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jueves, 7 de agosto de 2025

Agresividad e identificación narcisista: de lo imaginario a la estructura formal del yo

En la cuarta de las tesis que componen su texto La agresividad en psicoanálisis, Lacan establece una articulación clave entre agresividad e identificación narcisista. Es a través de este vínculo que se constituye lo que llama la estructura formal del moi (yo), y con ello, se moldea también el campo de los objetos en la experiencia humana.

Cabe recordar que estas formulaciones surgen en la década del 40, cuando Lacan inscribe estos desarrollos en el registro imaginario. Allí sitúa la pluralidad de los objetos, a diferencia del objeto simbólico privilegiado: el reconocimiento. En este contexto, la agresividad aparece como efecto estructural del estadio del espejo, en tanto el yo se forma mediante una imagen unificada y especular, cuya base es siempre una identificación alienante.

Puede decirse que en ese punto inaugural de constitución subjetiva, el sujeto se enfrenta a una disyuntiva estructural: la agresividad o la mediación de la palabra. La primera, ligada a la fascinación y rivalidad especular; la segunda, al ingreso en el orden simbólico, que habilita la diferencia y la falta.

Esta identificación imaginaria no solo configura el yo, sino que también estructura el mundo de los objetos. Y lo que Lacan subraya en este punto es su carácter formal: no se trata de un contenido psíquico, sino de una forma estructurante, determinada por la incidencia del significante. En este sentido, no es casual que el fantasma —en tanto escena subjetiva fundamental— aparezca inicialmente en el eje imaginario, condensado en la fórmula i(a).

Ahora bien, al referirse a lo formal, Lacan tiende un puente con la metapsicología freudiana: ¿qué implica llevar la agresividad más allá de su manifestación fenoménica? Significa inscribirla en una estructura que articule tópica, dinámica y economía. Es decir, dar cuenta de su función en el aparato psíquico, en el juego de fuerzas pulsionales y en la distribución del placer y el displacer.

Así, la agresividad se concibe en relación a los vínculos libidinales del yo con los objetos, y esta dimensión introduce una cierta medida, una equivalencia estructural. Al elevar la identificación al plano de lo formal, se revela también que detrás de esta se encuentra la repetición. El sujeto, como hablante, repite los mismos lazos libidinales, lo que evidencia una fijación estructural —una detención formal— en el modo en que se relaciona con el mundo y con el Otro.

martes, 22 de julio de 2025

Del objeto especular al sujeto descontado: efectos de la identificación narcisista

La precipitación que acompaña la operación de la identificación —en tanto constituye la ilusión narcisista— debe pensarse como un proceso que produce un efecto de objetivación. Diana Rabinovich ha señalado con justeza que el matema i(a) formaliza que el moi tiene un núcleo real, ese objeto a que es el objeto del fantasma. En este sentido, la objetivación narcisista que el espejo produce es una parodia del objeto que falta: no es el objeto causa del deseo, sino su simulacro especular.

El valor especular del moi, derivado del valor libidinal de la imagen, lo convierte en un objeto más entre otros, independientemente de la infatuación que le es correlativa. Esta reducción del sujeto a objeto se ve acentuada por lo que Lacan señala en relación a esta instancia: … antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto. Lo imaginario, entonces, introduce una anticipación estructural: el sujeto, antes de poder simbolizarse, se objetiva.

Esta objetivación implica que el hablante, en una primera instancia mediada por lo imaginario, se cuenta como tercero, como algo visible y representable. Solo en un segundo tiempo lógico, el orden simbólico lo habilita a una operación diferente: descontarse, es decir, contarse en menos, en la medida en que puede inscribirse como falta. De ahí que, en el plano sincrónico, el sujeto se inscriba como un –1 en la batería significante: presencia de una ausencia, efecto de una pérdida estructurante.

En oposición a esta operación simbólica, la objetivación instala al moi en contraste con la imagen del semejante, y es allí donde emerge la función del yo ideal freudiano, el i(a). Este opera como un molde, una especie de eje estructurante de las identificaciones imaginarias. Tal función polariza y organiza el campo libidinal, al ofrecer un punto de focalización para las catexias.

Lacan nombra a este efecto con el término “normalización”, lo cual indica, en primer lugar, su apoyatura simbólica. Pero además, el término subraya que se trata de una operación de normativización, es decir, de ordenamiento estructural del deseo y de la economía libidinal, lo que dista significativamente de cualquier noción de “normalidad” en sentido clínico o estadístico.

Identificación y ficción de unidad: efectos del estadio del espejo

La complejidad inherente a la operación del estadio del espejo no excluye cierta simpleza estructural, que Lacan condensa al definirla como una identificación. Este señalamiento, que podría parecer trivial —una obviedad incluso—, constituye sin embargo un punto crucial, ya que permite situar la identificación como una operación de enlace, una articulación que será clave en el desarrollo posterior de su enseñanza.

Lacan la define con precisión: “la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen”. Esta fórmula, breve y densa, pone en evidencia la discrepancia de registros: la identificación se inscribe en lo imaginario, aunque sostenida por lo simbólico; y el sujeto, al asumir esa imagen, se transforma por ella… pero no se confunde con ella. Es la imagen la que se introduce como alteridad, no como identidad.

El sostén de esta identificación, en un primer momento, es la imago como matriz, noción ambigua que se ubica en el cruce entre imaginario y simbólico, ya que excede la pura apariencia especular. Posteriormente, será el significante el que vendrá a ocupar ese lugar de sostén, en tanto inscripción más estable y determinante en la economía subjetiva.

Esta transformación identificatoria, asumida por el sujeto, permite lo que Lacan nombra como una precipitación. El término tiene aquí un doble valor: por un lado, implica una resolución súbita en un tiempo lógico; por el otro, alude a aquello que cae, que se produce como efecto de una operación estructurante. En este caso, lo que precipita es la ilusión de unidad, la ficción de un yo unificado, anticipado en la imagen.

Es esta ilusión la que posibilita el acceso a la primera persona del singular, en su función gramatical: un lugar desde el cual el sujeto puede decir "yo". Sin embargo, como bien señala Lacan, esa posición gramatical no implica agencia, ni dominio sobre el sentido. El francés permite diferenciar entre el moi (yo como objeto del discurso) y el je (yo como enunciador), distinción que se pierde en español, pero que Lacan explota para introducir la escisión estructural del sujeto.

Por eso resulta a la vez llamativo y enigmático que el título del escrito —“El estadio del espejo como formador del yo, tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”— incluya al je, cuando de principio a fin del texto se habla del moi. Esta paradoja señala que, en efecto, lo que se instala en esa experiencia especular es la posibilidad de decirse je, de presentarse como agente… aunque tal función responda a una imposibilidad estructural: la imposibilidad de decir je en el inconsciente.

viernes, 27 de junio de 2025

El cuerpo como falo y el moi como inscripción: la lógica significante en el Edipo

Uno de los aportes fundamentales de Lacan al releer el Edipo freudiano consiste en haberlo situado dentro de una lógica del significante. Este desplazamiento permite trascender el plano anecdótico o narrativo del complejo edípico, para pensarlo como un conjunto de operaciones simbólicas estructurantes del sujeto.

En este marco, es posible ubicar cómo la constitución de la primera imagen del cuerpo no se produce simplemente en relación al cuerpo materno, sino en vínculo con el significante del Deseo de la Madre. Si bien el cuerpo de la madre está presente en esta escena inaugural, su función está subordinada a la incidencia significante que lo estructura y lo sobredetermina.

El niño, entonces, se hace falo del deseo del Otro con su cuerpo: esa es la experiencia inaugural que da lugar a una imagen especular investida por el deseo materno. Pero este hacerse-falo nunca es pleno: el acceso a esa posición es siempre ilusorio y asintótico, y se realiza únicamente mediante una identificación imaginaria. En ese margen que queda —en ese "no todo"— se abre la posibilidad para que emerja una identificación que funde el moi, el yo especular.

Este desplazamiento representa ya un avance hacia el campo del Nombre del Padre, dado que lo que vincula ambas operaciones es la función del significante del Ideal del yo (I(A)). Este Ideal actúa como soporte de las identificaciones imaginarias del moi, pero también como inscripción de las insignias fálicas que provienen de la función paterna. En este sentido, el I(A) es el punto de articulación entre el orden imaginario y el simbólico.

La constitución de la imagen del cuerpo y la del moi no pueden pensarse en términos cronológicos o lineales: son dos operaciones paralelas, estructuralmente entrelazadas. Son dos caras de la misma moneda subjetiva. Esta idea ya se vislumbra en Freud, cuando en El yo y el ello plantea que el yo es, ante todo, un yo corporal: una proyección del yo sobre la superficie del cuerpo, donde el límite entre lo físico y lo psíquico no puede fijarse con nitidez.

jueves, 26 de junio de 2025

Del espejo al Otro: la imagen del cuerpo entre ilusión y soporte simbólico

En el Seminario 5, Lacan plantea la idea de un pasaje de lo imaginario a lo simbólico. A primera vista, esto puede resultar paradójico, ya que lo simbólico no solo no aparece después, sino que preexiste estructuralmente a lo imaginario y lo sostiene. Para entender esta formulación, es necesario situarla en su contexto específico: Lacan está abordando aquí el recorrido que va desde la constitución de la imagen del cuerpo —en el vínculo temprano del niño con la madre— hasta la conformación del moi bajo el efecto de la identificación idealizante, que se expresa en la función del I(A), el Ideal del yo.

En este trayecto, cobra especial relevancia la articulación que Lacan elabora en el esquema Rho, que enlaza el estadio del espejo con el complejo de Edipo. El espejo no es solo una superficie de reflejo, sino la escena donde el niño se encuentra con una realidad virtual —no hay otra, dice Lacan— en la que cristaliza una imagen de sí. Este precipitado imaginario inaugura la organización del yo, pero solo puede producirse si hay un soporte simbólico previo, representado por la presencia del Otro primordial.

Esto se observa en un gesto que Lacan subraya: el niño, frente al espejo, gira la cabeza para buscar al adulto que lo sostiene. Este movimiento —aparentemente anecdótico— es una metáfora precisa de lo que ocurre en un plano estructural: la imagen sólo se estabiliza si hay un significante que la respalde, una mirada del Otro que la legitime.

La primera imagen que se constituye —a la que Lacan se refiere con el término alemán Urbild— representa lo primordial, lo inaugural. Es una imagen anticipatoria, ilusoria, que produce una primera “conquista” del cuerpo, pero siempre bajo una forma asintótica, ya que el dominio nunca es completo ni definitivo. El niño se imagina entero, coordinado, pero aún no lo es. Esta ilusión es sostenida por su posibilidad de responder al deseo del Otro, es decir, de encontrar allí un lugar.

La dificultad se presenta cuando esa posición no puede ser dialectizada —cuando el niño queda fijado como objeto del deseo del Otro sin poder atravesar esa captura. Y es precisamente en la salida edípica donde se hace visible la diferencia: no es lo mismo una salida fundada en lo imaginario que una vía organizada por lo simbólico. En el primer caso, predomina la identificación especular, con sus efectos de alienación; en el segundo, se inscribe la castración simbólica como posibilidad de subjetivación.

viernes, 20 de junio de 2025

Del fading al anudamiento: la discordancia en el corazón del sujeto

La discordancia entre enunciado y enunciación, tal como se representa en el grafo del deseo, pone en evidencia un rasgo esencial de la constitución subjetiva. Lacan ilustra esta discordancia en la oscilación entre dos modos de la negación: aquella que afecta al acto de decir y aquella que incide sobre el sentido producido por la articulación significante.

Es precisamente en el plano del acto del decir donde interviene la función del ne discordancial. Su valor no está en lo que significa, sino en lo que indica: señala el lugar del sujeto en el nivel de la enunciación, aunque no lo nombre. Aquí se retoma la distinción ya trabajada en el esquema L del Seminario 2 entre el moi, localizable en el plano del enunciado, y el sujeto del inconsciente, emergente de la enunciación. Esta diferencia resulta central para la definición lacaniana del sujeto en psicoanálisis.

Se trata, entonces, de un sujeto que no puede ser nombrado de manera directa, ni fijado en un significante único. Por eso, el borramiento —o fading— deviene una operación constitutiva de ese sujeto. Y en ese punto, la distancia y la tensión entre las dos cadenas del discurso (la del sentido y la del deseo) adquieren una relevancia estructural.

El uso que Lacan hace del francés —su lengua materna— le permite problematizar qué es lo que ocupa el lugar del nombre imposible del sujeto, ese vacío constitutivo que estructura la enunciación. En este marco, Lacan afirma que el sujeto se “articula” en el campo del deseo, lo que remite necesariamente a la lógica de la falta.

La elección del verbo articular no es casual: conlleva la exigencia de una relación, de un otro término, que permita sostener el lugar del sujeto. Si este se desvanece como efecto del significante —fading—, algo debe intervenir para resguardarlo de la desaparición total. Es así como comienza a esbozarse la cuestión del anudamiento, concebido como operación necesaria para que el sujeto pueda mantenerse, aun allí donde el significante borra su huella.

sábado, 22 de marzo de 2025

El sujeto y el individuo: división, ilusión y dependencia del Otro

El concepto de sujeto en psicoanálisis plantea una dificultad constante, caracterizándose por su evanescencia, su división y su imposibilidad de ser capturado o representado plenamente. Aunque es posible hablar sobre el sujeto e incluso predicar algo sobre él, ninguna de estas operaciones logra definirlo de manera absoluta. Lacan, de hecho, busca una formulación del sujeto que prescinda de lo predicativo.

Uno de los errores más frecuentes frente a esta dificultad es confundir el sujeto con el moi (yo), que en la praxis se presenta como la instancia que cumple una función de síntesis en el hablante. Sin embargo, este moi no es el sujeto del inconsciente, sino más bien una construcción imaginaria que aparenta una coherencia y unidad que el sujeto propiamente dicho no posee.

Este punto nos lleva a una cuestión fundamental: ¿por qué el sujeto no puede ser considerado un individuo? La noción de individuo sugiere una totalidad cerrada, una unidad que no está atravesada por la división. En este sentido, el individuo encarna la ilusión de síntesis, o incluso, podríamos decir, funciona como una máscara que encubre la verdadera naturaleza del sujeto.

Además, hay un aspecto aún más relevante: María Moliner define al individuo como "algo separado", lo que lo sitúa en una posición opuesta a la del sujeto. Mientras que el individuo se concibe como independiente, el sujeto en psicoanálisis está irremediablemente ligado a la dependencia del Otro. Es esta heteronomía constitutiva la que lleva a Lacan a acuñar un concepto clave: la inmixión de Otredad, es decir, la imposibilidad de pensar al sujeto sin su relación estructural con el Otro que lo constituye.

miércoles, 12 de marzo de 2025

El problema del sujeto que se nombra a sí mismo

 El sujeto no puede ser al mismo tiempo el que nombra y el que es nombrado sin generar una contradicción porque el lenguaje introduce una división estructural en el sujeto. Esta división es similar a la paradoja de Russell y tiene que ver con la imposibilidad de un autorreconocimiento total en el lenguaje.

Veamos esto paso a paso:

1. La división del sujeto en el lenguaje

Para Lacan, el sujeto del inconsciente es un efecto del lenguaje, pero al entrar en el lenguaje, pierde algo de sí mismo. Al decir “yo”, el sujeto se designa con un significante, pero ese significante no agota todo lo que el sujeto es.

  • Cuando digo “yo soy”, el yo que dice (sujeto de la enunciación) no es idéntico al yo del que se habla (sujeto del enunciado).
  • Hay una distancia entre quien habla y la identidad que esa palabra designa.

Este desfase genera una hiancia, una falta estructural que impide al sujeto coincidir completamente consigo mismo.

2. Relación con la paradoja de Russell

Vayamos a la paradoja de Russell:

  • El conjunto R se define a partir de una condición que se refiere a sí misma, lo que genera una contradicción.
  • De manera análoga, el sujeto intenta nombrarse a sí mismo dentro del lenguaje, pero como está atrapado en la estructura simbólica, siempre hay un resto que queda fuera.

Si el sujeto pudiera capturarse completamente en un enunciado, eso significaría que hay un significante último que lo representa de manera total, lo cual es imposible en el sistema del lenguaje.

3. Ejemplo cotidiano: el espejo y la identidad

Imagina que te miras al espejo. Lo que ves es una imagen de ti, pero no eres tú mismo en sentido absoluto, sino una representación.

  • El nombre propio es como ese espejo: te da una identidad, pero no es tu ser en su totalidad.
  • Siempre hay algo del sujeto que no se deja atrapar por el lenguaje.
4. Consecuencias clínicas y filosóficas
  • El sujeto está dividido, nunca es idéntico a sí mismo.
  • La búsqueda de un sentido total de la identidad es imposible porque el lenguaje siempre deja un vacío.
  • La falta que introduce el lenguaje es lo que sostiene el deseo: siempre hay algo más allá de lo que podemos decir sobre nosotros mismos.

El intento del sujeto de nombrarse completamente a sí mismo genera un cortocircuito lógico porque el lenguaje es estructuralmente incompleto. Así como en la paradoja de Russell el conjunto R no puede decidir si se pertenece o no,
el sujeto nunca puede cerrarse completamente en una definición de sí mismo sin dejar algo fuera.

lunes, 23 de septiembre de 2024

¿La mirada o lo visual? Distinciones

 Considerado desde el sentido común, podría suponerse alguna continuidad o solapamiento, o incluso equivalencia entre lo que pertenece al orden de la mirada y lo que es del orden de lo visual.

Sin embargo, para el psicoanálisis, y esencialmente desde el planteo de Lacan, es muy claro que se hace necesario separar ambas dimensiones, por cuanto pertenecen a registros distintos.

Lo visual es una perspectiva que forma parte de las consideraciones iniciales de su planteo. Es aquello que se juega a nivel del estadio del espejo, o sea del espejo tomado como plano, lo que es pasible de plasmar en una imagen, o sea, lo que es pasible de ser representado a través de ella.

La construcción del moi, entonces, participa de este campo de lo visual. Por cuanto implica ese plano que es el espejo, y el achatamiento o aplanamiento, en términos topológicos, que le es consustancial.

De otro orden es aquello que pertenece al campo escópico, y que es propio de la mirada. La mirada funciona de alguna manera como un punto de fuga respecto de la imagen, respecto del espejo plano, lo que significa que no está incluida en el espejo. Pero es necesario dar un paso más: la imagen del espejo se constituye en la medida en la cual la mirada quede excluida.

En ese sentido, por no entrar en lo geométrico y plano del espejo, es que la mirada es ciega, así como la voz es muda y en tanto tal se diferencia de la palabra. Que la mirada sea ciega quiere decir que participa de una opacidad que se contrapone a los brillos de la imagen, a los engalanamiento fálicos con la cual la imagen consiste.

Si lo visual, entonces, forma parte del campo del espejo, y en tanto tal de lo imaginario, es solidario del cuerpo libidinizado de la imagen. La mirada, en cambio, se especifica por ser uno de los objetos de la pulsión, o sea la consecuencia, el precipitado de un corte que afecta al cuerpo, el pulsional.

miércoles, 28 de agosto de 2024

¿Qué es la conciencia?

 La conciencia es, llamémosla así, una instancia propia del aparato psíquico que reviste una serie de dificultades.

Encontramos en el planteo de Freud su elaboración como sistema: el sistema percepción-conciencia. Ya plantearlo como un sistema habla de cierta estructura que se vuelve operativa e impide reducirla a lo fenoménico.

El sistema percepción-conciencia es, en distintos textos y momentos, articulado y vuelto a separar de la función del yo. Y este vaivén o vacilación que encontramos en los desarrollos del trabajo de Freud pueden ser leídos como índices de esa dificultad.

Partiendo de este abordaje vía el sistema Lacan se propone una definición de la conciencia que llama materialista, porque la hace tributaria de la materialidad del significante.

¿Qué es la conciencia entonces? A más de un sistema es un aparato, el cual está encargado de la percepción. ¿Ahora, cómo podría la conciencia ser una función del moi, cuando el mismo moi puede ser percibido como un objeto más, entre otros?

Con lo cual, y en este punto, la conciencia, casi al modo de la metáfora de la montaña y el lago de la cual Lacan se sirve se instituye como un aparato asociado a la posibilidad de la percepción, y que tiene particularidades.

Una fundamental es que es acéfalo. O sea, no se trata de que alguien perciba sino de que “eso” percibe, y el impersonal justifica el abordaje materialista que la hace solidaria del efecto significante. No puede dejar de llamarnos la atención que la acefalía es también utilizada para designar a la pulsión, y a la estructura significante misma.

Por ello podemos conjeturar que llevar la acefalía a nivel, incluso, de la conciencia es una manera de destacar el valor sincrónico, estructural que implica la división que afecta al sujeto del inconsciente, lo que llamó su subversión.

martes, 7 de febrero de 2023

El tabú por el Yo

Cuando Piera Aulagnier se desafilió de las sectas Lacanianas en 1969 criticó arduamente a Lacan por su grave descuido por el yo (no así en sus geniales textos de los años 30s obviamente), así mismo en 1979 Nasio discutiendo con el matemático Vappereau postuló algo similar en cuanto retomarlo.

Dice Hugo Lerner (2020) quien refiere a Green al respecto:

"entre los años 1953 y 1970, época de indudable hegemonía Lacaniana en Francia, había una prohibición implícita de interesarse por el Yo con el riesgo de ser acusado de un “egopsychologist”.
Esta postura, afirma Green, produjo una parálisis y un atraso en los estudios sobre el yo, mientras que en Estados Unidos, por el contrario, estos estudios se multiplicaron:Si no hubiera existido la prohibición de reflexionar sobre el yo y si Francia no hubiese seguido como un solo hombre el dictamen de Lacan de que el yo era el producto de las identificaciones especulares del sujeto -cosa que es, ¡pero no únicamente!- y si, por último, hubiéramos tenido el valor, justamente, de abordar su análisis de otra manera, pues bien, es probable que no hubiéramos sufrido el retraso que acumulamos y que, por otra parte, terminó por afectarnos con los casos fronterizos” (Green, 2000).
Aulagnier retomó las funciones de narrativa e identitarias del Yo desde Viderman (autor odiado en gremios Lacanianos), más aun, Guattari rescata al final de su obra, algunos aspectos de la Psicología del Yo.

La Metapsicología de Freud no solo abordó el Yo y el Súper-yo, también son muy importantes (resumiré pues la lista es larguísima): el Ideal del Yo, Yo ideal, Yo real, escisión del Yo, el Yo p-p, etc, etc...

lunes, 7 de noviembre de 2022

¿Qué hay antes de la constitución del narcisismo?

El texto Introducción al narcisismo introduce un ordenador del aparato psíquico. Podemos preguntarnos, ¿Qué hay antes de ese período? Si no se constituye el narcisismo, ¿Qué deviene y qué lo estabiliza? ¿Hay algo circunscribible, nombrable o no? 

Si vamos a un texto anterior a Introducción al narcisismo, tenemos el texto donde Freud habla en Leonardo Da Vinci: (1910, p.93)

Tras ese estadio previo sobreviene una trasmudación cuyo mecanismo nos resulta familiar pero cuyas fuerzas pulsionantes todavía no aprehendemos. El amor hacia la madre no puede proseguir el ulterior desarrollo conciente, y sucumbe a la represión. El muchacho reprime su amor por la madre poniéndose él mismo en el lugar de ella, identificándose con la madre y tomando a su persona propia como el modelo a semejanza del cual escoge sus nuevos objetos de amor. Así se ha vuelto homosexual; en realidad, se ha deslizado hacia atrás, hacia el autoerotismo, pues los muchachos a quienes ama ahora, ya crecido, no son sino personas sustitutivas y nuevas versiones de su propia persona infantil, y los ama como la madre lo amó a él de niño. Decimos que halla sus objetos de amor por la vía del narcisismo, pues la saga griega menciona a un joven Narciso a quien nada agradaba tanto como su propia imagen reflejada en el espejo y fue trasformado en la bella flor de ese nombre.

El tema del narcisismo se venía discutiendo entre los discípulos de Freud, hasta 1914, cuando Freud publica Introducción al narcisismo. El narcisimo se encuentra presente en varios textos, aunque no se lo define ni se lo articula lógicamente. Está remitido a la idea de la perversión, donde el sujeto en lugar de tomar como objeto de amor un objeto externo, se toma a su cuerpo como objeto. Introducción al narcisismo viene a zanjar la dificultad que revestía este uso descriptivo y en definitiva patológico.

Freud ubica al narcisismo como una forma de investimiento pulsional necesario, pero sobre todo, precisándolo como concepto, lo cual es distinto a ubicarlo en la fenomenología, o de sus presentaciones sintomáticas en el adulto.

El texto retoma algunas dificultades que se presentan en la clínica con homosexuales, con la que se enfrentaba el proceso de análisis con los neuróticos. Hace la concepción de un narcisismo primario, cuando se comienza a pensar la demencia precoz (esquizofrenia) bajo la premisa de la teoría libidinal y algunas características de los niños y pueblos primitivos respecto de los pensamientos y las palabras. La argumentación plantea el destino de la libido sustraída a los objetos en el caso de la histeria y la neurosis obsesiva, respecto del destino en la esquizofrenia, para ubicar finalmente que el destino de esta libido sustraída a los objetos en el caso de la esquizofrenia es el yo.

Freud plantea esta retracción de la investidura de objeto como un narcisismo secundario y ubica uno primario, según Freud "oscurecido por múltiples influencias". Esto lo lleva a plantear que:

Nos formamos así la imagen de una originaria investidura libidinal del yo, cedida después a los objetos; empero, considerada en su fondo, ella persiste, y es a las investiduras de objeto como el cuerpo de una ameba a los seudópodos que emite.

El tema es, si antes de eso no hay ningún sujeto, ¿Cómo es que el futuro sujeto tiene alguna referencia de sí mismo antes de la aparición de "sí mismo"? Este es un impasse del texto. ¿Cómo el niño puede identificarse con algo si antes no sabe que es él? Esto es lo que viene a salvar Lacan con la introducción del espejo plano en el estadío del espejo. No hay modo de pasar por ese lugar si no es por mediación del Otro. En términos freudianos, son las altyernancias del lust y el unlust que permiten empezar a ubicar unas regularidades en el exterior. En esa vorágine de cosas, aparece un sujeto. Si el yo definido por Freud en distintos textos como imagen, ¿puede devenir objeto? Esto es lo que Lacan intenta responder.

El texto continúa planteando una distribución de los objetos de amor que se puede tomar en función de la fijación libidinal del desarrollo. Esto completa lo planteado en el texto de Leonardo Da Vinci respecto de la posición narcisista. Así, la elección de objeto podrá tomar las siguientes vías:

1. Según el tipo narcisista: 

a. A lo que uno mismo es (a sí mismo),

 b. A lo que uno mismo fue, 

c. A lo que uno querría ser, y 

d. A la persona que fue una parte del sí-mismo propio. (Es decir, una parte de uno que fue relegada y posteriormente encontrada en otro que la porta)

2. Según el tipo del apuntalamiento: 

a. A la mujer nutricia, y 

b. Al hombre protector y a las personas sustitutivas que se alinean formando series en cada uno de esos caminos.

La distribución libidinal que retroactivamente se podría inferir que habitaba al futuro sujeto cuando se dan algunas condiciones, dan lugar a la constitución del yo como creación nueva y original, al ideal del yo y al yo ideal. Fíjense la complejidad de hablar de lo que antes de la constitución del yo habita a ese cuerpo. Antes de la constitución del narcisismo no hay yo, ¿Cómo denominar a todo eso que habita a ese cuerpo? Sin embargo, eso lo habita alguna orientación y organización tiene, porque hay una tendencia que culmina en el narcisismo. No es un caos errático que evoluciona desordenadamente, sino que hay unos automatismos (muchos descritos en El proyecto...), pero que sin embargo no son nombrables. 

En ese sentido, son interesantes los desarrollos de Piaget sobre las reacciones circulares: las primarias, secundarias y terciarias. Esas reacciones alguna marca dejan y eso debe comandar al estadio del narcisismo y del espejo, que es posterior. En el estadio del espejo ya hay un reconocimiento de la imagen del otro que ese sistema se va estabilizando.

Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales; por tanto, algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya. (p. 74)

En el apartado 3 se inicia con una concepción que no suele enfatizarse y que permite repensar lo señalado en la página 82, donde se interroga sobre la culminación del narcisismo primario y responde en diferentes formas. Dice que:

¿En razón de qué se ve compelida la vida anímica a traspasar los límites del narcisismo y poner {setzen} la libido sobre objetos? " La respuesta que dimana de nuestra ilación de pensamiento diría, de nuevo, que esa necesidad sobreviene cuando la investidura {Besetzung] del yo con libido ha sobrepasado cierta medida. Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que empezar a amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración no puede amar. Algo parecido a la psicogénesis de la creación del mundo, según la imaginó H. Heine: «Enfermo estaba; y ese fue de la creación el motivo: creando convalecí, y en ese esfuerzo sané».

Este párrafo, tan lírico, tiene muchas objeciones. pensemos en cualquier niño frente a cualquier situación que le depare placer. ¿Cuánto podría seguir hamacándose o corriendo por el parque? Todo el tiempo que la fuerza se lo permita. No hay modo que los niños cedan a aquellas actividades que les depara un gran placer. Ejemplo, cuando a un  niño se le lee continuamente el mismo cuento. Esto de que hay que salir hacia el mundo, no se verifica. La fenomenología clínica que lo demuestra es el autismo. Pero más allá de la psicopatolog{ia, tenemos el caso de los niños y los bebés.

Sin embargo, el germen del argumento es el que llevó a Freud al planteo económico en las neurosis actuales. El argumento de la estasis libidinal es, justamente, el argumento de las neurosis actuales: una estasis libidinal no articulada, produce displacer. No obstante, vemos que en los niños esto no sucede: no hay displacer en la reiteración de acciones que los bebés realizan. 

Por otro lado, esta idea de que para no enfermar hay que llevar la libido a otro lado supone la existencia, desde el inicio, de una diferencia entre el futuro sujeto y lo que lo rodea. Lo que hace salir el niño del hermetismo de su narcisismo es volcar su libido en el mundo. El problema es que para ese niño, todavía no existe el mundo. El bebé no sabe dónde él empieza ni termina, eso es la indiferenciación. Lo que la indiferenciación inicial plantea es la inesxistencia original de otro territorio (no hay otro territorio) y no debe confundirse con el límite del cuerpo del niño, sino con todo lo que produce una percepción en ese cuerpo y cuya única percepción posible de ello es que lo percibido es todo.

Freud, en Pulsiones y destinos de pulsión:
Imaginemos un ser vivo casi por completo inerme, no orientado todavía en el mundo, que captura estímulos en su sustancia nerviosa.'' Este ser muy pronto se halla en condiciones de establecer un primer distingo y de adquirir una primera orientación. Por una parte, registra estímulos de los que puede sustraerse mediante una acción muscular (huida), y a estos los imputa a un mundo exterior; pero, por otra parte, registra otros estímulos frente a los cuales una acción así resulta inútil, pues conservan su carácter de esfuerzo {Drang} constante; estos estímulos son la marca de un mundo interior, el testimonio de unas necesidades pulsionales. La sustancia percipiente del ser vivo habrá adquirido así, en la eficacia de su actividad muscular, un asidero para separar un «afuera» de un «adentro»."

Por eso es importante plantear, a diferencia de lo planteado, de cómo se va más allá del narcisismo originario, como vimos en la cita anterior con el poema de Heine. Al iniciar el apartado 3 dice Freud:

Las perturbaciones a que está expuesto el narcisismo originario del niño, las reacciones con que se defiende de ellas y las vías por las cuales es esforzado al hacerlo, he ahí unos temas que yo querría dejar en suspenso como un importante material todavía a la espera de ser trabajado; su pieza fundamental puede ponerse de resalto como «complejo de castración» (angustia por el pene en el varón, envidia del pene en la niña) y abordarse en su trabazón con el influjo del temprano amedrentamiento sexual.

Es decir, no tiene tanto que ver con la estasis libidinal de tener que volcar algo afuera, niño algo diferente... Lo que sea que pasa dentro del soma del niño, empieza a haber un privilegio de algunas cosas (línea gruesa) sobre otras:


Esto, en definitiva, no deja de ser una marca (M) en el cuerpo del niño. Eventualmente, esa marca se podrá transformar en significante (S1). Ahora, todo lo que el niño desarrolla para volver a encontrarse con esto, es una elaboración de saber (S2), lo que sería la letra de goce, ese significante.

Efectivamente, debe haber algo placentero que el niño realiza y eso se logra estabilizar a partir de ciertas coincidencias con el mundo exterior. Sucede que eso produce un saber, porque una cosa es un alarido cualquiera; otra es el llamado, etc. La madre (M) hace una escritura sobre ese grito, por ejemplo, diciendo que es hambre:
Es la madre que hace sobre determinada marca un significante (M/S1), siendo que el significante proviene de la madre y la marca está en el aparato del niño. Lo que de la marca no se transcriba en un significante y no se estabilice, no es articulable. Lo que vemos en la clínica del autismo es que la madre no puede articular ningún sentido a la marca, que queda vacía.

Para la madre, tiene que haber un deseo y una atribución de saber (que le atribuye al hijo). Si la madre supone que su hijo no va a poder, efectivamente el hijo no va a poder. Todas esas marcas provienen de la madre y son donadas al hijo por ella. A pesar de eso, marca y S1 no copula, es como un tetris que siempre falla. Es lo que relanza el deseo, como decía Freud, la diferencia de placer esperado y el encontrado.

De todo lo que habita al niño, mucho queda afuera y no es recubierto por el significante. Solo entra lo que los padres y el contexto cultural pueden nombrar de acuerdo al patrimonio cultural. Ahí sí volvemos al texto de introducción al narcisismo, en donde el niño tiene que salir al mundo a armar respuestas más eficientes. 

Esto es clatramente diferente a la consideración de un exceso que debe ser articulado y colocado en alguna parte. Freud claramente plantea que de dicha posición se sale porque algo externa a la misma lo hace caer. No es el exceso, sino el encuentro con un límite a dicho exceso y su articulación. Hasta este punto, el desarrollo ubica tres elementos que son necesarios en tanto supuesto lógico para la constitución de un sujeto: la posibilidad de registro en el campo de las actividades del placer, la compulsión a la búsqueda de su encuentro y un límite externo que introduce un acotamiento a las dos anteriores. 

Si neurológicamente hay una dificultad para el registro en el campo del placer de las actividades del cuerpo, toda esa constitución va a tener necesariamente una modificación, porque falta la premisa de lo que va a producir eventualmente marca. 

El texto freudiano continúa su argumentación luego de los comentarios acerca de la protesta masculina propuesta por Adler y fijar su posición. Destaca que la diferencia de comportamiento que se puede presentar en un adulto respecto al contenido de representación radica en las diferentes respuestas que origina respecto a la idea presente en ellos.

Dice Freud:

"Podemos decir que uno ha erigido en el interior de sí un ideal por el cual mide su yo actual, mientras que en el otro falta esa formación de ideal. La formación de ideal sería, de parte del yo, la condición de la represión.'''

Freud plantea que el narcisismo va a aparecer desplazado respecto a ese ideal del yo, que va a contar con todas las atribuciones de perfección que anteriormente recaían sobre el narcisismo. Respecto del sujeto, dice:

"No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal."

Ahora bien, el sujeto no quiere privarse de la perfección narcisista, ¿Pero puede no privarse de ello? Porque así planteado, parece una maniobra del sujeto para preservar cierta posición. Cuando algo de esto sucede, en la clínica vemos a sujetos enfrascados. Lo que efectivamente sucede es que el sujeto comienza a encontrarse con una serie de circunstancias en las cuales empieza a presentársele diferencias entre lo que pretendía y lo que efectivamente encuentra. En esto cuentan las admoniciones que recibió: de tanto recibirlas, por una parte, y de recuperar lo que se supone que perdió por ello o por otra, las hace propias.

El ideal del yo no se confunde con el yo ideal. Solo da lugar a co-fusiones la forma en que se lo presenta en el párrafo citado. El resto del texto permite ir precisando que son dos nombres diferentes, porque representan dos conceptos diferentes. Efectivamente, lo que proyecta frente a si como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido, es decir, lo que se propone como aspiración, lugar de llegada, es su yo ideal. Freud precisa: 

"La formación de un ideal del yo se confunde a menudo, en detrimento de la comprensión, con la sublimación de la pulsión. Que alguien haya trocado su narcisismo por la veneración de un elevado ideal del yo no implica que haya alcanzado la sublimación de sus pulsiones libidinosas."

Más adelante:
"No nos asombraría que nos estuviera deparado hallar una instancia psíquica particular cuyo cometido fuese velar por el aseguramiento de la satisfacción narcisista proveniente del ideal del yo, y con ese propósito observase de manera continua al yo actual midiéndolo con el ideal."

De donde surge claramente que del ideal del yo parten exigencias hacia el yo y el yo ideal es un punto de llegada comandado por el ideal del yo. Y lo más importante es que ubicará la constitución del ideal del yo como efecto de las palabras de los padres y con los que con ellos forman serie.

"La incitación para formar el ideal del yo, cuya tutela se confía a la conciencia moral, partió en efecto de la influencia crítica de los padres, ahora agenciada por las voces, y a la que en el curso del tiempo se sumaron los educadores, los maestros y, como enjambre indeterminado e inabarcable, todas las otras personas del medio (los prójimos, la opinión pública). Grandes montos de una libido en esencia homosexual fueron así convocados para la formación del ideal narcisista del yo, y en su conservación encuentran drenaje y satisfacción. La institución de la conciencia moral fue en el fondo una encarnación de la crítica de los padres, primero, y después de la crítica de la sociedad, proceso semejante al que se repite en la génesis de una inclinación represiva nacida de una prohibición o un impedimento al comienzo externos.".

Esto hace a la constitución del ideal del yo. El ideal del yo será aquello que como aspiración del yo estará en las expectativas para satisfacer las exigencias del ideal del yo. La conciencia moral y el censor del sueño quedarán adscriptos a la función del ideal del yo. En definitiva, el yo ideal no deja de ser una representación consciente. El paciente dice "Yo quiero ser así". En cambio, de lo que es el ideal, menos nos enteramos, y de la gran mayoría padecemos.

La distribución de linaje que retroactivamente se podría inferir que habitaba al futuro sujeto, constituirá el ideal del yo y el yo ideal. Luego el texto ubica que en la formación del ideal del yoes lo que aumentan las exigencias del yo y es aquello que favorece a la represión. habla de la sublimación como aquello que le permite al yo cumplir con dichas exigencias, sin dar lugar a la represión.

De estos elementos se destaca la creación ex-nihilo del yo. Antes de su instalación no existe nada comparable en sus funciones al yo. El yo es algo que se constituye a partir de esta primera identificación. Se trata de la primera constitución de algo que no puede ubicarse sencillamente dónde o en qué puede atribuirse su existencia, en el sentido que no puede ubicarse en una correspondencia unívoca aquello que es designado por "yo".

Lacan, en "Función y campo..." dice que esta identificación en una matriz simbólica, algo que como esquema es retomado por la función de lo simbólico, en tanto se nombra algo que está en otro lado. Ciertamente es muy difícil describir "quien soy yo", muy difícil de ubicar. Todo el conjunto de lo que uno es cuesta mucho circunscribirlo.

A partir de 1920 empiezan a producirse algunos impases respecto a estos desarrollos. En El yo y el ello, Freud plantea en una nota al pie de página:
Ahora, luego de la separación entre el yo y el ello, debemos reconocer al ello como el gran reservorio de la libido en el sentido de «Introducción del narcisismo» . La libido que afluye al yo a través de las identificaciones descritas produce su narcisismo secundario.

Más adelante prosigue con su desarrollo y agrega:
Ahora habría que emprender una importante ampliación en la doctrina del narcisismo. Al principio, toda libido está acumulada en el ello, en tanto el yo se encuentra todavía en proceso de formación o es endeble. El ello envía una parte de esta libido a investiduras eróticas de objeto, luego de lo cual el yo fortalecido procura apoderarse de esta libido de objeto e imponerse al ello como objeto de amor. Por lo tanto, el narcisismo del yo es un narcisismo secundario, sustraído de los objetos.

Esto produce una serie de dificultades. En principio, si no hay sujeto, ¿Qué clase de objetos se encuentran presentes ante el yo? ¿Para quién estarían presentes? ¿Cómo es que el ello hace tal o cual investidura si en principio no se le puede atribuir ninguna orientación? En realidad, toda la dificultad radica en la particularidad de la constitución del sujeto por la intermediación del Otro, el lugar que en él recibe y cómo ello es reglado. A partir de esta dificultad es que Lacan propone el estadio del espejo. 

Lacan va a responder a una serie de interrogaciones que se desprenden del texto freudiano, como Introducción al narcisismo, Más allá del principio del placer, El yo y el ello , preguntándose cómo el yo puede ser un objeto, más aún el primer objeto, si es una imagen. Su respuesta es la conceptualización del estadío del espejo. Lo delimita como:
"...consiste en poner en manifiesto la conexión de cierto número de relaciones imaginarias fundamentales en un comportamiento de una determinada fase del desarrollo"
"Este comportamiento no es otro que el que tiene el niño ante su imagen en el espejo desde los seis meses de edad"
y que caracteriza como
"...asunción triunfante de la imagen con la mímica jubilosa que la acompaña y la complacencia lúdica en el control de la identificación especular"

Lacan hace este desarrollo tomando la observación de Bernard Perez (1888), quien describe que:
Eldestein dice que esto, que nbo se articuló a Freud, quedó como una mera curiosidad psicológica hasta que Lacan la retomó. Las relaciones imaginarias que Lacan sitúa en el estadío del espejo consisten en:


En el seminario 1, cuando lacan comienza formalmente su enseñanza e introduce los tres registros, en la tópica de lo imaginario introduce un modelo del cual él dice que es sucedáneo del estadio del espejo. Lacan sigue la propuesta de valerse de modelos para aproximarse a un hecho desconocido, relaciones auxiliares para pensar los elementos teóricos.

Primero introduce la experiencia en el campo de la física: 


Este esquema tiene varias ventajas, como el hecho de crear un existente a partir de la nada. Se arma un florero con flores, donde antes estaba vacío. Las flores, si estaban en algún lado, es en el deseo de la madre y el florero podría ser el sustrato biológico.

El estadio del espejo contradijo los aportes de los posfreudianos en lo que respecta a su consideración de un yo autónomo, en este párrafo citado anteriormente. Si el yo fuera autónomo, no necesitaría del Otro para hablar o aprender a caminar.

Con la alienación con la que el yo se constituye, el sujeto recibe una serie de atributos, no importa tanto cuales, sino que serán portados por él, recibidos por la lengua materna, quien lo colma de dones, literalmente. 

El esquema óptico permite ubicar los tres registros: imaginario, real, simbólico. Las imágenes, tanto en la percepción directa del florero como la imagen real proyectada por el espejo esférico representa la dimensión imaginaria. En conjunto del aparato, lo real. Las leyes ópticas que subyacen a la producción de la imagen, lo simbólico. Esto último a veces se soslaya, pero es la dimensión simbólica en juego que permite que todo esto funcione. El ojo tiene que estar en determinado lugar y no en otro. 

Este esquema es perfeccionado por Lacan. Lacan observó que los animales se manejaban entre los registros real e imaginario únicamente. En los seres humanos, cuando se habla del narcisismo, la relación del sujeto con su propia imagen es siempre fallida, porque está siempre mediada por el Otro. Lacan va a introducir en su nuevo esquema el espejo plano, modifica la ubicación relativa del florero y el ramillete. Si se toma al cuerpo y sus agujeros como el florero y a las flores representando los objetos parciales de la pulsión, es alrededor de estos objetos parciales que para el psicoanálisis se constituye el cuerpo.


La nueva configuración del esquema óptico logra que la imagen del florero y el ramillete se armen como en la primera versión del esquema óptico, pero mediando ahora el espejo plano, como vemos en la imagen. para el ser humano, la imagen narcisista solamente es accesible a través de la mediación del Otro, representado por espejo plano. El Otro es el medio por el cual es sujeto humano encuentra su imagen. El esquema original de la física no representaba esto.

Es claro que para poder ser reconocido por otro, con anterioridad se debe producir que un otro se eleve a un Otro. Esto también lo posibilita este segundo esquema. Un Otro permite la configuración del sujeto bajo las formas de neurosis, psicosis y perversión.


jueves, 13 de octubre de 2022

El narcisismo: ruptura en la obra de Freud

Entrada anterior: ¿Qué es el inconsciente? El inconsciente como ruptura del discurso racional

En 1915 hay algo que produce una ruptura en la obra de Freud: los escritos metapsicológicos. la metapsicología es un término complicado, porque uno podría suponer que algo más allá, como su fuera una metafísica. Los escritos de Freud sobre metapsicología implica una serie de construcciones que se inician con la introducción del concepto de narcisismo:


El término se impuso a partir de la introversión de la libido implicada en la parafrenia, que es la demencia precoz (Kraepelin) o esquizofrenia (Bleuler), en donde hay delirio de grandeza y falta de interés por el mundo exterior. 


Bleuler leyó la división subjetiva en lo que él llamó esquizofrenia para lo que era la demencia precoz de Kraepelin. Es lo que Freud llamó parafrenia, donde dice:

Esto trae muchos problemas para establecer un vínculo transferencial. La megalomanía de la esquizofrenia se constituye a partir de la retirada de la libido objetal. En la megalomanía hay una pérdida de la realidad. Uno podría pensar que la neurosis es más cercana a la realidad y la psicosis más cercana a la pérdida de la misma, pero en el ensayo "La pérdida de la realidad..." veamos que tanto la neurosis como la psicosis hay una pérdida de la realidad objetiva. Lo que hay es una realidad subjetiva, psíquica.

El concepto de megalomanía le permite a Freud integrar aspectos del narcisismo. Lo mismo ocurre con el concepto de libido. Uno puede entenderla por el lado de las cargas pulsionales, pero también está la metáfora de la ameba y su seudópodo de Introducción al narcisismo:


Esta metáfora es la que utiliza Lacan para hablar de la libido. Para Lacan la libido no tiene que ver con la energética, sino con una característica que tiene que ver con lo que nosotros unimos a nuestro propio cuerpo como si fuera parte de él. Un ejemplo es el cigarrillo: al principio al fumador le da asco, pero luego se esfuerza hasta que lo acepta, porque piensa que eso le sirve en lo social. Las personas pueden incorporar el auto, cuando uno maneja, al punto que es parte de su campo libidinal. Uno se acomoda al cuerpo del otro porque lo ha libidinizado. 

Para Freud, el yo tiene que ser desarrollado, aunque los instintos autoeróticos son primordiales. Para constituir el narcisismo, a esas pulsiones primordiales, ha de venir un nuevo acto psíquico. Es decir, el yo no está desde el inicio, sino que se agrega por nuevo acto psíquico. En Lacan, ese nuevo acto psíquico es el estadío del Espejo como formador del yo. A diferencia del primate, el ser humano no puede autoabastecerse ni tener un conocimiento de su propio cuerpo, porque la mielinización no fue lo suficientemente rápida como lo es en el primate. El conocimiento del yo no es inoico, sino  paranoico (paranoesis, por fuera). 

Lacan introduce el Estadío del espejo en el año '38 y el escrito sale años después:
Un niño se reconoce a sí mismo en el espejo cuando su yo se ha constituido, antes se ve como otro. Ese yo es unificador de las sensaciones del cuerpo, que sino aparece como descompuesto. El yo viene a ser la imagen de la totalidad de ese cuerpo.

El conocimiento de ese cuerpo es paranoico, por paranoesis:

No es necesaria la experiencia de pasar por un espejo, sino de lo que se trata es de lo que nos vuelve de los otros. Hay una metáfora en Realidad y Juego de Winnicott, donde dice que el niño va a ser lo que se refleja en la córnea de la madre. De manera que el yo es una imagen. Lo imaginario es todo lo que ocurre en función del narcisismo, en el encuentro del sujeto con su yo y las imágenes especulares. Se trata de una identificación:

Esa imagen, que se forma como una gestalt, habla del ideal del yo:

El yo, entonces, es una imagen que uno adopta como completud del cuerpo. Estas cuestiones estaban tomadas por Freud desde otro aspecto. Los conceptos que él desarrolló a la luz del narcisismo le permitieron encarar una serie de cuestiones, que él encontraba como dificultades, fundamentalmente en la transferencia.


Otra cosa llamativa es cuando Freud habla de la hipocondría:

Esto de que la angustia hipocondríaca sería la contrapartida de la angustia neurótica es interesante para la clínica, porque la cuestión del narcisismo solo sería una forma resolución perfecta en la parafrenia, mientras que en la hipocondría es una forma imperfecta:


Lo interesante es que la angustia de la neurosis está homologada a la hipocondría. Bien podríamos decir que la fantasía es a la angustia, en la neurosis, lo que la megalomanía es a la hipocondría.

La megalomanía actúa en el delirio de la esquizofrenia como una forma de resolución perfecta. Vemos también como la hipocondría o la descomposición del cuerpo en la esquizofrenia habla del fracaso de la resolución. Hay un signo en la esquizofrenia que es el del espejo. Se miran en él porque su cuerpo se les vuelve extraño, se les deforma o sienten que se les transforma. No obstante, esto puede pasar en las neurosis, sobre todo en la adolescencia. En la adolescencia, que es un momento de transición, aparecen muchos síntomas que al analista le pueden hacer sospechar una psicosis. Incluso hay muchos adolescentes medicados por estos fenómenos, cuando en realidad no son psicóticos.

En Introducción al narcisismo, Freud va a proponer caminos para la elección del objeto:

El yo es una organización que incluye el yo actual, el ideal del yo y el yo ideal. Además, el yo se constituye por identificación:
La incorporación de la identificación primaria no es al padre ni a la madre, como vimos cuando vimos el esquema del Moisés y la religión monoteísta, donde se asemeja mucho a la devoración del cadáver del padre, para obtener su fuerza. Pero no es padre o madre, sino de un Otro indiferenciado. Esta es una idea original de Abraham, que Freud nunca reconoció.

La identificación secundaria es al síntoma, identificación a un rasgo del Otro, como cuando Dora se identifica a la tos del padre. Freud utiliza Ein Einziger Zug, rasgo unario.

La tercera identificación es la que él llama histérica. Es la que se da cuando, al juntar a un grupo de mujeres, se indisponen todas a la vez. 

En el capítulo 8 de Psicología de las masas, cuando habla del enamoramiento extremo, Freud propone que para que un yo se identifique a otro, es necesario que exista algo del orden del ideal del yo, que estabiliza la identificación de yo a yo.  

En una cancha de fútbol hay muchos "yo", pero bajo un ideal que los convoca. El ideal del yo es lo que estabiliza y es lo que uno quisiera llegar a ser. El esquema Lambda articula el yo con la imagen especular y a la vez con el sujeto.