesitara seguir pagando indefinidamente sus culpas. Freud sostuvo que hay una razón de estructura, un obstáculo interno en la relación del sujeto con el cumplimiento de sus deseos. Freud escribió a su amigo Romain Rolland: “En aquel momento, sobre la Acrópolis, pude preguntar a mi hermano: recuerdas cómo en nuestra juventud hacíamos día tras día el mismo camino, desde la calle hasta la escuela, y después, cada domingo, íbamos siempre al Prater… y ahora estamos en Atenas de pie sobre la Acrópolis ¡Realmente hemos llegado lejos!...(2) Tiene que haber sido que haber llegado tan lejos se mezclaba con un sentimiento de culpa; hay ahí algo inmerecido prohibido. Está articulado a la crítica infantil al padre, con el menosprecio que se reveló a la sobreestimación de su persona en la primera infancia. Parece como si lo esencial en el éxito consistiera en llegar más lejos que el propio padre y como si continuara prohibido querer superar al padre”(3).

Para Freud, el Superyó es el heredero del padre edípico, aquel que tuvo a su cargo erigir una barrera a la satisfacción de las tempranas pulsiones incestuosas del niño. .

La estructura de la neurosis se sostiene en la medida que el sujeto se somete a los deseos del Otro como mandamientos externos, imponiéndose renuncias y sacrificios.

El mito de Tótem y Tabú, donde Freud aborda la génesis del Superyó, propone que los hijos se sometan retrospectivamente a las privaciones que antes imponía el padre –ya muerto- con la ilusión de conservarlo vivo. ¿Con qué objeto o beneficio? Porque el tirano cumplía a su vez la función de preservar a sus hijos del “desamparo”. En su teoría, el desamparo es el paradigma de aquello temido que se encuentra detrás de toda manifestación de la angustia de castración.

La articulación mayor que el mito freudiano pone en relieve con relación a la función del Superyó es que la fórmula universal “Padre, hágase tu voluntad” tiene como contracara: “así nosotros estaremos protegidos de la castración”. En otros términos, el Superyó constituye un poderoso refugio narcisista del Yo. Por hacer peligrar la estructura narcisista, las pulsiones son reprimidas y perduran en el inconsciente despertando angustia cada vez que se aproximan al objeto de satisfacción.

Los dos polos del conflicto quedan repartidos, por un lado, entre las exigencias del ser del sujeto que asignamos con Lacan al campo del goce fálico y, por el otro, en la pulsación de lo reprimido inconsciente por realizar. Éste es un goce necesariamente traumático, ya que se alcanza “más allá” del amparo paterno. El goce prohibido no conviene al narcisismo porque deja al ser sin la garantía del Superyó.

Lacan solo utilizó el término Superyó durante la primera época de su enseñanza, aproximadamente hasta fines de la década del ´60. Luego, casi no volvió a mencionarlo. Fue retomado por Lacan al modo del gran Otro y permitió un avance teórico y clínico cuando planteó la estructura del fantasma primordial que es la respuesta que el sujeto se da, sin ninguna certeza, a la inquietante pregunta acerca del deseo del Otro, pregunta y respuesta necesaria para su acontecer como sujeto.

Posteriormente en el seminario XX Aun nos dice: “Nada obliga a nadie a gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperativo de goce: ¡Goza!” (4).

El Superyó presentado inicialmente como una barrera al goce, ahora es instrumento ordenador del goce. Freud denominó “masoquismo moral”, designando de ese modo al goce que obtiene el Yo por ser tomado como objeto de las crueldades del Superyó.

En el masoquismo perverso, la víctima es quien organiza las reglas del juego armado para lucro de su propio goce. Aquél que juega el rol de amo es creación de la puesta en escena del sujeto masoquista. Lo ubica en ese lugar para creer que es el Otro el que goza. Afirma que el Otro goza en la medida en que el sujeto, hecho objeto para ser gozado, lo completa reintegrándole el goce que le falta. El masoquista teje con hilos maliciosos la creencia que es un resto, un desecho, él labora para darle consistencia al goce del Otro, acatando sus imperativos órdenes alcanza un goce que reniega de la castración. Es la “víctima” quien al hacerse tratar como una herramienta por el imaginado victimario, demanda al Otro que le ordene gozar.

El objeto utilizado para taponar la castración del Otro, es la voz. La voz de la conciencia moral, la voz del Superyó es fundamentalmente una cadena significante degradada al estatuto de una voz imperativa. Ante la caída del discurso del Otro, la voz se instituye como objeto perdido. Una vez restituida al Otro, para restaurar su completud impera el goce. La predominancia del goce fálico implica la renuncia al Otro goce. Esta correlación también funciona al revés: de avanzar en la realización subjetiva del Otro goce, se promueve un estrechamiento del campo del goce fálico. El análisis progresa en esta última vía.

¿Por qué el sujeto teme perder el Superyó? Por eso me atengo a la conjetura de que la angustia de muerte debe concebirse como un análogo de la angustia de castración y que la situación frente a la cual el Yo reacciona (con angustia) es a la de ser abandonado por el Superyó protector –por los poderes del destino- con lo que expiraría ese su seguro para todos los peligros.(5)

De todas las formas típicas de la angustia descriptas por Freud, la que finalmente alcanzó mayor relevancia en su obra es el temor a la pérdida del Superyó. La verdad de la angustia no se pone en evidencia ante el temor al castigo del Superyó, sino, más allá, ante la posibilidad de quedarse sin el déspota. La presentificación de un vacío en el lugar del Otro releva el término último de la angustia de castración. La angustia “ante la pérdida del Superyó”, descripta por Freud, es traducida por Lacan como angustia ante “la castración en el Otro”. Constituye la roca viva de todo análisis. Es hacia esta encrucijada final que conduce el análisis y es también el escollo ante el cual se detienen la mayoría de ellos.

En algunos analizantes el Superyó no arrecia en cualquier tiempo, solo recrudece, acompañando a la angustia, cuando se está en tiempo de pasaje a otra posición, cuando se intenta dejar un enclave de goce, cuando el sujeto brega por suspender un goce mortífero para adquirir otro más ligado a la pulsión de vida. En tanto lo ordenado es el goce del Otro, lo que queda censurado es el Otro goce. Goce ante el cual retrocede el neurótico en sus actos, lo que incrementa la necesidad del sujeto por satisfacerlo vía pulsional y sintomática.

Recordemos que la angustia guía la dirección de la cura en tanto ella señaliza el lugar donde el sujeto se encuentra atrapado en una fijación gozosa pero también ilumina hacia donde se dirige el deseo, con lo cual todo acto verdadero va a implicar el pasaje por la angustia.

La culpa es un sentimiento y aparece como efecto de cierto enunciado vigente, referido a la instancia del Superyó. Es una respuesta del sujeto para taponar la falta del Otro soportada con un plus de satisfacción a pesar del sufrimiento. Esta culpabilidad es una confesión invertida de que un goce legítimo insensatamente prohibido sigue aún vigente.

En El Yo y el Ello Freud explicita los enunciados paradójicos con que el Superyó martiriza al Yo:
El Superyó debe su posición particular dentro del Yo, o respecto de él, a un factor que se ha de apreciar desde dos lados: primero, es la identificación inicial, ocurrida cuando el Yo era todavía endeble, y el segundo: es el heredero del complejo de Edipo y, por tanto, introdujo en el Yo los objetos más grandiosos (...)

El Yo debe servir a tres amos y sufrir la amenaza de tres peligros por parte del mundo exterior, de la libido, del Ello y de la severidad del Superyó, no podríamos precisar qué es lo que el Yo teme del peligro exterior y del peligro libidinal del Ello (6).

El niño recibe de sus progenitories las normas, la guía, las reprimendas y luego incorpora eso como una ley que no puede ser simbolizada enteramente.

Coincidimos con Freud en que la conducta del ideal del Yo de alguna manera determina la gravedad de las neurosis y que el sentimiento de culpa halla su satisfacción en la enfermedad; no quiere renunciar fácilmente al castigo de padecer; en términos lacanianos, no quiere renunciar al goce masoquista. Este doble mandamiento de ser y no ser el padre, revela el origen paterno del Superyó. Así como el Nombre del Padre liga deseo y ley, el Superyó anuda padre y pulsión, en tanto la función paterna normativa sería encauzar el deseo. Aquí el padre manda a gozar hasta morir.

Ante el jefe de la horda primitiva, los hijos se reunieron, no retrocedieron, y llevaron a cabo un acto, asesinándolo. La paradoja reside en que ese padre muerto simbolizado será el sostén del retorno de un orden. A partir de la interiorización del padre muerto un lazo social se establece, los hijos renuncian a un goce, el de la madre, y a cambio, las demás mujeres se tornarán posibles y elegibles. El amor al padre transformado en sentimiento de culpa, hace que su palabra se convierta en ley.

El Superyó como abogado del Ello es un resto vivo de padre, que por no terminar de morir, no cesa de no escribirse. No todo en el Padre es nombre, hay del padre un resto que pesa como sombría identificación al modo melancólico, "la sombra del objeto cae sobre el Yo" -y pulsa insistiendo por un goce encore-. Entonces, no todo el Padre, ése que opera antes del Edipo se deja matar.

Respecto de los dos objetos pulsionales -voz y mirada- Lacan equipara al Superyó con la pulsión invocante, en tanto resto de voz que no puede pasar al significante. Y en cuanto a la mirada, se transforma en resto perseguidor cuando no se puede articular como mancha en el espacio de lo visible.

La clínica nos enseña que no siempre el Otro -el Otro primordial- acepta al niño real, es decir al niño con su mancha, con su –ф, reserva libidinal que escapa al campo del Otro, porque el Otro muchas veces mira en el fondo del espejo al niño ideal y obtiene una imagen virtual para su propia satisfacción. Entonces ¿qué implica mirar al niño real? El Superyó es un imperativo ciego porque no ve, no puede reconocer al Yo cuando no aparece configurado como la imagen de su ideal.

Si la integración del objeto como causa de deseo no está lograda, se hace más posible que el resto se transforme en imperativo superyoico y que el Yo esté bajo su servidumbre, intentando suturar la falta del Otro sin fallas, en una posición de suficiencia absoluta.

Podemos pensar dos tiempos de la eficacia del Superyó: el tiempo de la inhibición y el síntoma y el tiempo del acto, donde se configura en una formación del inconsciente. Es en el segundo tiempo de identificación, donde no se cumple el tiempo de la faz metafórica del padre, feudo que no termina de conquistar el Yo, que no dispone de la libido necesaria para jugar con el objeto y se ofrece el todo entero en tanto desecho.

El Superyó desconoce el punto de inconsistencia de la ley, eso que Lacan llamaba "lo no comprendido". Pero es un desconocimiento que transforma a ese punto de inconsistencia en un mando insensato que no se puede dejar de obedecer, aún cuando no se pueda cumplir, porque renegó de su dimensión de ficción y apareció como algo confirmado.

Es importante ubicar la cara más cruel del Superyó en aquellos enunciados en donde la dimensión de pedido estaba borrada, renegada, al presentarse como simple comprobación. Esto permite que quien está alienado en esos enunciados pueda preguntar quién lo dijo y qué deseo anidaba en ese decir. Novela familiar, desasimiento de la autoridad de los padres como única autoridad.

Si la eficacia de la operatoria analítica pone coto a la invasión superyoica, el sujeto podrá disponer del a como causa, previo paso por la angustia, en tanto hoja de ruta que señaliza el enclave donde el sujeto se encuentra amarrado al goce, aunque también ilumina la economía deseante.

En este sentido, "el Superyó, enraizado él mismo en el objeto invocante y escópico, utilizando la fuerza del trazo unario cuando éste se desliga de su función de señalizar el vacío, brega sin descanso para que ese mismo objeto en el que él se origina no sea pasado a la función de causa del deseo y creación" (7).

En su vano intento de obedecer, el sujeto, preso del Superyó permanece condenado al goce, alejado de su deseo, imposibilitado de sublimar y crear. El analista operará para que el Superyó pueda ser desoído, interviniendo también en la historia de los padres donde la potencia deletérea de sus propios Superyó los arrasó y complicó su función de padres, situación que no pueden sino repetir con sus hijos.

Permitamos que la clínica nos enseñe. Es el momento de una analizante que -intentando encontrar un lugar diferente para el apellido que porta, apellido teñido de ignominia social y denostado por el discurso injuriante de su madre- trata desesperadamente dejar de lado las voces superyoicas, con una mixtura de enunciados maternos asociados a lo no dicho por su padre acerca de los teneres fálicos. Podríamos sintetizarlo en una frase que la comanda: "no se debe tener", sentencia que dominó gran parte de su vida y que la llevó cual destino a abortar hijos, proyectos, bienes económicos.

En medio de una tormenta transferencial, marcada por un franco tono hostil, desafiante frente a lo que ella supone la plenitud de su analista, amenaza con interrumpir su análisis, una vez más abortando y abandonando esto que ella llama como el primer análisis que conmueve la estructura. Su cuerpo sufre y su cabeza es atormentada por la voz. Ante las maniobras del analista para intentar que la cura prosiga, se recorta una escena donde ella junto con algunos colegas se embarca en un proyecto laboral de cierta envergadura que le permitiría disfrutar de una vida económica más holgada. En dicha escena ella es ubicada como la líder del grupo. De pronto aparece la angustia, que señaliza el enclave de goce pero a su vez marca la luz del deseo, y también aparece la voz que la tortura "vos nunca vas a poder tener nada". Ella lo asocia con las dificultades de su madre para poder responsabilizarse por su función y se sorprende diciendo que como ella siempre se siente culpable de todo, no puede calcular cuándo el otro tiene su propia responsabilidad; pero esto también desdibuja su propia responsabilidad y en consecuencia abandona y se abandona. Esta situación la lleva a una queja permanente.

Escuchemos, ahora, otra analizante, digna hija de un padre a quien su propio padre no le había donado el apellido, un doble apellido que le hubiera permitido estar ubicado en otra clase social diferente a la de su madre. Este padre había trasmitido la prescindencia casi absoluta de cualquier tener fálico. No podía tomar nada que tuviera brillo ni permitirse cierto disfrute y cierta dimensión lúdica para su vida. Todo era obligación, había que ser buen alumno, pero que eso no se notara; había que trabajar duro y honestamente, pero no se podía disfrutar de los logros laborales y/o económicos. Asimismo, tampoco se permitía las necesarias vacaciones anuales, dejando vacante su lugar, privándose y privando de su compañía a su familia que veraneaba sin él.

La analizante, después de largos años de análisis ha podido disfrutar de aquello que estaba insensatamente prohibido pero a su vez idealizado en la familia. Continúa soñando pesadillescamente con que pierde sus recursos, le arrebatan, la engañan. Sueños donde la mirada de los otros, la mirada amorosa se transforma rápidamente en un ojo ciego y en una voz acusadora. Estos tormentosos sueños no la dejan descansar tranquila y es ahí donde aún el Superyó insiste demandando obediencia debida.

Pero la diferencia aparece cuando en su vida cotidiana ella puede permitirse, como mencionaba anteriormente, disfrutar de lo aún prohibido e idealizado a la vez. Lo que aparecía como obediencia ciega y pulsional al mandato se transformó en escritura en el sueño ominoso para seguir soñando, hasta que otros sueños más ligados a la función de escritura de su deseo advengan.

Notas
(1) Freud, Sigmund, Inhibición, síntoma y angustia, Vol. XX, Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1979.
(2) Freud, Sigmund, Carta a Romain Rolland: Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis, en Obras Completas, Vol. XXII, Buenos Aires, Amorrortu, 1979.
(3) Ibid.
(4) Lacan, Jacques. Seminario XX: Aún, Clase 1; Del Goce, España, Editorial Paidós, 1981.
(5) Sigmund, Freud, Inhibición, síntoma y angustia, en Obras Completas, Vol. XX, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1979.
(6) Freud, Sigmund, Los vasallajes del Yo, en El Yo y el Ello, en Obras Completas, Volumen XIX, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1984.
(7) Ibid.

Fuente: Stella Maris Rivadero (mayo 2019) "La crueldad del Superyó: obstáculo para el avancede una cura" Revista Fort-da n° 13

sábado, 10 de octubre de 2020

La Angustia ¿por qué es un huésped no invitado?"

La angustia "como huésped no invitado" aparece en la obra de Freud Inhibición, sínbtoma y angustia. Ese artículo, Freud comenzó escribiéndolo como "Inhibición y síntoma". El libro de Ilse Grubrich Simitis Volver a los textos de Freud tiene de subtítulo "Dando voz a documentos mudos". En ese libro, hay borradores, apuntes y notas que Freud escribía para sus ulteriores escritos. Allí figuran títulos tentativos que Freud luego desechó. Por ejemplo, Inhibición y síntoma terminó siendo Inhibición, síntoma y angustia. 

En el libro de Grubrich Simitis también hay notas que Freud se hacía a sí mismo como modo de recordarse cosas. Freud decía que solía olvidar con demasiada facilidad que todo lo oscuro es transferencia. Hay una nota que él pone y por carta se la dice a Ferenczi:

Es importante señalar que las teorías no se hacen. Tienen que caer en la casa como huéspedes no invitados mientras uno está ocupado investigando detalles.

Freud estaba investigando sobre la inhibición y el síntoma y como un huésped no invitado, apareció la angustia, dando lugar a la última teoría de la angustia en Freud: la angustia causa la represión.

La palabra huésped tiene una particularidad. Nietszche tenía un discípulo llamado Heinrich Köselitz, rebaustizado por él como Peter Gast. Gast, en alemán, significa huésped. Nietszche decía que era su modo de celebrar el doble sentido de la palabra huésped, que tanto en alemán como en otras lenguas sirve para designar a la persona que se aloja como a aquella que da alojamiento. 

La angustia se aloja. ¿Qué aloja la angustia, si es que aloja algo? 

Cuando Freud en Inhibición, síntoma y angustia dice que no es la represión la causa de la angustia (la primera teoría), eso lo lleva a reconocer que lo que había hecho hasta ese momento había sido una descripción fenomenológica y no una exposición metapsicológica de la angustia. En ese texto, puesto Freud a dar cuenta de la angustia desde otro lugar, él marca una diferencia entre el psicoanálisis y la filosofía. Dice que hay que dejarle a los filósofos la tarea de las cosmovisiones. Freud nunca se tentó por la protección que da una concepción del mundo. Lo interesante es que la angustia va a ocupar un lugar estructural en la teoría, distinción que Lacan también realiza en el seminario X de la angustia. Este seminario continúa la tarea de Inhibición, síntoma y angustia. 

Lacan también el psicoanálisis de la filosofía y lo fundamental para producir esta diferencia es que la angustia no es sin objeto. Esto es lo más propio del psicoanálisis: el objeto. Cualquier otra concepción elimina lo que hay de real en esta práctica.

Recordemos que Freud, en Inhibición, síntoma y angustia nos dice que quería estudiar el síntoma, la lucha secundaria del yo contra el síntoma y la elección de la fobia -de Juanito- no fue un paso feliz, pues apareció la angustia y con ella, las complicaciones. La angustia extiende un velo sobre el estado de cosas. Freud dice que la angustia no es cosa simple de aprehender. 

Lacan abre el seminario 10 de la angustia siguiendo estas huellas freudianas. En este seminario, no se interesa por la construcción de la fobia, que sería un modo de desangustiar y ponerle coto a la angustia via el significante. Recuerden que Freud dice que el camino de salid a la angustia es el síntoma. Lacan no se interesó en la construcción de la fobia, sino que tomó la mancha negra del caballo de Juanito, ese resto, para construir el objeto a.

El objeto a no es del orden del significante e irreduductible ese objeto al significante. La meta de Lacan en ese seminario es dar cuenta del objeto a. Así como solemos decir que los sueños son la vía regia para dar cuenta del inconsciente, la angustia lo es para dar cuenta del objeto a. No se trata de un objeto en el sentido de los objetos de la experiencia cotidiana, sino del nombre que Lacan le pone a la causa del deseo. No es ningún objeto. Hay distintos registros de la falta en psicoanálisis; no todo corre por cuenta del objeto. También tenemos al falo, el menos phi. El objeto a es un modo de nominación metafórica de ese hueco que siempre está delimitado por el movimiento pulsional. No es un objeto de la vida cotidiana, modelado según la imagen especular; el objeto a escapa de las leyes de la estética trascendental.

Lacan había hablado antes del objeto, pero en el seminario 10 de la angustia, emerge lo que implica el objeto a. Es un seminario con movimientos y variaciones. Freud comienza Inhibición, síntoma y angustia en un lugar y termina en otro. Lacan, en su seminario, también. Con la angustia, no se sabe dónde podemos caer.

Lacan dice que la angustia no es lo que la gente cree. Cuando dice eso, se refiere no solo a que la angustia es una excepción entre los afectos, sino que es el prototipo de los afectos, el afecto que no engaña y que además va a dar cuenta de la función que tiene. Lacan ubica, bajo la forma del afecto, es la preminencia del registro de lo real en este afecto.

A veces se habla de angustia, pero en realidad se trata de sentimientos displacenteros: desánimo, abatimiento, que con equivocada inmediatez se lo llama depresión u otros sentimientos displacenteros. Cólera, desesperación, desesperanza... Ninguno de todos estos sentimientos son equivalentes a la angustia. Freud decía que la angustia es una espectativa, un pre-sentimiento. La angustia es una presencia que anuncia que algo anda mal y a la vez en una ocasión para abrirse de otra manera y hacerse buenas preguntas.

Cuando alguien dice "Estoy angustiado", ya tomó distancia de ese punto de angustia, que es literalmente sin palabras. Cuando alguien toma distancia de ese punto de angustia, el punto desaparece dejando un rastro, un texto que interroga y hará posible la elaboración de lo que se rememore. Ese punto de angustia es evanscente. Nadie puede estar en la angustia y hablar de ella; ese caso ya da cuenta que lo desligado de ese punto de angustia se empieza a ligar. Esto es lo que torna a la angustia como inasible y a lo que Freud se refería cuando dijo que la angustia no era cosa fácil de aprehender.

Lacan extrae la definición de Freud de que la angustia es una señal. En la primera época de Freud, dice Lacan, la angustia le señaló algo a Freud. Cuando él dio cuenta de las neurosis actuales en su diferencia con las neuropsicosis de defensa, lo que dice de las neurosis actuales es que ahí no hay mecanismo psíquico. En relación a la angustia, a la neurosis de angustia, dice que ahí no hay representación. La angustia le permitió de entrada a Freud distinguir un campo por fuera de las representaciones: libido sexual traspuesta diectamente en angustia. En esta época, Freud construía una teoría del recuerdo y la angustia vino a marcar algo por fuera de la representación. Cuando lacan dice que esta primera presentación de Freud ya era una señal, es porque rescata esa fuerte intuición que tiene Freud de situar como fuente de la angustia el coito interruptus

Lacan hace una proximidad entre el orgasmo y la angustia, lo cual da cuenta de distintas modalidades de la angustia, que son diversas entre sí. 

La función de la angustia como señal de presencia

Lacan, en el S. X sostiene que la angustia tiene que ver con la presencia, la aparición, la manifestación específica del deseo del Otro. Para Lacan, el deseo siempre es deseo del Otro. Es en relación al deseo del Otro que el deseo del sujeto se configura, con las marcas de ese Otro. En Freud podemos pensar en la otra escena, que en cualquier formación del inconsciente soprende al sujeto, al dar cuenta de la alteridad fundante que opera en él.

Deseo del Otro significa que el deseo pasa siempre por el Otro, que no necesariamente es alguien. Habría que llamarlo "lo Otro", el lugar del lenguaje, que nos viene de afuera. Lo más íntimo nuestro nos viene de afuera y nos constituye. Es en este punto cuando Lacan dice que la angustia tiene que ver con la manifestación específica del deseo del Otro, que la angustia como señal adquiere valor. Es una señal en el yo, pero no para el yo. En la clase 11 de ese seminario, lacan dice:

¿Qué representa el deseo del Otro? Concierne nada más que a mi propio ser. Es decir, me pone en cuestión, me anula. Se dirige a mi como perdido, solicita mi pérdida para que el Otro se encuentre en ella. Es eso la angustia.

O sea, el sujeto pasa a estar cuestionado en su ser. Cuando uno tiene angustia, se siente oprimido, concernido, afectado en lo más íntimo de sí. No sé lo que soy como objeto para el Otro, no sé lo que soy, pero estoy a su merced. Además, no cabe duda que se trata de mi cuerpo ahí, de eso que soy y que está cuestionado. La angutia se siente en el cuerpo.

Para dar cuenta de la angustia en relación a la presencia, hay un eslabón indispensable que Lacan toma de Freud para dar cuenta de la angustia en relación a la presencia: Lo siniestro (unheimlich). Desde Lo siniestro, Lacan aborda y homologa estos términos, diferenciados por Freud. Hay indicaciones muy precisas sobre ese momento de entrada en el fenómeno de lo siniestro, o sea, eso que súbitamente irrumpe, lo que se manifiesta, esa dimensión de lo extraño y lo familiar a la vez y que hace que surja aquello que no puede decirse. Recordemos la imagen del jarrón especular virtual tal como lo presenta en el estadío del espejo. Allí se da cuenta que no todo el investimiento libidinal pasa por la imagen especular. Hay un resto que no pasa. Lo siniestro se produce cuando en ese lugar, caracterizado por la ausencia, aparece este objeto a.

¿Qué significa que el objeto a aparezca? Porque lo que aparece en invisible que organiza justamente el mundo de lo visible. Ese objeto no está en el cuello del jarrón. En la neurosis, en ese cuello se ubica la demanda del Otro, dándole lugar a lo familiar. A eso Freud lo nombra Heim, el hogar. Lacan dice que si esa palabra tiene algún sentido en la experiencia humana, es que ahí está la casa del hombre. Dice que el hombre encuentra su casa en un punto situado en el Otro, más allá de la imagen de la que estamos hechos. Encontramos la casa situada en el Otro, ese lugar representa la ausencia en la que estamos. Cuando se da esa aparición que hace que esa presencia invisible adquiera la forma de presencia, ahí pasamos del heim al unheimlich, que sería pasar de la demanda del Otro a esta aparición del deseo del Otro. 

Hay angustia cuando aparece, en este marco, lo que ya estaba mucho más cerca en la casa (heim). Lacan dice que ahí surge algo, como un huésped desconocido que aparece en forma inopinada. El fenómeno de la angustia, entonces, es el surgimiento del unheimlich del marco. Esto permite dar cuenta que la angustia está enmarcada y esto la coloca en una filiación directa con la estructura del fantasma. Con lo cual, en la vacilación del fantasma habrá angustia. Esto que surge es una presencia tan íntima como extraña. Es intimidante, es un extraño al yo que hace de ese yo un cuerpo extraño. Ahí el sujeto experimenta la no autonomía, es la experiencia del doble. 

La experiencia del doble, en el cine o en la literatura, podemos leerla con mucho más detenimiento. La literatura fantástica recorta ese instante de aparición, se detiene en ese instante de aparición, como se puede leer en los cuentos de Hoffmann, exacerva ese instante. Ese instante es fugaz, se da en detalles banales, donde se tiene un sentimiento de extrañeza y la escena del mundo se desvanece por un instante. Son momentos fugaces donde lo cotidiano es extraño. En la clínica, ubicamos aquí los ataques de pánico, en el modo en que suelen relatar como aparecen... y hasta la duda obsesiva. Son todas señales causadas por este objeto de la angustia, que se ubica entre lo familiar y lo extraño, dando lugar a una inquietante extrañeza.

Con todo este recorrido, Lacan puede decir que la angustia es sin objeto. Freud, en Más allá... hace las distinciones entre miedo, angustia y terror. Adjudica el miedo a un objeto ante al cual se siente miedo; a la angustia, como un afecto ante la expectativa de un peligro. En Inhibición, síntoma y angustia, Freud vuelve a decir que la angustia no tiene objeto. Lacan nos hace leer la frase anterior: la angustia es ante algo. Ese "ante algo" que la angustia opera como señal es leído por Lacan del orden de lo irreductible de lo real. Por eso, la angustia, de todas las señales, es la que no engaña: se trata de la traducción subjetiva de ese objeto a. Ahí estoy, me capto como objeto a causa del deseo del Otro y sólo puedo ser causa del deseo del Otro si he sido perdido para ese Otro. Acá Lacan sigue a Freud al sostener que solo en la pérdida se constituye el objeto en relación con el deseo. 

En Inhibición, síntoma y angustia, Freud dice que la angustia es la señal ante la pérdida de un objeto. Hace una lista de esos objetos: la pérdida del pecho materno, la pérdida del pene, la pérdida de amor del superyó, etc. Hay un apartado en la adenda de ese texto, donde Freud hace unas articulaciones, marcando la diferencia entre angustia, dolor y duelo. Como si fuesen distintas formas de pérdida, podríamos decir, de transitar esa pérdida. Freud dice que el dolor es la genuina reacción ante la pérdida del objeto. La angustia es frente al peligro que esa pérdida conlleva. Aquí vuelve a aparecer ese desamparo del que inicialmente hablaba Freud, ese desamparo primordial que ahora amenaza desde el presente. Lo que deja en estado de desamparo es la presencia del deseo del Otro. 

Lacan dice que la señal no es por una falta o una pérdida, más bien es señal de que se carece del apoyo que aporta la falta. Es decir, es señal de que la falta falta. Lo más angustiante que hay para un niño -dice Lacan- es la relación sobre la cual la relación de ese niño se instituye es la de la falta, porque solo desde ahí se puede producir deseo. Cuando esa relación con la falta se perturba cuando no hay posibilidad de falta, cuando tiene a la madre siempre encima. Lacan agrega, que en especial limpiándole el culo, que es el modelo de la demanda. No es la pérdida o la nostalgia lo que produce angustia, sino la inminencia.

Lacan interroga y discrepa con lo que Freud plantea como tope en un análisis. En Análisis terminable e interminable Freud utiliza una metáfora geológica, la roca de base, la angustia de castración, planteada como un límite infranqueable. Lacan corre esa roca. Es interesante que en ese mismo texto, Freud dice que la labor genuina de la tarea analítica es rectificar represiones originarias. Represión originaria, en el caso Schreber, está conceptualizada como la fijación del objeto de la pulsión. Es decir, objeto que luego será el objeto del fantasma. Es justamente en el análisis donde el sujeto puede intervenir en esa ficción, que Freud llama fantasía inconsciente, Lacan llama fantasma, donde la verdad encuentra para situarse. Una ficción que para Freud era embellecedora de lo traumático. 

Así como Freud habla de la angustia de castración como roca, como límite, en Análisis terminable e interminable mismo dice que más allá de ese límite está la posibilidad de rectificar represiones originarias. 

¿Cuál es la función de la angustia? En Más allá del principio del placer, cuando Freud se pregunta por la vida onírica de las neurosis traumáticas, esos sueños donde se repite el accidente y se despierta con terror, un renovado terror, un mismo nuevo terror cada vez, ¿Qué función tienen esos sueños, que procuran? Freud dira que recuperar el dominio de ese estímulo no ligado... y ligarlo. En Freud, la oposición entre energía libre y energía ligada juega un papel muy importante. La ligadura, en estos sueños, es posible gracias a la angustia que estos sueños provocan. Estos sueños traumáticos no eran sueños de angustia; en estos sueños aparece la angustia como desarrollo. Freud nos dice que solo a partir de ese desarrollo de angustia es que puede haber ligadura. Es decir, que entre en la malla del proceso primario. Sine sa angustia, sin ese desarrollo de angustia, no hay elaboración. La angustia pulsa para que pueda haber representaciones para vover a ligar.

Un viraje en el seminario 10...

Siguiendo con la función de la angustia, Lacan también plantea dos cuestiones: una relacionada con el interés de Lacan de construir el objeto; la otra, con la función de la angustia.

Construir el objeto le permite dar cuenta de los distintos momentos en que el objeto a ocupa en la estructura, que son diferentes. El objeto a va cumpliendo distintas funciones. No es lo mismo decir el objeto a como resto de la división del sujeto a decir el objeto a como objeto causa del deseo, el objeto a cedido... Hay una diferencia interesante que él hace en el seminario, en las últimas clases. Hace la diferencia entre el objeto parcial y el objeto caduco.

Lacan hace un esquema, donde muestra la operación donde el sujeto se constituye en el lugar del Otro. El Otro, como lugar del significante. En el primer pieso vemos el acceso del sujeto sin barrar (S) al Otro sin barrar (A). A partir de ahi, tanto el Otro como el sujeto quedarán barrados.

En el segundo piso, vemos el objeto a y en el piso de abajo, el sujeto barrado. El segundo piso donde coloca el objeto, es el piso de la angustia. La angustia está en un momento lógico anterior al sujeto barrado y al deseo. Una vez franqueada la angustia, el deseo se constituye. 

Así como decimos que la angustia es sin objeto, la constitución del objeto en la constitución del sujeto no es sin angustia. En esta operación tiene que ver con la constitución del sujeto: el esquema no se refiere al objeto que causa la angustia, sino del objeto que la angustia suelta y cede, constituyéndolo como objeto. Lacan pone el ejemplo del grito del bebé; ahí ha cedido algo. hay efecto de seisón, que es el de la angustia. Este movimiento que hace lacan sigue la huella freudiana de Inhibición, síntoma y angustia.

En un primer momento, responde a que la angustia es ante algo e implica una señal en el yo, pero Freud también dice en Inhibición, síntoma y angustia que el desamparo que provoca el nacimiento no tiene objeto alguno y es la angustia la única reacción ue se podría producir. Esto no es señal porque el yo no está constituído. Esa angustia primordial, producto del desamparo que habla Freud como un puro exceso económico, es un desamparo primordial que se hace presente (invasión económica), Lacan la lee como la manifestación del deseo del Otro. 

Freud apela a los poetas ante la pregunta de lo que quiere una mujer. Lacan dice que los poestas no saben lo que dicen, dicen las cosas antes que los demás. Margarita Roncarolo dice en un poema: Vamos a hacer un invento que nos cubra del viento del desamparo. En este seminario Lacan dice que este desamparo es una invención del neurótico, es un fantasma. Inventar conlleva una una ruptura que recrea el pasado. El psicoanálisis no es un método para recordar, pero este acontecimiento del lenguaje que Freud descubre, permite leerlo de otro modo. Esto se pone en juego desde las entrevistas preliminares, cuestión que a veces descuidamos. Las entrevistas preliminares eran muy importantes tanto pra Freud como para Lacan. Para Freud eran "ensayo de puesta a prueba".

Lacan nos advierte: el neurótico no va a dar su angustia. Empieza dando un poco de su síntoma. A lo que apela el neurótico es la demanda: quieren que le pidan, que le respondan. Como eso no sucede -en el mejor de los casos- el neurótico puede empezar a modular su propia demanda. Lo que importa determinar en esas entrevistas preliminares es si quien consulta adopta o no una actitud incauta con respecto a la lengua. Es decir, si se presta de manera incauta, sin cauteala, a ese juego significante. Eso es lo que va a abrir al campo de la analizabilidad y es el camino para que ese sujeto deje de contarse como víctima y pase a implicarse en la verdad de su síntoma. La intervención de Freud a Dora da cuenta de eso: ¿Qué tiene que ver usted en este desorden del que se queja? 

Cuando Freud dice en los artículos técnicos que hay que atender al valor individual del posible paciente. Ese valor puede entenderse como que se requiere de algún coraje, alguna decisión, alguna valentía. Analizarse es poder leer de otro modo lo ya leído. Uno ha leído y contruído teorías. Analizarse implica una otra lectura. Leer es intervenir, es introducir cortes en esa fucción fantasmática que nos habita y desconocemos. Un analizante puede decir, como dice el escritor Scarpelli "Nunca sabemos cómo será nuestro pasado".

En cuanto a la función que vimos de la angustia, es que la angustia no es una patología ni una enfermedad. La angustia nos hace saber cómo el deseo afecta tanto al cuerpo como al entendimiento. Ahora, si la angustia en una relación insondable al deseo dle Otrol en una relación esencial al desoe del Otro y el dispositivo analítico convoca a que emerja ese deseo entramado en el deseo del Otro que lo habita. La angustia, entonces, va a ser correlativa de la puesta en movimiento del dispositivo analítico. Será inevitable, entonces, que en el análisis surja angustia. Esto no quiere decir que haya que forzar su aparición, pero tampoco evitarla. Se tratará de franquear la angustia a través del texto del el punto de ngustia deja y es un llamado al sujeto para que se deslice por la metáfora, la metonimia, el lenguaje.

La angustia, en la práctica analítica, implica momentos privilegiados. es testimonio radical de una ausencia, de un vacío donde no hay ligazón. La ligazón viene después, producto de la represión, y esta es la última teoría en Freud. La angustia es causa de la represión y esta da lugar al síntoma, que va a ligar lo desligado de la angustia. 

Lo problemático sería que un análisis no haya señal de angustia, porque estaría indicando que no se han podido horadar las demandas que coagulan el deseo. Es importante seguir la huella freudiana y recordar que Freud abandonó la hipnosis para no hacer una cura sintomática. Si la angustia es una señal, se tratará de no obturarla o taponarla con fármacos u otros objetos, porque esto va a impedir que el sujeto entre al campo del deseo. 

Cuando Freud habló de la abstinencia del analista, se refería a no responder a la demanda para dejar subsistir al deseo. El llamado Hombre de los Lobos por Freud, iba en tren hacia Ginebra para analizarse con un doctor. El tren paró en Viena y él se preguntó por qué no consultar al profesor Freud. El Hombre de los Lobos cuenta de esa primera entrevista:
Como es de suponer le relaté a Freud mi tormentosa relación con Teresa en Munich y la visita de ella a Berlín que había terminado de manera funesta... Cuando le pregunté si debería volver a Teresa Freud me respondió con un “si”, pero con la condición de que esto sólo se produjera después de varios meses de análisis.
Eso lo lleva a no seguir a Ginebra y analizarse con Freud.

Fuente: Notas de la conferencia La Angustia ¿por qué es un huésped no invitado?" a cargo de la prestigiosa psicoanalista Alicia Majul. 6 de octubre de 2020.

viernes, 31 de agosto de 2018

Hacer con el desvalimiento...


"El heroísmo del ser humano, desde el punto de vista del psicoanálisis, no depende tanto del reconocimiento de nuestra grandeza por parte de otro, sino de nuestra capacidad de afrontar el desvalimiento como experiencia íntima de nuestro ser. Ya que aquel que sabe no huir de su propia angustia será también aquel que no huya de su propio deseo".


Fuente: Philippe Lacadée, "Los sufrimientos modernos del adolescente"

miércoles, 9 de mayo de 2018

La perspectiva psicoanalítica sobre la vejez: una lectura lacaniana.


A lo largo de este desarrollo desde el psicoanálisis lacaniano, se dará cuenta de las modificaciones en la relación imaginaria con el otro que se puede producir en el envejecimiento y particularmente ciertas referencias acusadas de "ya no ser deseables para el otro", en ciertas circunstancias y contextos específicos. 

Esta temática no fue abordada por Lacan, aunque la lectura que se realizará es fundamentalmente desde la teoría del yo y finalmente se utilizarán aspectos más amplios de su obra. 

El desamparo como un eje del psiquismo humano.
Freud entendía el desamparo como uno de los ejes del futuro psiquismo del ser humano, ya que esta prematuración inicial forjaba la dependencia del niño hacia su madre. 

Si la literatura psicoanalítica había descripto los aspectos de omnipotencia infantil, en especial desde Klein, en el que se relaciona con los otros a través del puro capricho, el psicoanálisis lacaniano revela otro aspecto. El capricho se invierte, y aparecen más del lado de quienes ocupan los roles de madre o padre, u Otros con mayúscula, que del lado del niño. De esta manera, la prematuración y el desamparo se presentan bajo una nueva luz, ya que develan la posibilidad de estar sin recursos frente a la presencia inquietante y amenazante del otro. Lugar donde se sitúa la experiencia traumática, ya que el sujeto aparece sin recursos frente al Otro. Lacan (2006) sostiene que uno de los modos en que el sujeto se defiende del enigmático deseo del otro es a través de la representación del yo, y sus imágenes, las cuales responden a demandas del Otro y por ello contienen ideales y galas narcisistas. La posición del sujeto es la de buscar adecuarse a dicho deseo, y una de las formas de realizarlo es a través de la imagen especular (nuestro yo), la que se origina justamente en la identificación al deseo del otro, es decir, a lo que el otro quiere de mí. Por ello, el yo no es más que una respuesta a ese deseo, es decir que es lo que se inventa frente a lo enigmático del deseo del otro (Rabinovich, 1993). 

La tesis lacaniana piensa un complejo circuito que estructura el orden del deseo al deseo del Otro. El sujeto, entendido como deseante, emerge como tal en la medida que haya otro que lo deseó. 

La posición del sujeto es la de intentar persistir en el lugar de objeto que causa deseo, ya que la única manera en que se sostiene el deseo es en relación con otro que lo desea. En este sentido, el yo cambia sus imágenes para complacer al ideal del yo (modelo al que el sujeto intenta adecuarse en cuanto a las valoraciones de los padres), pues es una de las formas en que sostiene ese deseo (Rabinovich, 1993). La cuestión que puede emerger en el envejecimiento es: ¿de qué modo se presenta el sujeto frente al deseo del otro cuando los ideales sociales rechazan ciertas imágenes de la edad? Veamos las viñetas: 

Blanca Rosa (68 años)
-Vivíamos en Palermo Chico y no teníamos auto, yo era muy coqueta. Mantenía bien las apariencias. 
-¿Y ahora? 
-Yo las sigo manteniendo aunque las hemos pasado bastante malas. Él [marido] es de poco carácter. Vivíamos escasamente de un sueldo. Él busca un trabajo por el diario y encuentra en una fábrica como seguridad. Él me daba para atender las apariencias. Siempre aparentando. Yo, mi buena silueta, muy bonita, muy buenas piernas. ¡Qué horror, cómo he perdido todo eso! ¡Es fea la vejez! [ ... ] El doctor me dijo qué lindos pechos, qué lindo pezón, yo usaba escotes. ¡¡¡Qué horror!!! ¡¿Cómo me pude venir así?! El pelo, los ojos, a mí me llamaban ojos lindos[ ... ] la nariz se me bajó. ¡¡¡Qué horror todo se me bajó!!!

Graciela (75 años) 
No tolero la decadencia, la miseria humana en la que uno se transforma. Me pasó el sábado. Fui con mi hija al shopping, lleno de espejos ... no lo podía tolerar ... me sentí fuera de lugar, vieja, decrépita. Deseaba irme ... me hizo muy mal. [ ... ] No me identifiqué en esa imagen que vi de mi en el espejo. Me siento diferente, pero me vi deslucida, ajada, gastada ... Yo era una muchacha vistosa de joven, con un cuerpo exuberante; los muchachos me perseguían y los no tan muchachos también, sobre todo en los trabajos. Pero me supe defender bien.


Las viñetas expresan el padecimiento o incluso el horror frente a la dificultad que se presenta en el momento en que aparece el deseo del otro y el yo siente que no lo alcanza a colmar, y carece de recursos adecuados acusados al envejecimiento. 

En este sentido, si el yo carece de recursos, en tanto no causa al otro, no podría defenderse de sus intenciones. La idea de intención se refiere a aquello que se quiere de nosotros sin contar con nuestra voluntad, es decir, ser tratado como un objeto carente de autonomía. 

Esta experiencia imprime una vivencia de desamparo frente a la que el sujeto queda como un objeto que puede ser abandonado, excluido o manejado. 

Rabinovich (1993) señala que este lugar es el que el neurótico rechaza por estructura, cuando determina que todos los emblemas ideales, sexuados, representables en el espacio de la visión no son suficientes para sostener la autonomía que presta el yo frente al otro. 

La autonomía que se pierde resulta notoria en ambos textos de las viñetas, en tanto ambas sienten que ese cuerpo no les permite enfrentar al otro, y eso las lleva a la inhibición o a la autodegradación. 


Esta experiencia no resulta propia de la vejez, ya que es estructural al sujeto, la cuestión aparece en las particularidades que se podrían presentar en las contingencias del envejecimiento humano y las lecturas que la sociedad realiza. Sin que por ello supongamos que sea una experiencia de todo sujeto, ni tampoco que existan otros espacios de reconocimiento y deseo posibles. 

La metamorfosis que deberá experimentar el yo dará cuenta de un proceso esperable en relación a los ideales sociales actuales y a la propia relación del sujeto con el otro. Es allí donde surge la dificultad del sujeto de posicionarse frente al otro cuando su lugar es cuestionado por la falta de ideales sociales sobre esta etapa vital. Más allá de las variantes estructurales e históricas que hacen que cada sujeto se defienda de maneras siempre singulares. 

Mannoni (1992) enfatiza esta posición al señalar que:

El derrumbe psíquico de ancianos enfermos, aislados o mal tolerados por su familia o por la institución, se debe a que en su relación con el otro la persona de edad ya no es tratada como sujeto, sino solo como un mero objeto de cuidados. Su deseo ya no encuentra anclaje en el deseo del Otro. En su relación con el otro, el anciano instala juegos de prestancia y oposición de puro prestigio. La rebeldía es la única manera de hacerse reconocer, y la forma en la que puede subsistir una posibilidad de palabra. No preparados para vincularnos con las personas de edad, nuestra sordera nos quita recursos para que vuelvan a arrancar como sujetos deseantes (Mannoni, 1992: 24-25). 

Desde esta cita podemos entender cómo frente a la posibilidad de ya no ser interesante, atractivo o deseable para el otro, aparecen otras alternativas por fuera de los marcos del deseo que llevan a lo que esta psicoanalista denomina experiencias gozosas, las cuales no refieren al disfrute, sino por lo contrario a un tipo de relación con el otro por la vía del padecimiento. 

Mannoni (1992: 10) remarca que "la persona se aferra a las vías del displacer por no poder poner en palabras la vivencia de un presente en el que el sujeto ya no encuentra su sitio. La mirada del otro, lejos de ser un soporte, lo fragmenta". 

Si el yo se presenta particularmente en el espacio de la visión como imágenes que buscan captar el deseo del otro, la mirada del otro puede dar o no cabida. 

En algunos momentos de la vejez, hallamos que la ilusión frente al espejo puede devenir en ruptura más que en encuentro, ya sea porque el otro no refleja ningún aspecto deseable, como el sentirse útil, importante, bello, poderoso, lo que podría generar, en ciertos casos, que se produzca una distancia entre el cuerpo y el sujeto. Sin embargo, la relación del sujeto con el otro no se reduce a lo que Lacan denomina "registro imaginario", basado en las integraciones de imágenes que identifican al sujeto con el yo desde una cierta lectura del Otro, sino que existen otros modos de relación que llevan al sujeto a poder sobrepasar esta dimensión. 

Por ello, Lacan se refería a un narcisismo suficiente cuando puede llegar a libidinizar el cuerpo propio y a un narcisismo insuficiente cuando aparece una rigidificación del yo con una incapacidad de libidinización del yo. 

Es importante tener en cuenta que este modelo teórico se refiere a experiencias que no son totalizantes a nivel del sujeto, sino que se establecen en relaciones, momentos y situaciones específicas, lo cual no invalida que en otras experiencias el sujeto pueda situarse de formas alternativas. 

El recorte que se desprende desde esta concepción del narcisismo permite situar este concepto más allá de una estructura psicopatológica y puede dar cuenta de la incidencia de los ideales sociales en las lecturas del sujeto y su relación con el deseo entre el sujeto y el otro. 

Fuente: Ricardo Iacub, "Identidad y envejecimiento", Capítulo 4 "La perspectiva psicoanalítica sobre la vejez"