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martes, 18 de octubre de 2022

La experiencia del diván en psicoanálisis

La experiencia del Diván en un análisis no prescinde de una escenografía, que tiene un sentido histórico, para Freud solidario del tratamiento bajo hipnosis, a partir del cual, el psicoanálisis tiene lugar. Pero, también lo tiene con Lacan, reuniendo al diván con la cama, como lugar legendario del nacimiento de la clínica.

De alguna forma, ese sujeto que está ahí, sea el que está tendido sobre el diván, o sea aquel sentado sobre un sillón a espaldas del anterior, puede pensar mejor; porque no se piensa de la misma manera con el diván o sin él.

Analizante y analista, pueden tener la ilusión de decir algo que sea un decir, algo que importe en relación con lo real. Habilita al campo de lo inconsciente a tomar asiento, en el lugar del analista, quien, literalmente lo está en su sillón. Hay, pues, una espacialidad, una topología, o una topologería, que torsiona aquello que -intuitivamente- decimos que es interioridad, respecto de un espacio exterior al sujeto. Ese interior, no es aquello oculto dentro de la espesura profunda del analizante, sino en un “entre” disuelto como un lenguaje que los recubre, a uno y otro (Otro), asiento de ese inconsciente que habla.



miércoles, 6 de enero de 2021

Los divanes perdidos de Freud

Acaso quien tuviera la oportunidad de visitar el Berlín de los años 20´s encontraría alguna similitud entre los consultorios de Karl Abraham, Sandor Rado, Max Eitingon o René Spitz. Se dice que eran sobrios en decoraciones y de pocos muebles. El estilo, adecuado al gusto de la época, se debía a la influencia del arquitecto que se había encargado de pensar esos ambientes. Este autor era Ernst Freud, hijo menor de Sigmund y Marta, y padre del pintor Lucian.

Según informa Volker M. Welter, Ernst fue un exitoso arquitecto de espacios domésticos en la época en el Berlín de la década 1920 y en Londres a partir de 1933. También Welter nos indica que, ya viviendo Ernst en Londres, asumió el diseño del consultorio de su padre, en el 20 de Maresfield Gardens, así como la vivienda y el consultorio de Melanie Klein.
Un trabajo de Ernst Freud merece ser destacado. En 1927 se fundó la Clínica Psicoanalítica de Scholls Tegel, donde se ofrecía tratamiento para la esquizofrenia, el alcoholismo y la adicción a las drogas, para jugadores compulsivos y los carácteres criminales. Quien encabezaba el proyecto era casi olvidado Ernst Simmel, con el apoyo de Sigmund Freud, quien visitaría el lugar en más de una oportunidad, y el cual le serviría como lugar de recuperación de alguna intervención quirúrgica.
Para las tareas arquitectónicas en Tegel, Ernst, entre muchas tareas, se ocupó de diseñar los divanes y los sillones. Una curiosidad es que rompiera con la tradición espacial de ubicar el diván contra la pared, con un sillón detrás y en perpendicular.

El sanatorio de Tegel, sostenido con el aporte de analistas como Eitingon o Marie Bonaparte, no pudo sortear la crisis del año ´30 ni la crisis de la República de Weimar, debiendo cerrar sus puertas en Agosto de 1931. Tegel entonces se desmateló.

En la actualidad no queda ninguno de los divanes diseñados por Ernst para Tegel. Tampoco de los pensados para consultorios privados. El último fue visto bajo la custidia de Meltzer.
Podemos saber que el diván diseñado para Tegel mantenía el modelo vienés, aunque modernizado y de líneas más puras. Leemos que tenía 220 centímetros de largo, 52 cm de alto en el extremo de los pies, y 80 centímetros de alto en el otro extremo. La cabecera era curvada hacia arriba, recordando la cabecera alta del diván de su padre.

Por voluntad de la fortuna se ha conservado algún bosquejo de aquellos diseños. Adjunto a estas notas, como ilustración, los trazos con los que Ernst soñó esos divanes pérdidos.

viernes, 16 de octubre de 2020

La realidad actual de nuestra práctica clínica: ¿es psicoanálisis?

- ¿Freudiano o lacaniano?

- ¿Seguimos haciendo psicoanálisis? 

- ¿Admite el psicoanálisis una práctica institucional donde el tiempo está limitado y no hay un diván?

En los círculos psicoanalíticos, hay una pregunta bastante básica por si se es freudiano o lacaniano. Se es psicoanalista, e inscribirse en una de esas modalidades no parece adecuado. En toda disciplina hay un aspecto de descubrimiento y otro de invención. Los descubrimientos se conceptualizan y se fundan disciplinas.

Freud, además del inconsciente, descubrió la sexualidad en un sentido preciso, que no significa tener pene o vagina, sino que es una cuestión que tiene que ver con el goce sexual y la pulsión. En función de eso, Freud inventó el psicoanálisis desde el punto de vista teóric o y clínico. También descubrió "técnicas", que es mala palabra en psicoanálisis. El psicoanálisis tiene un método de investigación y una forma de curar los síntomas. El psicoanálisis se ocupa de resolver los síntomas y en ese sentido es un método terapéutico. La palabra terapéutico tampoco debe ser despreciada, aunque Lacan la discutió al dialogar con los psicoanalistas de su época. Hay que tener cuidado con las prohibiciones intelectuales de los lacanianos, como los temas relacionados a la contratarnsferencia, la prohibición de decir psicoterapia, entre otras. Hay una falta de libertad intelectual de algunos círculos, incompatibles con estar analizado eficazmente.

Frecuencia de sesiones

¿Cómo es que hoy sostenemos una práctica por la que nos preguntamos si es psicoanalítica? Freud practicaba sesiones de 50 minutos, con 10 minutos de descanso, 6 sesiones semanales. Luego se pasó a un estándar de cuatro sesiones semanales que fue sostenido por la Asociación Psicoanalítica Internacional. Con el tiempo, en función del cambio de vida y las circunstancias económicas, se pasó a trabajar con estándares variados. Los análisis de cuatro sesiones semanales se volvieron exclusivas de los que querían ser analistas en las instituciones oficiales. Las tres sesiones empezaron a ser una práctica corriente, luego dos sesiones, luego una y a veces cada quince días. A veces, con modalidades diferentes... 

El psicoanálisis se practica en ámbitos muy distintos. Una cosa es la teoría y otra cosa es el ámbito de aplicación del psicoanálisis. Esta otra de las palabras prohibidas en círculos lacanianos: psicoanálisis aplicado. 

Lo ideal de las sesiones es que no haya tanto espacio entre una sesión y otra, que haya cierta continuidad. Las razones son varias, una de ellas es poder trabajar mejor sobre estos detalles. El analista trabaja sobre los detalles, sobre los indicios. 

Aún teniendo sesiones cada 15 días, se puede seguir aplicando el psicoanálisis. Un paciente va al analista porque se siente mal, porque sufre y porque hay cosas que en su vida no funcionan. Lacan definía al síntoma como lo que no anda en lo real. El paciente pide análisis y éste se dispara en un trasfondo sintomático. Es impensable un análisis sin que algo no ande en lo real.  

Carácter y síntoma

Hoy también decimos que analizamos el carácter, que es la forma de existencia de una persona, su estilo, que le da una identidad estable. El carácter está incorporado al yo, así que el sujeto vive de manera naturalizada y no lo toma como un problema. Siente que anda en lo real, pero en la medida que las cosas empiezan a no funcionar, el rasgo de carácter es candidato a sintomatizarse. El carácter es egosintónico, pero cuando el sujeto empieza a registrar que ese sufrimiento podría eliminarse, empieza a ser egodistónico. El analista trabaja con el síntoma y aunque se dice que el objetivo del psicoanálisis no es curar -sumado a cierto pesimismo de Freud al final de su obra al decir que la curación del síntoma se produce por añadidura-. Podríamos decir que no es para añadidura, pues el síntoma está en la médula del análisis por muchas razones. Una es porque el síntoma tiene que ver con la verdad del sujeto, eso quiere decir que tiene que ver con verdades silenciadas, que hablan a través del malestar y el sufrimiento. El paciente consulta porque en mayor o en menor grado se siente mal. El síntoma está y el psicoanálisis apunta a su curación. Que no esté admitido, es otra historia. Freud discutió con el psicoanálisis salvaje y la famosa ambición terapéutica, diciendo que el psicoanálisis se trataba de otra cosa. 

Para muchos lacanianos, "cura no" se transformó en una especie de consigna. Nassio y otros psicoanalistas contemporáneos se han animado a decir que el psicoanálisis cura, pero siempre fue claro que de lo que se trataba es que el malestar fuera viable en la vida diaria. Nos ocupamos del sufrimiento y de que haya una mejor calidad de vida en el sujeto. Aunque muchos lacanianos no lo acepten, cuando se ocupan de un paciente se ocupan de su sufrimiento y no del pase y del fin de análisis de la comunidad lacaniana.

Lacan decía que no podía hablarse de trapéutica porque no había retorno a un estado primero. La palabra terapia no quiere decir eso, quiere decir "tratamiento", que es otra cosa. Lacan usó el término cura, así que hay que tomar eso en cuenta. En algún lado de los últimos seminarios dice que el psicoanálisis es un sesgo práctico para sentirse mejor. 

El tratamiento en los hospitales suelen suelen ser tratamientos acotados por distintas razones geográficas, institucionales, etc. En una guardia se puede hacer psicoanálisis, porque la médula del psicoanálisis no pasa por el tiempo, espacio, lugar, virtual o presencial, imagen o sin imagen. Lo que define a la práctica como psicoanálisis pasa por otro lado.

Nuestro campo operatorio es el discurso, el despliegue de la palabra en un contexto social, que Lacan llamaba lazo social. Al principio, Lacan ponía el acento en al aspecto discursivo, cuya metodología es discursiva. En Función y campo de la palabra, el discurso es el despliegue de la palabra y ese es el campo operatorio del análisis. Después tomo otro aspecto, que es el del lazo social y definió a los discursos como lazo social. El discurso como lazo social implica al objeto y las dos variantes del significante, como vemos en los 4 discursos del psicoanálisis. El acento está puesto en lo social, pero el sujeto tiene que ver con el discurso y el despliegue de los significantes. El sujeto es supuesto por el discurso, o si se quiere, es lo que se representa en el discurso. El campo de operatoria del psicoanálisis es el discurso y en todas estas instancias y variantes que van de la cantidad de sesiones, el dispositivo, los contextos que se aplica, se hace psicoanálisis cuando se opera sobre el discurso.

Cortes de sesión

Una de las consignas de amplio en el círculo lacaniano, que se define psicoanalítico, sostiene que la palabra adormece y a partir de ahí la cosigna es el corte de sesión como corte de goce. Las cosas llegan a tal extremo, que quienes realizan esa práctica hacen sesiones cortas tratando de eliminar la palabra. Es decir, lo importante es el corte. Es cieto que la palabra puede adormecer, pero también es cierto que la palabra despierta y el descubrimiento freudiano sobre el inconciente y la sexualidad siempre fue un descubrimiento sobre el discurso. La invención también es sobre un campo discursivo, así que si no hay despliegue de la palabra, no hay análisis. El corte implica un "no hay más que hablar, llegamos a un punto en el cual está todo dicho, o no todo dicho". Ahora, si eso no se hace en un amplio círculo discursivo suficiente, ocurren cosas como al acting out o problemas más graves por haber expulsado la palabra del análisis, que lo vuelve insostenible. La palabra puede adormecer, pero también despierta. 

El silencio también adormece y se puede invertir la fórmula de que uno es dueño de sus silencios y esclavos de sus palabras, en la medida quelas palabras permiten el acceso a la verdad del sujeto. El ser humano apunta a la verdad, aunque se resista, la nuegue. El síntoma tiene que ver con la verdad subjetiva y la cura también. Ninguna terapia que no apunte a la verdad es eficaz, en especial las terapias que tienden a hacer una prótesis.

Se puede apuntar a la verdad, aunque sea en una sala de guardia o en una sesión cada quince días. Desde ese punto, es una práctica psicoanalítica, aunque debemos ver qué pasa en una sesión de análisis. Si bien Freud comenzó con el anpalisis de los spintomas, hoy en dia los pacientes vienen a sesión, y hablan de distintas cosas. Por lo general, hablan de cosas que les genera malestar, angustia. El síntoma está en la sesión cotidiana. Además, hay un sufrimiento del que nos ocupamos. Es frecuente que un paciente llegue a sesión angustiado y se vaya aliviado. A veces es al revés y eso es bienvenido, si la angustia no es excesiva.

El síntoma abre a una investigación sobre la historia del sujeto, la relación de ese sujeto con la verdad y la asunción de esa relación. Esto tiene un efecto terapéutico decidido. El analista ordena, toma al síntoma y evalúa los distintos elementos, las distintas escenas, los detalles. Recordemos que el sufrimiento del paciente se presenta en un principio muy desordenado, por eso un paso obligado para resolver un síntoma es ordenarlo.

A medida que el síntoma se ordena, se produce una mejoría en el estado del malestar del sujeto, al deconstruir el síntoma. El analista ordena el síntoma y lanza una investigación. Las intervenciones sobre los lapsus, los fallidos, sueños, actos sintomáticos y demás formaciones del inconsciente también avanzan sobre la verdad. El síntoma se historiza para que el sujeto se haga responsable de su historia. Responsabilizarse es contrario a echarle a la culpa a los padres, por ejemplo.

Las interpretaciones no se hacen por clichés, como interpretar que se trata de la madre por haber soñado con una mujer. Aplicar lecturas prefabricadas es una mala práctica. La buena práctica psicoanalítica apunta al detalle, a la verdad del inconsciente, a la fantasmática que se despliega en las sesiones.

Los sueños

Uno de los principales elementos del descubrimiento e invención freudiana fue el sueño. Un sueño es lo que el paciente cuenta sobre el sueño. Lo único que el analista tiene es el relato del paciente, porque se ocupa del relto y los personajes del paciente en su discurso. Poco importan las personas reales detrás de esos personajes discursivos de la historia del sujeto. 

¿Qué diferencia hay entre analizar el discurso de una sesión con el texto de un sueño? En realidad, no son muy diferentes. El discurso coherente está articulado, hasta cierto punto, porque las representaciones meta pueden sacar al discurso de la lógica. La lógica aristotélica existe, pero muchos aspectos retóricos de producción de significación a través de ciertas representaciones o significantes que ordenan el discurso violan la lógica. Estamos habitados de explicaciones recíprocas, razonamientos incorrectos y figuras retóricas que nada tienen que ver con la lógica y que vienen de algo que Freud aisló. Freud decía que el discurso corriente, en base al principio de realidad, era lógico (contradicción, tercero excluído) en contraste con el proceso primario del inconsciente. Cuando Freud descubre las representaciones meta, que son conscientes, se da cuenta que el discurso se ordena no solo por las leyes de la lógica. El proceso secundario es un discurso desde la lógica y la retórica.

En el sueño hay un predominio de lo que se llama elaboración primaria o trabajo del sueño. En el discurso del sueño vemos el discurso inconsciente, es decir, condensaciones y desplazamientos que producen el discurso manifiesto en el sueño y que vienen de un ordenamiento de discurso secundario, pero que pasa por la elaboración inconciente. La elaboración primaria es la médula del sueño, que es la puesta en imágenes. En esa construcción, se pueden condensar dos imágenes, la negación no existe y cuando aparece puede implicar la afirmación, cosa que no ocurre en la elaboración secundaria. 

Cuando el paciente cuenta un sueño, intenta ordenarlo en fragmentos según la lógica consciente, que es la lógica de la elaboración secundaria. En la sesión, las cualidades del sueño no son muy diferentes de los factores que intervienen en otra cosa que el paciente diga. Es decir, en la sesión tenemos lo mismo que en un sueño, pero elaborado secundariamente. Lo que predomina es el discurso del principio de realidad: lógica, las figuras retóricas que violan la lógica, más algunos significantes que ordenan el discurso con o sin lógica. 

Una sesión es como un sueño pero con una predominancia de la elaboración secunaria. Esto puede ocurriren la distintas modalidades del encuadre terapéutico. 

El uso del diván

¿Es necesario el uso del diván? Si bien se le ha encontrado diversas razones teóricas para usarlo, finalmente el diván lo inventó Freud al no soportar tener a los pacientes frente a frente durante ocho horas al día. El diván es un resabio de la hipnosis y posteriormente se le encontraron aplicaciones valederas para utilizarlo, aunque a veces limitan el análisis. La imagen y los gestos forman parte del discurso y así como el uso del diván permite sacar un factor que entorpece la asociación y la elaboración discursiva, también nos perdemos gestos.

Hay que hacer un balance delicado en esto de eliminar la imagen o no eliminarla. Hoy en día podemos pensar que el diván no es un elemento esencial para el análisis. Puede ser útil para algunos pacientes, pero para otros está contraindicado.

Mientras la práctica de Freud era más silenciosa, hoy nosotros disponemos de otros recursos como la letra, es decir, escuchar los pequeños detalles de una sesión. Cuando nosotros interrogamos los detalles que advertimos, estamos practicando el psicoanálisis. A veces, la interrogación por un detalle es más importante que una lectura o una interpretación. 

La médula en psicoanálisis es la interrogación más que la interpretación, porque el síntoma empieza a desarmarse cuando se lo interroga. La verdad del sujeto empieza a emerger punto por punto. El síntoma tiene que ver con la verdad del sujeto y su curación también. Quien no admite que tiene la cura adelante, se equivoca. La cura no es por añadidura, sino por estructura: al investigar un síntoma, éste empieza a disolverse o a cambiar. Lo mismo pasa con los rasgos de carácter, que son más difíciles de analizar.

La presencia del analista por medios virtuales

Desde que comenzó la pandemia de COVID-19, surgieron interrogantes que a veces fueron un poco dramatizados en exceso sobre la atención virtual. ¿Es psicoanálisis la atención virtual? ¿Hay transferencia? ¿Y la presencia del analista?

Primero, la presencia del analista no se define por la presencia física ni por un consultorio, sino por lo que se juega en su presencia, que no necesariamente tiene que ser física. En la presencia física hay cuerpo, imagen, pulsión (voz, mirada). Con los medios virtuales tenemos la voz, la mirada, las palabras. El analista está presente de esa manera. No hacía falta una pandemia para darse cuenta que se podía analizar a alguien por vía virtual, pero eso ocurría silenciosamente y no era una práctica extendida. Para los que venimos haciendo eso desde hace años, podemos dar cuenta de tratamientos muy eficaces desde el punto de vista de la investigación, de la verdad y de la cura.

En los distinto ámbitos de aplicación del psicoanalisis, lo importante es el sujeto. Escuchamos al sujeto, le hablamos a al sujeto y allí intervenimos. La verdad del síntoma, la interpretación y el corte tocan vía la verdad a lo real del sujeto.

En todo lo que hemos dicho está presente la transferencia, si bien no hemos hablado de ella. La transferencia es central para sostener la condición psicoanalítica de las prácticas que tenemos hoy en día, ya sean las guardias, las modalidades en las que se ejerzan, hasta los tratamientos en su forma clásica. 

¿Cómo definimos a la transferencia? 

Desde su dimensión real, la cuestión pulsional está siempre presente. Las pulsiones más relevantes son la mirada y la voz que sostiene la palabra. 

Desde el punto de vista imaginario, situamos los contenidos afectivo de la transferencia: amor, odio, etc. 

El aspecto simbólico, hay transferencia en el punto donde dos discursos se transforman en uno solo. Hay un discurso de análisis y esa transformación de dos discursos en uno se da cuando hay una pertinencia entre lo que el analista intepreta, interro e interviene y el analizante o paciente es tocado en un punto determinado. El paciente siente que lo que se le dice es pertinente.

Fuente: Notas de la conferencia dictada por Víctor Iunger, el 25 de agosto del 2020, " La realidad actual de nuestra práctica clínica: ¿es psicoanálisis?" en Institución Fernando Ulloa.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Frecuencia: El Psicoanálisis de una vez por semana.


Desde hace un tiempo que los psicoanalistas trabajamos con pacientes una frecuencia de una vez por semana. Esta práctica se tornó habitual, pero no es mucho lo que se profundiza en las particularidades de este trabajo.

Para desarrollar esta temática invitamos a psicoanalistas para que respondan este cuestionario para poder iluminar este dispositivo.

1- ¿Qué indicaciones y contraindicaciones encuentra para el psicoanálisis de una vez por semana? ¿Qué límites y posibilidades encuentra en esta clase de trabajo?
2- ¿Cómo utiliza las otras variables del dispositivo analítico como el diván o el tiempo de la sesión? ¿Incluye otros recursos técnicos para este trabajo?
3- ¿Encuentra alguna particularidad la asociación libre, las intervenciones del analista, el manejo de la transferencia y el trabajo con los sueños en esta frecuencia?

Mariana Wikinsky
1- La indicación es siempre el resultado de un proceso de entrevistas que evalúa no sólo las cuestiones diagnósticas, sino también el modo en el que el paciente que consulta “imagina” su tratamiento, qué lugar ocuparía en su vida, cómo ha llegado a la decisión de consultar, qué impacto produce en él haber tomado esa decisión, cuánto tiempo le llevó tomarla, con qué expectativas me eligió a mí para desarrollar esas entrevistas, si resulta natural a su historia cultural y biográfica hacer una consulta psicoanalítica. Todas estas cuestiones inciden mucho en la indicación de la frecuencia semanal que formulo al finalizar las entrevistas. Del mismo modo, del trabajo que se empieza a desplegar una vez iniciado el análisis, van surgiendo también decisiones -siempre compartidas con el paciente- acerca de la frecuencia semanal con la que seguiremos desarrollando nuestro trabajo. Con esto quiero decir que la indicación de la frecuencia no es para mí un recurso técnico que se aplica como un reglamento de trabajo, sino que es siempre el resultado del conocimiento de cada paciente singular.

Si entendemos por indicación aquella frecuencia que el terapeuta marca como conveniente para el inicio de un tratamiento, son pocas las ocasiones en las que indico análisis de una vez por semana. Lo que ocurre más bien es que no me opongo a trabajar con esa frecuencia, y realmente encuentro la puesta en marcha de procesos productivísimos con ese ritmo de trabajo. Pero la indicación la hago sólo cuando creo que no cuento con el paciente para trabajar con más frecuencia, o la insistencia en el trabajo con mayor frecuencia podría generar sentimientos de rechazo al tratamiento en su conjunto, con la consiguiente amenaza de interrumpirlo, o cuando me doy cuenta de que el paciente considera absolutamente natural esa indicación, y absolutamente antinatural cualquier otra. Son muy pocas las ocasiones en las que comienzo por oponer mi criterio al del paciente en cuanto a la validez de atenderse más veces por semana, y lo hago sólo cuando la situación clínica lo justifica. Incluso he indicado en algunas oportunidades la disminución de dos veces a una vez por semana en el caso de adolescentes que plantean venir con cierto desgano. Aún convencida de que la frecuencia ideal en algún caso particular sea dos veces por semana, opto por preservar un buen vínculo terapéutico, y renuncio a presionar en un sentido “técnicamente correcto”.
Me encuentro muchas veces con la situación de que los pacientes en sus primeras entrevistas dan por sentado que vendrán una vez por semana, en muchos casos por motivos económicos, en otros casos sencillamente porque de este modo han pensado en todo momento el curso de su terapia. Se sorprenderían si les planteara la necesidad de venir más veces. En estos casos, salvo contraindicación como lo especifico más abajo, decido comenzar a trabajar con esa frecuencia. Más de una vez ha ocurrido que naturalmente se aumenta el número de sesiones semanales, y cuando no ha sido así, lo fue porque con una vez por semana el trabajo ha encontrado productividad.

La contraindicación de la frecuencia de una vez por semana, para el tipo de pacientes que habitualmente atiendo (es decir, adultos neuróticos y adolescentes en general) se sostiene básicamente en dos motivos: a) tendencia a la actuación, b) altos niveles de sufrimiento o angustia.

En estas situaciones puedo llegar incluso a oponerme a comenzar un tratamiento si no se cumple la indicación de dos o más veces por semana, ya que no puedo considerar de ningún modo que en estos casos se pueda poner en marcha un proceso terapéutico cuando no hay espacio ni tiempo disponible para abrir procesos de simbolización.

Encuentro absolutamente natural en mí desde el punto de vista técnico la propuesta de trabajar una vez por semana. Realmente me ocurre a veces que si no existen motivos clínicos como los que especifico más arriba, y no existen motivos de tipo profesional (en el caso de algunos analistas que podrían preferir analizarse con mayor frecuencia) que justifiquen el requisito o la necesidad de trabajar dos o más veces por semana, no surge en mí ningún conflicto respecto de la frecuencia, ni siento que esté traicionando al método psicoanalítico. No tengo compromisos institucionales que condicionen ese pensamiento en mí, ni que me obliguen a dar explicaciones acerca de por qué en muchos casos trabajo una vez por semana. Tampoco aceptaría una discusión en esos términos, si sólo remite a justificar por qué no elijo un tipo de práctica profesional más cercana a la planteada desde las instituciones “oficiales”. Sólo me parece válida la discusión si se plantea en términos de requerimientos de la clínica. Pertenezco a una generación de analistas para quienes -en muchos casos- el análisis tiene el sentido de aliviar el sufrimiento de las personas. O al menos ese es el sentido que el psicoanálisis tiene para mí. Y si ese objetivo se logra sin cumplir con los “cánones oficiales” que cierto terrorismo intelectual propuso (o más bien impuso) como los únicos posibles, entonces sencillamente no me siento obligada a cumplir con esos cánones. Prefiero mantener una discusión en términos francos, una discusión en la que todos contemos lo que efectivamente hacemos puertas adentro del consultorio. No creo que practiquemos el “vil cobre”, ni creo que debamos pensar resignadamente nuestra práctica como si hubiésemos estado obligados a renunciar por circunstancias sociales, económicas, culturales o del sistema de salud, al único modo válido en el que debe ejercerse nuestra tarea. Si fuera así no deberíamos de ningún modo aceptar esos condicionamientos, en ningún caso. Con franqueza, no creo que haya muchos analistas que decidan radicalmente sólo tomar tratamientos si son de dos o más veces por semana, y esto significa que encuentran validez en el trabajo que se despliega con una frecuencia menor. Lamentablemente la discusión acerca de la frecuencia semanal y otros recursos técnicos, ha degenerado en una discusión más de índole institucional que clínica.

Por todo lo antedicho, encuentro muchas posibilidades de trabajo psicoanalítico con esa frecuencia, y los límites me los planteo cuando son límites clínicos, y no un pre-requisito de la técnica. Como lo plantean Ana Berezin y Eduardo Müller en su trabajo “Cuando la técnica es una resistencia al método”, lo que debemos garantizar es la construcción de las condiciones en las que el método psicoanalítico pueda desarrollarse. Y estas condiciones no necesariamente están asociadas a la frecuencia semanal.

2- Nuevamente, no utilizo el diván a reglamento, sino cuando resulta adecuado para el paciente, y esto es no sólo qué situación clínica presenta, sino si desea trabajar de esa manera. Respeto las contraindicaciones para el uso del diván que todos conocemos. Lo propongo para tratamientos de una vez por semana o más, cuando existe capacidad asociativa, cuando el diván no se transforma en sí mismo en una fuente de angustia, cuando el paciente no lo vive como un rito extraño a su cultura. Difícilmente imponga el uso de diván, y la frecuencia no es determinante en esa decisión, sino que lo son los motivos clínicos, de diagnóstico, y -como lo decía más arriba- la puesta en marcha del método. No en todas las ocasiones lo propongo, y no insisto cuando el paciente ofrece resistencias que me parecen atendibles. Durante mi etapa de formación, mucho antes de que me tocara dirimir en mi propia clínica este tipo de cuestiones, leí un texto en el que el autor (psicoanalista) planteaba que a veces los analistas, entre la técnica y los pacientes, eligen la técnica. Si pensamos que difícilmente una persona consultaría si no sintiera un alto monto de sufrimiento, si pensamos que el comenzar a analizarse implica siempre -desde la primera entrevista- un impacto subjetivo y emocional importante, si pensamos que quien consulta debe aceptar la idea de hablarle a una persona que acaba de conocer, de lo que quizás represente sus secretos más íntimos, o lo que más pudor le produce, entonces se vuelve indispensable que “hospedemos” a nuestro paciente en un ámbito cómodo y confiable, en el inicio de un proceso en el que la técnica no se vuelva un obstáculo.

En relación al tiempo, las sesiones duran habitualmente 50 minutos. Sobre todo en pacientes adolescentes, extiendo (si puedo) o reduzco el tiempo en alguna sesión específica si considero que el cierre unos minutos antes o después puede favorecer el trabajo.

Estoy disponible para hablar por teléfono si un paciente lo necesita, y también utilizo el e-mail en algunos casos. Lo ofrezco cuando hay distancias geográficas importantes (por vacaciones o por viaje), y también he recibido y contestado -es cierto que en poquísimas oportunidades- mails de pacientes que aún estando en la misma ciudad que yo, han preferido entre una sesión y otra comunicarse conmigo de ese modo. Accedo primero a esa forma de contacto, y luego eventualmente retomo personalmente en sesión la pregunta acerca del por qué han elegido esa forma de comunicarse conmigo.

3- Francamente, no. Ni las asociaciones, ni el relato y análisis de los sueños, ni la interpretación de la transferencia, ni mis modos de intervención han sido distintos en los análisis de una vez por semana, que en los que trabajé dos veces por semana, o en los pocos en los que trabajé tres veces por semana. Insisto en la validez de ocuparnos de la puesta en marcha del método psicoanalítico, y estoy convencida de que se logra también con una frecuencia de una vez por semana. Estaría dispuesta a pensar en las diferencias que una y otra frecuencia podría generar en el despliegue de estas producciones (sueño, asociación libre, transferencia, intervenciones e interpretaciones del analista), y seguramente las habrá. Pero no estaría dispuesta a discutirlas, por ejemplo, en términos de psicoanálisis vs. psicoterapia, ni en términos de la invalidación del trabajo de una vez por semana, porque con absoluta franqueza, cuestionarlo no se desprende de mi experiencia ni como analista ni como paciente.

viernes, 26 de junio de 2020

Distancia corporal

En el debate sobre la posibilidad de llevar adelante un psicoanálisis a través de comunicaciones a distancia por dispositivos de internet o telefónicos cabe considerar que el paciente o el analizante, al hablar con el analista, se dirige a un más allá de su presencia. Ciertamente la visión del rostro y del cuerpo del analista, su apretón de manos o la intimidad del consultorio ofrecen un cálido cobijo para el malestar, la pena y la angustia que invita a confiarle diferentes pesares. Sin embargo, para que el paciente se dirija a él hablándole, contándole y preguntándole – consultándolo, en fin – su pensamiento debe sortear esas percepciones para atender a las cuestiones que lo inquietan y expresar las asociaciones que se le presentan.

El vínculo psicoanalítico es un discurso cuya realidad no reside en el encuentro de los cuerpos, como enseña la regla de abstinencia, sino en el uso de la palabra en la búsqueda de una verdad a la que es imposible aproximarse en el plano de cualquier materialidad física. La condición indispensable para hacerlo no es la presencia reconocible por los ojos sino el sentirse escuchado con atención y amplitud de criterio.

El uso del diván responde al mismo criterio, excediendo en mucho la eventual incomodidad del analista ante la mirada constante del analizante. El dispositivo favorece que las asociaciones se amplíen sustrayendo de la visión la presencia de aquél. Su utilización facilita que se haga patente la aparición de transferencias, consistentes en la convergencia de las asociaciones en imágenes y pensamientos referidos al analista en lugar de otros que no pueden acceder a la consciencia debido a la represión. Por esta razón esta detención del trabajo analítico fue denominada “cierre del inconsciente”(*) .

El fundamento del método analítico es el descubrimiento que el sujeto al hablar se dirije a otro que no es reducible al prójimo (próximo) y que es buscado en un más allá que escribimos “Otro”. Los esquemas L y Z de Lacan escriben pormenorizadamente el concepto.

El uso del diván, al separar el habla y la escucha del ver y darse a ver, es un antecesor de las sesiones a distancia. Pero este privilegio del uso de la palabra en el vínculo analítico tiene como condición de partida, sine qua non, que el paciente haya descubierto que la compañía que necesita del analista finalmente no es otra que la de una escucha inteligente. Por eso la cercanía o lejanía aquí percibida es otra que la física o geográfica, de donde resulta que el vínculo analítico que se sostiene a través del teléfono o equivalentes bien puede ser real y no virtual.
Adenda:
A la utilización de Skype o Whatsapp con imágenes visuales cabe aplicar las mismas consideraciones que a las sesiones en el consultorio “físico”, que por razones que trataremos en otro momento, nunca dejaremos de lado.

Nota:
*) Cf. Lacan, 1964, S.XI, p.149.

Fuente: Raúl Courel (2020) "Distancia corporal"

martes, 26 de noviembre de 2019

El humor de Tute

jueves, 7 de noviembre de 2019

El humor de Tute

sábado, 19 de octubre de 2019

El humor de Tute



viernes, 13 de septiembre de 2019

El humor de Tute



miércoles, 21 de agosto de 2019

El humor de Tute

sábado, 10 de agosto de 2019

El humor de Tute

martes, 6 de agosto de 2019

El humor de Tute