Mostrando las entradas con la etiqueta escucha. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta escucha. Mostrar todas las entradas

lunes, 16 de junio de 2025

Felicidad con sombras: el desgarro ético del deseo

Aquí evocábamos la crítica de Lacan a la idea de una “felicidad sin sombras”, es decir, a toda promesa de plenitud subjetiva que se apoye en una ilusión de totalidad. Pero esta formulación nos permite dar un paso más:
¿Existe una felicidad con sombras?

El psicoanálisis no se posiciona simplemente en la negatividad, sino que establece un contrapunto estructural: por un lado, la aspiración a una felicidad totalizante; por el otro, el testimonio del Superyó, esa figura paradójica que insiste en una satisfacción que no satisface, que goza allí donde algo “no anda”. Esta antinomia es observable clínicamente y revela un punto de falla fundamental en la promesa de unidad.

Para situar esta falla, Lacan recurre a una disyunción estructural: la discrepancia entre deseo y goce. En esa grieta se produce lo que él llama un “desgarro en el ser moral del hombre”. La ética del psicoanálisis, entonces, no se funda en una norma, sino en el acto, precisamente porque falta ese complemento que permitiría la unidad y el ordenamiento del deseo bajo el signo del Bien.

La crítica de Lacan no se dirige a un ideal abstracto, sino a su contexto: la comunidad analítica. Su interrogación apunta a cómo este desgarro puede ser olvidado, o incluso borrado, mediante la promesa de una normalización imposible, sobre todo en relación con la sexualidad. Este olvido se vuelve particularmente grave cuando se traslada al análisis del analista.

Por eso Lacan vuelve sobre una pregunta central:
¿Qué es el deseo del analista?
Este operador no responde a un saber cerrado ni a un sujeto completado. Muy por el contrario, se opone a toda idea del analista como producto terminado, ajustado, “normalizado”. Porque si esa fuera la expectativa,
¿qué escucha sería posible?
¿Y qué habría que perder para que esa escucha se habilite?

Lacan no oculta su posición: la promesa de una sexualidad normalizada es una estafa. Enmascara una exigencia moralizante, un puritanismo que niega el deseo, un ascetismo incompatible con la lógica del inconsciente. Esta moral oculta entra en contradicción con el deseo mismo, que no solo atormenta al sujeto por su imposibilidad estructural, sino también por el margen de soledad y decisión que abre.

Ese margen —el lugar del acto— es precisamente donde el sujeto se encuentra sin el Otro, con la única brújula de su falta. Y es allí, en esa felicidad con sombras, que la ética del psicoanálisis se pone verdaderamente en juego.

viernes, 13 de junio de 2025

La interpretación como arte contingente: entre el decir y el ojalá

En el psicoanálisis, interpretar no consiste en reconstruir con exactitud un pasado, ni en ofrecer una explicación esclarecedora. Lejos de cualquier pretensión de verdad histórica o de sentido pleno, la interpretación se define por su valor de acto, por su condición de significante en acto. Por eso Lacan la sitúa como solidaria del significante, y no del sentido, del saber, ni de la comprensión.

En La dirección de la cura y los principios de su poder, esta idea se formula en una expresión precisa y paradójica: “decir bastante, sin decir demasiado”. Una medida incierta, que no se deja cuantificar, y que señala el delicado equilibrio que debe mantener la función interpretante del analista: decir algo que cause, sin saturar; provocar una lectura, sin cerrar el sentido. No se trata, entonces, de explicar, sino de dar a entender; no de nombrar, sino de aludir.

Esta concepción de la interpretación se enlaza con otra afirmación de Lacan en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis:

“… el arte de escuchar casi equivale al del bien decir. Esto reparte nuestras tareas. Ojalá logremos estar a su altura.

Aquí se despliegan varias coordenadas esenciales. Por un lado, la referencia al arte no solo indica una habilidad técnica, sino también una disposición subjetiva. Escuchar es un arte porque exige al analista una posición específica, una forma de estar disponible a lo que irrumpe.

El “casi” marca otro punto decisivo: el bien decir no es del analista, sino del analizante. El analista escucha, acoge, opera... pero no ocupa el lugar del que produce el enunciado poético. El bien decir —ese que puede tener efectos de verdad y agujero— es un efecto del trabajo del analizante, como lo será más adelante en Lacan, en su formulación de la interpretación como equívoco y poesía.

Por último, el “ojalá” abre la dimensión de lo contingente: la interpretación no es la voluntad del analista, sino el resultado de un encuentro, de una coyuntura significante que puede o no producirse. No es garantía, es posibilidad. En este sentido, la interpretación no se programa ni se impone: acontece cuando se da el cruce entre un decir del analizante y una intervención que, sin ser totalizadora, logra tocar el punto justo. Allí donde no hay cálculo posible, hay arte.

miércoles, 30 de abril de 2025

La brújula del sin-sentido: clínica, dirección y paradoja en la práctica analítica

Existe una orientación clínica que justifica esa afirmación, tantas veces repetida, por la cual el psicoanálisis “no es una terapéutica como las demás”. Esa diferencia no radica únicamente en los medios que utiliza, sino —y sobre todo— en los fines que persigue.

Esta orientación implica, entonces, un sentido como dirección: el analista dirige la cura, sí, pero no dirige al analizante. Surge así una pregunta fundamental:
¿Con qué brújula se orienta esta dirección?

O, formulado de otro modo:
¿Qué orienta la escucha analítica en una praxis que parte del reconocimiento de que no hay cura tipo?

Esta imposibilidad de una cura estandarizada da cuenta de algo estructural: en el sujeto hay un punto de imposibilidad, un límite que vuelve inviable cualquier técnica universal. No hay, por tanto, una “técnica analítica” en sentido clásico; hay, como dice Lacan, una técnica significante.

Esto significa que el analista se deja llevar por el discurso, por sus derivas, equívocos y tropiezos, para escuchar allí lo que determina el padecer subjetivo. Lo que guía la praxis no es un saber previo, sino una atención al detalle de las fallas, a lo que se interrumpe, vacila o se contradice.

En lugar de protocolos, lo que toma protagonismo son las dificultades, las contradicciones, los callejones sin salida... y, podríamos agregar, las vacilaciones del sentido. Esta serie de tropiezos no obstaculiza la cura, sino que la constituye: son ellos los que guían la escucha.

Allí donde el discurso yerra, aparece una fisura que se llena con ilusiones de sentido. Lacan lo nombrará, casi al final de su enseñanza, como “las ficciones de la mundanidad”. Es el intervalo donde se alojan los fantasmas, aquello que parece cerrar el vacío pero que lo conserva como tal, marcando un margen.

Si aceptamos que el sujeto solo adviene al ser como objeto en el deseo del Otro, cabría preguntarse:
¿Qué puede liberarlo de esa captura?

Tal vez, una paradoja. Una torsión del discurso que no lo redima, pero sí lo desplace; que interrogue el edificio de la verdad en el que se sostiene, lo saque de su lógica habitual, y lo confronte con el vacío que lo habita.

La dirección de la cura, entonces, no se orienta por una técnica ni por un ideal de salud, sino por la apertura de ese margen: allí donde el sentido falla, el sujeto puede emerger —no como identidad, sino como efecto.

martes, 22 de abril de 2025

Una excepción y no un modelo

Existe una coincidencia significativa que surge del trabajo sobre los textos del psicoanálisis. Por un lado, la práctica analítica no puede sostenerse únicamente en el estudio de libros; Freud ya advertía sobre la necesidad del análisis del analista, no como una práctica meramente acumulativa, sino como un desasimiento que hace posible la escucha.

De manera análoga, la topología no puede aprenderse exclusivamente a través de los textos. Es imprescindible la manipulación para comprender lo que está en juego, pues la estructura del encadenamiento topológico contiene elementos radicalmente antiintuitivos.

El real que allí se presenta puede ser delimitado y demostrado en la medida en que el encadenamiento se inscribe en la escritura. Lo escrito soporta un real porque no hay otro acceso a lo imposible sino a través de la escritura.

Lacan se pregunta si esta escritura corresponde a un modelo matemático. En términos generales, un modelo matemático es una formalización que expresa relaciones entre distintos términos. Sin embargo, Lacan concluye que la cadena borromea no es un modelo matemático, no por su estructura formal, sino porque su lógica se basa en una excepción.

Esta excepción implica un desplazamiento fuera del plano. Mientras toda escritura supone una superficie (papel, pared, piso), la consistencia de la cuerda permite que la cadena borromea emerja en el espacio tridimensional. Aquí, la función de lo imaginario se vuelve esencial: garantiza la consistencia del nudo.

Posteriormente, en un momento lógico distinto, es necesaria la puesta en plano de la cadena (sobre una mesa, el suelo…), para poder leer las consecuencias del lazo. Sin embargo, este achatamiento no equivale al plano original, sino que es el resultado de la apuesta que estructura el trabajo.

Por lo tanto, la cadena borromea requiere dos operaciones fundamentales:

  1. Inmersión, que la extrae del plano inicial y la proyecta en el espacio.
  2. Aplanamiento, que permite su lectura en una nueva superficie.

viernes, 14 de marzo de 2025

El deseo, la máscara y la escucha analítica

Interrogar la eficacia de la práctica analítica implica considerar su relación con las dificultades, contradicciones y callejones sin salida que pone en evidencia. Lacan, en el Seminario 5, plantea que esta eficacia no radica en evitar el atolladero, sino en incluirlo y abordarlo a través del deseo. La práctica analítica no elude los obstáculos, sino que los toma como parte de su funcionamiento.

El deseo se desprende de una demanda que ha sido significada, pero su esencia no se reduce a un efecto de sentido. Se trata, más bien, de la incidencia misma del significante, lo que instala una divergencia entre la demanda y la necesidad. En este punto, el deseo se presenta como un resto: aquello de la necesidad que no ha sido absorbido por la demanda.

Para entrar en funcionamiento en el sujeto, el deseo requiere de una máscara. Esta máscara no solo vela u oculta, sino que también viste y muestra. Es solidaria de la ficción del significante, permitiendo articular lo que, en sí mismo, no es articulable. Por eso Lacan afirma que el deseo es su interpretación, ya que se sostiene en la máscara que lo estructura.

El síntoma, desde su emplazamiento en el grafo, es una de estas máscaras del deseo. Lacan resalta que el material del síntoma pasa por modas, señalando el carácter histórico del semblante. Así, el síntoma toma su forma a partir de los significantes disponibles en el Otro de cada época, mostrando cómo los cambios culturales afectan la estructura simbólica del sujeto.

La máscara, además, está vinculada al fantasma. No solo cubre, sino que revela a la vez que oculta. El sujeto, al sostener su máscara, mantiene una distancia frente a la castración del Otro, revistiéndose de un valor ilusorio.

Desde la práctica analítica, esto implica una escucha más allá de las manifestaciones evidentes. No basta con atender el motivo de consulta del paciente; es fundamental escuchar entre líneas. Esto significa descifrar las coartadas del sujeto, aquellas construcciones que le permiten eludir su propia relación con el deseo del Otro, la demanda y el goce.

Si la escucha analítica apunta más allá de la máscara, es porque busca situar la posición en la que el sujeto queda no solo comprometido, sino concernido. Esto abre la posibilidad de una torsión subjetiva: pasar de la posición de ser deseado a la de ser deseante.

viernes, 14 de febrero de 2025

Las condiciones para el inicio de un análisis

En las supervisiones de practicantes del psicoanálisis, surge con frecuencia una pregunta clave: ¿cuáles son las condiciones para que un análisis se ponga en marcha? Destaco el artículo indeterminado "un", ya que resalta el carácter irrepetible de cada proceso analítico.

Para abordar esta cuestión, es fundamental partir de un hecho clínico: a pesar de que Freud utilizó el término "técnica", el psicoanálisis carece de un procedimiento estandarizado. No existe un protocolo aplicable a todos los casos, y esto es un punto central a considerar.

Así, solo podemos hablar de las condiciones que permiten que un psicoanálisis sea posible. No obstante, la ausencia de un método fijo no implica que el psicoanálisis carezca de reglas para su desarrollo.

En las primeras entrevistas, el analista escucha y evalúa si se dan las condiciones necesarias para que el sujeto que consulta pueda transitar de la posición de paciente a la de analizante. Este proceso involucra dos aspectos fundamentales: por un lado, la disposición del sujeto a entrar en el trabajo transferencial, y por otro, la posición que adopta el analista en la relación.

Dichas condiciones incluyen no solo aspectos materiales como los honorarios y la frecuencia de las sesiones, sino también una dimensión subjetiva: el pasaje de la respuesta a la pregunta. Para que el sujeto pueda advenir en la experiencia analítica, es necesario que el analista escuche a qué Otro se dirige, es decir, de quién espera la respuesta.

El acto analítico, en este sentido, apuesta a producir un efecto de sorpresa: el analista escucha desde el lugar del Otro, pero no responde desde allí donde el sujeto lo espera. Es en esta torsión donde se abre la posibilidad de un análisis.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Sobre la atención flotante

 El dispositivo analítico se fundamenta en una única regla esencial dirigida al analizante: debe dejar de lado cualquier crítica o censura al hablar y permitirse fluir con su propia palabra, sin preocuparse por el sentido inmediato de lo que expresa. Esta regla invita al analizante a seguir la deriva de su discurso, permitiéndole decir más de lo que inicialmente pretendía.

Esta directiva tiene su contraparte en el analista, bajo lo que Freud denominó atención flotante. La atención flotante implica que el analista escucha el discurso del analizante sin enfocarse en el sentido aparente de sus palabras, sino en la superficie del discurso, capturando los significantes que emergen en el entramado lingüístico. Es una escucha que no se fija en detalles específicos, sino que se dirige a la estructura misma del discurso, su gramática y su lógica.

En este proceso se ponen en juego dos aspectos clave: en primer lugar, el analista busca identificar aquello que se repite en el discurso del analizante. Esta repetición es lo que permite comenzar a descifrar los significantes que subyacen al discurso. En segundo lugar, la atención se enfoca en la estructura de esta repetición, pues es allí donde el inconsciente se manifiesta.

La escucha analítica, entonces, no se orienta al sentido explícito, sino a la red discursiva como totalidad. A través de esta atención a la trama del discurso, el analista puede captar los momentos significativos en los que el inconsciente se revela, ya sea en discontinuidades, en frases sin sentido, o en vacilaciones.

De este modo, el inconsciente se muestra como una estructura con su propia gramática y lógica, que el analista busca descifrar al leer estas fisuras y vacíos del discurso.

viernes, 13 de septiembre de 2024

¿Qué habilita un margen de libertad?

 En la clase 17 del seminario 11 encontramos una afirmación convocante en más de un sentido, Lacan habla de una lectura que conlleva un encuentro. Algo que es toda una definición de la escucha analítica. Una lectura que recorta y hace posible que el sujeto se encuentre con algo que está oculto detrás de los velos, tanto especulares como del efecto de sentido.

El contexto donde esta afirmación toma lugar es el de la interrogación del valor de la separación, tanto en la causación del sujeto como en el efecto del análisis, o sea que se trata de una interrogación respecto de la eficacia clínica del psicoanálisis.

Dado que el sujeto se inscribe en el Otro a costa de una petrificación, la pregunta de Lacan es, ¿cómo retorna? Lo cual constituye una pregunta sumamente equívoca.

Podemos no tomarla por el lado de la repetición, sino interrogar el camino de retorno, o sea, de qué manera puede liberarse el sujeto del efecto afanisíaco que se pone en juego en tanto se instituye en el Otro vía la petrificación a un significante.

Sería un encontrar el camino de retorno para no extraviarse, que no es lo mismo que perderse. Ya, en “Subversión del sujeto…” le daba forma a esta pregunta cuando interroga el margen y el modo en que al niño se le hace posible conmover la posición de objeto para la madre.

La separación va a ser el recurso con el cual puede interrogar este punto, pero en la medida en que ella implica lo que llama un punto débil.

Ese punto débil es eso que podemos asociar a una carencia, algo que no es lo mismo que una falta. Esa carencia que se vincula con ese vacío del deseo, solidario del intervalo y que le habilita el sujeto un lugar para advenir.

La falta que encuentra en el Otro se superpone a la falta de partida, que es esa falta de sujeto. Y por la superposición (topológica) de ambas faltas se abre un margen, uno que es consonante con algo de libertad, a condición de una pérdida que delinea la causación en el sujeto.

¿De qué depende el margen de libertad de un sujeto?

El corte que nomina funda lo propio del inconsciente en la medida de su inaccesibilidad para el sujeto, y lo situamos en la cadena que Lacan denominó enunciación. En la estructura del grafo del deseo, ésta implica la relación entre la pulsión y ese matema subversivo que el psicoanálisis introduce: Significante de una falta en el Otro:

Respecto de la pulsión, encontramos en Lacan una articulación ineludible: la pulsión es inseparable del efecto del significante. También se trata de significancia, pero no de significación. La pulsión es un efecto del significante en el cuerpo, pero desprendido de cualquier efecto de sentido. Será entonces definida como tesoro del significante, porque el Otro del piso inferior (A) no alcanza la completud esperada por el sujeto. Allí donde el significante vacila en el Otro, la pulsión deviene el tesoro significante.

El efecto de esto se lee en el matema con el que la fórmula de la pulsión comparte el piso de la enunciación. Éste viene a hacer patente el hecho de que la completud del Otro es imposible, en la medida en que el sujeto se constituye allí descontándose de la cadena, por faltar el significante que podría darle identidad.

La falta significante que lo afecta en su estructura, la falta de garantía que pone en entredicho a la verdad. Al quedar cuestionada la verdad, de ahí su rasgo de no fe, el sujeto se sitúa de una manera mucho más comprometida frente a la contingencia. La barradura del Otro pone en interrogación su buena fe, efectivamente puede engañar, con lo cual esto pone en cuestión el concepto de determinismo.

Hay de lo que escapa a la determinación significante y pareciera que éste es uno de los planteos más novedosos y fecundos por cuanto habilita en el sujeto un margen para salir de la determinación por el deseo del Otro.

viernes, 9 de agosto de 2024

La escucha en las primeras entrevistas

 La escucha analítica es una operación de lectura. En tanto tal se dirige más allá de lo que el sujeto efectivamente dice cuando habla. Entonces se orienta al texto, el cual se puede ir delineando a partir de un recorte en el transcurso del trabajo, el de los significantes fundamentales de la posición del sujeto.

Habiendo situado esta coordenada estructural de la escucha del analista también sería importante destacar que ésta puede, eventualmente, revestir determinadas particularidades dependiendo de qué momento del análisis se tratase.

En el caso de las primeras entrevistas, ¿hay cierta especificidad?

Es un momento de partida, donde se juegan los primeros movimientos de lo que va a ser el campo transferencial, y donde, incluso y con ese fin, podríamos decir el analista se puede prestar a ser un poco más locuaz.

Diría que, en este primer tiempo, fundamentalmente, lo que el analista hace en primer lugar, es intentar, en el discurso del sujeto, diferenciar aquello que pertenece al registro simbólico de aquello que pertenece al registro imaginario. Esto no constituye técnica alguna, sino que instala cierto prisma para pensar ese tiempo primero.

De seguir esta propuesta, el analista apunta a escuchar en qué medida puede o no haber una pregunta que quede asociada al motivo de consulta; ¿es posible delimitar el lugar de algún síntoma que motorice la consulta del sujeto?

Fundamentalmente, me parece, también es importante poder situar a que Otro se dirige el sujeto cuando habla. Porque eso le va a indicar al analista, le va a dar una coordenada para poder situarse en la transferencia.

O sea, las primeras entrevistas son ese tiempo primero de intentar poner en forma los modos en que el sujeto intenta responder al obstáculo, al problema, incluso el penar de más que al sujeto lo trae a la consulta; porque será a través de las respuesta que se hará posible arribar a la pregunta.

El analista "en" el discurso del paciente

Anteriormente nos ocupamos de la escucha analítica en las primeras entrevistas de un análisis, en las cuales quien consulta habla de lo que cree que es el motivo de su consulta.

Se trata de los primeros desarrollos de esa demanda de aquel que quiere ser escuchado y mencionamos como un punto importante, que el analista pueda leer a qué Otro se dirige el sujeto. Desde luego que esto, y no pocas veces, no está clarificado de entrada, pero la importancia de situarlo responde a que le da una pauta al analista para la posición que debe asumir en la transferencia.

Es este asumir, la acomodación a la que Lacan refiere, lo que justifica el título de este posteo, donde se destaca que el analista ocupa un lugar “en” el discurso del paciente, lugar que encarna, y no detenta.

El analista es una función, definida así forma parte del discurso del inconsciente, y ello en la medida en que el inconsciente como discurso se dirige al analista. Esto significa que el inconsciente llama a la interpretación. En esta senda entonces el inconsciente es solidario de una palabra, la cual llama una respuesta, convoca a un oyente, y el analista es esencialmente un oyente.

Ser oyente es su función prínceps, la cual prescribe que no se trata de significar, dar sentido o traducir.

La encrucijada transferencial es poder dar con una posición acorde al sujeto que está escuchando, cada vez podríamos decir. Y para ello cobra un valor significativo ese delinear al Otro a quien el analizante le habla.

Estructuralmente ese Otro es la alteridad de la que depende el mensaje. El analista, en el discurso del sujeto, toma el relevo de ese Otro que detenta ese poder discrecional, el oyente que significó el mensaje, pero a condición de no usar dicho poder.

¿Qué se juega en la primera entrevista?
La primera entrevista en la consulta con un analista es el momento de donde alguien puede plantear el motivo de su consulta, el cual algunas veces puede ser bastante claro; en otras, en cambio, puede ser bastante difuso, incluso para el propio sujeto. Me refiero a esas consultas donde quien lo hace no sabe muy bien cuál es el motivo que lo trajo.

Algunas otras veces será el analista quien pueda situar, a partir de su escucha, que lo que alguien plantea como motivo de consulta, en realidad esconde otra cuestión, inconsciente para el paciente, y que en realidad es lo que está comandando la consulta.

Un punto importante respecto de esta primera entrevista es interrogar la temporalidad de esta. Si se trata de un padecimiento que en el sujeto lleva un tiempo, entonces ¿por qué la consulta se produce en ese momento, por qué no se produjo antes o qué la precipitó en ese momento?

Eso nos va a permitir situar quizás, algo que pudiese haber operado de desencadenante o eventualmente algo que en el sujeto cobró tal magnitud que afectó su lazo social, cuestión que está en general involucrada en la consulta a un analista.

Pero más estructuralmente, podría decir que la primera entrevista es el momento donde se juegan cuestiones importantes, muchas de las cuales constituyen el campo de lo que se va a trabajar en el análisis después. Pero, por supuesto, no hay manera de saberlas en ese primer momento, sino que el analista solo podrá leerlas retroactivamente a partir del despliegue del discurso, el cual requiere tiempo para ser llevado a cabo. Pero fundamentalmente esa puesta al trabajo exige la transferencia, la cual implica que el analista acomoda su posición con relación a lo que allí leyó.

martes, 23 de julio de 2024

De lo que el paciente dice... al significante.

Hablar no es decir

Hay en la enseñanza de Lacan un decidido avanzar en dirección a la escritura, sin que por ello la palabra pierda su valor y su función central.

Esto es lo que hace posible afirmar que la palabra es el medio, el material y lo que da el marco de la experiencia analítica. O sea que, esencialmente, lo que resulta una obviedad, analizarse es un trabajo que se lleva a cabo hablando. Esta evidencia, que parece ir de suyo, resulta llamativa en tiempos donde la proliferación de recursos tecnológicos privilegia lo visual por sobre la palabra. Respecto de este pilar el planteo del psicoanálisis no se movió un milímetro desde Freud.

Pero no se trata de un hablar ingenuo. No es un hablar en el sentido de la aspiración a comunicar en los términos del sentido común. Y de allí que Lacan introduzca, en la comunicación, la asimetría entre el sujeto y el Otro.

En un análisis, hablar es una apuesta a que alguien se entregue a los vaivenes propios de la palabra, prestando mucho más atención a las ocurrencias aparentemente espontáneas que, a la coherencia, la verosimilitud o al sentido de lo que se dice. Entonces se trata de un hablar del cual el sujeto es su efecto y no su agente.

A partir de ello podemos marcar una distancia esencial a nuestra praxis, que es la que se juega entre hablar y decir.

Si bien es cierto que un psicoanálisis se hace con palabras, la operación analítica consiste en que, a partir de hablar, se dé lugar a la dimensión del decir.

El decir no implica la mera verbalización, sino que conlleva la operación del significante en acto, la materialidad determinando al sujeto. El decir es aquel concepto con el cual Lacan reelabora la dimensión central de escritura, constituyente de la posición del sujeto.

Este decir que se aísla a través de la palabra constituye eso que al sujeto le funciona de sostén, por ser tributario de la operación del Otro. En ese vínculo palabrero entre el niño y el Otro un decir precipita, se inscribe forjando, haciendo síntoma.

De lo que el paciente dice al significante

 La escucha analítica no es una escucha ingenua. Una de sus especificidades es que parte de considerar a la palabra como aquella función que pone en acto un texto que la trasciende.

Ese texto es uno que determina y que condiciona al sujeto, que lo divide, y ese es, según Lacan, uno de los baluartes centrales del giro freudiano. El inconsciente es un texto en el cual se cifra la heteronomía que condiciona al sujeto, a la par que es la condición de su existencia.

Además, que la escucha analítica no sea una escucha ingenua implica su separación de la semántica. Queremos decir con esto que el analista no dirige su escucha al sentido que el discurso aparentemente podría portar, sino que se orienta a situar en esa palabra que se despliega, lo que podríamos llamar los términos significativos. Por términos significativos no hay que entender términos cargados de significación, sino términos significantes.

El analista apunta a poder recortar, en lo que el analizante dice, los significantes que lo condicionan en su posición de sujeto.

Se produce entonces, a través de la escucha del analista, una operación que permite un pasaje que a su vez hace posible transitar de la palabra al significante, y la intervención que hace esto viable es el corte.

El corte es la consecuencia de la operación de lectura del analista, o sea que el analista al leer recorta, privilegia, pone el acento, sitúa en determinados contextos ciertos términos en detrimento de otros.

El significante en cuestión podrá ser una palabra, una frase incluso ser un sueño. Y su valor significante se extrae tanto de su lugar en el discurso, como de los efectos que produce sobre el sujeto: discontinuidades, vacilaciones del sentido, incertidumbres o no saber.

martes, 28 de noviembre de 2023

¿Qué escucha un analista?

En la pregunta sobre qué escucha un analista, habíamos visto la diferencia entre lógica y gramática.

Sigamos con eso...

"El analista no se detiene en el sentido del discurso, su escucha no está orientada a ello". Es indudable que hay en Lacan, prácticamente desde el principio, una aspiración a abordar las cuestiones que se juegan en un análisis en términos de estructura. En este sentido encontramos la formalización del concepto de discurso, que no coincide nunca con lo efectivamente pronunciado.

Considerado el discurso en estos términos entonces, donde a partir de la diferencia entre enunciado y enunciación el discurso no coincide con lo que efectivamente se pronuncia. es que bien vale la pregunta ¿qué es lo que entonces escucha un analista?

Podríamos decir, en principio, qué es aquello a lo que no le presta particularmente atención. El analista no se detiene en el sentido del discurso, su escucha no está orientada a ello.

Por el contrario, la escucha analítica se dirige a los significantes determinantes de la historia del sujeto. A partir de la atención flotante -o sea el hecho de que no le presta atención a nada del discurso sino que escucha en la superficie- el analista podrá ir aislando los significantes constitutivos de la posición del sujeto con los cuales irá armando la cadena significante, inconsciente (o sea el inconsciente como discurso del Otro).

¿De qué manera se le hace posible al analista escuchar estos términos significativos? Pues, ellos aparecen en momentos fecundos del discurso donde se produce una vacilación, una ruptura del sentido, una discontinuidad, donde aparece algo del orden de lo antigramatical, algo que esencialmente rompe con la coherencia que la significación le otorga al discurso corriente, o sea, al discurso del moi.

¿Qué hace posible a la escucha analítica?

La pregunta respecto de las condiciones de posibilidad de la escucha analítica implica interrogarse sobre la necesariedad del análisis del analista.

Llamativamente, hoy en día se puede leer en algunos ámbitos del psicoanálisis de orientación lacaniana, cierta idea, algunos planteos que discuten dicha necesariedad para practicar el análisis. Suponer que ese paso se podría eliminar equivale a desconocer la raíz freudiana del psicoanálisis.

En el planteo freudiano, él mismo señala esa condición afirmando que para que el analista pueda escuchar, se hace necesario que alguien le haya “interpretado los sueños”, o sea que haya sido escuchado, más allá del sentido de lo que dice.

Vamos un paso antes. ¿Qué es la escucha analítica?

Lo primero que podríamos decir es que no es una escucha ingenua. No es una que se dirija al sentido de lo que alguien intenta decir. La escucha analítica no se ocupa de poner orden en un discurso que quizás esté gobernado por la desorientación y el desorden. Tampoco es aquella que tendría como objetivo clarificar una verdad allí donde la neurosis es supuesta como una especie de ilusión que engaña al sujeto.

La escucha analítica es la posibilidad de un tiempo y un lugar para un sujeto. Habilita, acomodación del analista mediante, la posibilidad de que el sujeto advenga en el dispositivo, al sujeto más allá del moi, más allá también del analizante.

Si el Otro es quien sanciona el mensaje, también determina aquello que alguien puede o no escuchar, en el sentido de a lo que puede o no darle lugar. Por ello el análisis del analista es condición de la escucha, porque no sería posible esa escucha no ingenua si previamente no se hubieran conmovido ciertos determinantes históricos que lo condicionan como sujeto. Y de allí que Freud planteó que “a un punto ciego en el análisis del analista le corresponde un punto ciego en la escucha”.

¿Conocer o saber?
Existe una distancia entre el conocimiento y el saber. El conocimiento es algo propio del campo del moi, ligado a lo que en el planteo griego clásico sería la episteme. El saber, en cambio, es el conjunto de significantes que para cada sujeto se emplaza en el lugar del Otro.

Así, el saber constituye esa dimensión de la enunciación a partir de la cual se determina lo que el sujeto dice, e incluso la posibilidad de que al hablar en análisis, se diga más de lo que se quiere decir. A partir de esta diferencia, entre conocimiento y saber, es que se puede establecer un correlato del lado del analista.

La función del analista es la de escuchar. Y para poder llevar a cabo tamaña función, debe abandonar la aspiración a comprender.

Esto le hará posible entonces, a partir del recorte que produce en su escucha (en función de las discontinuidades, de las rupturas del sentido, de los desfallecimientos del sentido, de lo anti gramatical que aparece en el discurso) ir aislando los elementos con los cuales va a componer esa cadena que es el inconsciente como discurso del Otro.

Eso constituye una red, lo que indica su soporte topológico, pero ¿todo es significante ahí? No. En esa cadena, quedan incluidos ciertos puntos inerciales, del orden de una fijeza, de un punto de detención. Y es una manera muy interesante de retomar el problema del núcleo patógeno freudiano.

O sea que Lacan separa el sostén, lo articulado, la cadena significante, de algo que es inasimilable, intratable, lo que resiste al discurso. Algo que está en las antípodas de la resistencia subjetiva que fue uno de los resortes clínicos que Lacan más discutió desde los inicios de su enseñanza.

Preparando una supervisión...

Así como no hay una sola manera de analizarse, no hay un solo criterio que sea válido en todos los casos para poder pensar cómo se arma una supervisión.

En principio, es claro que la idea central es recortar del modo más riguroso y más preciso posible la pregunta, el obstáculo, la dificultad que se quiere supervisar.

En segundo lugar, hay que entender que la supervisión es un trabajo sobre un texto recortado por quien escucha al sujeto. Lo que se trabaja en la supervisión no es el texto del sujeto, sino que es el texto que el propio analista recorta a partir de su escucha. Esto ya implica una pérdida en el pasaje entre un texto y el otro. Así, lo que está concernido en la supervisión es el lugar desde el cual escucha quien acude a la supervisión.

Es importante entonces que esta escucha esté orientada a recortar en el discurso del sujeto los significantes que son determinantes. Este recorte casi sería equivalente a la distancia que hay entre el sueño del sujeto y lo que el sujeto dice del sueño en el análisis. El relato del sueño en el análisis no es el sueño. Hay una pérdida.

Lo interesante de la supervisión, leída en estos términos, es que implica la escucha del analista, la cual se hace efectiva en el modo en que recorta el material. ¿Qué partes privilegia? ¿Dónde se sitúan los puntos significativos del discurso?

sábado, 31 de octubre de 2020

La intervenciones del analista: una advertencia acerca de la escucha del analista

Lo real, si tuviéramos que poner un punto de partida, es lo que se impone, emerge. También, lo real es un potencial: lo que no cesa de no inscribirse, lo que no se puede decir, lo que rompe las rigideces que tenemos. Lo real tiene que ser abordado por el analista, para trabajar lo simbólico.

Ahora, ¿Qué es lo simbólico? Es el registro que da cuenta de que algo sea reemplazado con otra cosa. La posibilidad de lo simbólico permite que un objeto sea reemplazado por una idea o una palabra. Por eso lo simbólico está sumamente unido al lenguaje. 

Hay una vertiente de lo simbólico que se piensa en términos de la pacificación. Cuando Lacan aborda al principio de su obra lo imaginario; frente a eso que promete un conflicto entre el sujeto y el semejante, la palabra pone un compás de espera. Pone un tercero mediador que implica un punto de pacificación. Esto a los analistas nos permite trabajar frente a ese real que avanza y que hace surgir la angustia. Cuando el sujeto no sabe qué palabras poner y queda desanudado de la palabra, aparece la angustia. El avance de lo real sobre las escenas armadas por el sujeto y por las que se mueve, el sujeto siente que se desanuda y se angustia. Esto permite dirigir la cura hacia el punto donde se pueda anudar ese punto de real a lo simbólico.

El otro aspecto de lo simbólico tiene que ver con los desarrollos de Piera Alaugnier en el texto La violencia de la interpretación. Ella funda un recorrido propio, aparte de lo que toma de la teoría de Lacan. Dice que la madre le anticipa al niño lo que ella cree que él quiere poniéndole palabras, lo cual corresponde a la teoría lacaniana. A eso, ella le llama violencia primaria: una violencia en un punto originario donde el niño no dispone de la palabra. Esto es necesario para que el sujeto se funde y que el yo advenga. Piera dice que los analistas debemos estar atentos a la posibilidad de una violencia secundaria, que apunta a ese lugar donde el analista puede anticiparse a saber, creyendo que sabe, sobre lo que le pasa al paciente. 

La violencia secundaria es sobre el yo. El analista avanza y si la transferencia es positiva, el paciente puede desviarse a creer lo que el analista dice y perderse ahí. Son los casos de "Mi analista dice que lo que me pasa es que...". Este lugar siempre tiene que ser tenido en cuenta por el analista: podemos avanzar más allá de lo que dice el paciente en la asociación libre y alienarlo. Esto es lo que no tenemos que hacer. No hay palabras poco importantes. Veamos dos ejemplos:

Caso 1: El analista va escuchando al paciente en lo que va diciendo. Una paciente acude a su analista relatando un abuso muy terrible. Ella dice "Analista tras analista vengo escuchando que me dicen que tengo que hablar de esto. Nadie entiende que para mi eso ya pasó y que yo no soy la persona a la que solo le pasó eso". La analista escucha esto y decide no entrar ahí: la sigue con el recorrido que ella puede hacer, para eventualmente entrar desde otro lugar. 

Caso 2: Un hombre dice que tiene entrevistas con su analista, pero que no puede hablar de lo que le sucede. Él comenta sobre el cambio climático, los indicadores del clima, que el analista no lo toma como importante. A veces pasa que el analista espera que surja algo de lo que nosotros consideramos que es importante. En este caso, habría que tomar por qué el paciente no puede hablar de otra cosa: ¿Qué sería el calentamiento global? ¿Qué dice ahí? Hay ahí un Otro que no puede dejar de dañar y que la naturaleza se va a destruir. Es un Otro que arrasa y no ve lo que hizo.

Si lo real es lo que no cesa de inscribirse y lo que emerge, tenemos que esperar que lo que emerja no sea siempre lo mismo, sino lo dispar. En ambos ejemplos, tanto la mujer que pide que no la cosifiquen por el abuso como el hombre que habla de la tierra arrasada, quizá hablen de lo mismo. Tenemos que escuchar hasta lo que puedan hablar y no esperara que digan a lo que uno entiende que sería de mayor profundidad.

El analista trabaja con lo que cada paciente tiene y puede, teniendo cuidado con lo que uno querría escuchar. No hay superficialidad, cuando se habla de algo "de superficie", en realidad se habla de algo profundo. Por eso Lacan habla de la banda de Moebius.

Al escuchar un paciente, más que ver si hay profundidad o no, hay que ver dónde se detiene, cómo se aproxima a la cuestión y cómo relata. Hay discursos con predominio simbólico; otros, simbólico. Hay pacientes que recorren situaciones sin ningún tipo de velo, a la manera de un goce que los puede lastimar, lo cual se vuelve masoquista. Ahí hay que intervenir con palabras que hagan de velos, que por ejemplo, impliquen el cuidado de sí. ¿Cómo acompañar a ese paciente sin que se lastime, pero a la vez enlazando lo simbólico a ese real que sí sucede? 

La violencia de la interpretación puede ser por resistencia del analista, en el punto de querer acortar caminos. Sería el caso de un analista que quiere ahorrarle un sufrimiento al paciente.