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miércoles, 25 de junio de 2025

Unidad I: ¿Qué es una catástrofe?

1. Definiciones y tipologías: catástrofes naturales, sanitarias, sociales, políticas

El término “catástrofe” proviene del griego katastrophḗ, que designaba el giro final de una obra trágica, el momento del desenlace abrupto que reorganiza —o desorganiza— toda la trama. En la actualidad, el término alude a eventos que implican una alteración brusca y destructiva del orden preexistente, sea este natural, social o simbólico.

Desde una perspectiva general, una catástrofe se caracteriza por:
  • Su carácter disruptivo, inesperado o desbordante.
  • El daño o amenaza masiva, tanto material como simbólica.
  • Su impacto colectivo, aunque con efectos subjetivos singulares.
  • La urgencia de respuesta, que muchas veces presiona a intervenir en condiciones de inmediatez.
Tipologías de catástrofes
Podemos diferenciar distintos tipos de catástrofes, no en sentido clasificatorio rígido, sino como una orientación para pensar sus efectos y las respuestas posibles.

1. Catástrofes naturales
Son aquellas provocadas por fenómenos físicos o climáticos: terremotos, tsunamis, inundaciones, incendios forestales, erupciones volcánicas. Suelen provocar grandes desplazamientos poblacionales, destrucción de hábitats, y la vivencia de una ruptura radical con lo cotidiano.

Reflexión analítica:
Aunque lo natural parece "ajeno" a lo humano, lo que entra en juego es la pérdida de control. El sujeto puede verse confrontado con lo real en estado puro: lo que irrumpe sin previo aviso, lo que no se puede simbolizar ni anticipar.

2. Catástrofes sanitarias
Ejemplo paradigmático: la pandemia por COVID-19. Estas situaciones trastocan no solo los cuerpos individuales, sino también los sistemas de salud, las estructuras de cuidado y los vínculos cotidianos. El contagio, el aislamiento, la muerte masiva y el colapso institucional dejan marcas subjetivas de desamparo, ansiedad y duelo.

Reflexión analítica:
La fragilidad del cuerpo y del lazo social se vuelve evidente. La dimensión de la angustia como señal de lo real cobra protagonismo. El Otro —el sistema de salud, el Estado, el discurso científico— se tambalea en su función de garante.

3. Catástrofes sociales
Incluyen hambrunas, migraciones forzadas, colapsos económicos, desintegración institucional. Son procesos de desestructuración del tejido social, muchas veces extendidos en el tiempo pero con puntos de quiebre nítidos.

Reflexión analítica:
Aquí el síntoma social interpela al sujeto: ¿cómo se subjetiva el colapso del mundo compartido? ¿Qué recursos simbólicos quedan cuando lo común se rompe? El sujeto puede quedar atrapado en posiciones de exclusión, violencia o pasivización extrema.

4. Catástrofes políticas
Golpes de Estado, guerras, genocidios, terrorismo, represión estatal, desapariciones forzadas: eventos que atraviesan el lazo simbólico por el poder ejercido sobre cuerpos, palabras y memorias. Son procesos donde el Otro social se vuelve persecutorio o mortífero.

Reflexión analítica:
La confianza en el Otro se ve radicalmente traicionada. La neurosis se tambalea cuando el Otro deviene cruel o desmentidor. El analista, si se ubica en ese campo, no puede eludir la implicación ética ni el riesgo de convertirse en testigo o cómplice.

A modo de cierre: lo común y lo singular.
Si bien las catástrofes tienen una dimensión colectiva, sus efectos psíquicos son siempre singulares. El mismo evento puede reactivar escenas infantiles, traumas previos o estructuras latentes. Es aquí donde el psicoanálisis tiene algo para decir: más que intervenir con respuestas universales, su potencia radica en alojar lo irreductible de cada sujeto frente a lo que lo desborda.

Bibliografía sugerida
Cohen, A. (2008). Psicoanálisis en situaciones extremas. Buenos Aires: Paidós.
→ Excelente aproximación a la clínica del trauma social y las catástrofes colectivas.
Kaës, R. (2005). Clínica psicoanalítica del vínculo. Buenos Aires: Amorrortu.
→ Útil para pensar los efectos de la catástrofe sobre el lazo intersubjetivo.
Rozitchner, L. (1985). La izquierda sin sujeto. Buenos Aires: Legasa.
→ Reflexión potente sobre lo político como lugar de constitución o aniquilación del sujeto.
Zizek, S. (2020). Pandemic! COVID-19 Shakes the World. Nueva York: OR Books.
→ Lectura contemporánea del impacto simbólico y político de una catástrofe sanitaria global.
Freud, S. (1920). Más allá del principio del placer.
→ Fundacional para pensar la compulsión a la repetición y el trauma.
Lacan, J. (1964). Seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
→ Especialmente útil su conceptualización de lo real, el trauma y la pulsión.

2- Catástrofes colectivas vs. catástrofes subjetivas

Una distinción fundamental —aunque no siempre evidente— en el abordaje analítico de situaciones límite es la diferencia entre catástrofes colectivas y catástrofes subjetivas. Si bien muchas veces se solapan o se desencadenan mutuamente, no son equivalentes. Esta distinción permite afinar la escucha y evitar intervenciones que universalicen el padecimiento.

Catástrofes colectivas: lo común que colapsa

Las catástrofes colectivas son aquellas que afectan simultáneamente a una comunidad, un país o incluso a la humanidad entera. Son vivencias compartidas en el espacio público, marcadas por la masividad del daño, el carácter histórico del evento y su inscripción en la memoria social.

Ejemplos: pandemias, guerras, atentados, genocidios, crisis económicas o migratorias.

Características:
  • Tienen una dimensión histórica e institucional.
  • Producen un quiebre en el lazo social.
  • Apelan a respuestas colectivas: sistemas de salud, justicia, políticas de reparación, medios de comunicación, rituales de duelo público.
  • Promueven narrativas y símbolos compartidos (o disputados): fechas, nombres, monumentos, causas.
Desde el psicoanálisis:
Lo colectivo no borra lo singular, pero lo condiciona. La catástrofe colectiva deja marcas en los cuerpos y los discursos, reconfigurando el campo del Otro. El sujeto, atravesado por ese colapso simbólico, se ve confrontado con nuevas preguntas sobre el sentido, el futuro y la pertenencia.

Catástrofes subjetivas: el derrumbe íntimo

Una catástrofe subjetiva no requiere un evento externo de gran magnitud. Puede producirse en el silencio de una historia familiar, en la pérdida de un ser querido, en una caída de las coordenadas simbólicas que sostenían la vida psíquica del sujeto. Es el momento en que el sujeto ya no puede sostener su relato, cuando algo se desarma en el aparato de goce y sentido.

Ejemplos: un abandono amoroso, una internación psiquiátrica, una denuncia de abuso, una revelación traumática, un diagnóstico terminal.

Características:
  • Tienen un valor estructurante para el sujeto.
  • No necesariamente coinciden con lo visible o reconocido socialmente como “grave”.
  • Están atravesadas por la historia libidinal y el fantasma individual.
  • Requieren un trabajo de simbolización particular, no sustituible por narrativas sociales.
Desde el psicoanálisis:
Aquí es donde se hace más clara la función de la transferencia y del dispositivo analítico. Porque lo que se pone en juego no es solo un hecho doloroso, sino la caída de una estructura de sentido. El analista aloja lo que no encuentra lugar en lo público, en lo decible, incluso en el propio discurso del sujeto.

Intersecciones posibles
En muchos casos, las catástrofes colectivas desencadenan o reactivan catástrofes subjetivas previas. Un duelo público puede resonar con un duelo infantil; una situación de encierro sanitario puede reenviar a un encierro familiar traumático; la pérdida de comunidad puede reactivar sentimientos primarios de exclusión.

Por eso, ante una misma catástrofe colectiva, las respuestas subjetivas son radicalmente distintas. Hay quienes se organizan, quienes se paralizan, quienes actúan compulsivamente, quienes enloquecen, quienes encuentran un nuevo sentido. No hay universal del dolor.

¿Qué escucha se espera del analista?
  • No se trata de ofrecer contención emocional genérica, sino de sostener una posición que escuche el punto singular de quiebre.
  • No se trata de interpretar el acontecimiento en sí, sino de abrir un lugar para que el sujeto lo inscriba como parte de su historia.
  • No se trata de responder a la catástrofe desde el saber, sino de encarnar una función que permita alguna posibilidad de elaboración.
Bibliografía sugerida
Kaës, R. (2005). El trauma y los vínculos. Buenos Aires: Amorrortu.
→ Explora cómo lo colectivo y lo transgeneracional se entrelazan con lo subjetivo.
Nasio, J.-D. (1995). Los ojos de Laure. Una catástrofe psíquica en la infancia. Buenos Aires: Paidós.
→ Caso clínico que muestra cómo una catástrofe subjetiva se aloja en la infancia sin visibilidad social.
García, A. (comp.) (2005). El psicoanálisis y lo social. Buenos Aires: Eudeba.
→ Reflexiones sobre la inscripción del sufrimiento en el campo social y político.
Lacan, J. (1960). “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”, en Escritos.
→ Para pensar cómo se constituye el sujeto en relación al campo del Otro, clave para estas situaciones.

3- El impacto traumático: trauma masivo, trauma vicario, trauma estructural

La noción de trauma es central cuando se habla de catástrofes. Sin embargo, no todos los traumas son iguales, ni se manifiestan del mismo modo en los sujetos. Pensar el impacto traumático exige distinguir entre diferentes formas de traumatización, atendiendo tanto a la economía psíquica individual como al contexto social e histórico que rodea el acontecimiento.

1. Trauma masivo
El trauma masivo es aquel que afecta simultáneamente a un número significativo de personas, generalmente como resultado de una catástrofe colectiva: guerra, terrorismo, genocidio, pandemia, catástrofes naturales.

Características:
  • Se trata de un evento externo que desborda la capacidad simbólica de un colectivo y de los sujetos que lo habitan.
  • Suele tener una dimensión histórica y política, siendo parte de lo que la comunidad recuerda (o desmiente).
  • Puede producir efectos individuales de neurosis traumática, fobias, angustia flotante o disociación, pero también formas de organización defensiva colectiva como el silencio, la negación o la repetición.
Ejemplo clínico (síntesis):
Un paciente de 37 años, sobreviviente del incendio de Cromañón, consulta por insomnio y ataques de pánico al encontrarse en espacios cerrados. A pesar de haber hablado del hecho públicamente, nunca había logrado inscribir subjetivamente lo ocurrido. En análisis, emergen escenas infantiles de abandono en la infancia que se enlazan con la vivencia del evento masivo. Lo colectivo reactiva lo estructural, y el análisis permite una lectura singular de lo traumático.

Desde el psicoanálisis:
El trauma masivo no es “por sí mismo” traumático en todos los casos; se vuelve tal cuando irrumpe como lo real en la estructura del sujeto. Por eso Lacan (Seminario 11) insistía en que el trauma no es el acontecimiento, sino su inscripción fallida en la cadena significante.

2. Trauma vicario
El trauma vicario es aquel que afecta a una persona por exposición indirecta al sufrimiento extremo de otros. Es frecuente en profesionales de la salud, trabajadores sociales, analistas, socorristas, docentes en contextos de alta vulnerabilidad, entre otros.

Características:
  • Aparece por acumulación o resonancia con escenas ajenas.
  • Puede generar síntomas similares al trastorno por estrés postraumático: evitación, disociación, afectación emocional persistente.
  • Está relacionado con la función de testigo y con el lugar que el sujeto ocupa en relación al sufrimiento del otro.
Ejemplo clínico (síntesis):
Una psicóloga de 42 años que trabaja en un centro de atención a mujeres víctimas de abuso comienza a soñar con escenas violentas, siente culpa por no "hacer lo suficiente" y presenta fatiga crónica. En su análisis, aparece el eco de una experiencia de abuso nunca verbalizada, lo que complejiza su vínculo transferencial con las consultantes. El trauma vicario se vuelve índice de un trauma propio aún no simbolizado.
Desde el psicoanálisis:

El analista no está exento de quedar tomado en el campo de lo traumático. La contratransferencia no solo es afectada por los contenidos transferidos, sino también por la posición ética del analista. En estas situaciones, el cuidado del analista no es solo una cuestión de salud mental, sino de responsabilidad clínica.

3. Trauma estructural
El trauma estructural, en la perspectiva psicoanalítica, refiere a ese núcleo de falta, de fractura inaugural que marca la constitución misma del sujeto. No es un evento, sino una condición: el encuentro fallido con el deseo del Otro, el desamparo originario, la inscripción del significante fálico. Freud lo abordó como la hilflosigkeit (indefensión), y Lacan lo formalizó como lo real imposible de simbolizar.

Características:
  • Está presente en todos los sujetos: no se trata de un daño, sino de una falta estructurante.
  • Se reactiva frente a situaciones que producen un desborde en el sistema de representaciones.
  • Es el punto donde el goce irrumpe sin mediación simbólica.
Ejemplo clínico (síntesis):
Un adolescente de 16 años que, tras el suicidio de su hermano mayor, comienza a retraerse socialmente y a presentar mutismo selectivo. Si bien el evento familiar es traumático, en el trabajo analítico emergen escenas anteriores de desautorización simbólica por parte de los padres, en las que el hermano funcionaba como "garante" imaginario del sujeto. La catástrofe reactiva un punto estructural de fragilidad en la constitución yoica.

Desde el psicoanálisis:
El trauma estructural no se repara, no se sana, pero puede alojarse en la cadena significante. El análisis no borra lo imposible, pero permite construir un borde que lo delimite.

Lo traumático no es el hecho, sino su inscripción. La operación clínica fundamental consiste en distinguir entre el hecho y su inscripción subjetiva. No todo evento violento es traumático, ni todo trauma deriva de un evento violento. La clave está en la posición del sujeto, en su relación con el Otro y con el goce.

El analista no interpreta el trauma como un hecho "externo" a decodificar, sino que se orienta por la posibilidad de hacer pasar algo de lo real al registro simbólico, aunque más no sea por una grieta mínima.

Bibliografía sugerida
Freud, S. (1920). Más allá del principio del placer.
→ Texto fundamental para entender el trauma como compulsión a la repetición.
Lacan, J. (1964). Seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
→ Especialmente los desarrollos sobre el trauma como encuentro con lo real.
Ferenczi, S. (1932). Diario clínico.
→ Aporta una perspectiva radical sobre el trauma infantil y el lugar del analista como testigo.
Figari, C. (2014). El trauma vicario: el impacto del sufrimiento ajeno. Buenos Aires: Lugar.
→ Estudio profundo del fenómeno del trauma vicario en profesionales de salud mental.
Pérez, D. y Etchegoyen, R. (2011). El trauma social: clínica y política. Buenos Aires: Letra Viva.
→ Reflexión sobre el entrecruzamiento entre trauma individual y condiciones sociales.

4- La posición del sujeto ante lo impensable

Frente a la catástrofe, el sujeto no responde de manera unívoca. Lejos de cualquier automatismo, su posición está determinada por múltiples factores: la estructura clínica, la historia singular, la posibilidad de simbolización, los recursos psíquicos y sociales, el lazo con el Otro y, sobre todo, la forma en que el acontecimiento irrumpe en su economía libidinal.

Pero ¿qué quiere decir que un sujeto se enfrenta a “lo impensable”? ¿Y qué recursos, defensas o posiciones se juegan en ese enfrentamiento?

1. Lo impensable: cuando el lenguaje fracasa
Lo impensable no es simplemente lo inesperado. Es aquello que no encuentra inscripción simbólica, que excede el aparato psíquico y sus posibilidades de representación. En términos lacanianos, es un encuentro con lo real en su dimensión más cruda: sin mediación, sin significante, sin red.

Las catástrofes —especialmente cuando son abruptas, masivas o crueles— pueden presentarse como ese real sin ley, desprovisto de sentido. Allí donde el Otro tambalea o se vuelve mortífero, el sujeto queda enfrentado a una experiencia que desborda sus recursos.

El trauma no es el hecho en sí, sino su imposibilidad de ser integrado al aparato significante.” (Lacan, Seminario 11)

2. La angustia como señal ante lo real
Frente a lo impensable, no necesariamente aparece el dolor o la tristeza. En muchos casos, lo que irrumpe es la angustia, en tanto señal sin objeto, sin representación. La angustia, lejos de ser un afecto más, es para Lacan el afecto que no engaña: es la marca de un vacío en el saber, una experiencia del sujeto ante el desamparo del Otro.

La angustia no es sin objeto, sino sin nombre.” (Lacan, Seminario 10)

Clínicamente, la angustia puede manifestarse como un ataque de pánico, una parálisis, un acting, un corte con el cuerpo. También puede aparecer en formas más sutiles: embotamiento afectivo, inhibición, silenciamiento, compulsión.

3. Posiciones subjetivas ante la catástrofe
A continuación, algunas respuestas subjetivas posibles, no como tipologías cerradas, sino como coordenadas clínicas:

a) Desubjetivación. El sujeto se desintegra como tal: se vive como objeto, como resto, como desecho. Aparece un colapso de las funciones yoicas, pérdida de coordenadas identitarias, estado de confusión o pasividad absoluta.

Ejemplo: una mujer que tras perder a toda su familia en un derrumbe afirma “yo ya no soy nadie”. El trabajo clínico deberá, antes que nada, reintroducir la posibilidad de un borde, de una escena, de un decir.

b) Idealización o negación. Mecanismos defensivos que buscan restituir un orden simbólico allí donde ha colapsado. Idealización de instituciones, discursos religiosos, figuras protectoras; negación de la gravedad del hecho o disociación de la experiencia.

Ejemplo: un joven que sobrevive a un ataque terrorista y se vuelca fanáticamente a una organización religiosa. La idealización puede proteger, pero también obturar la elaboración subjetiva.

c) Agenciamiento simbólico. En algunos casos, el sujeto logra transformar la catástrofe en una escena de inscripción. La palabra, el arte, el testimonio, la militancia o el análisis pueden permitir una elaboración que no borra lo real, pero lo rodea.

Ejemplo: un sobreviviente que convierte su experiencia en un relato público que se inscribe en una comunidad de memoria. Lo traumático se vuelve material simbólico.

4. Winnicott: desintegración psíquica y sostén
Winnicott ofrece claves clínicas fundamentales para abordar estos momentos de quiebre. La vivencia de desintegración psíquica, según él, remite a experiencias primarias de no sostenimiento: cuando el entorno falla en contener, el yo se fragmenta.

Desde esta perspectiva, la función del analista puede pensarse como un holding simbólico: un encuadre que no interpreta de inmediato, que no invade, pero que sostiene sin dejar caer. En contextos de catástrofe, esta función puede volverse vital.

5. Badiou: el sujeto como fidelidad al acontecimiento
El filósofo Alain Badiou aporta otra lectura, más política, pero no menos subjetiva. Para él, el sujeto no es anterior al acontecimiento, sino que deviene sujeto al responder a él con una fidelidad que lo transforma. El sujeto no es quien sufre la catástrofe, sino quien se constituye en su decisión frente a ella.

Esta perspectiva permite pensar que incluso en la ruina, puede haber creación subjetiva, decisión, ética.

“Un sujeto es lo que sostiene una verdad en un mundo.” (Badiou, L’être et l’événement)

Conclusión: el lugar del analista
Frente a lo impensable, el analista no debe buscar comprenderlo todo ni ofrecer contención emocional generalizada. Su función es otra: sostener una posición que abra la posibilidad de que algo se diga, de que el acontecimiento encuentre, en algún punto, inscripción.

Esto implica respetar los tiempos, los silencios, los modos en que el sujeto puede —o no— acercarse a lo que lo confronta. No hay técnica para el trauma, pero sí hay ética.

Bibliografía sugerida
Lacan, J. (1963). Seminario 10: La angustia.
→ Fundamental para pensar la angustia no como síntoma, sino como borde del objeto.
Winnicott, D. (1965). El miedo al derrumbe, en Exploraciones psicoanalíticas.
→ Texto clave para abordar experiencias de desintegración subjetiva.
Badiou, A. (1988). El ser y el acontecimiento. París: Seuil.
→ Aporta una concepción del sujeto como respuesta ética al acontecimiento.
Lévinas, E. (1961). Totalidad e infinito.
→ Para pensar la relación con el otro como experiencia fundante, incluso en lo extremo.

martes, 2 de marzo de 2021

Desastre ambiental, ¿inherente a la condición humana? Intento de una comprensión psicoanalítica

Según una de las hipótesis de Freud, dos tendencias en el ser humano están en la base de su comportamientos. La mezcla de ellas, el conflicto entre ellas, el predominio de una sobre otra y el hecho de que en base a él una aproveche de la otra son las conclusiones a las que llegó luego de haber recorrido un trecho largo y enormemente fructífero en su clínica y en sus investigaciones. 


Esas tendencias instintivas son consecuencia de influencias externas ineludibles en la filogenia, en la infancia y en el presente del individuo. De modo que las experiencias vitales tenderán a generar un impulso a la vida y las tendencias mortíferas crearán una inclinación de lo viviente a la muerte. Obviamente me estoy refiriendo a los instintos de vida (Eros, según los nombraba Freud) y de muerte (también conocido como Tánatos aunque no sea una denominación freudiana).  


Ninguna concepción freudiana es la solución definitiva a la comprensión del alma humana. El obstáculo no está en la cantidad o la finura de las observaciones ni tampoco en el grado de teorización que se pueda lograr. El trabajo freudiano fue la introducción de concepciones abstractas que puedan unir de tal modo los baches de la observación que le agreguen orden y transparencia. Pero esas especulaciones freudianas no son privativas de él. Todo avance científico no se lleva a cabo por acumulación de datos sino por el hecho de poder crear teorías, hipótesis que expliquen el hueco que deja la observación. La teoría científica es ‘el último error admitido provisoriamente’ que explica los hechos de la naturaleza. Nace y se desarrolla con la premisa de que la verdad alcanzada es parcial y que será superada. No es un saber completo. Siempre es un paso más pero nunca llega a la meta final. El avance se puede hacer por medio de la experimentación, o por medio del método hipotético deductivo creando hipótesis coherentes para explicar los hechos. Ninguna ciencia está dada completa en sus métodos ni en sus conclusiones desde el comienzo. El psicoanálisis nació a partir de los avances de la neuroanatomía y la neurofisiología, del diagnóstico diferencial de la neuropatología, y fue creado por un médico, biólogo, investigador, formado en los más rigurosos métodos de observación e investigación del momento. 


Solemos confundir adelantos técnicos con adelantos científicos sin darnos cuenta que los primeros son consecuencia de los últimos. El inventor del adelanto técnico, a diferencia del científico, no necesariamente enriquece su labor con la cultura general. En el hombre de ciencia la cultura general genera un terreno fértil para desarrollar su capacidad de inventar hipótesis. Del mismo modo consideramos que para ser  psicoanalista no alcanza con los conocimientos de psicopatología, la teoría del inconsciente, la técnica del tratamiento psicoanalítico. Para ser psicoanalista es imprescindible regirse por el Nihil humanum alienum est: el interés por el arte y la literatura, su historia y la capacidad creadora, los mitos, las religiones, la antropología, la biología, la historia natural de la sexualidad, la sociología, etc. Sin estos elementos el analista pierde la mayor parte del material del paciente. 


¿Por qué digo esto? Porque un psicoanalista no es un técnico del inconsciente. Es un científico cuya labor de investigación coincide con el método terapéutico, los hechos se le presentan con huecos a la observación que sus hipótesis tendrán que llenar. Hipótesis que serán siempre una comprensión parcial de lo que ocurre pero que son un avance en el conocimiento que el paciente tendrá de sí mismo. Y así como el conocimiento de la naturaleza nos permite dominarla, utilizarla a nuestro favor, del mismo modo el conocimiento de lo que se oculta tras los síntomas neuróticos permitirá al paciente hacerse más dueño de sí mismo. Pero el psicoanálisis no limita sus aplicaciones a la terapia de los individuos. El avance en la comprensión de la conducta y la producción humanas que esta nueva ciencia significa permite sus aplicaciones a terrenos más amplios que el consultorio: así tenemos su aplicación a la pedagogía, a la criminología, a las artes, a los fenómenos sociales, etc. 


Hay ciertos conceptos básicos para que una teoría, un tratamiento o un método de investigación psicológica sean considerados psicoanalíticos: la hipótesis del inconsciente dinámico, es decir en conflicto; la sexualidad infantil que culmina en el famoso complejo de Edipo con la instalación en el psiquismo de una instancia, el superyó, la  cual  estará preñada de consecuencias en la vida de toda persona; la teoría de la represión; el fenómeno de la transferencia, y la interpretación/reconstrucción de la historia sexual infantil como única arma terapéutica. 


Para que algo sea considerado psicoanálisis debe tener por lo menos esos fundamentos. A partir de ellos pueden desarrollarse varias vías de investigación que darán lugar a las llamadas ‘escuelas psicoanalíticas’ o esquemas referenciales pero todas partiendo de esos elementos comunes. Pueden haber muchas otras formas de psicoterapia, basadas en muchas otras teorías que no se apoyan en esos descubrimientos psicoanalíticos, incluso pueden tener en sus bases sólo alguno de los fundamentos del psicoanálisis pero no todos, y hay que admitir que pueden ser superiores en los resultados terapéuticos de los síntomas sin necesidad de pasar por la comprensión histórico-genética, es decir, de la reconstrucción de la infancia olvidada del individuo. Pero no pueden ser considerados psicoanálisis. Deben ser consideradas otro tipo de psicoterapias, cuyos caminos y objetivos distintos pueden ser mejor logrados que con el psicoanálisis, pero no son psicoanálisis. 


El psicoanalista no agrega nada nuevo al paciente, sólo le ayuda a recuperar lo perdido por el conflicto neurótico.  El psicoanalista de quién el paciente el último día del análisis se despide diciéndole que en realidad no ha aprendido nada, que se da cuenta que todo lo que descubrieron ya lo sabía, debería sentirse orgulloso de su labor. El psicoanálisis hace aflorar lo que ya existe en el paciente, no aporta a su personalidad ninguna pincelada original. La comparación que se suele hacer es con la escultura y la pintura: una es per vía di levare y la otra per via di porre. 


En el transcurso de la vida cada uno de nosotros está obligado a tener en cuenta exigencias que provienen de tres orígenes: los impulsos instintivos que son representantes de la filogenia y de la infancia de cada uno de nosotros, las demandas sociales y, por otro lado, la moral o los ideales de cada uno de nosotros que se originan tanto en la historia de la especie o de los pueblos como de los individuos. Ninguna teoría psicológica puede considerarse psicoanalítica si no tiene en cuenta este último factor, el moral inconsciente, como un constituyente fundamental en el psiquismo porque fue el psicoanálisis el que demostró su importante actividad en todo conflicto psíquico. Es que la moral individual tiene sus aspectos conscientes, los cuales socialmente son considerados lo más elevado del ser humano, pero tiene sus aspectos inconscientes de los cuales no tenemos noticias sino a través de derivados que puede descubrir un tratamiento psicoanalítico. Lo que llamamos habitualmente sentimiento de culpa, orgullo, sentimiento de inferioridad son formas de relación de nosotros con nuestra moral y nuestros ideales.


No les va a resultar extraño que les diga que la moral de cada uno depende de valores sociales imperantes, pero más cercanamente de los valores del ambiente infantil en el cual se ha desarrollado. La asimilación de esos valores morales del medio que nos rodeó en la infancia depende fundamentalmente de una condición biológica: la extrema inermidad, el gran desvalimiento, la gran dependencia infantil para satisfacer nuestras necesidades en una edad en la cual no podíamos arreglarnos por nuestros propios medios. Así aprendimos que ‘bueno’ era aquello que hacíamos y que lograba que nos quieran, nos protejan, nos abriguen, nos alimenten con lo que nos gustaba, nos mimen. Y ‘malo’ era lo que provocaba el retiro del amor o, peor, el castigo, de los seres queridos de quienes dependíamos. Esa gran dependencia infantil se constituyó en la fuente de los motivos morales. A esto se agregaron posteriormente los valores sociales, la influencia de maestros, etc. En la adquisición de la moral consciente interviene también el amor a nuestros padres o sus sustitutos. 


Pero la moral inconsciente se erige sobre otro territorio: la vida sexual, entendida en el sentido amplio que le da Freud. Esa sexualidad (cuya energía recibe la denominación de libido) va más allá de la equiparación habitual con la genitalidad. Seguirá reteniendo ese sentido pero se extiende prácticamente a todos los fenómenos psíquicos, conclusión a la que se llegó entendiendo el destino que terminaban teniendo los deseos infantiles. Esa moral es la causante de los diques que se oponen al desarrollo de esa sexualidad.  


Esa moral inconsciente, que en psicoanálisis llamamos superyó, impone dos tipos de destinos a los impulsos instintivos. A uno de ellos se le llama represión, es decir, la búsqueda de la eliminación de la conciencia de ciertas ideas y emociones ligadas con los impulsos instintivos. Mantener estas ideas en estado de represión requiere un desgaste psíquico enorme en detrimento de otros rendimientos psíquicos, pero en general esta represión no es exitosa del todo y dará muestra de su accionar a través de inhibiciones, disminución de la capacidad de amar y de disfrutar, alteración las relaciones con aquellas personas que serían objetos de nuestro amor, disminución de la eficacia en las labores que desempeña cada individuo. Es decir, que eso reprimido o es ‘antieconómico’ para el psiquismo pues requiere un esfuerzo mantenerlo en ese estado, o trae inhibiciones y retorna desde el inconsciente en forma de síntomas y conductas extrañas que llamamos neurosis. 


El otro destino que impone el superyó a los instintos es lo que llamamos sublimación. Este destino se caracteriza porque se desconecta en cierto modo de su origen sexual tanto en la meta como en el objeto del instinto y hasta en la capacidad placentera, o en la intensidad de ella. Decimos que se desexualiza el instinto. La sublimación desviará los impulsos instintivos hacia la creación intelectual, el arte y todo tipo de labores, entre otros destinos. Y esto por lo general produce un aplauso social, una aceptación del ambiente, es decir: la sociedad valoriza el trabajo de sublimación. 


Es que la vida en sociedad se erige en parte en la lucha contra los instintos. Decimos que la cultura es una superación de la ‘ley de la selva’.  Las prohibiciones culturales básicas comunes a toda historia de cultura, a toda historia del derecho, coinciden con el descubrimiento freudiano del complejo de Edipo: el incesto y el parricidio. En realidad podríamos decir que, en vista de lo que sabemos de la historia del hombre, es muy llamativo que se haya tardado tanto en ese descubrimiento. La literatura nos ha dado muestras a través de los siglos de la existencia tan poderosa de este complejo y de sus consecuencias (veamos, si no, a Sófocles, Shakespeare, Dostoievski, entre muchísimos otros). La vida cotidiana es una inagotable fuente de muestras de su existencia. Un solo ejemplo, sin ir más lejos, cuyo efecto risueño me ha llevado a utilizarlo muchísimas veces: un amigo mío había hecho construir un chalet en un club de campo y se alojaba en él, junto con su mujer y sus tres hijas, todos los fines de semana donde pasaba momentos de descanso, solaz y diversión con amigos mientras sus hijas podían practicar distintos deportes. Un día, luego del almuerzo, las dos hijas mayores salen de la casa y quedan sólo mi amigo en su dormitorio, su mujer ultimando detalles en la cocina y la más pequeña de las hijas, de cinco años, en su cuarto. Mi amigo no había notado este último detalle y creyendo que las tres hijas se habían ido dice, levantando la voz para que su mujer lo oiga: ¡Querida, al fin solos!


La pequeña, desde el dormitorio le contesta al padre: No papá, mamá todavía está en la cocina. 


¿Qué ocurre en la evolución de los niños con ese complejo de Edipo? En parte entrará en declinación, ‘pasará de moda’ para el niño o la niña, se irá apagando. Pero otra parte ha sufrido las distintas formas de prohibiciones que el superyó le impone al yo en su contra y por lo tanto caerá bajo la represión o se sublimará. La parte que cae bajo la represión se mantendrá preparada para retornar en forma de neurosis y si se logra superar esta eventualidad se recuperará la capacidad de amar y de hacer. Sufrirá un embate nuevo con la adolescencia en la búsqueda de su satisfacción y ahí reaparecerán los conflictos bajo cuya influencia sucumbió el amor infantil por el padre del otro sexo. De modo que no debemos sorprendernos por el hecho de que la adolescencia sea un período difícil de nuestras vidas. Los jóvenes ya tienen un cuerpo que puede responder a sus deseos infantiles que vuelven a emerger y siguen viviendo con los padres a quienes se dirigían esos deseos cuando el cuerpo era insuficiente para la satisfacción y las prohibiciones de los padres eran suficientemente poderosas teniendo en cuenta la diferencia de poder con el niño.  Pero ahora se puede realizar lo que entonces era imposible. 


Sin embargo, al mismo tiempo que se pueden realizar, ahora también surgirán los mecanismos de defensa en contra de sus instintos que hicieron que en aquel entonces estos alteren su destino. Desde ese conflicto surgirán las condiciones para la emergencia de la neurosis del adulto. 


En psicoanálisis se había pensado durante un tiempo que a consecuencia de la sublimación, y dado que este mecanismo implica una desexualización, se aplacaría de ese modo la acción castigadora del superyó y se evitarían los conflictos intrapsíquicos pues se había logrado en cierto modo la ‘evaporación’ de la sexualidad, meta fundamental de dicha estructura psíquica. Pero la observación mostró otra cosa y llevó a hacer progresos en la comprensión de ese mecanismo y sus consecuencias.


Decíamos que la sublimación es un destino del instinto inducido por el superyó. Que la finalidad de esta inducción, como de toda defensa es la lucha contra la sexualidad en el sentido psicoanalítico. También sabemos que no toda persona puede sublimar todo lo que se le exige. Se puede exigir mucha sublimación pero el lograrlo depende más de alguna capacidad del yo para poder dirigir una parte de sus instintos en esa dirección que del esfuerzo voluntario o de la exigencia del medio ambiente del individuo. Esa capacidad es variable para cada individuo. Hay gente con mucha capacidad sublimatoria y hay gente con poca. 


Sabemos también que la actividad deletérea del instinto de muerte queda neutralizada en gran parte por la satisfacción del instinto de vida. Pero la desexualización de una actividad, la sublimación, tiene como consecuencia una menor capacidad de Eros para neutralizar el instinto de destrucción y éste, que es ubicuo en el aparato psíquico, está especialmente ‘concentrado’ en el superyó. La función de este es prohibir, inducir a la represión, castigar por los deseos inconscientes, es decir, una actividad que en última instancia lleva a la desunión de afectos con ideas, de ideas entre ellas, del individuo con los demás. Lleva a la paz de los cementerios. 


Ahora nos encontramos con un serio problema: la moral inconsciente, el superyó, ese representante interno de la sociedad, de los valores culturales, induce a la represión o a la sublimación, pero esta misma lleva a una desmezcla instintiva perdiendo el instinto de vida la capacidad de neutralizar al de muerte. Este queda liberado y dentro del psiquismo esa liberación conduce a un incremento del superyó, de modo que la sublimación, tan admirada y valorada por la cultura termina llevando a un incremento de un aspecto del psiquismo que, aunque parezca mentira, lleva a la desunión, al desamor, al odio hacia sí mismo y hacia los demás, y a una intensificación creciente del malestar en la cultura o en la civilización. 


El avance cultural produce un incremento del superyó que tiene la función, originalmente,  de oponerse al amor infantil, pero a su vez el mismo superyó, por las tendencias del instinto de muerte, tiene como efecto favorecer la mayor parte de las actitudes antisociales. 


De este modo la libido desexualizada a instancias de la sociedad y del superyó nos conduce a la situación peligrosa del malestar en sociedad, del maltrato entre los seres humanos y a la destrucción dirigida a nosotros mismos y a los demás. O de otro modo: la moral inconsciente, producto de la vida en sociedad, nos lleva al peligro de disminuir nuestra capacidad de amarnos a nosotros mismos y a los demás. Si realmente el psiquismo humano va en esa dirección, nos está ocurriendo algo parecido a lo que padecen los cultivos celulares en un medio nutricio: llega un momento en que la eliminación por parte de esas células de los productos del catabolismo en ese medio ambiente en el cual se desarrollan las llevará a su propia muerte. 


Si está ocurriendo eso, nuestro ambiente interno, el psiquismo, y nuestro ambiente externo, la vida en sociedad y el mismo planeta, estarían sufriendo un desastre progresivo a consecuencia de lo que consideramos una gran conquista evolutiva: la moral antiinstintiva. De este modo no sería de extrañar que le estemos haciendo a nuestro planeta lo que le estamos haciendo. Sería sólo un reflejo de lo que está ocurriendo en nuestro psiquismo. Si es cierta esta hipótesis no sólo la sexualidad sino la misma vida irán yendo en vías de extinción a consecuencia de ese producto propio: la moral inconsciente.

Iremos muriendo a consecuencia de la barbarie del progreso. 

Un verdadero desastre ambiental dentro y fuera de la mente humana.


Fuente: Dr. José Treszezamsky (Buenos Aires, Argentina) Para la Revista Atajo, sobre Ciencia, Sociedad y Medio Ambiente. Santo Domingo, República Dominicana. Vol. 5 Nº2, 2006. págs.12/14

viernes, 18 de octubre de 2019

Para una clínica lacaniana del duelo y la melancolía.

Por Adriana Bauab

“¿En qué consiste el trabajo de duelo? Se permanece en algo vago, que explica la detención de toda especulación en la vía abierta por Freud en ‘Duelo y Melancolía’. La pregunta no ha sido convenientemente articulada...”

Jacques Lacan, 22 de abril de 1959

Otra vez… madres y padres de duelo. Hace un tiempo una joven colega trajo a supervisión el caso de una señora, llamémosla Sra. M, que había perdido una hija en la tragedia de la disco República Cromañón. Preocupada, comentaba que la paciente cada vez estaba peor, repitiendo las palabras de la apesadumbrada Sra M. Esta describía que en los primeros meses corría de un lado para el otro haciendo marchas y reclamos, no tenia tiempo para pensar, ni para deprimirse, ni para llorar. Luego vinieron los ahogos: se asfixiaba y tenía que salir precipitadamente de colectivos, ascensores o de cualquier lugar en que se sintiera que le faltaba el aire. En el momento de la supervisión relata que se la pasaba llorando, tirada en la cama y comiendo compulsivamente.
  
Así como no hay palabra que nombre al deudo que ha perdido a un hijo, así de complejo es considerar cómo opera la función del duelo en una pérdida de esta magnitud. Lo que sí podemos afirmar es que frente a lo traumático, el primer mecanismo de que dispone el sujeto es la renegación, por eso al principio esta señora podía hacer trámites y correr de un lado para otro. Luego, cuando el universo significante no le alcanzó para decir su dolor, identificándose con el objeto perdido, reaccionó con todo su cuerpo: le faltaba el aire, se ahogaba. Si ahora lloraba y se deprimía no es que estaba peor, es que ha comenzado a manifestarse el dolor de la herida, que aunque cure con el tiempo no lo hará sin cicatriz…


La función subjetivante del duelo. Los aportes al psicoanálisis en seminarios, escritos y conceptualizaciones de Lacan justifican que hoy hablemos de una clínica lacaniana. La introducción de la variable del tiempo lógico atendiendo al tiempo del inconsciente y no al del reloj, las formalizaciones en torno a sus tres, real, simbólico e imaginario que luego situó en la topología del nudo borromeo, y lo que llamó su único invento –el objeto a– forjaron una transmisión con eficacias propias en la clínica.

En esta ocasión me voy a referir a los diferentes lugares donde Lacan hace alusión a la temática del duelo, retornando a “Duelo y melancolía”, para avanzar, tomar el guante desde donde Freud había llegado con los desarrollos de la metapsicología.
 
Lo que jerarquiza de entrada es que el duelo es primeramente una satisfacción, un requerimiento pulsional, en función de la insuficiencia estructural de elementos significantes para hacer frente al agujero creado en la existencia. Los tiempos lógicos de los duelos, sus aspectos estructurales, sus valores éticos y estéticos abordados en varios lugares nos permiten deducir consecuencias para la clínica.

Estas abrevan en los desarrollos que comienza a hacer a la altura del Seminario 6, El deseo y su interpretación; en el 7, La ética y en el 10, La angustia. Intentaré transmitir las ideas vertebrales de algunas de esas articulaciones.

En el primero de los seminarios citados se sirve de la tragedia de Hamlet –tragedia del deseo– y ubica la imposibilidad de comenzar a elaborar el duelo por la muerte del padre en un tiempo sin escansiones ya que la comida del funeral sirvió para los festines de la boda. Tiempos que apremian y sumergen al príncipe Hamlet en la desesperación, la locura y la alucinación. 

En el seminario de La angustia, tanto ésta como el duelo le permiten avanzar acerca de el objeto a. Es también a la altura de este seminario que profundiza la estrecha relación entre el acting out con la función del duelo y la del pasaje al acto con el fantasma de suicidio. Frente a una pérdida, allí donde no opera la función del duelo proliferan los acting-out como efecto del mecanismo de renegación.
Con Lacan podemos decir que las consecuencias clínicas de los duelos detenidos en sus tiempos de elaboración comprenden además de la tristeza, la inhibición y la pérdida de la capacidad de amar también las variadas expresiones de los desajustes del deseo y sus rumbos extraviados manifestados por acting out, compulsiones diversas y pasajes al acto.

Las diferentes manifestaciones de los duelos nos anuncian, frecuentemente cómo operó esa falta originaria constitutiva, duelo fundante, llamado castración y con qué recursos simbólicos e imaginarios cuenta el sujeto frente a ese agujero en lo real que la pérdida ocasionó. Por eso en el libro Los tiempos del duelo1 hablábamos de la función subjetivante del duelo ya que cada duelo es la ocasión, la exquisita oportunidad a través de la recomposición significante que implican sus tiempos de elaboración, de recrear el lugar de la falta. Vaciarla del goce parasitario en que cada duelo sumerge al deudo. Esa función subjetivante permite el pasaje desde la acción como puro juego de repetición en un intento fallido de reinscribir la falta como es el caso del acting out a aquella acción que adquiere estatuto de acto, es decir comandada por el deseo.


La melancolía o la no función del objeto a. Esta función subjetivante del duelo, se ve dificultada en la melancolía. Como distinguía Freud en ella no se trata de a quién perdió el sujeto, sino qué perdió en esa pérdida. En la melancolía el desalojo estructural que padeció el sujeto en tiempos instituyentes convierte a la herida del duelo en mortífera. No opera la función del duelo, podemos decir que no sana la herida, producto del rechazo –no se trata de una renegación– de la pérdida, por no contar con la falta originaria precursora de lo que causa al sujeto.

A las características típicas de los duelos, en la melancolía se suma, como describía Freud, la disminución del amor propio o como traduce Etcheverry, la rebaja del sentimiento de sí. Podemos atribuir esa disminución del amor propio que se traduce en autorreproches y acusaciones, a una falla en la constitución narcisística. En el manuscrito G precisamente había definido la melancolía como un duelo por la pérdida de libido. Frase que alude a la ausencia de apetito propio de las anoréxicas melancólicas, en las que la sombra del pasaje al acto asola permanentemente.

Cuando al final del seminario sobre La angustia, Lacan habla de la melancolía y del ciclo manía-melancolía, describe que en este ciclo, a diferencia del que se cumple en el del duelo-deseo, no hay función de objeto a, sino identificación al a como desecho o resto. Por eso es tan frecuente que en el pasaje al acto súbitamente el sujeto se arroje despedido por una ventana. Manifestación de que la pulsión no ha sido procesada por el fantasma, y este fracasa como sostén del deseo. A lo mortífero de la pulsión, es a lo que se identifica el sujeto.


Cuando el pasaje al acto es suplantado por un fantasma de suicidio, desplegado muchas veces en el análisis, parece corresponder a la incipiente posibilidad de que el sujeto pueda faltarle al Otro –sin tener que desaparecer para ello–. El fantasma de suicidio, su enunciación, augura en ocasiones la construcción y atravesamiento de otros fantasmas en el análisis.

El vacío desgarrador con que en ocasiones consultan algunos pacientes melancólicos es un todo vacío, un lleno de vacío, la presencia de la Cosa sin velos ni mediatización significante. Es cuando la Cosa, lo real deviene sólido y no deja resquicio para que la falta opere. La dirección de la cura propicia a que el vacío opere en la estructura, constituya un elemento más entre otros e instale una lógica del no-todo, de la incompletud. 

Hay un trabajo a hacer para deletrear el goce y que otros goces puedan manifestarse. Más allá del trabajo de elaboración, que el duelo cumpla su función, trae aparejado no sólo la sustitución del objeto perdido por otros objetos del mundo sino también una transformación de la posición fantasmática respecto del objeto. En ese punto donde el objeto no es sustituíble, que la libido vuelva al yo y la falta al sujeto, auspicia un acontecimiento creativo, la posibilidad de inscribir un trazo nuevo. 

Para una ética del duelo: cicatrices en la polis. Retomando la viñeta clínica del comienzo, hay una dimensión ética a tener en cuenta para que los tiempos del duelo transcurran y el sujeto pueda declarar a pesar del gran dolor, al fallecido como muerto y no irse tras él. Esta dimensión ética abarca al logos, a la comunidad, a la polis.

En el Seminario 7 Lacan recurre a la tragedia de Antígona para enfatizar entre otros, los aspectos éticos de la función del duelo. Cuando el duelo por la muerte de Polinices se ve impedido por la negativa de Creonte a dar digna sepultura a sus restos, Antígona, su hermana se deshace en ruegos que no llegan a ser oídos y finaliza sus días ahorcándose en su celda. 


Un aspecto esencial de las posibilidades de que un duelo avance en sus tiempos de elaboración es el modo en que la comunidad le haga lugar, lo legitime, que sancione por los medios de que dispone y particularmente los jurídicos donde colapsó el sistema para producir la catástrofe, para que la impunidad no aliente el caos. Esos rituales son como las cicatrices en una herida.


Cicatrices que es auspicioso que puedan devenir marcas en la polis y no sólo en los dolorosos cuerpos de los deudos, que tallen en la urdimbre del lazo social. No alcanza la indemnización económica que el Estado provee a los padres de las víctimas. La Sra. M cuando recibió ese dinero, iba compulsivamente a jugar al bingo, a la máquina tragamonedas, a cualquier hora, incluso en la largas de insomnio. Allí el tiempo pasaba rápido y las luces y los ruidos eran una compañía. No soportaba haber recibido ese pago, necesitaba ir a jugarlo, a perderlo. 

Otro es el tiempo, hablo del tramo que la cura cursa actualmente, en que la Sra.M, pudo retomar sus actividades laborales, reunirse con otras madres y padres, marchar y reclamar por la tan ansiada justicia, y promover medidas en la comuna para que se sancionen nuevas leyes que no le evitarán seguramente que el dolor continúe vivo, pero que tal vez eviten las desmesuras de otra República Cromañón. 

1. Adriana Bauab Dreizzen, Los tiempos del duelo, Homo Sapiens, Rosario, 2001.