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domingo, 2 de mayo de 2021

El acting out dentro de un análisis

Hoy leemos el texto de Haydée Henrich "El acting out". 

Lacan plantea el acting out como una mostración, una llamada de atención del analista, allí donde ha fallado su función. Es un guiño que se le hace al analista insinuándole que su interpretación no fue buena. Función de corte. No se trata de frustrar al paciente sino de un límite que se trata de instaurar en lugar de la falta. Algo que lo angustia que se haga la pregunta

¿Qué pasa con los acting out dentro del análisis? Lacan  dice que puede tener dos salidas posibles: 

  • Pasaje al acto

  • Entrada en lo simbólico del análisis.

También puede pensarse el acting out fuera del análisis; hay pacientes que viven de acting en acting, aun independiente del análisis, donde no sería la falla del analista sino de un Otro instituyente. 

Cuando hay una resistencia por parte del analista, se da una transferencia sin analista que la sostenga y se produce el acting out. Este es una transferencia sin analista, respuesta a una intervención fallida por parte del analista, acá debe reorientar, reconducir el discurso del paciente al plano de lo inconsciente, al terreno de lo simbólico. El acting out sería un out de lo simbólico. El sujeto deja de estar representado por un significante para ser mostrado por una escena

El acting out responde a una forclusión, hay algo que fue forcluido de lo simbólico y retorna en lo real de la escena de acción.

 El retorno de lo forcluido en lo real, puede ser: 

  • Que sea actuado por el sujeto (acting out)

  • O padecido por el sujeto (la alucinación)

Ambos tienen en común la ajenidad y que son erráticos. 

Forclusión que no es la del significante del nombre del padre, sino forclusión como el retorno de lo forcluido en lo real.

miércoles, 24 de enero de 2018

La mirada amarga (celos y envidia).


Hay un número de la revista Littoral en francés que lleva un título sugerente: Frérocité, en la que sus autores, constatando lo estructural de la ferocidad fraterna, se preguntan cómo pasar de ella a la fraternidad, ícono consabido de los frontispicios franceses: Libertad, Igualdad, Fraternidad.

Eric Porge recorre allí los distintos escritos y seminarios donde aparece la cita de San Agustín a la que Lacan, según la ocasión, otorgará traducciones y acentos diferentes.

El texto de San Agustín es el siguiente:

Vidi ego et expertus Sum ze/antem parvulum: nonduum loquebatur et intuebatur pallidus amaro aspecto conlactaneum suum. Quis hoc ignorat? Expiare se dicunt ista matres atque nutrices nescio quibus remediis.

Una traducción podría ser la siguiente:

"Yo mismo he visto y soy experto en los celos del niño: no hablaba aún y observaba pálido y con una mirada amarga (o un aspecto amargo/amargado?) a su colactante (hermano de leche). ¡Quién ignora esto? Las madres y las nodrizas tratan de expiar (corregir, remediar) esto mediante no se qué remedios."


Se puede intuir que la amargura de la mirada, si bien apunta como un dardo al niño que está mamando, también se refleja sobre el aspecto del niño que observa, quien empalidece, amargado.

Mientras que el mundo del narcisismo no contiene al prójimo, éste hace su aparición en el caso del niño observado por San Agustín. Lacan se va a servir de esta escena para indicar que a partir del drama de los celos se constituye el yo, al mismo tiempo que el otro y el objeto socializado.

Ya en su escrito sobre La Familia, Lacan plantea que con el drama de los celos se abren dos alternativas diferentes, en las que se juega el destino de la realidad:

  • La de encontrar al objeto materno y aferrarse al rechazo de lo real y a la destrucción del otro.
  • O bien, encontrar al mismo tiempo al otro y al objeto socializado.

Años más tarde, en una nueva referencia a San Agustín, en el Seminario VI, Lacan dirá que allí nace la primera aprehensión del objeto en tanto el sujeto se halla privado de él.

¿Cómo remediarán las madres ... ?
Decíamos que el niño excluido de la escena gozosa entre el hermanito menor y su madre queda presa de una mirada amarga. ¿Envidia o celos? Lacan usa ambos términos. Tal vez habría que precisar: envidia del lactante a quien supone en posesión de un objeto que lo satisface plenamente; celos de la madre de quien supone que ha elegido a otro a quien favorecer con ese goce idílico.

Ahora bien, nos preguntábamos qué intervención podría evitarle al niño quedar eternamente fijado a esa posición. ¿A cuál niño? Tanto al que mira como al que mama. ¿Qué terceridad lo salva del exilio al primero y del encierro al segundo, respecto de un goce que se exhibe impúdicamente como compartido, total y absoluto, aun cuando mítico e imposible?

Instante de la mirada (amarga) que requiere de un tiempo de comprender por parte del Otro primordial, para que la escena, lejos de eternizarse, halle su momento de concluir.

¡Cómo harán las madres y nodrizas para remediar esta situación? Expiare se dicunt ista matres atque nutrices nescio quibus remediis. Si bien esta última frase no es mencionada por Lacan, es la que nos permite advertir que la escena no solamente se compone de la mirada del niño, además de la de San Agustín identificado a él, y de la nuestra, invitados a compartir esa mirada amarga. También debemos suponer un intercambio hipnótico de miradas entre el niño que mama y su madre.

Y es allí que se anuncia un viraje posible si es que la madre advierte la mirada amarga y supone que tiene que ponerle algún remedio. Es ella quien puede romper el hechizo, girar la cabeza, arrancar su mirada del niño que mama y posarla amorosamente en el niño que mira. Lo incluye así en la escena, a la vez que la descompleta (a la escena, a la madre, a la satisfacción del lactante), función paterna operando en la madre.

Nos parece encontrar aquí otra versión, o un nuevo modo de escribir la escena del espejo, en la que el niño celebraba el reconocimiento de su imagen y el encuentro con la mirada de asentimiento. Intercambio de miradas que se produce al romper con la de la hipnosis de la imagen al ubicar que algo falta en ella. Nueva versión de la pregunta: ¿a cuál de los dos hermanos prefieres?

La envidia "sana"
En el origen el sujeto es una colección incoherente de deseos, nos dice Lacan: éste es el verdadero sentido de la expresión cuerpo fragmentado. Al unificarse el deseo en relación al deseo del otro, el cuerpo se constituye como tal.

Decíamos que la escena de los celos es de valor triplemente fundante: del deseo, del prójimo y del objeto socializado. Agregaríamos con San Agustín: siempre que la madre se preocupe por remediar, atenuar, mitigar la amargura y habilitar al pequeño envidioso a concluir que también él puede buscar un objeto que lo satisfaga. Ya habrá aprendido que la relación con ese objeto no será total, idílica ni fusional.

La envidia, in-vidia, (envie en francés), tendrá dos destinos posibles: podrá fijar al sujeto en esa mirada, envidia destructiva y amarga, en tanto supone posible para otro -e imposible para sí- la plena posesión del objeto; o bien dará lugar al surgimiento del deseo (avoir envie, tener ganas) en la medida en que el otro habrá señalado el itinerario hacia un objeto limitadamente posible. De la disyunción o uno u otro, habrá pasado a la inclusión, "yo también quiero... ". En vez de aferrarse al objeto materno y al rechazo del otro, encontrará al prójimo y al objeto socializado.

El título poco ortodoxo que hemos dado a este apartado, nos habla desde la sabiduría popular: la envidia puede ser sana, cuando pone al sujeto en marcha en relación a su (objeto del) deseo que, como no podría ser de otro modo - la histérica nos lo enseña- es señalado por el otro.

De igual modo, también para el niño que mama, que la madre le sustraiga la mirada inscribe lo imposible de la satisfacción total y rompe cualquier ilusión, pretensión o exigencia de hacer uno. Conocemos también los estragos de quedar fijado en esta otra posición. Que la madre pueda efectuar su giro abiertamente, sin culpa, sabiendo que no está traicionando al niño -a ninguno de los dos- transmite -a ambos- lo inevitable de la pérdida, en su legalidad y no como desamor.

Malentendido a ser situado en el análisis, en relación a los lamentos y reclamos de algunos pacientes que siguen esperando "lo que merecen", es decir, lo imposible. Siguiendo a J. Hassoun, diríamos que en la melancolía es la madre la que no ha podido acompañar al niño en el destete y hacer el duelo por el seno, por lo que tampoco habrá transmitido el duelo como función.

"Jallouissance"
En Encore, Lacan introduce el término "jallouissance"; que condensa celos y goce, en una nueva referencia al párrafo de San Agustín.' Nos atreveríamos a decir que cuando no se produce la pacificación desde el lugar del Ideal del Yo, es el Superyó quien tomará a su cargo la materialización del odio celoso; esta vez su habitual grito de guerra "jouis!" encontrará una especificidad: "jallouis!" que entendemos como mandato de "goza-envidia!", o simplemente como "iMira! ¡Mira cómo el otro goza plenamente de un objeto que a ti te es negado arbitrariamente!"

Fuente: Haydee Henrich, "Locura y melancolía", Cap. 8: La mirada amarga.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Está loco el que se la cree.


"Acerca de la Causalidad Psíquica", escrito del año 1946, probablemente nos ofrezca, como ya hemos dicho, la teorización lacaniana más interesante y específica acerca de la locura. No es la que aprendimos a situar en la psicosis desencadenada, tampoco en las alucinaciones y delirios de la locura histérica, ni en los actings locos que caracterizan a las neurosis graves.

Lacan se refiere allí a la locura como un fenómeno y no hace de ella diagnóstico de estructura. Es así que este fenómeno tanto puede estar referido a la locura del hombre en general, a la locura de la psicosis, como a la locura del que "se la cree": Nos centraremos en este último aspecto.

Tres nociones de Hegel atravesarán este escrito de Lacan. Ellas son:

- La infatuación o delirio de presunción,
- la ley del corazón y
- el alma bella.

Los tres términos están relacionados entre sí, en tanto implican el desconocimiento que es inherente al Yo (moi): el yo es una construcción imaginaria que implica desconocimiento. Un loco es precisamente aquel que se adhiere a ese imaginario, pura y simplemente.2 De modo que cualquiera estaría expuesto a la locura, y aún más: al ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aún sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad.

- Comencemos por situar la infatuación, que nos recordará a "La Excepción" freudiana que abordamos en el capítulo anterior. Lacan la refiere a las identificaciones. En la medida en que no hay identidad, sino falta en ser, es que habrá identificaciones. Lacan va a decir que esas identificaciones pueden ser mediatas o inmediatas, según la distancia que se mantenga respecto de esa identificación. Cuanto más inmediata sea la identificación, más expuesto estará el sujeto a la locura, en la medida en que "se la va a creer". El delirio de presunción o infatuación, consiste en creerse absolutamente eso a lo cual uno se identifica.

Y este delirio de presunción no hace diagnóstico de psicosis, sino que puede darse en cualquier estructura por el solo hecho de ser hablantes, en tanto el fenómeno de la locura no es separable del problema de la significación para el ser, es decir del lenguaje para el hombre.

Uno de los ejemplos que encontramos es el del nene bien, el cancherito, presumido, que se las sabe todas, y Lacan dice que esto provoca en los demás un deseo de que tropiece -tal vez hasta le ayuden un poquito-para que no se la crea tanto. Creerse lo que se es, tiene que ver con el ser, allí donde no hay espacio para la falta en ser.

- Ahora bien, aquél que se la cree, también querrá imponer la ley de su corazón a lo que se le presenta como el desorden del mundo, empresa insensata. Hegel dice que las palpitaciones del corazón por el bien de la humanidad se truecan en la furia de la infatuación demencial. Pensemos en el gobernante que se siente llamado a cumplir una misión en el orden del universo. Cuando la ley del corazón no rige sólo para el sujeto, sino que pretende hacerla extensiva a quienes lo rodean, allí comienza su locura, porque, cada uno tiene derecho a estar loco, a condición de que su locura sea privada.

- La tercera característica del desconocimiento consistirá en posicionarse ante el mundo como alma bella, no teniendo nada que ver con los desórdenes que provoca. El loco no se reconoce en lo que le retorna de los demás, él es justo, bondadoso, está preocupado por el equivocado rumbo de la humanidad y no podrá entender las agresiones y discriminaciones de las que es objeto en respuesta a sus propias actitudes. Es el alma bella que aprendimos a conocer en la histeria; ella es ajena a lo que le sucede, simplemente se queja, culpa a los demás, desconociendo su participación en esos desórdenes.

Recordemos que en "Intervención sobre la Transferencia" y en "La Dirección de la Cura" Lacan retomará las categorías hegelianas para abordar el desparpajo con que el alma bella se desentiende de su propia participación en los desórdenes de los que se queja. Lacan descubre que Descartes, en su búsqueda de la verdad se encuentra con la locura: Y cómo podría negar yo que estas manos y este cuerpo son míos, sino comparándome con algunos insensatos cuyo cerebro ha sido de tal modo alterado ( .. . ) que aseguran ser reyes cuando son pobrísimos y que van vestido de oro y púrpura cuando están completamente desnudos ( .. . ) Son ¡por supuesto! locos y yo no sería menos extravagante si me guiase por sus ejemplos.

Esto dará ocasión a Lacan para agregar lo que es central en su formulación: "si un hombre cualquiera que se cree rey está loco, no lo está menos un rey que se cree rey": Quien crea que debe encarnar una función en el orden del mundo, está loco. Cuando la identificación no está mediada produce infatuación y aumenta el riesgo de locura. Así, podrá afirmar que Napoleón no estaba loco porque no se creía Napoleón.

El riesgo de la locura se mide por el atractivo mismo de las identificaciones en las que el hombre compromete a la vez su verdad y su ser, dice. Dependerá de cuánto nos dejemos fascinar por nuestras identificaciones, que vayamos o no a caer en la locura. El problema no va a estar en la inadecuación del atributo (el problema no radica en no ser lo que se cree, como los insensatos a los que se refiere Descartes), sino en el modo del verbo, porque creérsela es estar loco. Entonces, hemos situado hasta aquí, la infatuación, la ley del corazón y el alma bella, y subrayado algunos términos: verdad, libertad, inmediatez de las identificaciones, creerse.

Ahora bien, ¿quién estaría expuesto a esta clase de locura? Contrariamente a lo que se esperaría, Lacan dice que no basta un organismo débil, una imaginación alterada y conflictos que superen las fuerzas. Puede ocurrir que un cuerpo de hierro, poderosas identificaciones y las complacencias del destino, inscritas en los astros, conduzcan con mayor seguridad a esa seducción del ser.

Por lo tanto: lejos de ser la locura el hecho contingente de las fragilidades de su organismo, es la permanente virtualidad de una grieta abierta en su esencia. Una grieta que no es contingente sino estructural y que eventualmente puede ser llenada con esta locura. Se produce así una estasis del ser en una identificación ideal. Una identificación coagulada por la cual el loco se la cree y difícilmente pueda haber algo que lo haga dudar. Y el ideal está representado para él por su libertad, la libertad de imponer la ley de su corazón, el derecho de no admitir mediación alguna con aquello que se cree.


El misántropo
Los personajes de las comedias satíricas de Moliere le vendrán muy bien a Lacan para ejemplificar esta locura. Resumamos muy brevemente la trama: Alcestes, el misántropo, odia a toda la humanidad y está muy orgulloso de ello. Además, tiene que decir toda la verdad, odia la hipocresía y el medio-decir, pretende decirlo todo y de frente, aun cuando sea injuriante y ofensivo, y esto obviamente le traerá algunos contratiempos.

Está enamorado de Celimena, quien tiene un carácter exactamente contrario al suyo; para ella, todos son subterfugios, engaños, intrigas, halagos mentirosos. Tiene 5 ó 6 pretendientes además de Alcestes, y a todos les da esperanzas, mientras que habla mal de ellos a sus espaldas.

El poeta, Oronte, le pide a Alcestes que opine sobre sus versos, y éste no vacila en criticarlos duramente. Oronte también es uno de los pretendientes de Celimena y, en determinado momento, ella se ve obligada a elegir entre ellos. Aparece entonces una carta escrita por Celimena en la que se burla de todos. Ellos se ofenden y se retiran, a excepción de Alcestes quien vuelve a pedir su mano, a condición de que acepte irse con él al desierto, cosa a la que obviamente no accede. Sin embargo, ella estaría dispuesta a aceptarlo sin la condición de exiliarse, pero a esa altura él ya está ofendido y decide irse solo, lejos, a donde un hombre de honor pueda vivir libremente.

Recordemos que Lacan nos remite a esta obra porque A1cestes representa el prototipo de la locura que intenta teorizar. Podrá fácilmente situar en él la infatuación, la ley del corazón, el alma bella, como también el ideal de la libertad y de la verdad. Los diálogos más interesantes, por el ridículo que transmiten, se dan con, su amigo Filinto.

Alcestes: Quiero que haya sinceridad y que, como hombres de honor, no pronunciemos palabra en la que no creamos. (...) Yo no puedo soportar este cobarde proceder que afecta la mayoría de vuestra gente a la moda; y nada odio tanto como (...), esos afables donadores de frívolos abrazos, esos obsequiosos habladores de palabras inútiles, que asaltan a todos con sus amabilidades y tratan en la misma forma al hombre de mérito y al tonto. (...) Yo quiero que se me distinga; y para decirlo claro, el amigo del género humano no es cosa que me convenga. Filinto: Pero cuando se anda en sociedad, preciso es cumplir con algunos convencionalismos que exige el uso.

Alcestes: Os digo que no; se debería castigar inexorablemente ese vergonzoso comercio de las apariencias de la amistad. Quiero que seamos hombres y que en toda circunstancia aparezca en nuestras palabras el fondo de nuestro corazón, que sea él quien nos hable y que nunca se disfracen nuestros sentimientos bajo cumplidos vanos.

Filinto: Hay muchas ocasiones en que la franqueza absoluta resultaría ridícula y poco al caso; y a menudo, mal que le pese a vuestro austero honor, es bueno ocultar lo que tenemos en el alma. ¿Sería adecuado y decente decir a mil personas todo lo que pensamos de ellas? Y cuando hay alguien que nos desagrada o a quien odiamos ¿debemos declararle la cosa tal como es?

Alcestes: SI. ( ... ) Sin duda.

Un poco más adelante:

Alcestes: ... odio a todos los hombres: a los unos porque son malos y dañinos ya los otros por ser complacientes con los malos y no tener para ellos ese odio vigoroso que debe provocar el vicio en las almas virtuosas. (...) a través de su máscara se ve al traidor plenamente (...) a menudo me sobrevienen súbitos impulsos de huir a un desierto lejos del contacto de los hombres.

Filinto: Dios mío, no nos aflijamos tanto por las costumbres de la época y concedamos algún crédito a la naturaleza humana; no la examinemos de acuerdo con un rigor sin límites y miremos con alguna indulgencia sus defectos. Es una locura sin igual querer ponerse a corregir e! mundo. ( ... ) Yo tomo a 105 hombres como son, buenamente, acostumbro a mi alma a soportar lo que hacen...

Alcanza con estos párrafos para tener una somera semblanza de Alcestes: la ley de su corazón le impide dejar pasar absolutamente nada. En las antípodas de la definición que da Allouch de la salud mental: poder pasar a otra cosa.6 O como nos gusta decir: "poder dejar pasar".

Y como bien dice Filinto: es una locura sin igual atribuirse la misión de corregir el mundo. Otra característica que subraya Lacan, es la pretensión de ocupar un lugar de excepción: la verdadera clave del sentimiento aquí expresado es la pasión de demostrar a todos su unicidad, aunque más no sea en el aislamiento de la víctima, en el que encuentra, en el último acto, su satisfacción amargamente jubilosa. Efectivamente, cuando Celimena se rehúsa a ir con él al desierto, Alcestes concluye: Yo, traicionado por todos, abrumado de injusticias, vaya salir de este torbellino donde triunfan los vicios para buscar sobre la tierra un apartado lugar, donde se pueda ser hombre de honor libremente.

Así termina la obra, más convencido que nunca de su inocencia, de sus virtudes y de las injusticias del mundo; y también de su inclaudicable derecho a una libertad sin condicionamientos, tan valorado también en nuestra época.

Infatuación, locura, melancolía
Lacan se sirve del Misántropo pero, como nos hace saber, también podía haber situado la ley del corazón en cualquiera de los personajes que han hecho correr tanta sangre en el mundo. ''Acerca de la Causalidad Psíquica" es un texto de 1946, recién terminada la segunda guerra mundial; no es raro que haga mención a Hitler y su siniestra ley del corazón.

Lacan nos advierte que después de Pinel nos hemos vuelto más humanos para con el común de los locos, pero que no se ha reconocido el riesgo supremo que representan estos otros locos. Cuando se combina la infatuación con la pretensión de llevar la propia ley del corazón a toda la humanidad los efectos son incalculables.

A otra escala, esto también aparece en lo más cotidiano: no es raro encontrar sujetos que pretenden imponer la ley de su corazón a sus semejantes. ¿Cómo va a reaccionar nuestro loco cuando su propio mensaje le retorne en forma invertida? Probablemente como alma bella que no entiende nada de las perturbaciones que genera. Si nos detenemos en estas características que Lacan sitúa, es porque consideramos que son mucho más frecuentes de lo que solemos pensar.

La infatuación, la ley del corazón yel alma bella, son fundamentales en la configuración de este particular tipo de locura, y a nuestro modo de ver, tampoco son ajenos a la melancolía. Muchas veces nos encontramos con sujetos que nos resultan un poco demasiado convencidos de algunas de sus identificaciones, pero en relación a los cuales nos faltan otros parámetros como para diagnosticar su locura. No hablamos de alucinaciones de un delirio propiamente dicho, salvo en este punto del delirio de presunción", que no suele bastar para pensar en una megalomanía psicótica. Alcestes no alucina ni delira y sin embargo, tanto para Filinto como para Lacan, está completamente loco, totalmente inflado de autosuficiencia.

Freud siempre se sirvió de la sabiduría popular, y todos conocemos el dicho según el cual los chicos y los locos siempre dicen la verdad. Hay gente que cree, efectivamente, que tiene que decir Siempre la verdad, no sólo como si se la pudiera decir "toda" sino también como si fuera su misión y su derecho; y la obligación del otro, escucharla.

Ahora bien, si un hombre cualquiera que se cree rey está loco pero no lo está menos un rey que se cree rey, tenemos ya aquí dos modos diferentes de locura, y sólo de la primera supondríamos que se trata de una psicosis.

Respecto de la segunda, tal vez podamos encontrar también una subdivisión, según lo "exitosas" que sean las "poderosas Identificaciones" . Cuando lo son, no es mucho lo que un analista atiene para decir allí, seguramente no sería consultado por Alcestes. Cuando no lo son, cuando la infatuación se desinfla, deja dramáticamente en evidencia su contracara de máxima inconsistencia melancólica. Es esto lo que hace tan difícil el manejo de la transferencia: en estado de infatuación no hay análisis posible, pero algunas veces tenemos que reconocer que es la infatuación la que previene del derrumbe.

Como bien señala Héctor Yankelevich, estos "sujetos no son excepcionales por sus logros -aunque eventualmente puedan acumular muchos- ni por una megalomanía discreta, sino por el ambiguo encanto de un exceso de estima de sí, inclusive, y es una defensa temible para tratar, porque puede mutar en pura derelicción cuando se trata de un cuadro de melancolización narcisista". 

Difícilmente encontremos un reverso alentador para la melancolía en la manía, como por momentos pensaba Freud; probablemente la estabilización se encuentre más cercana a esta posición infatuada con algunos tintes paranoides. Como dice Daniel Paola, es más tranquilizador cuando el melancólico está un poco paranoico.

Dos caras de la misma moneda que pueden relevarse entre sí o bien coexistir. Recordemos la sorpresa de Freud en Duelo y Melancolía cuando constata que las personas melancólicas ...están muy alejadas de demostrar sumisión y humildad ante su entorno, como correspondería a personas tan indignas; antes bien son sumamente mortificantes, siempre ofendidas y como si les hubiera sucedido una gran injusticia. Esta reflexión resume inmejorablemente lo que estamos tratando de subrayar: víctima y victimario a la vez; particularidad que también queda de manifiesto ya en el título del libro de Jacques Hassoun: "La crueldad melancólica".

Pero no todos pueden retirarse del mundo como Alcestes "para vivir libremente como un hombre de honor". ¿Cómo intervenir cuando el sujeto no cu"enta con ese recurso, sino que intenta por todos los medios ser aceptado y amado, a la vez que hace gala del más descarado autoritarismo, como vimos p.ej. en la Sra. Oggi. Como indica Freud en el Manuscrito E, el melancólico tiene acumulada "una gran añoranza de amor". Y efectivamente, hará cualquier cosa por obténerlo, porque tiene la certeza de que lo merece, que ya ha sufrido demasiado, que ha sido injustamente abandonado: también éste puede ser el mandato de la ley del corazón.

Fuente: Heinrich, Haydee "Locura y melancolía", cap. 4.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Locura y transferencia: ¿Qué hacer con un paciente "loco"?


La pregunta que abordaremos se refiere a nuestro modo de intervenir cuando un paciente está loco, se vuelve loco, o se hace el loco, que obviamente no es lo mismo, pero que aun así en cada caso nos coloca ante un desafío particular, en especial cuando esta locura· entra en transferencia.


Sabemos que con respecto a la psicosis, Lacan insistió en que hay que buscar la coyuntura dramática que ha dado lugar al desencadenamiento. De igual modo, se podrían ubicar las condidiciones que favorecerían el enloquecimiento en una estructura no psicótica, tanto en lo cotidiano de su convivencia como en la escena del análisis.


Intentaremos diferenciar las intervenciones del analista que alientan el despliegue de la locura, de aquellas otras que tendrían la capacidad de acotarla, ya sea desde el inicio de un análisis o en o algún momento puntual del mismo. El acotamiento de la locura sería condición de posibilidad para que un análisis tenga lugar, porque en estado de locura no hay análisis posible. Es decir que la locura difícilmente pueda ser considerada como un hecho objetivable en sí mismo, sino que debería ser pensada, como cualquier otro fenómeno, en transferencia. No se trata de decir que la locura no exista, pero sí que el modo en que se despliega, agrava o acota, guarda relación con el tipo de aproximación que con ella se establece.


Vappereau dice, no sin razón, que no hay nada que hacer frente a la locura, más que apartarla si se puede, o combatIrla por medio violentos si se quiere imponer. Se puede, sin embargo, decirle al loco que no tiene más que detenerse cuando quiera. Así, uno apela a su responsabilidad, lo que lo vuelve menos loco. Se puede sobre todo negarle la menor ocasión de creer que se puede hacer cualquier cosa por él, por ejemplo pensar por él.


Así planteada, esta indicación tal vez parezca estar apelando al yo y a las buenas intenciones del analizante, pero nos parece de una pertinencia mayúscula, al transmitir la confianza del analista en que un sujeto pueda dejar de estar loco.


Para dar cuenta de lo que intentamos transmitir, haremos un contrapunto entre dos historiales clínicos de pacientes cuya locura, como se verá es difícilmente cuestionable. El primero de ellos es un texto de Raymond Kaspi sobre el tratamiento psicoanalítico de la señora Oggi.


Para comenzar digamos que Kaspi es convocado al domicilio de la señora Oggi después de estar ésta durante ocho días en cama, sin comer, sin beber y sin hablar, aparentemente a partir de la muerte de su abuela de 90 años, quien la ha criado después del abandono de su madre, sucedido a los 2 o 3 años de la paciente. Su mutismo se interrumpe cuando Kaspi le pone una mano sobre la pierna, después de haber visto que ella movía un pie. Intercambian entonces algunas frases y convienen en que será medicada y en iniciar luego un tratamiento en el consultorio, no sin antes confesar la señora Oggi que su comportamiento extravagante le permite dominar o manipular a quienes la rodean, aun cuando se trata de algo que ella no puede reprimir.


Como no podía ser de otra manera, esta manipulación se desplegará en transferencia. Al decir de Kaspi, rápidamente la relación se erotiza, las demandas van en aumento, e! analista no consigue dar por finalizadas las sesiones, se suceden llamadas telefónicas a cualquier hora, hasta que después de un tiempo, la paciente solicita al analista que la toque, y él accede. Un día, sin mediar palabra, se desviste y anuncia que lo quiere violar. Él interpreta que el striptease terapéutico es una manera de encontrarse lo más cerca posible del seno de la madre buena.


A partir de determinado momento, en cada sesión la paciente se acuesta y se desviste, a menudo está totalmente desnuda pero como es invierno y hace frío, a veces le pide al analista que le acerque el abrigo para taparse. Kaspi, obviamente confundido, acude a su supervisor, Didier Anzieu, quien, lejos de ayudarle a reordenar este caos, lo alienta con teorizaciones que intentan dar un marco de razonabilidad a esta locura que se ha instalado en transferencia.


Es así que Kaspi sigue accediendo a las demandas, aunque notoriamente angustiado por la atracción que la paciente ejerce sobre él; aclara con incomodidad, que sólo le toca las manos y la frente, y que le hace caricias "como si" en el resto del cuerpo, sin detenerse en las regiones sexuales. Se trataría de construirle así una piel, contornear un cuerpo dañado por el brutal destete de su madre.


Lejos de tranquilizarse, las demandas de la paciente siguen en aumento, se convierten en exigencias y tormentos, se suceden los intentos de seducción y también de suicidio; la señora Oggi tampoco se priva de colocar su mano sobre el sexo de su analista en más de una ocasión. Las argumentaciones de Kaspi avanzan en la línea de explicar la necesaria regresión a una ansiada simbiosis con una madre que la ha abandonado, con la esperanza de que este "análisis transicional" dará paso, en algún momento, a un análisis de encuadre clásico.


Es de hacer notar que la paciente, de tanto en tanto, le pide que la eche, que le ponga límites, celebra cuando la rechaza, confiesa su hábito de manipular a su entorno con exigencias, como así también su costumbre de "hacerse la loca" ante el padre y de amenazar al marido con suicidarse.


Aun así, Kaspi sigue satisfaciendo sus exigentes demandas, en la suposición de que podrá darle lo que le ha sido negado en su infancia por una madre ausente. Según él, es así como ella paulatinamente va recobrando su yo, se anota en la universidad y empieza a concurrir a sus sesiones más regularmente y a irse en el horario convenido, sin desvestirse ya. Sin embargo, en la última de las sesiones relatadas se produce una escena muy parecida a las acostumbradas, en la que la paciente se pone a gritar y aullar en la puerta a la hora de partir, diciendo que siente el sexo del analista como un tubo dentro de ella.


De todas maneras, cabe la pregunta acerca de qué fue lo que hizo que la joven dejara de desvestirse. Un día en que concurre ebria, se desnuda como de costumbre, vomita en el consultorio, y al no poder irse en ese estado, Kaspi la recuesta en la habitación contigua y la visita entre paciente y paciente. Sabiendo que está por llegar una terapeuta con quien comparte el consultorio, la ayuda a vestirse para evitarle la incomodidad de ser vista en ese estado. Es allí que se produce el encuentro entre ambas, gracias al cual la paciente recupera un poco la cordura; esta terapeuta le presta un abrigo, con lo cual estará en condiciones de marcharse. Creemos que es este encuentro el que introduce al fin un límite que permite que la relación transferencial se apacigüe.


No es nuestra intención un comentario moralizante sobre este tipo de intervenciones poco ortodoxas, sino considerar que no se puede pensar la locura al margen de la relación transferencial. No encontrar del lado del analista un acotamiento de la locura es lo que, a nuestro modo de ver, lleva a la paciente a buscarlo de un modo cada vez más loco. Kaspi reconoce que se limitó a acompañarla.


En contrapunto con este historial comentaremos ahora otro texto, como se verá tampoco muy ortodoxo, esta vez de Masud Khan, quien en su libro Locura y Soledad nos relata el caso de una joven que le es derivada por la anterior analista, después de haberle destrozado el consultorio. Esta joven había estado 3 años en ese tratamiento, sin que su desorganización cediera, también en un encuadre cuasi-incondicional, tanto por las exigencias desmedidas  a cualquier hora del día y de la noche, como por el maltrato al que sometía a la analista. Asimismo, había estado un año internada, bastante tranquila, a no ser por los estragos que cometía cuando la analista concurría a visitarla.


En la primera entrevista con Masud Khan permanece de pie y anuncia que no piensa decirle nada. Él responde tranquilamente que no siente ninguna curiosidad. Ella queda perpleja, y agrega poco después: ‘Voy a destrozar esta habitación también, tiene demasiados libros y cosas' Masud Khan siente que habla en serio, de modo que le dice: "Antes de probar cualquiera de sus travesuras, por favor, acérquese y démonos la mano".


Ella vacila pero le tiende la mano. Masud Khan se la toma con firmeza, y le pide que apriete la suya. Desafiante, ella se niega. Él comienza a apretarle su mano cada vez más fuerte. Al minuto estaba ella encogida en el piso gritando: "¡Suélteme, me lastima!" "Eso es lo que quiero", responde el analista. "Ya ve, no puede destruir mi consultorio; no sólo soy físicamente más fuerte y más ágil que usted, sino que además tengo gente que puede protegerme. No necesito hospitales".


Después de hablar con la analista anterior y con la madre de la paciente y enterarse de lo que estaba sucediendo, le dice: "No espere de mí ni la calidad ni la cantidad de disponibilidad, compasión y paciencia a las que estaba acostumbrada con su analista."


Para atenderla impone 3 condiciones: la primera es que deberá concurrir a sesión cinco veces por semana puntualmente a la hora convenida. Si no soporta quedarse, podrá irse; pero sin escándalos; ninguno de los dos estará obligado a sufrir una rutina de 50 minutos completos. La segunda condición es que tomará clases particulares de una hora por día, los siete días de la semana, con un profesor que él indicará, ya que quiere que su día tenga una estructura mínima, aparte de concurrir a las sesiones. Y la tercera es que por lo menos tres veces por semana cenará con su madre, sin otros invitados, ya que está advertido del caos de visitantes que reina en esa casa.


Estipula un horario a partir de la siguiente semana, aclarando que si por su deseo, miedo u obstinación decide no acudir, simplemente deberá hacérselo saber a su secretaria. De lo contrario, la esperará tal día a tal hora. La paciente concurre puntualmente a la primera sesión, y cuando él le indica que se puede quitar el abrigo porque hace mucho calor, ella se niega, porque debajo sólo lleva su camisón, ya que no tuvo tiempo de vestirse.


Masud Khan le dice de un modo firme pero amable, que si ella no puede distinguir la diferencia entre su dormitorio y el espacio analítico, no van a poder trabajar, de modo que interrumpe la sesión y le indica que la espera al día siguiente vestida como es debido. Estarán así dadas las condiciones para que comience un análisis que, por cierto, no tendrá nada de sencillo, pero análisis al fin.


¿Qué decir de estos testimonios? Reconozcamos en primer lugar que ante semejantes despliegues de locura, cualquiera de nosotros puede vacilar, ya sea perdiéndose en laberintos de buenas intenciones o temblándole el pulso a la hora de efectuar un corte.


Es cierto que el acto del analista es acorde a la teoría que lo habita, pero ¿no es también cierto que cada uno toma de la teoría lo que su propio fantasma le permite? Curiosamente, tanto Kaspi como Masud Khan, al igual que Didier Anzieu, de algún modo se reconocen deudores de la enseñanza de Winnicott.


Por otro lado, es llamativo que Masud Khan insista en que sus intervenciones son firmes pero amables. Con la amabilidad no alcanza, pero tampoco es sin ella. La firmeza, si no inspira confianza, puede especularizar la crueldad de la paciente y ser sinónimo de expulsión. Masud Khan, lejos de soltarle la mano, la toma firmemente, le da un lugar. Impone sus condiciones, pero le deja a ella la decisión de iniciar o no el tratamiento. No decide en complicidad con su ex-analista ni con su madre como si ella estuviera insana, sino que la responsabiliza de sus actos. La subjetiva, le da la palabra, que es un modo de apostar a que ella puede dejar de estar loca.


Ahora bien, ¿cómo pensar la locura de estas pacientes? ¿Están locas o se hacen las locas? ¿Acaso hay diferencia? Hacerse la loca es estar loca, en la medida en que sola ya no puede parar, si no hay alguien que le ayude.


En los dos casos relatados, los analistas recortan una historia infantil desdichada, pero sólo en el primero se la considera un justificativo para tolerar los excesos actuales, como si se tratara de suplir aquí y ahora el abandono materno.


Cuando el analista cede compasivamente a exigencias irreprimibles e ilimitadas, no hace más que confirmar al paciente en el lugar de desecho, de víctima de una injusticia atroz y humillante que lo llevará a eternizar sus reclamos reivindicatorios en una escalada sin fin y a perpetuarse en el lugar de alma bella que hará imposible el análisis.


No es raro encontrar pacientes que tienen la certeza de que se les ha inflingido un daño y de que el mundo está en deuda con ellos, y que tienen derecho a exigir que el otro -el analista en este caso- pague esa deuda. Se convierten fácilmente en pacientes "especiales", con los cuales el analista está obligado a tener deferencias y consideraciones. Es este lugar de excepción el que Masud Khan no está dispuesto a avalar, sabiendo que eso implicaría renunciar irremediablemente a que un análisis pueda tener lugar.


Las "excepciones"
En un breve texto titulado "Las Excepciones", Freud plantea que hay personas que dicen que ya han sufrido bastante, que tienen derecho a que no se les impongan más restricciones y que no están dispuestas a someterse a ningún nuevo displacer, porque son excepciones y se proponen seguir siéndolo. Lo que alegan es que han sido víctimas durante su infancia de padecimientos injustificados, lo que los autoriza a no volver a someterse a privaciones; ni siquiera las derivadas de un análisis. El mundo está en deuda con ellos, y esto les daría algunas prerrogativas.


Freud se apoya en la tragedia de Shakespeare, Ricardo IIl, quien dice en su monólogo inicial: " ...yo, a quien la caprichosa Naturaleza ha negado las bellas proporciones y los nobles rasgos, y a quien ha enviado antes de tiempo al mundo de los vivos deforme, incompleto, bosquejado apenas y hasta tal punto contrahecho y desgraciado, que los perros me ladran cuando me encuentran a su paso ( ... ) si no puedo ser amante ni tomar parte en los placeres de estos bellos días de felicidad, he de determinarme a ser un malvado y a odiar con toda mi alma esos goces frívolos."


Según Freud, este personaje considera que la vida le debe una compensación que él mismo se procurará. Lo que agrega es que, si esta tragedia ha perdurado a través del tiempo, es porque todos somos un poco Ricardo IlI, ya que todos creemos tener motivos para estar descontentos con la naturaleza por defectos infantiles o congénitos; y todos exigimos compensación de tempranas ofensas inflingidas a nuestro narcisismo, a nuestro amor propio.


Lo que Freud nos lleva a considerar es hasta qué punto ese lugar de víctima puede convertirse en un baluarte narcisista dificil de resignar, que paradójicamente coloca al sujeto en una posición de infatuación, volviéndolo refractario al análisis. Por momentos estas reivindicaciones tienen un tan claro tinte paranoide que hacen dudar del diagnóstico, pero si todos somos un poco Ricardo III, eso "implica que no hay análisis que no tropiece con esta resistencia yoica. Habrá quienes de este ser de excepción harán, como Ricardo IIl, una caracteropatía egosintónica desde la cual es impensable pregunta alguna que propicie una demanda de análisis.


Sin embargo, hay sujetos que viven atormentados, hambrientos de reconocimiento, acosados por impulsiones incontrolables, con un narcisismo desfalleciente, quienes también revelan esta infatuación loca: simultánea y paradójicamente creen tener derecho a someter al otro a las más variadas exigencias, tal como vimos en los dos historiales comentados, porque los padecimientos sufridos los pondrían en posición de merecer que el mundo los releve de toda privación. "Yo me merezco... " es una frase que escuchamos a menudo. Así, sistemáticamente, el límite llegará desde el otro quien, con razón, se inclinará a pensar que esa persona "está loca': Como decía Ulloa, el que no sabe a qué atenerse, tiene que atenerse a las consecuencias. Es difícil dilucidar si el sujeto no sabe, no quiere o no puede respetar ciertos límites y/o atenerse a determinadas convenciones, y nos recuerda escenas locas que protagonizan algunos pacientes en su relación con los otros.


Al mismo tiempo, nos lleva a articular impulsividad e infatuación. El relato de Masud Khan nos autorizaría a pensar que poner un límite a la infatuación en transferencia tiene efectos insospechados sobre la impulsividad.


A nuestro modo de ver, la expectativa de ser convalidado en un lugar de excepción -tan certeramente situada por Freud en relación al narcisismo-, puede ser también abordada desde la conceptualización que Lacan hace de la locura en su escrito ''Acerca de la Causalidad Psíquica". Basándose en coordenadas hegelianas, como veremos a continuación, Lacan llegará a la conclusión de que creerse, creérsela, es estar loco.

Fuente: Haydée Heinrich, "LOCURA Y MELANCOLÍA". Cap. 3.

lunes, 22 de mayo de 2017

¿Qué es la locura para el psicoanálisis?

El psicoanálisis no contempla una definición unívoca del término locura, ya que es utilizado para nombrar fenómenos muy variados; es por eso que intentaremos sostener la pregunta respecto de las diversas acepciones del mismo. Ni en Freud ni en Lacan se encuentran posiciones definidas, si bien hay algunas pistas que procuraremos seguir. Por lo pronto, digamos que Lacan insistentemente se refiere a la locura en tanto fenómeno. 

Al igual que el castellano, tanto el francés como el alemán cuentan con un término específico, diferenciable del de psicosis, en francés: folie y en alemán: Verrücktheit. Ambos sugieren un estado transitorio más que una estructura y son utilizados también de un modo coloquial, como cuando decimos de alguien que "está loco'.

A modo de introducción veamos algunas de las alternativas que se nos han presentado a la hora de intentar circunscribir el término.

a. Locura equivalente a psicosis.
Con sólo recordar el título del conocido libro de Foucault "Historia de la locura en la época clásica", se coincidirá en que los términos locura y psicosis son tratados habitualmente como sinónimos. También en Lacan encontramos este empleo, como p.ej. cuando se refiere al loco Schreber.

b. Locura opuesto a psicosis.
Especialmente a partir de los desarrollos de Jean-Claude Maleval y Juan David Nasio se ha recuperado la preocupación por aislar las psicosis de las locuras, diferencia que ya estaba notoriamente presente en Freud, quien no vacilaba en incluir las manifestaciones más "locas", incluyendo delirios y alucinaciones, entre los síntomas de la histeria y de la "Amentia de Meynert"; recordemos también aquella "neurosis" que llamó "demoníaca".

De allí se infiere que no sólo en la psicosis puede haber alucinaciones y delirios, sin embargo, veremos que su estructura es diferente en neurosis y psicosis.

Éste será entonces un segundo modo de pensar la locura, en su diferencia respecto de la psicosis.

c. Locura y desencadenamiento.
De lo dicho se desprende que no necesariamente hay que ser psicótico para estar loco, pero también habría que considerar su contrapartida: no alcanza con que la estructura sea la de la psicosis para estar loco. Así como puede haber alucinaciones y delirios sin que se trate de una psicosis, no siempre hay alucinaciones y delirios en la psicosis.

Es necesario entonces diferenciar la psicosis desencadenada de la que no lo está, ya sea porque se ha estabilizado o porque nunca se desencadenó. De hecho, bien puede confundirse una prepsicosis con una neurosis y no todas las psicosis se desencadenan.

La pregunta acerca de por qué hay psicóticos que no alucinan ni deliran, en los que tampoco es fácil encontrar algún tratamiento especial del lenguaje, Lacan la respondió tempranamente diciendo que no alcanza con la forclusión del significante del Nombre del Padre para que una psicosis se desencadene, sino que hace falta además el encuentro con UN padre. Y ofrece una indicación clínica precisa: búsquese en el desencadenamiento de toda psicosis esa coyuntura dramática ... la encontrarán siempre ... , dejando establecido que la psicosis no evoluciona de un modo insidioso sino que se desencadena ante determinado acontecimiento que deja al sujeto sin capacidad para responder. Tal coyuntura dramática bien podría no presentarse durante el transcurso de toda una vida.

Ahora bien, esta pregunta que Lacan contestó en 1958, a nuestro modo de ver también subyace al seminario XXIII, casi 20 años más tarde, seguramente re formulada y en un contexto diferente, ya que allí Lacan ya no considera a la estructura fundada en el Significante del Nombre del Padre, a todo o nada; habiendo introducido LOS Nombres del Padre, el padre tendrá una función suplementaria y no de fundamento.

Es en este contexto que Lacan se pregunta si Joyce es/está loco. Aun cuando afirma que Joyce tiene una Verwerfung de hecho, parece que esto no alcanza para estar loco.

La pregunta podría ser: cómo es que Joyce, teniendo una Verwerfung de hecho del Significante del Nombre del Padre, no está loco; entendemos que Lacan responde con el sinthome como cuarto nudo que sostiene la estructura impidiendo que la locura se desencadene.

Si bien el nudo para ser borromeo requiere que los cruces se respeten (de tal modo que ninguno de los anillos penetre el agujero del otro ni quede suelto), podemos decir sin embargo -siguiendo el razonamiento de Lacan a partir del seminario XXl- que no necesariamente e! nudo tiene que ser borromeo para que no haya locura (aunque aparentemente sí para poder hablar de neurosis). Alcanza con que el error de nudo esté "corregido" por un cuarto nudo, para que la mentalidad se sostenga. "Entre locura y debilidad mental no tenemos sino la elección". O locura o debilidad mental.

Ni siquiera haría falta que se trate de 3 anillos; también en el nudo de trébol de la paranoia, si los cruces se respetan o bien están "reparados", se mantiene la consistencia de la debilidad mental. De lo contrario, el nudo se desanuda, resultando una sola cuerda sin anudar.
Esta misma conclusión se desprende del nudo de Joyce. Si hay error de nudo y es reparado por un cuarto anillo -al que llamará sinthome cuando la reparación es exitosa-, no hay locura. Así, aun suponiendo una "Verwerfung de hecho", resta saber si Joyce estaba loco. Al menos ésta es la pregunta con la que Lacan insiste en el Seminario XXIII: "¿Desde cuándo se puede decir que alguien es (está) loco?"

Tenemos entonces un tercer modo de pensar la locura, esta vez en relación al desencadenamiento de la estructura. Sería también una manera de decir que sinthome y locura se excluyen: o sinthome o locura, es decir que el sinthome garantizaría la debilidad mental, la de todos.

d. La locura como inherente al ser del hombre en general.
Es cierto que hay locos y locos; iremos viendo distintas clases de locura: no es lo mismo ser loco, estar loco, volverse loco, hacerse el loco. Lacan dice que el mundo bien instituido indica que cada uno tiene el derecho de ser loco, a condición de permanecer loco separadamente, y que la locura comienza al querer imponer su locura privada al conjunto de los sujetos.'

Lo que es indudable es que el tema de la locura nos concierne a todos. En 1946, en Acerca de la Causalidad Psíquica, Lacan dice que "el fenómeno de la locura no es separable de! problema de la significación para el ser en general, es decir, del lenguaje para el hombre" y que "al ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aun sería e! ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad."

Jean AlIouch afirma: "No hay no loco':' El fenómeno de la locura es inherente al ser del hombre en tanto afectado por el lenguaje.

e. Está loco el que se la cree.
En ese mismo Escrito de Lacan es donde podemos encontrar las más preciosas indicaciones acerca de la locura, y es donde nos propone esta interesante definición: ser loco es creérsela - el que se la cree está loco. Las coordenadas para aefinir la locura las va a tomar de Hegel, y son la infatuación, la ley del corazón y el alma bella. Trataremos de pensar entonces si la locura, definida en estos términos, guarda alguna relación con la melancolía.

Fuente: Heinrich Haydée, "Locura y melancolía", CAPÍTULO 1: El fenómeno de la locura