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miércoles, 5 de marzo de 2025

El borde entre dolor y la satisfacción

El vínculo entre el deseo y la máscara no puede reducirse a una simple relación de ocultamiento y revelación, ni responder a la lógica de lo interior frente a lo exterior. Se trata, más bien, de una conexión que rompe con la noción tradicional de espacio euclidiano y nos obliga a pensar en términos topológicos, donde la estructura del deseo se muestra excéntrica respecto a la satisfacción.

Desde esta perspectiva, el deseo no se inscribe en un centro fijo, sino en un movimiento desplazado, lo que nos lleva a preguntarnos si su lógica responde a la de una superficie unilátera, con torsiones o interpenetraciones que imposibilitan una lectura lineal. En esta dinámica, algo queda siempre por desear, y es en ese resto donde Lacan sitúa el “dolor de existir”, trazando un límite entre el sufrimiento y la satisfacción.

Esta reflexión encuentra su base en la distinción freudiana entre la experiencia de satisfacción y la experiencia de dolor, ambas generadoras de un excedente: el deseo y la angustia. La clínica muestra que el deseo se acompaña de una dificultad estructural, mientras que la angustia señala el borde que lo delimita, introduciendo la dimensión del peligro que el propio deseo puede implicar.

Lacan avanza en este camino al situar las dos funciones del objeto a: como causa de deseo y como plus de goce. Esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿bajo qué condiciones una satisfacción puede volverse inseparable del dolor? Pero ya no se trata solo del dolor de existir…

sábado, 30 de noviembre de 2024

No hay cambio sin pérdida. Y perder, duele.

El término rectificación, presente en diversos escritos y seminarios de Lacan, se configura como una categoría relevante en el ámbito clínico del psicoanálisis. Este concepto alude a una transformación en la posición del sujeto que puede producirse en el proceso analítico. Aunque actúa como una orientación o meta, no es algo que pueda garantizarse de antemano.

Cuando ocurre, la rectificación representa el efecto de la cura, manifestándose como un cambio en la posición del sujeto frente al deseo del Otro. Sin embargo, denominarla "rectificación" evita reducirla a un estándar universal o aplicable a todos los casos, ya que su singularidad radica en cómo afecta específicamente la posición del sujeto.

Dado que el deseo, la demanda y el goce se entrelazan de maneras diversas, aunque nunca homogéneas, es posible hablar de rectificaciones subjetivas o incluso rectificaciones de goce. Estas transformaciones se sitúan en la posición que el sujeto ocupa en la escena del fantasma, donde se desarrolla su relación con el deseo del Otro. La escena es necesaria porque falta un objeto natural que pueda completar al sujeto, y este intenta constantemente obturar, dirigir o causar el deseo del Otro a través de su posición fantasmática.

En esta escena, la posición del sujeto como objeto implica una forma de satisfacción, que no siempre se vincula con el placer y que se coagula en el "penar de más" que lleva al sujeto al análisis. La rectificación, cuando tiene lugar, transforma esta posición, pudiendo generar un alivio o un cambio. No obstante, esta transformación implica inevitablemente una pérdida, con todo el dolor que esta conlleva.

Lacan resalta la importancia de la función de la pérdida, como un desarrollo que no invalida la función de la falta, sino que la complementa en la interrogación sobre el tránsito de lo lingüístico hacia lo discursivo en el inconsciente. La pérdida es indispensable para pasar de una falta sincrónica, ligada al lenguaje, a la posibilidad de causación del deseo. En este sentido, aunque el deseo puede articularse en torno a la falta, no hay causa sin pérdida.

La noción de pérdida puede entenderse en dos momentos fundamentales. Primero, en el proceso de subjetivación del niño, quien a través de la interdicción paterna (el "no gozar de la madre") experimenta la pérdida como el costo de convertirse en sujeto. Segundo, en el marco del análisis, Lacan llama a este proceso desasimiento, una operación que implica un desprendimiento de algo que cae y que abre la posibilidad de instalar el deseo como condición absoluta.

La pérdida generada en el análisis no implica simplemente perder "algo" específico, sino que concierne a la posición misma del sujeto. Al operar este desprendimiento, se crea una nueva vía para el deseo, ya no atrapado en el Otro de origen, sino orientado más allá de él. Esta transformación, aunque dolorosa, enriquece la lectura de la práctica analítica y marca una apertura hacia una reconfiguración del deseo y del goce del sujeto.

miércoles, 9 de octubre de 2024

La historia de los villanos

 Dijo una vez Mary Shelley: "La historia de los villanos es mucho más entretenida que la de los héroes, porque los monstruos no nacen, son creados. No surgen del vacío ni de la oscuridad por sí mismos, sino que son moldeados por las circunstancias, por las heridas del mundo que los rodea. En ellos se refleja lo más profundo del dolor humano, el rechazo, la soledad, la incomprensión. Un héroe se define por sus actos de valentía, pero un villano es el resultado de un corazón que alguna vez fue puro y terminó corrompido. Los monstruos, en su tragedia, nos muestran lo que podría sucedernos a todos, si el mundo nos diera la espalda."

jueves, 7 de septiembre de 2023

Neurosis narcisistas, segunda tópica e identificación.

RESUMEN Este trabajo es el resultado de un rastreo bibliográfico inicial, con el objeto de fundamentar la puesta en cuestión del supuesto de la identificación narcisista en el campo de la melancolía. Ubicamos a la melancolía desde una falta de distancia entre i’(a) y a, bajo el imperativo del superyó, no atemperado por el Ideal, dado que el superyó toma su puesto, ni erotizado por el masoquismo. La identificación narcisista en todo caso se pone en juego cuando la dimensión del otro aparece, pero éste queda reducido a no ser más que una imagen, se establece con ese otro una relación narcisista y especular, otro amado-odia.

1- Narcisismo, identificación y superyó 

Freud mantiene el término de neurosis narcisistas desde Introducción del narcisismo hasta el texto de Neurosis y psicosis. Sin embargo debemos decir que dicho término no puede aludir a lo mismo dado que entre uno y otro se formula la segunda tópica, lo cual produce una discontinuidad en la teoría. De hecho funda un campo nosológico nuevo, dado que articula el conflicto en juego en cada caso a dicha tópica, redefiniendo las neurosis narcisistas a un conflicto entre el yo y el superyó. 

Asimismo la identificación constitutiva del yo, es planteada en el Yo y el ello, como melancólica. Sostiene que al resignar un objeto puede sobrevenir una alteración del yo, que describe como una erección del objeto en el yo, al igual que en la melancolía; agregando que quizás esta identificación sea en general la condición bajo la cual el ello resigna sus objetos. Incluso propone que el carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas, conteniendo la historia de estas elecciones de objeto. 

Antes de la formulación de la segunda tópica comenta, en la Conferencia 26, (1916), que mediante el análisis de las afecciones narcisistas es posible llegar a conocer la composición de nuestro yo y su edificio de instancias. De este modo queda planteada una necesaria articulación entre, la identificación, el narcisismo y el superyó. 

En “Duelo y melancolía”, texto anterior a la elaboración de la segunda tópica, plantea que la identificación narcisista con el objeto se convierte en el sustituto de la investidura de amor, lo cual implica que dicho vínculo no deba resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. Esto hace que el sustituto del amor de objeto por identificación sea un mecanismo importante para las afecciones narcisistas. La pregunta que suscita este recorrido es, si es posible, luego de las elaboraciones freudianas y lacanianas mantener el supuesto de una identificación de ese orden para la melancolía. Con el fin de revisar la articulación entre la melancolía como neurosis narcisista según lo planteado por Freud y la dimensión del superyó recurrimos a los esquemas ópticos con las modificaciones que introduce Lacan en el Seminario 10, a partir de la formulación del objeto a. 

Según lo que venimos planteando en investigaciones anteriores, en el caso de la melancolía tenemos la conjugación de la falta de distancia, la no-separación entre el objeto a y la imagen especular i’(a) en el campo imaginario, dado que el Ideal del yo, como elemento tercero, se encuentra ausente, actuante en el duelo, ausente en la melancolía. 

En el rastreo bibliográfico de nuestra investigación partimos, como inicio del problema, de 2 citas de Lacan, una del Seminario 5 Las formaciones del inconciente y la segunda, del Seminario 9 La identificación En el Seminario 5 sostiene que: “En la medida en que, por parte del Ideal del yo, el propio sujeto en su realidad viviente puede estar en una posición de exclusión de toda significación posible, se establece el estado depresivo propiamente dicho. (Lacan, 1958: 308). 

Del Seminario 9, si bien se refiere a la psicosis, podemos hacer extensivo el siguiente enunciado a la melancolía, El psicótico está siempre obligado a alienar su cuerpo en tanto soporte de su yo, o de alienar una parte corporal en tanto soporte de una posibilidad de goce. Si no empleo aquí el término de identificación es porque creo justamente que en la psicosis no es aplicable: la identificación en mi óptica implica la posibilidad de una relación de objeto donde el deseo del sujeto y el deseo del Otro están en situación conflictiva pero existen en tanto dos polos constitutivos de la relación. Podemos conjugar esos enunciados con lo propuesto en el Seminario 11. 

En el entrecruzamiento por el cual el significante unario llega a funcionar aquí en el campo del Lust, es decir, en el campo de la identificación primaria narcisista, está el mecanismo esencial de la incidencia del ideal del yo. He descrito antes la mira en espejo del ideal del yo, de ese ser que vio primero aparecer en la forma del progenitor que, ante el espejo, lo tiene cargado. Aferrándose a la referencia de quien lo mira en un espejo, el sujeto ve aparecer, no su ideal del yo, sino su yo ideal, ese punto donde desea complacerse consigo mismo. Recapitulando, si el melancólico está en exclusión del Ideal, teniendo en cuenta el afecto doloroso/depresivo que está en juego, y al decir de Lacan, es en el entrecruzamiento del rasgo unario en el campo del lust donde la identificación narcisista, da cuenta de la incidencia del ideal del yo, podríamos poner en cuestión que en la melancolía se trate de la identificación narcisista, máxime teniendo en cuenta la cita del seminario 9 en la que Lacan afirma que la identificación no es aplicable al campo de la psicosis, aunque consideramos que no necesariamente se trate de esa estructura. Podemos aventurar por lo tanto que en la melancolía, redefinida como neurosis narcisista bajo los conceptos de la segunda tópica, el superyó en conflicto con el yo, no se encuentra “atemperado” por el Ideal, pero tampoco erotizado por el masoquismo moral, que resexualiza, libidiniza, los lazos con la moral que la disolución del Edipo había desexualizado. 

Como plantea Freud, La conciencia moral y la moral misma nacieron por la superación, la desexualización, del complejo de Edipo; mediante el masoquismo moral, la moral es resexualizada, el complejo de Edipo es reanimado, se abre la vía para una regresión de Ia moral al complejo de Edipo. Por lo tanto, el superyó en la melancolía adopta la fórmula freudiana del cultivo puro de pulsión de muerte, empuja actuando como pura voz. Empuja a hacer Uno con el objeto en tanto desecho, a reunirse con el objeto a, al decir de Lacan “cuyo mando se le escapa”. 

El yo del narcisismo que está en juego entonces, es arrasado por la falta de alteridad, porque el Otro se encuentra ausente testimoniado en el rechazo del inconciente y porque lo Hetero/hostil, como único predicado sobre el objeto a para el melancólico, le es propio sin mediación simbólica. 

Ubicamos entonces a la melancolía desde esa falta de distancia entre i’(a) y a, bajo imperativo del superyó, no atemperado por el Ideal, dado que el superyó toma su puesto, ni erotizado por el masoquismo. 

Esa identificación, en todo caso se pone en juego cuando la dimensión del otro aparece, pero éste queda reducido a no ser más que una imagen, se establece con ese otro una relación narcisista y especular, otro amado-odiado, sin la mediación simbólica que pondrá en juego el Ideal. 

Citamos otros psicoanalistas que han tomado un sesgo similar en cuanto a estas proposiciones. 

Concordamos con Fréderick Pellion cuando en su libro Melancolía y verdad (2003) plantea 

"…la identificación narcisista no es suficiente para dar cuenta de la totalidad de manifestaciones clínicas de la melancolía. En particular, el fenómeno del autorreproche, como vuelco sobre la propia persona de un reproche al objeto, es irreductible a ella." (Pellion, 2003: 148) 

En relación al objeto de amor del melancólico Jaques Hassoun en “La crueldad melancólica” se pregunta: “¿El otro al que el melancólico amará, no es semejante a ese Yo-ideal que Narciso, atormentado por la ausencia de imagen (de algún otro), ama hasta morir?”. (Hassoun, 1995: 16) 

Vemos en esta pregunta situado tanto la falta de alteridad del semejante que lo aplasta en la dimensión narcisista, como el arrastre a la precipitación suicida. La alteridad tiene la modalidad de una pura exterioridad, lo que revela la contracara de la paranoia, el Otro no le concierne al melancólico. 

El melancólico puede hacer existir al objeto de amor/odio, ya sea por la vía del autorreproche o por la vía de mantenerlo como perdido en un duelo imposible. 

En ese sentido Giorgio Agamben en Estancias (1995) lo propone de un modo impecable: "…la melancolía no sería tanto reacción regresiva ante la pérdida del objeto de amor, sino la capacidad fantasmática de hacer aparecer como perdido un objeto inapropiable." (Agamben, 1995: 53) 

Por lo tanto pensamos que es insuficiente la identificación narcisista para dar cuenta de la melancolía. La falta de distancia entre el yo y el objeto que lo hace penar, da cuenta de una dificultad en la separación. A falta del Ideal que mantiene la distancia, el superyó impone el aplastamiento. Un medio de trasladarlo al exterior es hacerlo existir bajo el autorreproche o bajo el estado de duelo permanente. 

2- Dolor melancólico y moral superyoica 

Dado que sostenemos que a falta de Ideal del yo, es el superyó el que lo releva, situamos una articulación entre el dolor melancólico y la moral superyoica. 

Freud a lo largo de su obra ubica una relación entre la moral, el dolor anímico y el padre, articulación que se precipita en la formulación del superyó en la segunda tópica. 

En el caso de la neurosis podemos ubicar una línea que va desde el padre perverso a la perversión de un superyó que se revela como sádico, ya que la moral que resulta de su intervención se ve resexualizada, vía el masoquismo moral del yo, es decir que el yo ha devenido masoquista bajo el influjo del superyó sádico, que emplea un fragmento de la pulsión de destrucción interior, preexistente en él en una ligazón erótica con el superyó. 

Lacan en el Seminario 26, La topología y el tiempo, (Lacan, 1978) le da la palabra a Didier Weill Éste sitúa la diplopía a la que confronta el Padre siendo al mismo tiempo el que está en función como Nombre del Padre y también del persecutorio superyó. Articula el duelo por el Padre con un duelo, digamos cuasi imposible, ya que no es melancólico sino que linda con la melancolía. 

"Entonces a Jung que plantea esa cuestión, y efectivamente ustedes sienten que lo que está en cuestión para Jung en esa senda, es en el fondo el drama que representa para todo individuo el hecho de que sea el mismo padre, el mismo padre muerto quien esté en el origen a la vez del significante del Nombre del Padre y a la vez del superyó, de ese superyó persecutorio, casi melancólico, dado que la incorporación en el fondo que hace más del padre, el duelo que hacemos del padre en tanto que es lo que sería ese individuo inacabado que por habernos hecho mejor que eso, es un duelo imposible que linda con la melancolía." (Lacan, Weill, 1978: 37) 

De modo que el afecto doloroso de un duelo lindante con la melancolía y el dolor moral, que podríamos articular en su faz feroz al superyó parecen estar en relación. 

De hecho Kant refiere que el dolor es el afecto que está en juego respecto del imperativo categórico de la Buena voluntad como Bien Supremo, es su correlato sentimental frente al imperativo con el que Freud calificó al superyó. Para Kant el dolor es testimonio de que se obró moralmente dado que se renunció al objeto patológico, 171 cualquiera sea éste en el campo de los bienes, por obrar según el Bien supremo de la Buena Voluntad. 

El imperativo categórico kantiano y la máxima sadiana tienen su punto de conexión en que ambos son universales y en ambos de diferente modo, el dolor está en juego. En el Seminario 7, La Ética del psicoanálisis (Lacan, 1959), abordando la dimensión de das Ding, la Cosa, la cosa en sí, el nóumeno Kantiano, Lacan nos dice: 

"En efecto, Kant admite de todos modos un correlato sentimental de la ley moral en su pureza y, muy singularmente, les ruego lo registren, -segundo párrafo de esta tercera parte- este no es sino el dolor mismo:

En suma, Kant es de la opinión de Sade. Pues para alcanzar absolutamente das Ding, pare abrir todas las compuertas del deseo, ¿que nos muestra Sade en el horizonte? Esencialmente, el dolor. El dolor del prójimo y también el propio dolor del sujeto, pues en este caso no son más que una única y misma cosa. … (Lacan, 1959: 99-100) 

Años después, en Kant con Sade (Lacan, 1963) afirma el carácter matador del imperativo, por la homofonía entre el tu es (tú eres) y el tuer (Matar). Es pues sin duda el Otro en cuanto libre, es la libertad del Otro lo que el discurso del derecho al goce pone como sujeto de su enunciación, y no de manera que difiera del Tú eres que se evoca desde el fondo matador de todo imperativo:

Suspendamos el decir su resorte para recordar que el dolor, que proyecta aquí su promesa de ignominia, no hace sino coincidir con la mención expresa que de él hace Kant entre las connotaciones de la experiencia moral. Lo que ese dolor vale para la experiencia sadiana se verá mejor de abordarlo por lo que tendría de desarmante el artificio de los estoicos para con él: el desprecio. 

Imagínese una continuación de Epicteto en la experiencia sadiana: “Ves, la has roto”, dice designando su pierna. Rebajar el goce a la miseria de tal efecto en el que tropieza su búsqueda, ¿no es convertirlo en asco? (Lacan, 1963: 750) 

Hay que recordar que los estoicos proponían el desprecio por el cuerpo y la indiferencia por la realidad material. Epicteto, Séneca y Marco Aurelio son algunos nombres de la filosofía estoica. Según Epicteto, “La muerte, el destierro y todas las cosas que parecen terribles tenlas ante los ojos a diario, pero la que más de todas la muerte, y nunca darás cabida en tu ánimo a ninguna bajeza ni anhelarás nada en demasía”. 

Y en Marco Aurelio podemos intuir algo de ese pensamiento: “Existe un remedio vulgar, aunque eficaz, de cara a despreciar la muerte: rememorar a los que se empeñaron en vivir hasta ser pegajosos” Sabemos de la admiración que Lacan tenía por los estoicos, pero en este caso, a lo que Lacan apunta parece ser al pensamiento estoico que desarmaría la dimensión kantiana y también la sadiana, ya que desprecia dolor. 

A diferencia de la perversión ya que la víctima sadiana no debe ser alguien que goce del dolor ni que lo desprecie, dado que a lo que apunta el sádico es que, por la vía del rebajamiento y la humillación, dolor anímico, o por la vía del dolor corporal aparezca el puro cuerpo, la reducción del sujeto a un puro cuerpo biológico, su caída en tanto sujeto del significante, de la cual el sádico será instrumento al servicio del Ser Supremo en maldad, interpretando el deseo del Otro como voluntad de goce. 

Retomando, a partir de la lectura lacaniana, el superyó será el resto caído del Otro a partir de su intervención significante, en ese sentido es reconducido a las primeras marcas, y también objeto a, objeto voz caído del Otro. 

En el Seminario 10 (Lacan, 1962-1963) es claro cuando propone: Todos conocen… los vínculos del estadio oral y de su objeto con las manifestaciones primarias del superyó. Al recordarles su conexión evidente con esta forma del objeto a que es la voz, les indiqué que no podía haber concepción analítica válida del superyó que olvide que en su fase más profunda, es una de las formas del objeto a. (Lacan, 1963: 318) 

Y en el Seminario 16, De un Otro al otro (Lacan, 1969), la voz como objeto a, soporte de la articulación significante, puede instaurarse o no bajo una modalidad perversa. 

Resulta estrictamente imposible concebir lo que ocurre con la función del superyó si no se comprende-no es del todo, pero es uno de sus resortes- lo que ocurre con la función del objeto a realizada por la voz como soporte de la articulación significante, la voz pura en la medida en que está, sí o no, instaurada en el lugar del Otro de una manera que es perversa o que no lo es. 

La función del objeto a en su estatuto de voz, no es lo que se escucha en la oreja, sino, que, tal como se verifica claramente en el masoquismo moral, va al lugar de completar al Otro. En el caso del masoquismo perverso, aparece la dimensión de la irrisión: la orden que recibe del amo, está dictada por el mismo masoquista. 

Para concluir, podemos afirmar que en el masoquismo, la función del Otro es esencial, mientras que en el dolor melancólico el Otro se encuentra ausente y el semejante solo tiene existencia como pura imagen. 

El melancólico se encuentra en exclusión del Ideal del yo, condición de la identificación narcisista. Sin la mediación del Ideal, ni la resexualización del masoquismo moral, que atempere la voz del superyó. 

BIBLIOGRAFIA 

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Pellion, F. (2003) Melancolía y Verdad. Buenos Aires. Ed. Manantial,

Fuente: Eisenberg, Estela Sonia (2014). Neurosis narcisistas, segunda tópica e identificación. VI Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XXI Jornadas de Investigación Décimo Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

lunes, 3 de abril de 2023

Pacientes enojados: Ira y angustia en transferencia.

En la intimidad de la consulta, en ese encuadre amigo y seguro, podemos encontrarnos con personas que expresan sentimientos al modo de reacciones emocionales intensas, tales como ira enojo y cólera.

En el tratamiento, la ira puede manifestarse como enojos, agresiones, desplantes, gritos inmotivados y berrinche infantil.

Jaques Lacan afirmó que "La ira, la cólera, es una pasión que se expresa con un correlato orgánico ó fisiológico (...) necesita una especie de reacción del sujeto ante una decepción". Con respecto al surgimiento de ira, dirá que "las clavijas no encajan en los agujeros" ¿Cómo interpretamos esta frase?

En reiteradas ocasiones, las cosas no salen como esperamos: esto produce, para muchos pacientes, un desgarro de la trama simbólica del sujeto y emerge la ira como respuesta a ese real.

En un análisis, la ira puede ser el modo que cobre la transferencia en su vertiente hostil. Incluso puede llevar al desgarro del lazo transferencial. ¿De qué se trata la transferencia hostil? Aparece el enojo hacia el tratamiento ó el analista, se rechazan sus interpretaciones y se detienen las asociaciones: no hay falso enlace, desplazamiento, lapsus, actos fallidos. Se cierra el inconsciente y la transferencia opera como obstáculo para el tratamiento terapéutico.

¿Qué estrategias tiene el paciente para maniobrar en estos casos?

Notas de la Conferencia dictada por Carlos Guzzetti, el 12/10/21, titulada "Ira y angustia en transferencia". Forma parte del Ciclo de Conferencias 2021 "La angustia: su presentación en la clínica", de la Institución Fernando Ulloa.

Cualquier paciente consulta cuando fracasan sus recursos defensivos. Aparece la angustia, que es un afecto que es un equivalente de todos los demás afectos, en la medida que ellos proceden o van a parar a la angustia. Es también un límite último que es hasta donde se puede llegar un análisis, "la roca viva de la castración". 

Angustia, dolor y duelo son gradientes que aparecen en Inhibición, síntoma y angustia. Dice Freud que el dolor es la reacción ante la pérdida del objeto, que puede ser una persona querida, un ideal o cualquier cosa. La angustia es la reacción frente al peligro de la pérdida del objeto. Lacan a esto le da una vuelta, diciendo que la angustia surge cuando "falta la falta". El falo simbólico es lo que organiza todos los demás elementos y no concurre a la cita. Se pierde ese significante ordenador que muchas veces se reinstaura con el síntoma. La transformación del dolor en angustia es un trabajo de elaboración. 

La ira es una de las transformaciones del dolor, en un sentimiento coloreado, que atribuye al otro por el dolor que se sufre. 

La ira en la Ilíada

La Ilíada es un poema épico griego atribuido a Homero que narra los eventos de la Guerra de Troya, que tuvo lugar en la Edad del Bronce griega. El poema se centra en un período corto de tiempo durante la guerra, en particular en la ira del héroe griego Aquiles y su venganza contra el rey Agamenón.

La historia comienza con la cólera de Aquiles, quien se enfurece con Agamenón, el líder de los griegos, por haberle quitado a su esclava favorita. Aquiles se niega a luchar en la guerra, lo que provoca una serie de victorias para los troyanos, liderados por el príncipe Héctor. El conflicto entre Agamenón y Aquiles se intensifica cuando Agamenón decide tomar como botín de guerra a la esposa de Aquiles, Briseida, lo que lleva a Aquiles a retirarse de la lucha.

Sin la ayuda de Aquiles, los griegos sufren una serie de derrotas a manos de los troyanos, y muchos de los líderes griegos son asesinados, incluyendo a Patroclo, el amigo más cercano de Aquiles. Impulsado por la venganza, Aquiles regresa a la lucha para enfrentarse a Héctor, el asesino de Patroclo.

La batalla final entre Aquiles y Héctor es uno de los momentos más famosos de la literatura épica. Aquiles mata a Héctor y arrastra su cuerpo por el campo de batalla, lo que causa un gran dolor a la familia y amigos de Héctor. La Iliada termina con la devolución del cuerpo de Héctor a su padre, el rey troyano Príamo, quien se acerca a Aquiles y le suplica que le permita llevarse a su hijo para ser enterrado adecuadamente.

En resumen, la Ilíada cuenta la historia de la Guerra de Troya, con el enfoque principal en la ira de Aquiles y su venganza contra Agamenón y Héctor, y la lucha de los griegos por recuperar a Helena, la esposa de Menelao, de manos de los troyanos.
Dice el primer verso:

Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves -cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.

La cólera fue traducida del griego Menis. El tema es que no se trata de un sentimiento de enojo pasajero, sino un efecto permanente, un sentimiento arraigado y tenaz como la ira. La menis es un exceso, desmedido si se tiene en cuenta la tarea que tenían por delante. Aparece otro exceso, el de Agamenón, que es la hubris (arrogancia). Es la desmesura, lo que lleva al héroe al desastre. Un ejemplo es en el caso de Edipo. Para los griegos, la hubris era muy grave. La contrapartida de la hubris es la moderación, la sabiduría. 

La antología de lo pulsional la encontramos en la mitología, de manera que es muy útil introducirla en la clínica. En toda la Ilíada aparece la desmesura y el exceso, tanto en las batallas como en los sacrificios que se hacen a los dioses.

Georges Bataille, el primer marido de la mujer de Lacan, fue un escritor particular. escribió novelas eróticas, casi pornográficas. También escribió un tratado sobre el erotismo. 

El exceso
"El concepto de gasto y la parte maldita" es un ensayo filosófico del escritor y pensador francés Georges Bataille. En este ensayo, Bataille examina el concepto de gasto y su relación con la economía, la política y la moral.

Para Bataille, el gasto es una actividad humana fundamental que implica la liberación de la energía y la fuerza vital en un acto de exceso y derroche. Este acto de gasto no es productivo en términos económicos, ya que no se traduce en ningún beneficio tangible o utilidad práctica. En cambio, el gasto tiene una dimensión más profunda y espiritual que se relaciona con la búsqueda del placer y la satisfacción personal.

Bataille argumenta que la economía moderna se basa en la idea de la producción y la acumulación de riqueza, lo que ha llevado a una visión instrumental y utilitaria del mundo. En contraste, el gasto representa una fuerza subversiva que desafía esta lógica económica y que puede tener un efecto liberador y transgresor en la sociedad.

En "La parte maldita", la segunda parte del ensayo, Bataille explora la idea de que el exceso y el derroche son inevitables en cualquier sistema económico y que, en última instancia, son la causa de la creación y el desarrollo de la cultura y la civilización. Bataille argumenta que la parte "maldita" del gasto, es decir, la energía que no se utiliza para la producción y la acumulación, es en realidad la fuerza motriz detrás de la creatividad y el progreso humano.

En resumen, "El concepto de gasto y la parte maldita" es un ensayo que desafía la lógica económica dominante y defiende la importancia del exceso y el derroche en la vida humana y la cultura.

Bataille dice que en principio es el don, algo que se entrega. Es la primera derivación de ese exceso que hay en la humanidad. El don es una entrega que no espera reciprocidad. De las distintas formas del don que hay en la humanidad, muchas están en la Ilíada. La guerra es una forma de disipación de este exceso: se destruyen vidas y bienes materiales. El lujo, la ofrenda de riquezas, etc. También el erotismo es una forma de disipación del exceso.

Si bien Freud no conoció a este autor, es cierto que piensa del mismo modo a la operación psíquica: la expulsión de un exceso libidinal inasimilable. El el texto de La negación, el primer movimiento del psiquismo es la expulsión de algo que es el germen del mundo exterior, algo que sale del propio cuerpo como exceso y se proyecta hacia afuera, lo que construye un mundo que no es yo.

En Melanie Klein, la primera operación psíquica es la expulsión de la pulsión de muerte. 

¿De dónde proviene este exceso? De la idea fundamental de que la sexualidad viene desde los mayores. La idea freudiana inicial es que el trauma inicial que da origen a las neurosis proviene de una acción de sus progenitores, la seducción de un adulto. Freud se da cuenta que ese trauma no sucedió, sino que es una fantasía. En Tres ensayos dice que el adulto toma al niño como objeto sexual de pleno derecho. No habla de una acción inmoral como una violación, sino de los cuidados que hacen posible la sexualización del niño. Sin eso, el niño está condenado al marasmo.

Laplanche toma la idea de la seducción generalizada, en donde todos somos sexuados al haber sido seducidos por los cuidadores. Esa vivencia traumática puede tener dos destinos: ser un acontecimiento feliz que transforma y hace progresar al infante o puede tener un destino de catástrofe, como en el caso de los niños maltratados o abusados. Si el sujeto logra significar esa experiencia como nueva y de apertura a su vida emocional, es un acontecimiento. 

Podemos usar la metáfora de Primo Levy de "Los hundidos y los salvados": Los salvados van a consultar al analista porque la forma de procesamiento no les funciona (inhibición, síntoma, etc). Y los hundidos no hacen esta primera elección: llegan al hospital, al psiquiatra.

El exceso, que es la eficacia traumática de la seducción del adulto, es procesado mediante la pulsión. La pulsión es el modo de tramitación del exceso del trauma. Es un montaje complejo cuya satisfacción es sustitutiva. La pulsión no se satisface nunca planamente. En la pulsión se manifiesta un exceso que nunca termina de derivarse ni procesarse y eso es lo que empuja (drang).

Dolor
Hay una experiencia inicial del dolor que consiste en una cantidad excitación que ingresa al organismo, que es incapaz de procesarlo en ese momento. Esa cantidad que ingresa perfora la barrera antiestímulo, que es imprescindible para que el aparato psíquico pueda soportarlo. Eso es el dolor, que metapsicológicamente no tiene diferencia entre si es físico o psíquico. 

El dolor es el más imperativo de todos los procesos, dice Freud. Como el poeta que no puede producir por el dolor de muelas: se paraliza el trabajo psíquico. Ante esto, se puede apelar a la cancelación tóxica, que evita el trayecto pulsional, ya que el dolor es una pseudopulsión. Allí se va directamente a la fuente para cancelar el estímulo. 

Cuando un bebé llora, la madre tiene que decodificar ese llanto. Esa significación es algo que va produciendo la tramitación del dolor y se significa, lo que es un alivio parcial. 

Cuando alguien consulta padeciendo el dolor, tratamos de tejer una red significante que permita ubicar algunas cosas y moderando los estímulos. Lo hacemos con la palabra como forma de tramitación. El dolor es un límite a la asociación libre, por ejemplo ante una pérdida, donde el analista no tiene nada que decir. Solamente acompañar. 

En el camino que va desde el dolor a la angustia, hay varias estaciones intermedias. Una de ellas es el enojo, la ira, el resentimiento. En esta tramitación, el amparo del Otro es decisivo.

Una de las maneras de descargar el dolor es por la vía refleja, sin mediar el aparato psíquico. El grito es el paradigma de esa descarga automática. 

Caso clínico
Después de muchos años de análisis, Rolando (50) llega a cuestiones que permiten articular varios de sus síntomas y trastornos neuróticos. Durante un largo período de su vida, apeló a las drogas para acallar un dolor que venía de su vida infantil.

Rolando se había ocupado siempre de ser un niño ejemplar. Decía que era el niño peronista. Era abanderado en su escuela, se aprendía pasajes de los textos que estudiaba, estudiaba inglés y jugaba al fútbol hábilmente. Todo esto lo hacía para eludir la locura de su madre. Su madre era una mujer lábil emocionalmente, que le daba una paliza ante la más mínima contrariedad. Si llegaba tarde de jugar a la pelota, le decía que se iba a suicidar con una tijera. Ya adulto, vio en la casa familiar la marca en una puerta de un cabezazo de él en el curso de una paliza de su madre. 

El dolor fundamental no venía de las marcas en el cuerpo, sino de que la madre era incapaz de reconocer el esfuerzo enorme que él hacía para satisfacer los mandatos de los mayores. 

Su padre, un hombre bueno, cuando llegaba a la casa desoía los maltratos que Rolando le contaba acerca de su madre. Desmentía la denuncia que el hijo hacía: "Ya lo sé, pero... aún así...". La eficacia traumática estaba en aquella desmentida del abuso sufrido. Esa falta de reconocimiento se transformó en un enojo desbordante. 

El análisis de esa ira, la menis de Rolando, marcó largos tramos del tratamiento, porque ese enojo malograba diversas relaciones amorosas y amistosas. Como resultado de todo ese trabajo, un día tiene una revelación, un insight: que cada vez que decía "enojo", el debía decir "infantil". Al analista se le presenta, contratransferencialmente, la imagen de un niño con el seño fruncido. Rolando había sido tartamudo cuando niño, por lo que todos se burlaban. Era una forma de enojo que él no podía expresar y aquel era el precio que pagaba.

Cuando Rolando repetía las lecciones que se aprendía, no tartamudeaba. Con la tartamudez sucede que si la persona canta, por ejemplo, no tartamudea. La solución que Rolando encontró fue la de entrenar con la pierna zurda y en un verano logra hacerlo. de alguna forma, eso hace que supere la tartamudez, cosa que hoy en día no queda nada. 

El tema es que durante años Rolando había estado anclado en la ira, en el enojo y la inhibición. La creatividad estaba muy dañada, solo podía estudiarse de memoria las lecciones. Hoy en día, es un hombre extremadamente inteligente. 

La menis, el rencor, la ira, la cólera, puede ir en contra de un análisis. Los analizantes suelen creer que el deseo es posible de ser satisfecho mediante los objetos del mercado, de que hay una cura farmacológica para el dolor. Muchas veces la demanda terapéutica es una palabra milagrosa.

Las transferencias violentas aparecen en el consultorio, porque trabajamos en un campo libidinal de extrema tensión, como es la situación transferencial. Todos experimentamos emociones extremas, tanto en los pacientes como en nosotros mismos. A veces son ocasión de progreso en el trabajo analítico, pero otras veces causan pasajes al acto, acting out, incluso de la ruptura del vínculo transferencial. 

La única forma que tenemos de operar con todo esto es con la regla de abstinencia. Es decir, no ofrecer la ocasión de satisfacer en el paciente sus mociones pulsionales y sus demandas amorosas. La abstinencia del paciente es lo que guía al analista para preservar la productividad deseante y para eso se necesita de la abstinencia del analista, que es un rehusamiento del analista a satisfacer la propia libido, ya sea el narcisismo propio del analista. La omnipotencia o el furor curandis. Las tendencias sádicas del analista, pero también las masoquistas de dejarse hacer cualquier cosa. Todo esto por una ética práctica, porque sino no hay análisis posible.

Sandor Ferenzci ponía la atención en los efectos iatrogénicos que podía tener lo que él llamaba la hipocresía del analista. Sándor Ferenczi fue un psicoanalista húngaro que trabajó estrechamente con Sigmund Freud y contribuyó significativamente al desarrollo del psicoanálisis. En sus escritos, Ferenczi abordó la cuestión de la hipocresía del analista, refiriéndose a las tendencias de los analistas a ocultar sus verdaderos sentimientos y emociones detrás de una fachada de neutralidad y objetividad.

Ferenczi argumentó que la hipocresía del analista era una defensa contra las emociones intensas y los impulsos inaceptables que surgían en el contexto de la relación analítica. Según él, los analistas a menudo se sienten atrapados entre el deseo de establecer una relación auténtica y empática con sus pacientes y la necesidad de mantener una distancia profesional y una actitud neutral.

Sin embargo, Ferenczi argumentó que la hipocresía del analista es contraproducente y puede limitar la efectividad del tratamiento psicoanalítico. Él creía que los analistas deben ser honestos acerca de sus sentimientos y emociones, incluso si son difíciles o incómodos, y que esto puede ayudar a establecer una relación más auténtica y profunda con el paciente.

Ferenczi también abogó por la importancia del autoanálisis para los analistas, argumentando que solo al comprender y confrontar sus propias defensas y resistencias podrían ser capaces de ser más auténticos y efectivos en su trabajo con los pacientes. En resumen, Ferenczi reconoció la tendencia de los analistas a ser hipócritas y argumentó que la honestidad y la autenticidad son fundamentales para el éxito del tratamiento psicoanalítico.

Uno no puede dejar de ser empático con el sufrimiento del paciente, aunque no es eso lo que dirige la cura. No obstante, no hay que caer en la indiferencia ni en la indolencia.

martes, 6 de diciembre de 2022

Melancolía, ¿neurosis narcisista ó psicosis?

Las primeras entrevistas con el analista suelen ser casi como al estilo de un confesionario, por lo precipitado. Es como que el paciente se viene guardando mucho, así que cuando asiste, descarga. Muchas veces, el analista comete el error de escarbar eso y ponerse "buscar petróleo". A veces el paciente confiesa cosas que es mejor tomarlas en consideración y no trabajarlas inmediatamente, como es el caso de los abusos. 

Para Lacan, no hay nada más parecido a la neurosis que una pre-psicosis. Helene Deutsch hace un trabajo magnífico de las personalidades "como si". Ya en el siglo XIX, Moreau de Tours hablaba de los sujetos exentos, que eran sujetos que no eran neuróticos pero tampoco psicóticos. Hay una clínica de borde que obliga al diagnóstico diferencial.

Por ejemplo, hay pacientes que aparecen con una presentación fóbica y de repente uno se da cuenta que no era una fobia, sino una manera de poner una interposición a su afectación, de manera que al ponerle antidepresivos estallaban en una manifestación delirante. 

Caso: Un paciente de 65 años relata un abuso a los 10 años. Registra problemas con el juego. Dice que conoció a su primera mujer a los 12 años y desde ahí se registra una proliferación maníaca de mujeres. En su discurso se escucha un deseo de ser heterosexual, como si fuera un empuje. Aparece un semblante "soy heterosexual" recalcado muchas veces, al tiempo que rechazaba a la homosexualidad. Es decir, pasó 55 años de su vida bajo una lógica que no es la del automatón. De su padre, dice que él no funcionó como ideal y lo describe como muerto en vida.

En la clínica muchas veces se escuchan discursos sostenidos por una inercia dialéctica en algo que puede ser del orden de la realidad. Ahora, este caso no alcanzan los elementos para ser pensado como una psicosis. Pero si no podemos pensar tampoco en una estructura neurótica, ¿Qué podría ser? Una melancolía.

El tema de la melancolía fue tomada como psicosis para algunos, mientras que para otros se trata de una neurosis narcisista. Esta última posición es la de Freud.

Relacionado: Neurosis narcisistas: distinción y tratamiento.

En el caso, hay una salida maníaca a esa melancolía: la proliferación de mujeres con las que andaba y el juego. ¿Podríamos pensarlo como una compulsión obsesiva? La diacronía de la vida de ese paciente dice que no. Lo capital para pensar este caso es la inscripción del nombre del padre, pero la identificación al padre muerto. 

Dice Freud, en Panorama de las neurosis de transferencia:

76) El duelo por el padre primitivo surge de la identificación con él y ya hemos demostrado que dicha identificación es condición para el mecanismo de la melancolía.

En Kant con Sade, Lacan habla del dolor puro de existir de la melancolía:

‍¿Acaso...(ellos, que creen tener mejores oídos que los demás psiquiatras),... no han oído cómo ese dolor en estado puro modelaba la cantinela de esos enfermos que llamamos melancólicos? ¿Tampoco han tenido en cuenta uno de esos sueños que dejan trastornado al soñador, tras la penosa condición de un renacimiento interminable, en lo profundo del dolor de existir?

El dolor puro de existir es una buena referencia, del que Pura Cancina hizo un libro. El eje del superyó también es válido para evaluar estos casos. Freud se pregunta por qué el neurótico puede resistir al autorreproche. Justamente, es la estructura del yo y del ideal del yo. En la melancolía, como no hay atravesamiento de la novela edípica, no hay ideal del yo ni yo ideal que intercepten al autorreproche. Por eso aparece la crudeza del relato en un sujeto que está en función de la existencia pura. 

Por otro lado, el rasgo característico del melancólico es que la función del amor, cuando se produce, es un amor que lo cautiva. Cautiva de tal manera que si se pierde ese amor, el sujeto queda arrasado con eso que se pierde. Lo que el paciente del caso refiere de su sexualidad es un semblante, no lo presenta a la forma de una fantasía. Las mujeres aquí confirman que él es heterosexual. La función del objeto es en tanto ideal.

En estos pacientes, la transferencia que se esperan no es la analítica, sino la de trabajo: la conformación de un relato. El relato a veces sirve como un espejo que a al paciente le refleja algo que ha renegado, aunque sea ficticio. Se trata de una salida parafrénica, que sirve como forma de compensación para algunas psicosis.

jueves, 3 de noviembre de 2022

La pulsión en Freud y Lacan

Entrada anterior: ¿Qué es el inconsciente? El inconsciente como ruptura del discurso racional 

A partir de Tres ensayos, la pulsión, los fenómenos del asco, vergüenza, moral, dolor y compasión podrán ser puestos en serie y adquirir el valor de diques pulsionales. El concepto que adquiere la pulsión permite resignificar desarrollos tempranos que abordaban a estos fenómenos en términos de mecanismos de defensa frente a la noción de fuente independiente de displacer (que luego será el superyó).

Esta nueva conceptualización adquiere valor en función de un cuerpo pulsional y que conduce a las formaciones del inconsciente.

Así, Freud es llevado a revisar conceptos como la represión y la pulsión.

En La represión (1915) se establece una diferenciación entre el destino del representante psíquico de la pulsión y el del monto de afecto. El representante le permite ubicar el punto de inscripción de la pulsión en un aparato psíquico previamente formalizado.

Al mismo tiempo, el destino del monto de afecto da cuenta de una dimensión heterogénea al mecanismo psíquico y al dispositivo analítico. Ubicamos como referentes la compulsión del síntoma y la angustia. 

Con Pulsiones y sus destinos de pulsión esos elementos comienzan a tener un lugar más estructural y definido. El desdoblamiento antes referido entre el representante psíquico y el monto de afecto se continúa, de algún modo, en la mudanza en lo contrario y en la vuelta sobre la propia persona. Estos dos destinos "previos" figurados a través de los pares opuestos "sadismo/masoquismo" y "placer de ver/placer de mostrar" remiten a pulsiones que no se organizan en relación con el apuntalamiento.

"Pulsión" es una traducción impropia de trieb (fuerza, empuje), se trata de un concepto fundamental adoptado por convención. Se trata de una ficción, de un límite entre lo anímico y lo somático. "Un montaje", dice Lacan, de 4 elementos: la fuente, la meta, el objeto y la fuerza, cosa que Freud había dicho y que Lacan acepta. El término montaje en el seminario 11 de  Lacan es como construcción. El método de Heidegger es de desmontaje ó deconstrucción. de manera que Lacan propone, siguiendo esta lectura, desmontar a la pulsión.

Para Freud, la pulsión tiene un recorrido que incluso vuelve hacia la propia persona. Sin embargo, Freud va a decir que hay una forma de la satisfacción de la pulsión muy rara, que es la sublimación, es decir, sin que la pulsión tome un objeto en particular. Por ejemplo el arte, donde indirectamente se satisfacen pulsiones sexuales. Quiere decir que la pulsión puede realizarse sin alcanzar el objeto, al contrario del instinto, que invariablemente necesita del objeto. Esto va a ser muy aprovechado por Lacan.

En cuanto a la fuerza (drang), es una fuerza constante que parece instantánea. Siempre está ese empuje. Cuando habla del objeto, Lacan toma siguiendo a Freud que puede ser cualquiera, que no es específico. La fuente es de donde parte la pulsión y en cuanto a la meta, Lacan dice que se trata de rodear al objeto y no de alcanzarlo.

Por ejemplo, tomemos el sadismo:

En Freud, el masoquismo en Pulsiones y destinos de pulsión aparece de forma secundaria, haciendo el recorrido pegar, ser pegado y hacerse pegar. Cuando Freud escribió posteriormente El problema económico del masoquismo, establece que hay un masoquismo primordial, una fuente constante de displacer.

Freud hablaba de las pulsiones parciales, como la oral, la anal. Lacan agrega la mirada y dice que en el sadismo, lo que impera es la voz. Para Lacan, vociferar se homologa a pegar.

Para lacan hay una sola pulsión: la de muerte. Dice Lacan (1964):

La discusión sobre las pulsiones sexuales resulta un embrollo porque no se repara en que la pulsión aunque representa la curva de la realización de la sexualidad en el ser vivo, sólo la representa y, además, parcialmente. ¿Por qué asombrarse de que su término último sea la muerte cuando la presencia del sexo en el ser vivo está ligada a ella?

El sentido de todo es volver a lo inerte, pero por el desvío que realiza el deseo sobre el cuerpo, aparece la vida. De esta manera, para Lacan todas las pulsiones son parciales. No hay una pulsión total que nos lleve a esa meta, que es la satisfacción.


Lacan utiliza un esquema que la saca de una frase, que Lacan la pone en griego, que es de Heráclito: La vida es como un arco, cuya realización es la muerte:

Heráclito juega con dos palabras: Una es dios, que quiere decir "Arco" y otra es "bios", que es vida. Es una traducción incorrecta, pero lacan la toma para explicar que si todo fuera pulsión de muerte, se trataría de una línea recta. Es lo que vemos en los casos de marasmo: si un niño es entregado a un cuidador que no lo sostiene desde el amor, el chico muere. Es el deseo del Otro lo que erotiza al chico, lo que le da vida y sentido. Un sentido sostenido en el deseo del Otro, en el deseo de la madre.

La pulsión, de esta manera, es una fuerza constante que recorre un trayecto alrededor del objeto y en ese recorrido encuentra satisfacción. De esta manera, el concepto de pulsión es diferente al que normalmente encontramos en Freud.

¿Es la pulsión autoerótica? Freud en algún momento habla de la boca que se besa a mi misma. Hay que distinguir si la satisfacción del puro y simple autoerotismo de la zona erógena: 
La pulsión es el contorneo de un objeto que falta. Y cuando hablamos de zonas erógenas, hablamos de esas fases que tienen que ver no con tiempos generativos del orden biológico, sino que son tiempos lógicos:
Para Lacan, no hay una cuestión evolutiva en relación a la pulsión.

Si tomamos, por ejemplo, la pulsión de la mirada, tenemos que en el voyeurismo nos puede parecer que en el mirar mismo hay satisfacción. El tema es que una cosa es mirar y otra cosa es el voyeurismo. En realidad, la culminación de la satisfacción en el voyeurismo es poder ser descubierto. Lo atractivo y lo temido por el voyeurista es poder ser descubierto, de manera que tiene que ver con el exhibicionismo. 

En el voyeurismo hay una introducción de otro. Uno mira al otro, pero está el peligro y la pretensión de que el otro lo mire a él. Mirada que representa el deseo del Otro.
Cuando uno mira algo, cualquier objeto, en realidad ese objeto lo mira a uno. Es algo que suena raro, pero muy escuchado en pacientes psicóticos, donde un parlante, un enchufe de luz o la televisión los puede mirar. Eso es porque cuando uno mira algo, lo que no ve es su propia mirada viéndose mirar. Si uno se mira en el espejo, no ve su propia mirada mirándose.

Lo mismo ocurre con la voz. Uno habla, pero el mensaje le viene del Otro. En el caso de la mirada, uno mira cuando algo le capturó la mirada. De manera que las pulsiones tienen que ver con ese juego con el Otro.

La pulsión de muerte es una línea recta que hace permanecer en lo inerte, ¿Pero qué hace que la pulsión dé un rodeo? El deseo del Otro, que hace que uno tenga un sentido en la vida, traccionándolo para que arme un circuito, que aunque sea ficcional, es lo que nos hace sentir vivos, comprometiendo al cuerpo.

En los síntomas, algo del cuerpo se compromete, sobre todo aquellos que tienen una base compulsiva. La satisfacción de la pulsión no es totalmente autoerótica, porque requiere del deseo del Otro.

El dolor tiene que ver con ese punto que en Freud queda poco discernido. El dolor que tiene que ver con la violencia y con el sadomasoquismo, pero también tiene que ver con esa fuente independiente de displacer. Dice Lacan:

El dolor habla de un sujeto que aparece ahí, cerrado, en función del dolor:

En el sadismo, todo tiene que ver con una vuelta pulsional:

El tema del dolor persiste. Cuando el dolor, cuando es displacer, tiene que ver con algo más allá del principio del placer y que el psicoanálisis excpila por el lado del inconsciente. Ahora, el goce se encuentra perdido en el neurótico. Lo que se va a reencontrar en el neurótico es la promesa de goce. El deseo, en definitiva, es un deseo de goce. En el recorrido de la pulsión, todo eso entra en un juego y de lo que se trata es de recuperar algo de goce.


En el masoquismo, la realización del placer es en dolor, en la humillación. Todos estamos inmersos en una escena teatral sin darnos cuenta. Elegimos las cosas a partir de algo que se nos ha inscripto y nuestros gustos tienen que ver con esto. Elegimos y exigimos una satisfacción que nos compromete en cuerpo, en función de las zonas privilegiadas por el erotismo y en función del deseo. Esto, en el punto de vista analítico es la fantasía y lacan lo llama fantasma.

El fantasma es la trama argumental, es la estrategia que uno utiliza para enfrentarse al deseo, pero articulado también al recorrido de la pulsión. es una formación de compromiso entre el recorrido de la pulsión y la imposibilidad de concreción del deseo.

cada uno va repitiendo historias que no le son propias, lo hace de tal manera que no se da cuenta. Los fracasados al triunfar lo demuestran: una cosa es moverse por el displacer y otra cosa es lo que tiene que ver con el deseo. A veces nos engañamos y pensamos que el placer es la realización de deseo, pero no es así. Hay una trama oscura en esa trama que está dentro de nosotros.

Freud plantea una curiosidad en muchos análisis, que es que en determinada situación llegan a "Pegan a un niño". En la fase inicial hay una construcción, que aparece con vergüenza y con pudor, pero con intenso goce masoquista. ya no es "Pegan a un niño", sino "Un niño es pegado". Hay una tercera instancia en donde es el niño quien se hace pegar. Esto es interesante porque reproduce el mismo circuito de la pulsión.

Freud no pudo articular el tema del dolor, siempre queda como un interrogante, aunque intenta darle una explicación en Duelo y melancolía

lunes, 16 de mayo de 2022

Los cortes en el cuerpo ¿Un modo de acallar la angustia?

Cutting: definición y el que-hacer del analista
El cutting es una conducta riesgosa y compulsiva, en la cual el sujeto daña su propio cuerpo realizando cortes en los tejidos de la piel de las muñecas, brazos, piernas y muslos con un objeto cortopuntante.

Estos cortes en la piel se realizan de manera intencional pero sin fines necesariamente autolíticos (suicidas). Sin embargo, suponen un gran riesgo ya que, en muchas ocasiones, se repiten una y otra vez, haciéndose más profundos, lo que puede terminar en una lesión que requiere tratamiento ó en una muerte no intencionada.

Al darles la palabra a quienes padecen esta problemática, se halla que los cortes en la piel se utilizan como una "defensa" contra la angustia, la ansiedad y situaciones de estrés. El dolor físico, más delimitado, es usado como "distractor" del padecimiento psíquico.

Estas conductas autolesivas no representan por sí mismas ninguna patología o estructura psíquica determinada (neurosis, psicosis perversión). Puede asociarse, por ejemeplo, a estados de ansiedad, estados depresivos, trastornos de la alimentación, problemas en la relación con otros (pares, familia).

El cutting muchas veces se mantiene en secreto y los cortes en el cuerpo se esconden. Algunas posibles señales a tener en cuenta son:

- Mangas largas en pleno verano.

- Gran cantidad de pulseras ó muñequeras para esconder los brazos.

- Uso excesivo de vendas o curitas.

- Prendas que tapen los muslos.

El cutting esconde siempre un desesperado pedido de ayuda, y la posibilidad de poner en palabras emociones intensas. Por eso, trabajar con el entorno familiar y social resulta fundamental.

El corte, como acting o pasaje al acto, pone en evidencia serias dificultades en la operación de separación de los Otros primordiales (figuras de cuidado); el manejo de las pulsiones, ya que estas se descargan directamente en el cuerpo; la operatoria inconsciente que, en ese momento, queda fuera de juego.

El cutting es la forma que encuentran algunos adolescentes para expresar problemáticas que le generan gran angustia (generalmente del orden de la separación y dificultades identificatorias), careciendo para esto de una mediación inconsciente y por ello, su expresión consecutiva en palabras.

La terapia psicoanalítica intenta escuchar la función que tienen estos actos en cada caso, identificar qué situaciones los desencadenan y ayudar a procesar psíquicamente ese exceso de angustia. Se hace vía la palabra, trabajando en esa línea, las operaciones de separación y las identificaciones que, por el momento, no se han podido inscribir.

El analista debe garantizar un ambiente seguro y un encuadre flexible, para que el adolescente se sienta cómodo y pueda expresar lo que lo aqueja.

El analista también debe tener una posición más activa, ya que en estos casos el adolescente no suele llegar a la consulta con preguntas. Para él, el cutting es una solución y no un problema y es más bien traído por otros.

Es importante que el analista se abstenga de manifestar rechazos, censuras, amenazas, o sanciones. Debemos tener en cuenta que no es una problemática que se supere con consejos. Es necesario posibilitar la tramitación psíquica de la angustia excesiva que atraviesa el adolescente.

Como analistas, resulta esencial conocer nuestros límites. Por ello, no debemos dudar en hacer interconsultas con servicios médicos y de psiquiatría, si observamos que la vida del sujeto corre riesgo derivado de las autolesiones.

El sábado 9/4/22, la Lic. Silvina Galloro dictó el Taller Clínico titulado "Los cortes en el cuerpo ¿Un modo de acallar la angustia?". A continuación, las notas del taller.

En el cutting la palabra no está como mediadora para hacer con eso que el adolescente siente. Esta es su característica más importante, porque los jóvenes no pueden decir mucho al respecto, al menos al principio. El analista pretende devolver la palabra como un único instrumento para abordar las sensaciones.

Palabra, cuerpo y pubertad

En Freud, en el texto Tratamiento psíquico, tratamiento del alma de 1895 se encuentra en el tomo I de Amorrortu, tempranamente Freud establece que la palabra es el recurso e instrumento esencial para abordar a las patologías del cuerpo y del alma. Esta afirmación la sostiene durante toda su obra. En el texto señala la acción recíproca entre el cuerpo y la vida anímica, que no pueden ser pensados disociadamente. Freud da ejemplos cotidianos que habla de esa acción recíproca, como el florecimiento que uno siente cuando se está contento.

Otro asunto es de qué cuerpo se trata en psicoanálisis, que no es el de la medicina. En 1893 Freud realiza una comparación entre las parálisis orgánicas y las histéricas, donde sitúa que en las parálisis histéricas el cuerpo no responde a la anatomía. hay otro cuerpo en juego y la pregunta de Freud es de qué cuerpo se trata en las neurosis, que lo lleva a fundar los conceptos fundamentales, como el narcisismo. El narcisismo es aquello que permite la articulación entre el yo y el cuerpo, la apropiación del cuerpo.

Hay algo de la curación que se establece a partir de la palabra. ¿Pero cómo se presenta el cuerpo en la pubertad? El texto clave es Tres ensayos de una teoría sexual. Allí se encuentra la manera en la que Freud establece la temporalidad subjetiva. La primera infancia, como la primera presentación de la sexualidad infantil, que se aquieta en el período de la latencia y una segunda oleada de la sexualidad, que se ubica en la pubertad.

El fenómeno específico de la pubertad es el crecimiento de los caracteres sexuales externos e internos. Hay sensaciones nuevas internas, donde el púber se encuentra con un cuerpo nuevo. Leer esas sensaciones implica crear representaciones nuevas, es decir, algo con lo que no contaba. Se trata de un tiempo de transición para reconocer un cuerpo propio, del que hay que apropiarse. El adolescente se encuentra entre un cuerpo que fue y el que todavía no es. El púber n o cuenta representaciones para el tiempo que vendrá, es el tiempo de transición de esa imagen unificada de la infancia, donde ellos ya no se reconocen pero aún no tienen una nueva imagen de un cuerpo que cambia para ellos y para los ojos de los otros. La pubertad es un tiempo de profundo desconocimiento. La clínica con púberes debe leerse desde ese lugar.

Si el narcisismo permite el anudamiento entre el yo y el cuerpo, debemos pensar que en la pubertad hay una vacilación del narcisismo, donde no es tan fácil reconocerse. Hay una lectura de que el púber es raro, que ya no se encuentra en las cosas que le gustaban, una vuelta que quieren hacer a eso que les es conocido, pero que sin embargo ya no le da las mismas satisfacciones. El tema es que tampoco tienen el modo de explicar eso que les pasa. Al tomar tanto protagonismo el cuerpo, la palabra queda silenciada, no hay modo de decir sobre eso y esto es estructural. 

En los púberes encontramos déficit en la palabra como mediadora, porque está tomada por esta transformación del cuerpo. La pubertad en si misma habla de ese déficit. Hay un silenciamiento del modo de decir y ahí encontramos características como la soledad. 

El cuerpo del psicoanálisis se presenta libidinizado bajo las marcas de los Otros parentales. Es un cuerpo particularizado por el encuentro con el Otro. La adolescencia es una conceptualización socio-histórica, a nosotros nos interesa las operaciones que el adolescente debe realizar. Una de ellas es llevar el cuerpo puberal a la escena social, donde se genera una tensión entre lo subjetivo y lo social. Muchas presentaciones de los adolescentes toman los significantes sociales que constituyen subjetividad, por ejemplo, los cortes.

En el discurso adolescente, los cortes tienen un lugar de transmisión, un lugar de identificación, de hacer comunidad, de encontrarse con los otros. El padecimiento adolescente conlleva a una estética, donde la estética es la relación entre lo subjetivo y lo social. Muchos chicos encuentran a los cortes como prácticas que hacen los amigos y hacerlas lo hacen formar parte de la escena adolescente. No se trata de un tema de modas, sino un enlace subjetivo a lo social que hace que muchos adolescentes se corten. Habitar la escena adolescente hace que se compartan prácticas. Los tatuajes también ponen en escena al cuerpo en su dimensión escritural, donde el cuerpo también es una superficie de escritura. 

Caso 1

Aldana (14) es derivada por la escuela donde concurre, la cual envió un informe que ella se hacía cortes superficiales desde hace varios meses. Los cortes lo descubren en la escuela; los padres no se habían dado cuenta. Tenía cortes en las muñecas, uno al lado del otro. Usaba una pulsera elastizada muy ancha para taparlos. Cuando la psicóloga de la escuela le comunicó esto a los padres, ellos tuvieron mucho miedo. Los cortes en el cuerpo suelen asustar a los padres, cosa que hay que tener en cuenta, aunque sea un tema que se escucha hablar. 

Aldana tuvo un cambio de colegio en el secundario y ante ese cambio los padres comienzan a notar conductas diferentes. Se encerraba en su cuarto, no quería compartir con los padres, se quedaba viendo videos... En ese contexto comienzan los cortes y los padres se asustan, pero la joven sigue haciéndolo. La joven no podía decir nada de eso.

Es importante que el analista haga preguntas por los cortes. ¿En qué contexto se realizan, cómo, cuándo? hay que historizarlos y no tomarlos como hechos aislados. Ver como se entraman en la estructura de cada sujeto, en lo cotidiano, fijarse si responden a algo, en qué momento preciso el joven necesita acceder a esa conducta.

La paciente dice que se siente triste, pero no sabe bien que le sabe. No logra ubicar la tristeza en relación a algo. Ella quiere volver a la escuela, volver con sus amigas, quienes cambiaron también, aunque ella quiere recuperar lo que tuvo. Los padres, con su enojo por lo de los cortes, la miran de otra manera. En la pubertad, esto también se presenta: el adolescente se vuelve un extraño a los ojos de los padres. Los analistas también deben trabajar en ese "entre" los jóvenes y sus padres, para que no se asiente su soledad.

La joven también añora actividades que antes hacía y ahora le aburren. Hay algo del duelo, por lo que antes tenía y ya no se puede regresar. El dolor escenifica una sensación que aquieta, dando la sensación que de ahí no se puede salir. Lacan, en el seminario 7, habla de la petrificación en el dolor, leyendo El proyecto de Freud, donde Freud ubicaba que no había forma de procesar esos estímulos internos. Algo del dolor en sí mismo se agrega a la soledad que muchos adolescentes sienten. Como el adolescente no tiene las palabras, muchas veces es el analista quien debe prestarlas mediante comparaciones, poner en escena emociones, para que el púber pueda identificar lo que le pasa. Debemos armar representaciones, allí donde no las hay, propio del déficit simbólico de la pubertad.

En el caso de Aldana, se juega esto de la continuidad que fue cortada. Aldana logra historizarla, armando un proyecto a futuro. Ella comienza a relacionarse con sus amigas de otro modo. Puede ubicar que los cortes nacieron como una idea al verlo en publicaciones de sus amigas. Aparece lo social y los cortes como un modo de acercarse. Cuando realizó el duelo, no volvió a acudir a los cortes como apaciguamiento de la tensión en el cuerpo que no podía poner en palabras.

Este caso es más complicado por la estructura del joven. Tenía muy poca capacidad de representación simbólica para leer eso que se producía en su cuerpo y los cortes le permitían localizar y acotar aquello que se le aparecía como inefable. 

Caso 2

Martín (14) concurre a la guardia del hospital porque se hizo cortes profundos en los antebrazos. Él dice que no fueron con la intención de hacerse daño ni de matarse, sino que se sentía mal y quería ver si se sentía mejor porque había escuchado que algunos chicos se sentían mejor después de cortarse. Cuando Martín vio esos cortes en el cuerpo, la piel le tiraba en la cicatrización y que la piel tenía una autonomía. Se rascaba y volvía a sangrar, se quedaba mirando la sangre como un modo donde él ubicaba su sufrimiento y se lo mostraba al Otro.

Martín sentía que algo ya no podía ser como era. Antes jugaba al fútbol, iba al colegio. Perdió las ganas de hacer esas cosas, se encerraba en la casa sin querer salir. La presentación era con pocas palabras, solo podía ubicar que estaba mal. No podía identificar si estaba triste, enojado, angustiado. Cuenta que por la noche tenía insomnio, que los ruidos por la noche se le volvían hiper presentes, que siente presencias en su casa que saben que no son reales. Hay algo que se configura como presencia y lo atemoriza. Con ayuda de medicación, pudo recuperar el sueño y regresó a la escuela. 

Con el tiempo, pudo ubicar algo de aquella presencia, nombrar esos miedos que tenía de noche, buscar recursos como escuchar música, dejar la luz prendida. Un modo de hacer distinto que con los cortes. 

Caso 3

Ana (13) está en el primer año del secundario, discute con la madre porque no la deja salir. Ana no conoció a su padre y durante su gestación, la madre se separó de él por ser violento. Años más tarde Ana se enteró que él falleció en una pelea barrial, por lo que Ana confirmó que la decisión de la madre estuvo bien. La relación con su madre es dual, siempre estuvieron solas, cosa que dicen en su modo de presentación.

En la relación con su madre, encontramos una tensión permanente entre la agresividad y el pegoteo. La madre de Ana no tenía amigas y a ella se las limitaba mucho. Hay una dificultad de ambas para producir una separación, una distancia óptima y saludable. La relación a veces llevaba a empujones, insultos, escándalos en cualquier lado. La madre, como única forma de poner un freno, le decía "te callás". Ana se callaba, iba al baño y se producía cortes en la cadera. Ana se había cortado la muñeca, pero la madre la descubrió y le pegó. Entonces, la respuesta de Ana fue producirse los cortes en la cadera para aflojar esa tensión.

En este caso, lo que se ubica es una relación conflictiva entre padres e hijos, por lo cual hay que trabajar con ambos. La clínica infantojuvenil nos muestra un discurso sostenido por los padres, por lo cual es necesario producir intervenciones en ambos. La madre de Ana creía que si ella salía con las amigas la podían secuestrar, robar o no verla nunca más. La madre respondía a eso con una presencia permanente y asfixiante para ambas. Ana decía que quería irse, fugarse, pero le daba mucha culpa de dejar sola a su madre. Se tuvo que trabajar mucho en esta separación. Acá el corte tiene una dimensión significante: se corta en el cuerpo aquello que no estaba habilitado en los cortes de la relación. El corte es una metáfora del corte con su madre. 

Estos casos despliegan lo que Freud nombró como metamorfosis de la pubertad, tiempo que implica un desconocimiento para el púber y los padres, que se enfrentar a nuevas realidades. ¿Cómo hacer con un mundo donde se ubica lo siniestro y la endogamia pareciera ser la única opción? Muchas veces el analista debe intervenir para facilitar esa salida, ese pasaje, que es propio de la escena adolescente.

La pubertad implica el pasaje de un antes que era conocido y un futuro que no hay aún modo de representar. El analista debe prestar palabras, prestar relatos, introducir la fantasía como posibilidad de poner representaciones que las vayan haciendo más cercanas y reales. ¿Cómo hacen los otros chicos? El analista puede ofrecer el lugar de "uno entre otros", para que se puedan ubicar más y no queden tan por fuera. A los otros también les pasa, ¿Cómo hacen? Es la posibilidad de leerse en serie, como uno más.

La pubertad tiene un correlato angustioso ante el no saber cómo responder y no poder anticiparse ante esa realidad desconocida. El corte ofrece un alivio temporal, porque luego la tensión vuelve a hacerse presente. Devolver la palabra como mediación es una alternativa eficaz para que el corte deje de ser un recurso. 

Es importante tener en cuenta que los fenómenos -cualquiera sean- no hablan por si mismos. El analista debe encontrar cuál es la característica del fenómeno en cada estructura subjetiva, qué lugar ocupa en cada sujeto y qué es lo que este puede decir de eso. Es el paciente quien le da sentido al fenómeno y el analista debe armarlo en la escena en que aparece: cuándo fue la primera vez que apareció, frente a qué situación, cómo lo hicieron, a quién se lo contaron... Esto arma la escena ampliada de esto que aparece como un detonante.

La pubertad implica un tiempo de enloquecimiento en si mismo. El no reconocimiento de la imagen de los otros, o de la propia imagen, la discontinuidad de la historia, el duelo por no volver al estado anterior constituye un tiempo de extrema fragilidad. Con la palabra se intenta reconstituir algo de ese tiempo.

El analista no debe ser silente, sino ir a pescar qué series miran, con qué se identifican, pescar todo lo que a ellos no les parece propio en ese mundo que los habiota. hablar de los otros, de sus amigos, escuchar qué se repite en la queja. Eso que aparece cortado, devolverlo a la historización.

En la adolescencia, es interesante la distinción entre duelo y angustia. El dolor implica un ensimismamiento, porque se pone en juego las sensaciones internas y ahí se siente el cuerpo en una presencia que es mucho más contundente. El cuerpo en la adolescencia es doloroso, torpe. Esto, que es esperable, debe ser enlazado a una escena que no los deje en un puro sufrimiento. A veces los cortes aparecen como diques a la angustia desbordante. 

Muchas veces en los padres aparece la desilusión que como los hijos no quieren estar con ellos, no es el amor lo que se pierde, sino que el mismo ha mutado.