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lunes, 31 de marzo de 2025

Síntoma y carácter

 Introducción.

Freud introduce el carácter como un obstáculo al trabajo interpretativo. En este sentido, parece ofrecerse como una alternativa a la clínica del síntoma. El encuentro con el carácter como resistencia, ha conducido a varios autores post freudianos hacia la organización de una clínica que separa el trabajo con el síntoma del análisis del carácter. En este sentido, tal como se trabajó en el Anuario de Investigaciones XXI, W. Reich propone abordar primero, en una “fase introductoria” el carácter y no interpretar los síntomas hasta tanto no se haya vencido la “coraza caracterológica” (Reich 1949)1.

El presente trabajo se propone examinar los conceptos: síntoma y carácter, en la obra freudiana, con el objetivo de indagar un aspecto del carácter susceptible a la interpretación propuesto por Freud en sus desarrollos; y, por otro lado, reflexionar sobre la relación entre el núcleo del síntoma refractario a la interpretación y el concepto de rasgo de carácter.

Acerca del síntoma.
El síntoma se introduce en la obra de Freud junto con la idea de trauma psíquico. Una vivencia sexual prematura y traumática, será la causa de estos fenómenos conversivos que han fascinado en primer lugar a Charcot y luego, por transferencia, al fundador del psicoanálisis. Lo que motiva, en este primer tiempo, la clínica freudiana, es la pasión por el origen, la búsqueda del recuerdo patógeno que justifique la presencia del síntoma. Es en esta exploración, que Freud se encuentra con una novedad, así lo expresa él mismo, y es que hay ciertos síntomas que remplazan expresiones verbales. La mirada penetrante de la abuela de Cäcilie, se traduce en un dolor en el entrecejo. La angustia de “no entrar con el pie derecho”, se transforma en fuertes dolores en el talón derecho. A partir de estas “referencias simbólicas”, Freud concluye que “existe un propósito de expresar el estado psíquico mediante uno corporal, para lo cual el uso lingüístico ofrece los puentes” (Freud 1893, 35).

Estas “simbolizaciones”, introducen la idea del síntoma como portador de un sentido. Pero además, estas expresiones equívocas que impactan el cuerpo, ponen al descubierto el quiebre entre la palabra y lo que ella pueda significar. En este sentido, Freud comienza a escuchar el síntoma como una metáfora.

Mientras que el síntoma conversivo lleva a la conceptualización del cuerpo para el psicoanálisis, un cuerpo afectado por la palabra; la sintomatología de la neurosis obsesiva, revela algo que “no se puede solucionar” y que en efecto, se constituye en un primer límite a la interpretación. Se trata de la compulsión (Zwang) que “no puede ser resuelta por la actividad psíquica…” (Freud 1896, 174), que se transfiere de un síntoma a otro hasta llevar al obsesivo a una “existencia extravagante con innumerables síntomas…” (Freud 1896). Esta dimensión, anticipa lo que más adelante será examinado como la satisfacción pulsional que soporta el síntoma.

En 1900, el síntoma se reordena dentro de las formaciones del inconsciente junto con el fallido, el lapsus, los sueños y el chiste. Luego de definir la función que realiza el “trabajo del sueño” a partir de los operadores: condensación y desplazamiento, Freud afirma que existe una “plena identidad entre las peculiaridades del trabajo del sueño y la actividad psíquica que desemboca en los síntomas psiconeuróticos” (Freud 1900, 587).

Sin embargo, el síntoma presenta una particularidad que lo diferencia del resto de las formaciones del inconsciente: su permanencia en el tiempo.

No es casual, que algunos años después, en Tres ensayos de teoría sexual (1905), Freud introduzca el concepto de pulsión. En este texto comienza a trazarse una nueva perspectiva que considera el síntoma como una satisfacción sustitutiva. Contemporáneo a este escrito, es el caso Dora donde en el epílogo, señala que “la sexualidad no interviene meramente como un deus ex machina (…) sino que presta la fuerza impulsora para cada síntoma singular” (Freud 1905, 100).

En este sentido, señala que el síntoma es el retorno de esos modos parciales de satisfacción pulsional, que han hallado en “incitaciones vivenciadas (experiencia de seducción)” el material para su fijación. Concluye de un modo radical, señalando que “los síntomas son la práctica sexual de los enfermos” (Freud 1905, 148).

En la 19ª Conferencia, se pregunta por el sentido de los síntomas y responde que “…sirven a la satisfacción sexual (…), son un sustituto de esa satisfacción que les falta en la vida” (Freud 1916-17, 273). En efecto, si tal como lo enseña el psicoanálisis, hay una privación que alcanza a todo ser hablante, se deduce cómo el síntoma comienza a asumir un estatuto necesario.

En la 23ª Conferencia agrega que la modalidad de satisfacción que el síntoma aporta tiene en sí mucho de extraño ya que se vuelca en una sensación de sufrimiento. Y agrega que el síntoma “repite la modalidad de satisfacción de la temprana infancia” (Freud 1916-17, 333). Es entonces cuando introduce el concepto de fijación: “…La experiencia analítica nos obliga sin más a suponer que unas vivencias puramente contingentes de la infancia son capaces de dejar como secuela fijaciones de la libido” (Freud 1916-17, 329).

La fijación viene a responder por la persistencia del síntoma. A diferencia de su vertiente simbólica, en la cual el desplazamiento de la libido opera otorgándole una envoltura descifrable, aquí se trata de la detención del movimiento libidinal en torno a un objeto de la pulsión.

Freud comienza a ubicar el problema de la satisfacción en la cura, y en efecto señala que la eliminación de los síntomas no es todavía la curación de la enfermedad dado que “tras eliminarlos resta la capacidad para formar nuevos síntomas” (Freud 1916-17, 326).

Acerca del carácter
El carácter es un concepto que Freud ha vinculado con la pulsión en más de una oportunidad. En La predisposición a la neurosis obsesiva señala que “en el campo del desarrollo del carácter, tropezamos con las mismas fuerzas pulsionales cuyo juego hemos descubierto en la neurosis” (Freud 1913, 343). Pero agrega, que en el carácter falta el fracaso de la represión y el retorno de lo reprimido; allí operan la formación reactiva y la sublimación.
En Tres ensayos de teoría sexual señala que “el carácter de un hombre, está construido en buena parte con el material de las excitaciones sexuales, y se compone de pulsiones fijadas desde la infancia, de otras adquiridas por sublimación y de construcciones destinadas a sofrenar unas mociones perversas, reconocidas como inaplicables” (Freud 1905, 218).
En De guerra y muerte. Temas de actualidad, menciona que luego de superados los destinos pulsionales “…se perfila lo que se llama el carácter de un hombre…” (Freud 1915, 283).
Estas primeras reflexiones acompañan la idea del carácter como efecto de las primeras defensas que pone en juego el ser, que recién devendrá sujeto en la deriva pulsional. En este sentido, Freud ubica en Pulsiones y destinos de pulsión dos destinos pulsionales previos a la represión: “la transformación en lo contrario” y la “vuelta hacia la persona propia”. ¿Habrá alguna relación entre estos modos en que se inscribe la pulsión y la constitución del carácter?
En esta línea de investigación, Harari señala que el carácter se revela mucho menos “un modo o tipo habitual de reaccionar”, tal como fue conceptualizado por la mayoría de los autores postfreudianos, “que un precipitado, quizás contradictorio, de la historia pulsional de un sujeto” (Harari 1988, 30). Esta última perspectiva del carácter como portador de la historia libidinal de un sujeto, lo convierte en un concepto interesante para indagar en el marco de la práctica analítica. Precisamente porque pulsión y carácter se vinculan muy íntimamente.

Retomando la perspectiva freudiana, donde la fijación se produce a partir de vivencias contingentes de la infancia. Es interesante que en el caso del Hombre de las ratas surja, como efecto de una escena infantil determinante en relación a su sintomatología, además, la constitución de un rasgo de carácter que lo acompaña durante toda su vida. Freud señala que luego de haber recibido del padre una reprimenda, “por angustia ante la magnitud de su propia ira se volvió cobarde desde entonces” (Freud 1909, 161). Es decir, que al “quedar preso de una ira terrible” y además, agrega Freud, al no contar con palabras para insultar al padre, se constituye un rasgo de carácter. Se observa entonces, el contiguo entre la pulsión y el carácter, que se origina además, allí donde todavía no se cuenta con el lenguaje para tramitar lo traumático de la escena: la exigencia pulsional.

En Carácter y erotismo anal los rasgos de carácter que permanecen son continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias, sublimaciones de ellas, o bien formaciones reactivas contra ellas”. (Freud, 1908, 158).

Una vez más, aparece la referencia a la pulsión, pero esta vez, haciendo uso de la noción de rasgo de carácter, se introduce la novedad del rasgo que permanece por ser una “continuación inalterada de las pulsiones originarias”.

Esta perspectiva, será retomada hacia el final para vincularla con los desarrollos que realiza Freud sobre el síntoma en Inhibición, síntoma y angustia.

Donde el carácter se acerca al síntoma.
En Carácter y erotismo anal, la fijación, como momento lógico de detención de la pulsión da cuenta de la persistencia de una satisfacción y de su vinculación con los denominados rasgos de carácter.

El texto comienza indicando cómo durante la tarea analítica se “tropieza” con los rasgos de carácter de ciertas personas que sobresalen por ser ordenadas, ahorrativas y pertinaces. Es decir que de entrada, una vez más, Freud está ubicando el carácter como un obstáculo al trabajo analítico. Pero también, inmediatamente, establece una relación entre los mencionados rasgos de carácter y el erotismo anal.

Aclara que ni siquiera para él “es muy transparente la necesidad íntima de ese nexo” (Freud 1908, 156), sin embargo, agrega que fue la experiencia acumulada aquello que lo condujo a establecerlo.

En efecto, intenta crear un marco teórico que justifique el vínculo entre la fijación a la fase sádico - anal, que también denomina “resalto erógeno hipernítido de la zona anal”, y los rasgos de carácter mencionados.

Hacia el final del texto expone una idea interesante y es que aquellas personas que en su vida madura conservan una aptitud erógena de la zona anal, v. gr. los homosexuales, poseen una “modelación particular del carácter anal” (Freud 1908, 158).

Esta idea será retomada por Reich en Análisis del carácter señalar que en el caso del “carácter neurótico”, los rasgos de carácter que obstaculizan la capacidad social y sexual surgen por una estasis libidinal. En cambio, ocurre lo contrario en el caso del “carácter genital” donde “se alterna entre la tensión libidinal y la adecuada gratificación libidinal; esto es, posee una economía libidinal ordenada” (Reich 1967, 187). De allí surge la orientación del tratamiento que propone Reich y que consiste en lograr la satisfacción orgástica, aquella que en palabras del autor representa una “sana economía libidinal” (Reich 1967, 196).

En cambio Freud, comienza a explicar el nexo entre la zona erógena anal y los rasgos de carácter, a partir de un abordaje simbólico. Señala que se trata de una relación del tipo Mammon = ilumanman, que significa que el oro es la caca del infierno (doctrina de la antigua babilonia). Y agrega que “si la neurosis obedece al uso lingüístico toma aquí como en otras partes las palabras en su sentido originario, pleno de significación; y donde parece dar expresión figural a una palabra, en la generalidad de los casos no hace sino restablecer a esta su antiguo significado” (Freud 1908, 157). Entonces, es posible que la oposición entre lo más valioso que el hombre conoció y lo menos valioso, aquello que desecha de sí, haya llevado a esta identificación condicionada entre el oro y la caca2.

En el texto Sobre la trasposición de la pulsión, en particular del erotismo anal retoma lo trabajado en Carácter y erotismo anal, y dice haber descuidado en ese entonces la apreciación teórica. En efecto, formula una serie de preguntas sobre las mociones pulsionales anal-eróticas:
¿Cuál fue su destino, luego que perdieron su significatividad para la vida sexual tras el establecimiento de la organización genital definitiva?” ¿Son reprimidas, sublimadas o se trasponen en cualidades del carácter? “¿O hallan acogida en la nueva conformación de la sexualidad regida por el primado de los genitales?” (Freud 1917, 117).

Como punto de partida, retomando de algún modo el abordaje simbólico que propuso en 1908, menciona que en las producciones del inconsciente - en las fantasías, en los síntomas -, los conceptos caca (dinero, regalo), hijo y pene se distinguen con dificultad y son tratados como equivalentes. Es decir que se sustituyen sin reparo unos por otros.

Menciona que la equivalencia simbólica se aprecia mejor en el vínculo entre “hijo” y “pene” ya que ambos, tanto en el lenguaje simbólico de los sueños como en el lenguaje cotidiano, pueden ser sustituidos por un símbolo común, el “pequeño”.

Así, va desarrollando el modo en que, a partir de ciertas equivalencias inconscientes, las investiduras libidinosas transfieren su carga. Un ejemplo es cómo la trasposición de un monto de investidura aplicado al intestino se extiende al hijo, “un testimonio lingüístico de esta identidad entre hijo y caca es el giro recibir de regalo un hijo” (Freud 1917, 120).

En resumen, Freud va mostrando cómo se producen las diversas trasposiciones: una parte del interés por la caca se traslada al interés por el dinero, y otra al deseo de un hijo. Es interesante que frente a la pregunta por el destino de las mociones pulsionales anal-eróticas surjan los denominados “sustitutos psíquicos” (Freud 1917).

En este sentido, Fabián Fajnwaks señala que entonces “un rasgo de carácter puede, de esta manera recibir una carga pulsional a partir de una equivalencia o de una identidad inconciente” (Fajnwaks 2002, 232).

Podría pensarse entonces que Freud no descarta la posibilidad de interpretar las formaciones reactivas cernidas en el carácter del mismo modo que se interpretan las trasposiciones: siguiendo el recorrido de las identidades inconscientes se desemboca en la satisfacción pulsional que las sustenta (Fajnwaks 2002).

En este sentido, Freud parece estar exhibiendo un aspecto sintomático de la formación reactiva, que podría ser susceptible a la interpretación.

Lo que queda como pregunta es cuál es el destino de aquellas mociones pulsionales que, como señala Freud, “han sido desposeídas de su significación en la vida sexual”, es decir que no ingresarían en la perspectiva de las equivalencias simbólicas mencionadas.

Donde el síntoma se acera al carácter.
En Inhibición, síntoma y angustia, el síntoma se define como un “indicio y sustituto de una satisfacción pulsional interceptada, es el resultado del proceso represivo” (Freud 1925, 87). La represión muda un placer en displacer, se produce, dice Freud, una “degradación a síntoma del decurso de la satisfacción” (Freud 1925, 91). Por un lado, esta definición del síntoma introduce como novedad la referencia al mecanismo de la represión, ya no como la sustitución de una representación por otra sino como aquello que convierte la satisfacción de la pulsión en displacer. Por otro lado, surge muy fuertemente un acercamiento entre el síntoma y la pulsión. En este sentido, la “degradación a síntoma del decurso de la satisfacción”, donde el síntoma se presenta como un devenir de la pulsión, puede vincularse con la perspectiva del carácter antes mencionada, donde los rasgos de carácter que permanecen son “continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias”.

Ambas referencias dan cuenta de cómo se produce la fijación de la pulsión, que asume la forma de un rasgo de carácter, o bien constituye el núcleo del síntoma, alrededor del cual, se tejera un sentido inconsciente que le ofrecerá un texto a esa modalidad se satisfacción.

En este sentido, Miller señala que existe una diferencia entre el síntoma y el carácter, pero cuando se toma la perspectiva de la satisfacción, “ambos son modalidades de la satisfacción de la pulsión (Miller 2011, 119).

En 1925 Freud introduce la referencia al síntoma como extraterritorial, como un “cuerpo extraño”. De este modo, ubica cómo en el núcleo del síntoma habita una satisfacción pulsional, que es anómala y discordante. ¿Puede pensarse lo mismo en relación al carácter?

Es habitual ubicar los rasgos de carácter en sintonía con el yo. En este sentido, el carácter no se presenta como un cuerpo extraño para el sujeto, por el contrario, los rasgos son concientes y se acompañan de argumentos que justifican una modalidad de satisfacción que el sujeto se resiste a abandonar. Freud lo enuncia del siguiente modo:
Las formaciones de sistemas de los neuróticos obsesivos halagan su amor propio con el espejismo de que ellos, como unos hombres particularmente puros o escrupulosos, serían mejores que otros…” (Freud 1926, 95).

De un modo similar, lo sitúa en Algunos tipos de carácter dilucidados por la experiencia analítica, cuando señala que el trabajo analítico requiere de una renuncia a cierta satisfacción pulsional y que se tropieza con individuos que argumentan haber sufrido demasiado, que no quieren renunciar a una “ganancia de placer fácil e inmediata” (Freud, 1916, 319) arguyendo que son “excepciones y piensan seguir siéndolo” (Freud 1916, 320).

Ambas referencias dan cuenta de la satisfacción narcisista que sostiene el “yo soy así” y la no renuncia a dejar de serlo.

Sin embargo, es diversa la perspectiva del carácter que Freud insinúa en un caso clínico que presenta en Moisés y la religión monoteísta. Luego de analizar la neurosis infantil de un joven, y su relación con los síntomas de la neurosis adulta, señala que frente a la muerte del padre le salen a relucir, “como el núcleo de su ser”, unos rasgos de carácter que volvían difícil su trato con el mundo. “Era la copia fiel del padre” (Freud 1939, 77). El estatuto que Freud le otorga a estos rasgos, vinculándolos con el núcleo del ser del sujeto, difiere de la dimensión del carácter mencionada anteriormente. Aquí, los rasgos de carácter que irrumpen, lo hacen desde cierta exterioridad; Freud hace referencia a esta cuestión señalando que se trata de un “retorno de lo reprimido”, proceso que hasta ahora nunca había estado vinculado con el carácter. El análisis de este caso, revela además, la relación que existe entre los rasgos de carácter con la identificación. Perspectiva que quedará pendiente para un próximo artículo.

Reflexiones finales.
El carácter se presenta en la experiencia analítica como “más inasequible y menos transparente que los procesos neuróticos” (Freud 1913, 343). Pero no por ello, imposible de ser abordado mediante el dispositivo analítico. Hay un aspecto sintomático de la formación reactiva que parece ser susceptible a la interpretación. Sin embargo, hay del carácter lo que se constituye en un verdadero límite, allí donde las pulsiones inalteradas fijan un modo de satisfacción que resiste y que se muestra como uno de los mayores obstáculos que se oponen a la cura (Freud 1937). En este sentido, el rasgo de carácter se vuelve un concepto cercano al de síntoma. Surge entonces la pregunta sobre el vínculo entre ambos conceptos. ¿Podría ser el rasgo de carácter lo que habita en el núcleo del síntoma? Si se considera posible esta idea, el rasgo de carácter como modalidad de satisfacción, efecto de las primeras fijaciones, quedaría articulado a los “restos sintomáticos” (Freud 1937), que nombran en Freud una dimensión de lo imposible.

1 Este tema ha sido trabajado en el artículo “La problemática del carácter: Un contrapunto entre S. Freud y W. Reich”, donde aparecen los dos períodos del tratamiento propuestos por Reich: la “fase introductoria”, donde el autor propone analizar el carácter; y el “proceso de curación propiamente de dicho” que corresponde al momento en el cual se realiza la interpretación de los síntomas.

2 Con esta idea, un par de años después, escribe Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas (1910) y cita al lingüista Abel que se detiene en el hecho de que la lengua egipcia posee un elevado número de palabras que poseen dos significados a la vez, cada uno de los cuales designa lo contrario.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1- Fajnwaks, F. (2002) El problema del carácter en la obra de Freud. In: Cuadernos de Psicoanálisis, n. 26, (EOL: CD - 26).         [ Links ]

2- Freud, S. (1893) “Sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, III.

3- Freud, S. (1896) “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, III, 157-185.

4- Freud, S. (1896) “Manuscrito K. Las neurosis de defensa”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, I, 260-269.

5- Freud, S. (1900) “La interpretación de los sueños”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, V.

6- Freud, S. (1905) “Tres ensayos de teoría sexual”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, VII.

7- Freud, S. (1905) “Fragmento de análisis de un caso de histeria”, Epílogo. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, VII, 98-109.

8- Freud, S. (1908) “Carácter y erotismo anal”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, IX, 149-159.

9- Freud, S. (1909) “A propósito de un caso de neurosis obsesiva”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, X, 119-194.

10- Freud, S. (1910) “Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas” OC, Vol. XI Amorrortu, Buenos Aires.

11- Freud, S. (1913) “La predisposición a la neurosis obsesiva. Contribución al problema de la elección de neurosis”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XII, 329-345.

12- Freud, S. (1915) “Pulsiones y destinos de pulsión”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XIV.

13- Freud, S. (1915) “De guerra y muerte. Temas de actualidad”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XIV.

14- Freud, S. (1916) “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico” En Obras Completas. Amorrortu. Tomo XIV. Bs. As. 1976.

15- Freud, S. (1916-17) “19ª Conferencia. Resistencia y represión”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XVI.

16- Freud, S. (1916-17) “23ª Conferencia. Los caminos de la formación de síntoma”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XVI.

17- Freud, S. (1917) “Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XVII.

18- Freud, S. (1926) “Inhibición, síntoma y angustia”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XX, 71-165.

19- Freud, S. (1933) “Análisis terminable e interminable” En Obras Completas. Amorrortu. Tomo XXIII. Bs. As. 1976.

20- Freud, S. (1939) “Moisés y la religión monoteísta”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XXIII, 1-133.

21- Harari, R. (1988) La repetición de un fracaso. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.  

22- Miller, J.-A. (2011) La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica. Buenos Aires, Paidós, 2011.  

23- Reich, W. (1949) Análisis del carácter. Buenos Aires, Paidós, 1991. 

Fecha de recepción: 18/05/15
Fecha de aceptación: 25/09/15

viernes, 10 de julio de 2020

El dinero, condiciones.

El dinero suele irrumpir en la clínica psicoanalítica ligado a lo descontextuado, a lo fuera del artificio del tratamiento, incluso bajo la emergencia o la pregunta “y si no puede pagar, ¿qué hacer?” 

“No pasa nada”: “Salimos, fuimos al cine, fuimos a comer, estuvimos hasta las tres de la mañana hablando pero no pasó nada”. “No pasó nada”, “¿cómo nada?”. “no pasó nada de eso”, y “eso” es lo sexual. Sin embargo, la salida concluyó a las tres de la mañana, se conocieron, hablaron, quedaron en volver a verse. Pese a eso que pasó, el paciente insiste: “no pasó nada, entendés”. Luego de cierto número de encuentros con la mujer tienen relaciones sexuales, el paciente dice “nosotros estamos saliendo así, pero con ella no pasa nada, sólo nos encontramos para coger”. Si antes “no pasó nada”, ahora “no pasa nada”. Antes no pasó nada porque no tuvieron relaciones sexuales, ahora no pasa nada porque solamente tienen relaciones sexuales. 

Esa “nada” que no pasa se dialectiza con un algo que se espera que pase y que capitonea ese encuentro dándole cierto sentido, lo almohadilla ya sea por la vía de lo sexual, ya sea por la vía de aquello que no siendo sexual es necesario que pase para que “algo pase”.

Los psicoanalistas solemos hacer una promesa al recibir a quien nos consulta: “lo escucho”. No es una promesa de felicidad, ni siquiera podría asegurársele una mejoría con nuestro procedimiento. Esta promesa a su vez supone un artificio, un conjunto de variables para que tenga lugar. Este conjunto de pautas incluye la frecuencia, los horarios, los períodos vacacionales, los feriados, las faltas y... el dinero. El dinero, en consecuencia, aparece como una de las variables del artificio para posibilitar –vía la asociación libre– el despliegue de la hiancia que habita entre percepción y conciencia. El artificio en psicoanálisis incluye el pago explícito y en forma efectiva. En otros dispositivos –la confesión, por ejemplo, que bien puede ser pensada como una terapéutica– el pago se realiza de forma indirecta y no supone que el pago, ya sea éste simbólico o económico, implique que la otra parte –el sacerdote– cobre por ello. Es un pago institucional, se le dona a la Iglesia. Cabe diferenciar pago y dinero. El hecho de que un pago se realice por otras vías “cortocircuita” la cuestión, pues no se trata de metaforizar el pago sino de abordar el lugar específico del dinero, de determinar la singularidad de lo que se cobra. En el sueño bíblico que Daniel interpreta –al que hemos hecho referencia extensamente en “De la obsesión al deseo”1– Dios mismo mide dos veces como si Él mismo desconfiara de la precisión de una medición. Podría decirse “murphyanamente” que cualquiera sea la medida será, en cierto sentido, incorrecta. Si la medida es imprecisa, el resultado es dialectizable. Se tratará, en consecuencia, de poner (de decidir) alguna medida.

“Alguna medida” que da cierto valor en oposición a lo que podría ser “sin valor”, incluido el sin valor de la cobardía para cobrar. Falta de valor que queda ligado al no “pasó nada” del comienzo. 

Dinero = ...: El dinero aparece privilegiadamente en la teoría psicoanalítica en la ecuación fálica donde queda en equivalencia de valor con el falo: 

φ = pene = hijo = heces = dinero = regalo 

En esta ecuación el dinero sustituye un inexistente: del falo sólo hay suplencias ya que el falo, en tanto premisa universal del pene, refiere al órgano sexual (eréctil) que tendrían todos y que, en consecuencia, nadie tiene. En la ecuación y a la hora del pago, el dinero cubre mal aquello que no es posible cubrir pues se pretende cubrir lo que no hay. Si el falo es medida, la fisura en las equivalencias (por ejemplo sesión = dinero) está en la estructura. 

Si bien es un dilema que “eso” se cubra, se plantea el problema con relación a qué sucede cuando “eso” ni siquiera se pretende cubrir. De hecho, el análisis consiste en soportar que eso no sea “cubrible”, en soportar la castración y el duelo ante la pérdida estructural del objeto pero se mantiene lejos de cualquier canallada que intente hacer equivaler la “no relación sexual” con la resignación o la impotencia. Si fuera necesaria una comprobación en la vida cotidiana, la depresión post-parto evidencia la insuficiencia de todo objeto para cumplir satisfactoriamente la completud. La insaciabilidad por el dinero, la avaricia, es otro nombre posible de esta imposibilidad –en este caso del dinero– de cubrir el agujero con un objeto. 

El dinero, a su vez, es un nombre del intento de cubrir lo “incubrible”. Consecuencia de lo anterior y dada la ineficacia para cumplir completamente su cometido, el dinero supone un malestar en la clínica del que el procedimiento tendrá que dar debida cuenta.

La falta de pago tiñe melancólicamente el relato aun de aquello que es acorde con su deseo. ¿Qué teoría cabe para quien no paga con dinero su análisis? El sujeto neurótico siempre produce teoría de aquello que le resulta incomprensible. La imposibilidad de habitar el sin-sentido fuerza a la neurosis a la producción de teorías –sexuales infantiles– sobre aquello que aparece como agujero en el discurso. Que un profesional no cobre por su trabajo debe incluirse como uno de esos enigmas. Puesto que habrá otros que sí pagan, puede tener una teoría económica que de todos modos no lo satisfaga. Si nadie paga el trabajo queda desdibujado y entra en el terreno de aquí “no pasa nada”. “Este profesional trabaja de otra cosa, ahora bien, si trabaja de otra cosa ¿qué es lo que hace cuando me atiende? ¿quizás sean prácticas?” Del lado del profesional, luego de la jornada de trabajo en la que no ha cobrado nada, podría decir “hoy no pasó nada”. Nos reencontramos con el “no pasa nada” y el “no pasó nada”. 

El sujeto probablemente formule alguna teoría relacionada consigo mismo. Conjeturemos. Una posibilidad podría referir a la pena, a la lástima que se le tiene por no contar con el dinero para pagar. Se produce una juntura entre la falta de valor de la sesión y el poco valor que se atribuye. Hemos colaborado a su melancolización, con poco –“sin cobrar”– hicimos mucho –“él no vale”–. Sin embargo, en muchas oportunidades, en el trabajo clínico el resultado del no pago queda ligado a la suposición de ya haber pagado. Si en un caso me lo merezco por valer poco, en el otro, me lo merezco por mucho. Esta segunda versión suele tomar el giro del resentimiento por el cual “ya pagué”, “me lo merezco” para desembarcar en “me lo deben”. “Con lo que ya me ha pasado en la vida no tengo por qué pagar. La vida me debe un resarcimiento por los daños infringidos. Ahora bien, un resentido es alguien que se ve imposibilitado de implicarse en el texto propio. Sus responsabilidades quedan siempre enmascaradas en las culpas de otro. Si las faltas y las culpas no están en mí, la labor analítica se ve impedida. 

Sacar la cuestión del dinero, o introducirla bajo el formato de evitarla (o no cobrar), crea más elementos para que el deseo mismo quede fuera de tratamiento, más allá del cliché “paga por otro lado” (aun cuando el sintagma sea cierto). 
El “no quiero pagar”lleva la cuestión al límite de lo irresoluble y cabe al menos intentar dialectizarla bajo el modo “quiere no pagar”, en la que algún deseo se sitúa del que deberá dar cuenta, ahora de su deseo, no de la justicia. Es un difícil desafío clínico que la praxis le permita el viraje que lo lleve de su posición de acreedor a la de deudor, que en términos fenoménicos implica dejar de ser un resentido para poder encontrar los lugares para agradecer.

En Los mismos distintos lugares hice una referencia a un analista que consulta preocupado por su paciente que no quiere pagarle… él no paga por la sencilla razón de que, a su vez, no le pagan. “Su posición de acreedor le da forma a la pregunta ¿qué es un padre? Y responde que su padre no sabía serlo, no le daba el dinero del que él consideraba ser acreedor puesto que aunque no se lo mereciese, el padre lo tenía”3. Acaso un pedido de anticipo de herencia, de lo que de todos modos quizás llegaría a ser de él. 

Alejado de la ficcional y canallesca posición del american way de haberse hecho sólo “sin deberle nada a nadie”, el “querer no pagar” –aun cuando lo sitúe en términos de querer “robar” o quedarse con “algo del otro”– permite situar el interés del sujeto por el objeto, allí su deseo por lo cual entrarían a jugar diferentes modos de pago: ¿cuánto paga por no pagar? 

El no cobrar pone al tema del dinero en los bordes de ser un tema tabú. Freud lo llamaba “crear una embajada” y era uno de los mejores formatos para todo tipo de resistencia. De “eso no se habla” y dado que “casi” todo podría correlacionarse con “eso”, no se habla de “casi” nada: una nueva vuelta que evidencia que se podría estar imposibilitando el tratamiento que se pretende posibilitar. Se encuentra aquí un nombre y un límite al trabajo hospitalario (en la doble acepción del término).

Que no se pague no deja de relacionarse con la cuestión sacrificial ¿del analista?, ¿del analizante? ¿No estará en juego también la reflexión de Isaac al ir en sacrificio: “Padre, falta el cordero” (nuestra moneda de pago), ¿por qué yo no pago? ¿Por qué tú no cobras? ¿Acaso no falta el cordero? ¿Acaso soy un conejillo? ¿Dios proveerá (a los profesionales)? 
Quizás cuando de “eso se hable”, cuando algo de “eso pase”, cuando “eso” almohadille aquello de lo que se habla, quizás entonces, el tratamiento comience y el tratamiento puede tomar debida distancia del furor curandi de hacer el bien, del honor de ser analista que se dibuja como promesa detrás del ad honorem.
_________________
1. Hugo Dvoskin, De la obsesión al deseo, Buenos Aires, Letra Viva, 2001, p. 29. 
2. Miguel Sicilia, “Las cartas recuperadas se cobran”, en El Otro, núm. 82. 

3. Hugo Dvoskin, Los mismos distintos lugares. Buenos Aires, Xavier Bóveda, 1997, p. 80.

Fuente: Hugo Dvoskin (2005) "El dinero, condiciones" - Imago Agenda

lunes, 15 de julio de 2019

Las locuras: concepto y clínica.


Apuntes de la conferencia de Damián Lopez, dictada el 5/06/2018

La clínica de la neurosis siempre remite a algo del orden de la pérdida. Entiendo que no hay un solo psicoanálisis, sino que está el psicoanálisis de cada quien, siempre y cuando pueda dar cuenta de él.

Desde los orígenes, las locuras interrogaron al psicoanálisis y están desde el punto de partida. Las locuras son un término general que luego se han ido particularizando. Se referían con locuras a todo lo que hacía referencia al desorden mental. La pregunta que me hago es por qué la psiquiatría dejó de hablar de las locuras. Bleuler unificó muchísimas manifestaciones clínicas de la esquifrenia para intentar dar con una descripción englobante. Voy a leer una breve cita de Bleuler, cuando hace su propuesta a partir de la esquizofrenia:

Hay también una esquizofrenia latente, y estoy convencido de que es la forma más frecuente (....). En esta forma podemos ver, en germen, a todos los síntomas y a todas las combinaciones de síntomas que están presentes en los tipos manifiestos de la enfermedad. Suscitan la sospecha de esquizofrenia personas que son irritables, extrañas, caprichosas, solitarias o exageradamente puntuales»

A partir de ese acto de nominación de alguien, que justamente tiene el poder de nominar y por eso tiene un discurso dominante, a partir de ahí se determina un diagnóstico. Hago una pequeña referencia a Colette Soler, psicoanalista francesa, que en su libro La querella de los diagnósticos dice que el diagnóstico es una injuria para el sujeto, porque viene aportado por el Otro; le es ajeno a él. Dice que así, el tratamiento analítico sería algo así como un pasaje de ese acto de nominación dado por el Otro a hacerse un nombre. Sería la forma que tendría cada quien de subjetivar aquello que podríamos llamar su patología. 

Estamos acostumbrados a pensar en una psicopatología que está conformada por una tripartición: neurosis, perversión y psicosis. Cabe pensar quién propuso esa tripartición. ¿Fue Freud? ¿Freud la tomó de la psiquiatría? ¿Freud propone esa tripartición así sin más? ¿Alcanza esa tripartición para dar cuenta todo lo que nos presenta la clínica? A veces se fuerzan los diagnósticos para que entre en alguna de las categorías. Las locuras es un concepto clínico que todo el tiempo señala el límite de  la tripartición neurosis, perversión y psicosis, poniendo en cuestión otros conceptos de la clínica. En general, hay consenso en esta tripartición, pero debemos habilitarnos a no consensuar tan rápidamente. De no hacerlo, se corre el riesgo de psicotizar al psicoanálisis. 

Psicosis y locura. Se suele hacer esta equiparación que quedó como resabio, dada por la psiquiatría como sinónimos. Los signos que se manifiestan en la clínica no dicen de qué estructura se trata. No por estar presente un delirio significa necesariamente que estamos frente a una psicosis. O porque haya algo del orden de una alucinación, que necesariamente sea una psicosis. Se puede delirar y alucinar también en las estructuras neuróticas. Por otra parte, esto no es complementario para las psicosis. En la psicosis no aparecen elementos de la neurosis: no hay síntoma neurótico en la psicosis. Y esto se debe a que hay operaciones de estructura que son fundantes, donde una permite a la otra pero no al revés. Me refiero a la represión en la neurosis y a la forclusión en la psicosis. La forclusión es excluyente, no permite que haya fenómenos represivos. 

Freud sacó a la histeria del campo de las psicosis. Además, toma algo que estaba olvidado que era la neurosis obsesiva y propone que comparte estructura con la histeria: ambas son neurosis y su determinante es la represión. Luego ubica otro campo que es el de la psicosis.  Voy a tomar unas pequeñas citas de un texto de Neurosis y psicosis (1924). En esto texto, diferencia neurosis de transferencia, psicosis y otro grupo, que son las neurosis narcisistas. Las divisiones están dadas por el conflicto entre instancias. Dice que en la neurosis el conflicto es entre el yo y el ello; en la neurosis narcisista el conflicto es entre el yo y el superyó; en la psicosis, el conflicto es entre el yo y el mundo exterior. Freud marca estas 3 modalidades de la clínica. Hacia el cierre del mismo trabajo, Freud dice:

"Las inconsecuencias, extravagancias y locuras de los hombres aparecerían así bajo una luz semejante a la de sus perversiones sexuales; en efecto: aceptándolas, ellos se ahorran represiones". 

Freud propone que aceptar las locuras implica un ahorro de represiones, es decir que para las locuras no es necesaria la represión. Tomemos esto como hipótesis. Este artículo concluye con una pregunta:

¿Cuál será el mecanismo, análogo a una represión, por cuyo intermedio el yo se desase del mundo exterior? Pienso que sin nuevas indagaciones no puede darse una respuesta, pero su contenido debería ser, como el de la represión, un débito de la investidura enviada por el yo.

Voy a adelantar algo: ese mecanismo análogo a la represión deriva posteriormente en el concepto de desmentida. Justamente por eso menciona a las perversiones, porque las desmentida es la operación preponderante no excluyente, pero sí preponderante en las perversiones. Acá Freud toma la desmentida para pensar que es el mecanismo preponderante en estos cuadros, como la represión lo es para las neurosis. 

Vayamos ahora Las neuropsicosis de defensa (1984). Hace mención a la Amentia de Meynert. Meynert fue un neurólogo que devino en neurocirujano y fue el primero en cuestionar el circuito de la hipnosis, a la que Freud se agregó. La psicosis de Meynert es también conocida como psicosis alucinatoria de deseo. Freud la despliega como un mecanismo de defensa mucho más eficaz que la represión de la neurosis. En este texto, Freud ubica que la neurosis es un mecanismo para resolver algo que se le presenta al sujeto y dice que hay algo que tiene aún mayor eficacia

Pregunta: ¿Eficacia para qué?
La instancia de la represión en la neurosis ayuda, pero no resuelve. El síntoma en la neurosis es un retorno de lo reprimido, es efecto de la represión secundaria. Se trata de una resolución de compromisos, conlleva a una satisfacción pulsional. La hipótesis es que si esto es así, habrá habido una represión originaria. La represión no es eficaz, actúa pero no resuelve. El síntoma es una solución de compromiso, que hace que haya satisfacción en el síntoma, pero hay satisfacción de más y se consulta a análisis porque hay padecimiento y se desconoce qué está pasando. El tema está en ver cómo las pulsiones, levantando la represión, sigan su recorrido o la senda que estaban teniendo y que no esté ligada a una representación reconciliada al yo. Pensemos en una operatoria que pudiera ser más eficaz que la represión, es decir, que no se produzca esta formación de compromisos: ahí es donde Freud piensa la psicosis alucinatoria de deseo. El caso conocido es el de la mujer que mece al leño porque perdió a su hijo. Ahí, el leño está exactamente en el lugar del hijo, no es “como si”. El caso que Freud da es el siguiente:

"Una joven ha regalado a cierto hombre una primera inclinación impulsiva, y cree {glauhen] firmemente ser correspondida. [...] Los desengaños no tardan en llegar; primero se defiende de ellos mediante la conversión histérica de las experiencias correspondientes, y así conserva su creencia en que él vendrá un día a pedir su mano; no obstante, se siente desdichada y enferma, a consecuencia de que la conversión es incompleta y de los permanentes asaltos de nuevas impresiones adoloridas. Por fin, con la máxima tensión, lo espera para un día prefijado, el día de un festejo familiar. Y trascurre ese día sin que él acuda, l-'asados ya todos los trenes en que podía haber llegado, ella se vuelca de pronto a una confusión alucinatoria. El ha llegado, oye su voz en el jardín, se apresura a bajar, con su vestido de noche, para recibirlo. Desde entonces, y por dos meses, vive un dichoso sueño cuyo contenido es; el está ahí, anda en derredor de ella, todo está como antes (a ni es de los desengaños de los que laboriosamente se defendía. Histeria y desazón están superadas; mientras dura su enfermedad, ni se habla de sus dudas y padecimientos de los últimos tiempos; ella es dichosa en tanto no la molestan, y sólo rabia cuando un decreto de su entorno le impide hacer algo que ella con total consecuencia derivaba de su beatífico sueño".

Subrayo “inclinación impulsiva”, porque esto es arborizado expansivamente.

Un beatífico sueño. Se trata de un sueño vivido sin oposición, característica que marcaría su diferencia con la paranoia. El delirio de la paranoia es más o menos sistematizado, pero el delirio es un recurso en la psicosis paranoica que genera estabilidad en la estructura. Es un delirio restitutivo, restituye una realidad. En la paranoia existe esto, pero la diferencia es que en la paranoia el delirio es siempre un fracaso porque el yo está permanentemente amenazado. 

"Esta psicosis, no entendida en su momento, fue descubierta diez años más tarde por medio de un análisis hipnótico [cf. pág. 48, n. 6]. El hecho sobre el cual yo quería llamar la atención es que el contenido de una psicosis alucinatoria como esta consiste justamente en realzar aquella representación que estuvo amenazada por la ocasión a raíz de la cual sobrevino la enfermedad". 

Es decir, no viene el muchacho, ella alucina que él viene y se comporta como si el muchacho estuviera allí con ella. Todo funciona bien mientras nadie le diga que eso no es así.

"El yo se arranca de la representación insoportable, pero esta se entrama de manera inseparable con un fragmento de la realidad objetiva, y en tanto el yo lleva a cabo esa operación, se desase también, total o parcialmente, de la realidad objetiva".

La realidad objetiva, en este caso, hay que pensarla como realidad en el lazo social.

"Esta última es a mi juicio la condición bajo la cual se imparte a las representaciones propias una vividez alucinatoria, y de esta suerte, tras una defensa exitosamente lograda, la persona cae en confusión alucinatoria". 

El mayor éxito puede ser entendido a partir de un beneficio obvio, porque la desestimación en sumamente eficaz al querer separar conjuntamente representación y afecto. En cambio en la represión hay un divorcio entre representación y afecto. Acá, la operatoria recae sobre la representación y el afecto. 

Pasemos a otro texto de Freud: Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños (1915). Dice, de la formación de la fantasía del deseo. 

"La formación de la fantasía de deseo y su marcha regresiva hasta la alucinación son las piezas más importantes del trabajo del sueño, pero no le pertenecen a él con exclusividad. Al contrario; se encuentran también en dos estados patológicos: en la confusión alucinatoria aguda, la amentia (de Meynert), y en la fase alucinatoria de la esquizofrenia. El delirio alucinatorio de la amentia es una fantasía de deseo claramente reconocible, que a menudo se ordena por entero como un cabal sueño diurno". 

Fíjense cómo está en juego el deseo: se realiza el deseo a través de la psicosis alucinatoria.

"Tengamos en claro que la psicosis alucinatoria de deseo —en el sueño o dondequiera— consuma dos operaciones en modo alguno coincidentes. No sólo trae a la conciencia deseos ocultos o reprimidos, sino que los figura, con creencia plena, como cumplidos".

O sea, el deseo se realiza. Ahora, vayamos a Lacan: él propone como su eje de lectura la obra freudiana. Propone además sus 3 registros: real, simbólico e imaginario. Dice que estos 3 registros ordenan todo lo que acontece en la subjetividad y diríamos que también se puede ordenar todo lo que acontece en la clínica. Uno piensa los eventos de la clínica desde los registros. Hagamos un pequeño repaso de los registros:

Lo real: lo que no cesa de no inscribirse. La apoyatura freudiana que tenemos para esto es lo reprimido primordial, el ombligo del sueño, el núcleo patógeno y el trauma, donde hay una fantasía en el lugar de un agujero. 

Lo imaginario: todo aquello que cierra por el lado del sentido. Cuando le pedimos a un analizante que asocie libremente, que rompa las amarras del sentido común, lo estamos invitando a que hable y que se genere un punto de inflexión. Lo imaginario tiende a la cerrazón del sentido. A veces los pacientes preguntan ¿Me entendés, no? Y no, no lo entiende, porque justamente si lo entendés estamos en este plano.

Lo simbólico: instala la legalidad de lo que es dicho. En el campo de lo simbólico operan las representaciones, que en Freud podemos decir que el cuerpo no es orgánico, sino que es un cuerpo que además del órgano está determinado por representaciones. 

Las locuras pueden abordarse en Lacan en el texto Acerca de la causalidad psíquica. Lacan en ese texto toma de Hegel el concepto de la inmediatez. La inmediatez, según Hegel, siempre convoca al semejante (Hegel dice la otra consciencia) y lo desconoce. Desconoce esta otra consciencia. Psicoanalíticamente, diremos que la locura desconoce al semejante. Esto es interesante por el concepto de narcisismo, porque podemos pensar el narcisismo como la constitución del yo, donde Freud habla del acontecimiento de un nuevo acto psíquico donde se constituye un yo. Existe la constitución del yo y esa constitución del yo, mientras se identifica con esa imagen, es que a partir de ese primer objeto se pueda pensar en los objetos que son a imagen y semejanza. Las imágenes que son a imagen y semejanza se incorporan; las que no, se expulsan. Concepto de yo - no yo. Y esta constitución concluye con las 2 primeras personas de la conjunción verbal: el yo se constituye en relación al “tu”. A esto hay que llegar, no se parte de ahí. Solo se llega a eso si y sólo si hay una mediatización simbólica. Sino, nunca va a dejar pasar primero a nadie en el subte, porque no va a tener registro del otro y lo avasalla. Uno piensa en qué violento que es, pero en realidad es que amenazado se siente que se tuvo que tirar de cabeza al asiento. El yo se constituye en relación a un tu. La inmediatez que menciona Lacan en ese artículo anula esa dimensión del semejante (Lacan lo toma del texto de Hegel de Fenomenología del espíritu: el loco desconoce a la otra conciencia). Las locuras desconocen la mediatización. 

En las locuras también están presentes las vías de la acción en lugar de la palabra. La palabra es la mediatización simbólica y la acción es la inmediatez. Pensemos en el pasaje al acto y el acting out en los estados locos. 

¿Conocen sujetos que no pueden no decir la verdad? En el campo de las neurosis, aprendimos que la verdad nunca puede decirse toda. La verdad puede decirse solamente a medias, la verdad es inaprensible y lo que vemos más a menudo es que esa verdad está escrita en otra parte: en las formaciones del inconsciente. Síntomas, el sueño… Cuando se dice la verdad, en algún punto se arrasa al semejante. Se trata de una verdad sin filtro, porque la verdad con filtro es la verdad que se dice al modo de lo que se puede escuchar. No se dice más que lo que el otro quiere escuchar. Acá tenemos otro vector para pensar esto que se llama estados locos.

La transferencia en la locura. ¿A qué lugar es convocado el analista? ¿Qué lugar para el analista si no hay lugar para el semejante? Porque quien posea una verdad, difícilmente consulte a un analista. Son pacientes que buscan la complicidad del analista, no habilitan a la faltaEsto que yo digo, ¿es o no es así?”. En el texto Algunos tipos de carácter descubiertos en el labor analítico Freud trabaja los que fracasan al triunfar, los que delinquen por sentimiento de culpa y las excepciones. Las excepciones son aquellos que están exceptuados porque sienten que la vida está en deuda con ellos. Al contrario de los que delinquen por sentimiento de culpa y los que fracasan al triunfar (no pueden asumir su deseo sin padecerlo), no hay sentimiento de culpa.

La propuesta lacaniana es binaria, en el sentido si hay represión o no, si algo se inscribe o no. Ordena muchísimo la clínica, indiscutiblemente, pero es difícil para esta lógica discontinuista tomar ciertos rasgos de la clínica que no entran dentro de las neurosis ni las psicosis. Las locuras interrogan permanentemente la psicopatología a la que estamos acostumbrados. La escuela inglesa, en este sentido, ha avanzado mucho, porque tiene una propuesta continuista: propone que todos tenemos núcleos neuróticos, núcleos psicóticos. Entonces, para la clínica kleiniana, podría haber pasaje de estructuras porque todos tenemos todo. Winnicott era un clínico sagaz, y tenía un discípulo que era Masud Khan. Él tiene un texto, Locura y Soledad. Entre la teoría y la práctica psicoanalítica. Para él no hay pacientes inanalizables, para él hay que hacerle frente. Debemos pensar cómo abordar el caso por caso. 

A él le derivan una paciente que había destruido el consultorio de la analista anterior. La paciente concurre puntualmente a la primera sesión, y cuando él le indica que se puede quitar el abrigo porque hace mucho calor, ella se niega, porque debajo sólo lleva su camisón, ya que no tuvo tiempo de vestirse. Masud Khan le dice de un modo firme pero amable, que si ella no puede distinguir la diferencia entre su dormitorio y el espacio analítico, no van a poder trabajar, de modo que interrumpe la sesión y le indica que la espera al día siguiente vestida como es debido.

Sabemos de los avatares del deseo. El deseo en la histeria es insatisfecho; en la neurosis obsesiva, postergado y en la fobia, prevenido. Pero imaginemos que hay un sesgo en la clínica donde el deseo es posible. En las locuras, el deseo queda realizado. Ahí podemos conjeturar cierta intervención del analista que el analista pueda hacer en los casos en que estos pacientes se las ingenian para dejar toda falta aparte. 

En estas manifestaciones, el punto del desconocimiento y el arrasamiento del otro es lo que hace padecer al sujeto. Pensemos también que la problemática también viene contada por otros. Son pacientes traídos por otros. 

Intervenciones que hacen de borde. Quizá la intervención de masud Kahn no sea eficaz, pero hay que apostar a establecer bordes. Pensemos que para que haya un desborde, tiene que haber un borde. 

Diagnóstico diferencial de locura con la perversión: En la locura aparece el atisbo subjetivo. Lo que comanda a la perversión es la no separación entre saber y goce: es un saber-gozar. El saber gozar lo posiciona de tal manera donde el otro es el que queda permanentemente en el lugar de objeto. En la locura se desconoce al otro, pero este otro no queda en el lugar de objeto de goce. 

jueves, 16 de mayo de 2019

Demasiado bueno para ser verdad: los que fracasan al triunfar


¿Por qué algunos pacientes enferman cuando se cumple un sueño hondamente arraigado?”. En “Los que fracasan cuando triunfan”, Freud nos propone una respuesta a esta pregunta clave para abordar la clínica.


“Los que fracasan cuando triunfan” es el segundo ensayo de la serie “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico”, de 1916, que empezamos a abordar con Los sujetos excepcionales.

Éxito y enfermedad
En el fenómeno descrito por Freud en “Los que fracasan cuando triunfan” (1916), no hay duda acerca del vínculo entre la enfermedad y el éxito. Justo cuando está a punto de realizar su deseo, el sujeto enferma y surge el fracaso, como si la dicha no pudiera ser soportada.
El destino ataca la posibilidad deseante ahí donde el éxito estaba al alcance de la mano. No se trata del deseo que circula en la fantasía, sino de la realización del deseo por el acto mismo.
Freud trae dos ejemplos clínicos.
El primer caso trata de una joven que escapa de la casa paterna para vivir aventuras. Se da a una vida sin límite, hasta que conoce a un hombre que la lleva a su casa y ve en ella otro tipo de muchacha. Al tiempo decide proponerle casamiento, lo cual representaría para ella la concreción de su mayor deseo para ese momento: ser una señora. Acto seguido, sin embargo, la joven comienza a descuidar la casa que sería suya, hacía desplantes de celos injustificados a su pareja, no lo deja trabajar, hasta que contrae una enfermedad anímica incurable que impide el matrimonio. Los poderes de la “conciencia moral –nos dice Freud– impiden toda posibilidad de final feliz”; ya veremos por qué.
El siguiente caso corresponde a un joven profesor universitario que anhelaba ser el sucesor de su maestro, quién lo había preparado mientras él era su ayudante. Pero, ante el retiro del anciano, una enfermedad no le permitió a este profesor sostenerse en el lugar para el que se había preparado tanto. Para el sujeto, ocupar el lugar del sucesor está en relación con el lugar paterno, y hacia allí se dirigirá la lectura de Freud.

De la ambición al sacrificio

En “Tótem y tabú” empieza a insinuarse en la teoría freudiana una culpa estructural en todo hijo ligada a su genealogía y su filiación. Esa culpa ha de encontrar una vía: dentro de la Ley como don y deuda simbólica, o en sus bordes como deuda de sangre que sólo puede pagarse con un trozo de la vida o con la vida entera.
Para los que fracasan al triunfar, el sacrificio de los frutos de la ambición no es sino la tramitación fallida de la culpa por el crimen del parricidio.
En el tipo de carácter de los que fracasan al triunfar –por culpa– cuando triunfan –en su ambición– no es posible para el analista hacer circular la culpabilidad por el camino de la deuda simbólica. Se trata de sujetos que no soportan recibir los dones del padre.
Por eso mismo, resulta imposible sostener la transferencia por el lado del don del amor. Se juega la incidencia de la “instancia crítica” o sea la instancia superyoica, cruel, vía lo peor de la culpa y del padre. No obstante, la culpa vuelve a recaer en el ambicioso fracasado, pero no como conciencia de culpa, sino bajo la dimensión del fracaso y, por lo tanto, se preserva de ella. Pareciera que del fracaso es responsable el destino y no el sujeto.
Esta cuestión Freud la sostendrá años más tarde en la “Carta a Romain Rolland” de 1936, con ese envés de la cobardía culposa que configura el acto de “ir más allá del padre” gracias, precisamente, a los dones del padre.
Allí nos plantea que “Uno no se permite la dicha”. ¿Por qué? Porque, en muchos casos, “uno no puede esperar del destino algo tan bueno”.
Freud nos da una pista para ubicar esto que es totalmente inconsciente para el sujeto: la satisfacción por haber llegado tan lejos se mezcla con el sentimiento de culpa, de modo tal que prevalece la crítica infantil al padre, como si continuara prohibido querer sobrepasarlo.
Como nos plantea Lacan, ir más allá del padre está en relación a un punto fundamental en la clínica de las neurosis, las versiones del padre y el complejo de castración. Es en esta dirección que debemos orientar la cura.

miércoles, 8 de mayo de 2019

¿Qué son "las excepciones" en la clínica psicoanalítica?


Todos creemos tener fundamentos para poner mala cara a la naturaleza y al destino por daños congénitos o sufridos en la infancia, y para exigir un resarcimiento por ello. Pero ¿por qué nos arrogamos ese derecho? Aquí Freud indaga el fenómeno de creernos excepcionales.

En “Las «excepciones»”, uno de los ensayos reunidos bajo el título “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico” y publicados en la revista Imago en 1916, Freud describe en la cura de los neuróticos sorprendentes rasgos de carácter: se consideran seres extraordinarios o cuanto menos merecedores de un trato especial.

Estos rasgos traen al neurótico una ganancia de placer fácil e inmediata, a la que debe renunciar en el seno del tratamiento mismo: del principio de placer al principio de realidad.
“Dicen que han sufrido y se han privado bastante, que no se someten a ninguna necesidad desagradable pues ellos son excepciones y piensan seguir siéndolo.”
Nos dice Freud que hace falta un fundamento particular para que el enfermo se proclame una excepción y se comporte como tal.

La clínica le reveló a Freud una peculiaridad común a esos pacientes en sus más tempranos destinos de vida. Sus neurosis se anudaban a una vivencia o a un sufrimiento que los había afectado en su primera infancia. Se sabían inocentes y afectados por una injusticia.

Los privilegios que se arrogaban por esa injusticia, junto con la rebeldía, contribuían a la neurosis. Así, Freud nos dice:
“En una de las pacientes de este tipo se instaló tal actitud frente a la vida al enterarse ella de que un doloroso padecimiento orgánico, que le había impedido alcanzar sus metas vitales, era de origen congénito. Mientras creyó que ese padecimiento era una adquisición tardía y contingente, lo sobrellevo con resignación; desde que se esclareció sobre su carácter hereditario se alzó en rebeldía”.
Freud trae a continuación el monólogo introductorio de Ricardo III de William Shakespeare, enunciado por Gloucester, quien luego será coronado rey:
“Mas yo, que no estoy hecho para traviesos deportes ni para cortejar a un amoroso espejo; yo, que con mí burda estampa carezco de amable majestad para pavonearme ante una ninfa licenciosa; yo, cercenado de esa bella proporción, arteramente despojado de encantos por la Naturaleza, deforme, inacabado, enviado antes de tiempo al mundo que respira; a medias terminado, y tan renqueante y falto de donaire que los perros me ladran cuando me paro ante ellos;(…)Y pues que no puedo actuar corno un amante frente a estos tiempos de palabras corteses, estoy resuelto a actuar como un villano y odiar los frívolos placeres de esta época.”
En su dimensión mítica, Ricardo muestra un aspecto que descubrimos en nosotros mismos: querer ser excepcionales. Creemos tener fundamentos para poner mala cara a la naturaleza y al destino por daños congénitos o sufridos en la infancia, y exigimos un resarcimiento por estas afrentas a nuestro narcisismo. Una supuesta perfección que se gozó y se perdió por efecto de la castración.

Freud nos deja una perla en el último párrafo del texto. Las mujeres, como lo escuchamos durante las curas, se consideran dañadas en la infancia, “cercenadas de un pedazo y humilladas sin su culpa”. El enojo de tantas hijas hacia su madre se sostiene en este punto: el reproche por haberlas traído al mundo como mujeres y no como varones.

Luego de este recorrido por el texto podríamos definir la excepción o el ser excepcional como lo que está en la base del fantasma, las primeras respuestas a la falta, un rasgo de identificación exacerbado.

Lejos de constituir una verdadera excepción, se trata de algo que encontramos con mucha frecuencia, y responde a la problemática de la castración para el sujeto que lo presenta.

lunes, 2 de julio de 2018

¿Qué escribir en un certificado de tratamiento psicológico?


Por Lucas Vazquez Topssian.

¿Qué hacer cuando un paciente le demanda al profesional un certificado de tratamiento psicológico? Pensemos en el célebre caso de El Hombre de las Ratas de Freud: ante la dificultad que tenía para pagar las 3,80 coronas que debía por la restitución de sus anteojos perdidos, el paciente empezó a desarrollar una serie de acciones para evitar el dichoso pago. Una de las cosas que se le ocurrió fue pedirle a Freud que le hiciera un certificado para que otro teniente se ocupara de hacer el pago, teniendo en cuenta su incapacidad. Recordemos que en el caso, si se hacía el pago pero no lo hacía él, el paciente se liberaba de la tormentosa fantasía de lo que le iba a pasar a su mujer y a su padre. Freud no le hizo certificado; en su lugar, lo invitó a acostarse en el diván y le pidió que asocie.

El caso del Hombre de las Ratas nos enseña que a veces se consulta para resolver una urgencia o pedirnos algo y no hay por qué despacharlos sin darles la oportunidad de hablar. No obstante, a veces el pedido puede ser insistente y venir por parte de abogados, para presentar en los lugares de trabajo (licencias) y hasta educativas. A cada profesional le tocará intentar determinar qué es lo que realmente el paciente demanda al pedir un certificado: ¿Obtener una licencia laboral? ¿Ayudar a la defensa de un caso judicializado?

Por otro lado, no son pocas las veces en que el pedido de certificados proviene del tipo de pacientes que Freud llamaba "las excepciones": personas que dicen que ya han sufrido bastante, que tienen derecho a que no se les impongan más restricciones y que no están dispuestas a someterse a ningún nuevo displacer. Alegan que han sido víctimas durante su infancia de padecimientos injustificados, lo que los autoriza a no volver a someterse a privaciones; ni siquiera las derivadas de un análisis. El mundo está en deuda con ellos, y esto les daría algunas prerrogativas. En estos casos, creo que lo más sensato es alojar esta demanda, pero sin llegar a satisfacerla.

Empecemos por el modelo que suelo usar para los certificados, que no es de mi autoría, sino que es el que utiliza una institución en la que estudié, la cual responde brillantemente de la siguiente manera:

Membrete: nombre, apellido y matrícula del profesional.

Buenos Aires, (fecha del día de emisión)

Para ser presentado a quien corresponda,

Se deja constancia que (nombre y apellido), DNI (número), comenzó tratamiento psicológico a partir del (fecha).

Atte.
(Firma y sello)


El certificado consigna dos fechas. Una fecha es la de emisión y la segunda es la del comienzo del tratamiento. Esto disuade cualquier intento de hacer pasar un verdadero tratamiento por el hecho de ir a una o dos sesiones para buscar un certificado.

No hay diagnósticos ni pronósticos. Sabemos que la información de los pacientes está resguardada bajo secreto profesional, que resguarda  la seguridad, la dignidad y los intereses de los consultantes, sus familias y comunidades. Esto es un alivio para todo el mundo menos para los casos donde hay alguna intensión poco honesta o exagerada, donde justamente se busca que el engaño quede por escrito. Ante estos casos, suelo explicar:
- La importancia del secreto profesional para el paciente y el profesional responsable.
- Que llegar a un diagnóstico requiere de un proceso. 
- Que esta clase de información solo puede pedirla por escrito una autoridad judicial.

Al emitir un certificado, conviene hacer firmar un duplicado. De esta manera, el profesional tendrá un documento de respaldo ante posibles adulteraciones del certificado. Se trata de una copia, con la leyenda al final. COPIA recibida el (fecha), firma y aclaración del interesado.