Fuente: Galante, Darío (2016), "Cinco axiomas aplicados a la clínica de las toxicomanías Five axioms applied to the clinic of drug addictions" - Revista Pharmakon Noviembre 2016
Resumen: El trabajo se propone revisar cinco axiomas que Jacques-Alain Miller postula para la clínica psicoanalítica de nuestra época actual y su aplicación a la clínica de las toxicomanías. Palabras clave: psicoanálisis, toxicomanías, hipermodernidad.
En la clínica actual el psicoanalista suele encontrarse con un sujeto desorientado. Podemos verificar en el campo de la toxicomanías que muchos pedidos de tratamiento no son más que una demanda en la que el discurso capitalista ya operó en su faceta más estragante. Frecuentemente se demandan tratamientos para moderar el consumo para, precisamente, poder seguir consumiendo.
La proliferación de objetos que el mercado ofrece produce la paradoja por la cual se promociona un goce en el que el sujeto queda atrapado en un falso dilema. Al no haber una responsabilidad orientada, surge la ansiedad, confundiendo así una práctica de goce con una elección.
A su vez se impulsa una cura al malestar contemporáneo con los métodos propios que el sistema ofrece como fantasía. Una ficción basada en la idea de que se puede abordar el sufrimiento sin pasar por el síntoma.
Debemos preguntarnos si esto es posible, es decir: ¿se puede abordar el sufrimiento sin pasar por el síntoma? Y debemos contestar que, en principio, sí. Sobre todo si partimos de la idea de que tratar un malestar no es lo mismo que transformarlo en una experiencia en la que un sujeto pueda hacer algo distinto con lo inefable.
En muchas ocasiones el psicoanalista es demandado como un especialista en toxicomanías, erigido como un representante del agente de salud. Ubicado en ese lugar suele demandársele lo mismo que a muchos otros: sentido, devenido en un objeto de uso.
El tóxico y el cuerpo
¿Qué es lo que lleva a un sujeto a querer incorporar una y otra vez un tóxico en el cuerpo? Esta pregunta es clave para entender la problemática de las toxicomanías. Es decir, que el meollo del asunto no pasa tanto por el consumo en sí, que incluso puede ser ocasional, sino por la repetición de esta práctica.
Para responder a esta pregunta, podemos orientarnos con Jacques Lacan cuando en su Seminario XIX plantea la relación desordenada que tiene el Ser hablante con su cuerpo, atribuyéndole al goce la causa de tal perturbación y al lenguaje la función de suplencia que ordena, en cada sujeto de un modo en particular, la intrusión del goce en la repetición corporal.*
Esta referencia se puede entender mejor, sobre todo en lo que atañe a la problemática de las toxicomanías, a partir de lo que plantea Jacques-Alain Miller (Miller, 2003, pág. 272) cuando destaca que lo que Lacan demuestra es que todo goce material es goce Uno, goce del cuerpo propio. Es decir que siempre es el cuerpo propio el que goza. Siguiendo este razonamiento es que podemos sostener que «uno puede drogarse con drogas, pero también con el trabajo, la pereza, la televisión. En otras palabras, esta intuición que se repite sin pensar demasiado descansa en una evidencia: el lugar propio del goce es en todos los casos el cuerpo propio, y así el goce es una dimensión esencial del cuerpo».
Podemos suponer entonces que, originariamente, está el goce del cuerpo, y luego el objeto del goce, siendo las drogas uno de esos objetos posibles.
A partir de Aún (Lacan, 1989), Lacan se dedica a mostrar que el goce es fundamentalmente Uno, poniendo el énfasis en que, primariamente, es el cuerpo propio el que goza, más allá del Otro.
El Ser y el cuerpo
Para el hombre, su falta en ser, como efecto del significante, divide su ser de su cuerpo. Por un lado se es (ser) y por otro se tiene un cuerpo (tener).
Por el hecho de poseer un cuerpo el hombre también tiene síntomas. Se tiene síntomas porque no se es un cuerpo sino porque se tiene un cuerpo. Los imprevistos que suceden en el cuerpo señalan cotidianamente que no se es un cuerpo, sino que se lo tiene.
Estos imprevistos los encontramos, por ejemplo, en un sujeto que en un momento importante de su vida, al dar un discurso, siente ganas de orinar; u otro que siente que se le seca la garganta; y también en un joven que conquista muchas mujeres, pero que cuando encuentra una que sí le interesa, sistemáticamente, tartamudea.
Estos sucesos, como tantos otros –si se los sabe analizar– son acontecimientos discursivos que dejan huellas en el cuerpo, que producen síntomas. Es decir que el sujeto en análisis puede encontrar los acontecimientos que trazan sus síntomas.
El significante tiene efecto de significado y al mismo tiempo afecta a un cuerpo. El acontecimiento funda la huella de afecto, viene a ocupar el lugar del trauma como aquello que mantiene un desequilibrio perma- nentemente: esto es lo que llamamos acontecimiento traumático. El afecto esencial, entonces, es la marca del lenguaje sobre el cuerpo.
Diferenciamos, entonces, lo que puede ser un acontecimiento que genera angustia –por ejemplo, la obser- vación del coito de los padres– de la marca del lenguaje sobre el cuerpo, aunque un episodio caiga justo en el lugar de lo traumático.
Esta idea –la del lenguaje como traumático– conduce a Lacan a trabajar paulatinamente sobre una idea del sujeto con un complemento corporal. Y ese complemento corporal se va construyendo en la conceptualización del objeto a.
Este objeto marca el exceso de goce que el sujeto padece en el cuerpo por el solo hecho de ser un sujeto del lenguaje. Es un objeto en el que se destacan dos vertientes. Por un lado, en términos lógicos, es un vacío, cuando se lo considera como el objeto de la pulsión, es un vacío en torno al cual gira el sujeto, su consistencia es de lógica pura. El segundo aspecto del objeto es que es una extracción corporal (Miller, 2003). Finalmente, Lacan salva esta dicotomía entre el sujeto y el objeto con el termino parlêtre.
Lo importante en este punto es marcar al síntoma como estructural en el sujeto; su aspecto contingente es lo que le va sucediendo en la vida al sujeto, lo que forma parte de la envoltura formal del síntoma, mientras que su faceta real se organiza a partir de lo que Lacan conceptualiza como no relación sexual: ¡éste es el gran trauma del parlêtre, lo que deja huellas en el cuerpo del sujeto!
Miller (Miller, 2012) señala que, a partir del seminario XX, Lacan va a trabajar el pasaje del sujeto al parlêtre, es un pasaje que tiene como consecuencia el mayor peso que cobra el cuerpo en la dirección de la cura; se pasa de este modo del significante puro (sujeto) al sujeto más el cuerpo (parlêtre).
Es en el seminario XXI, Les non dupes errent, donde Lacan va a destacar que el acontecimiento es el decir de cada uno (Lacan, 1974). Este acontecimiento no se refiere a lo simbólico, en tanto lo que sucede en la his- toria del sujeto, sino a lo real, a lo que se escribe mas allá del desciframiento.
Que el síntoma sea un acontecimiento de cuerpo destaca entonces que la referencia al síntoma no está en el Otro. El síntoma, desde esta perspectiva, deja de ser un significado que le viene al sujeto del Otro para pasar a ser algo que le sucede en el cuerpo en tanto Uno.
La definición del síntoma como acontecimiento de cuerpo nos permite analizar un rasgo muy presente en la práctica de las toxicomanías, que se presenta como el primer obstáculo a sortear: en dicha práctica se ingiere una substancia en el cuerpo que, en principio, no se significa como síntoma.
Los cinco axiomas
Si algo nos enseñanza la clínica de las toxicomanías es precisamente esto: el goce está en el cuerpo. Entonces el problema que se reedita una y otra vez, cuando la solución encontrada por el sujeto es el tóxico, es cómo pasar, en la transferencia, del Uno al Otro.
Esta suerte de encrucijada que constatamos cotidianamente en nuestros consultorios nos permite pensar en una serie de casos en los que la apertura al discurso del Inconciente se presenta en un horizonte de imposibilidad.
Hay muchas consultas que de algún modo quedan en esa fase en la que no hay un llamado al Otro sino que en verdad a veces solo son tibios intentos de manifestar alguna queja. Este mundo de hoy, el mundo de las adicciones, en el que todo puede convertirse en una adicción, condiciona de un modo muy particular los casos que llegan a la consulta del analista. Como planteaba al comienzo, considero que es fundamental precisar en cada consulta qué es lo que se le demanda al analista y cómo se le demanda.
En su seminario El lugar y el lazo, Miller plantea que «podríamos forjar principios, verdaderos axiomas (en el sentido de “evidencias indiscutidas”) que hoy encontramos en lo que yo llamaba el mundo, nuestro parte- naire-mundo» (Miller, 2013, pág.82). Miller propone allí cinco axiomas que pueden darnos una orientación muy precisa de cómo llegan los sujetos hipermodernos a la consulta. Considero que estos desarrollos están es- pecialmente indicados en los que se constata que la consulta al analista se orienta más por conseguir una alivio en el principio del placer que en asumir una responsabilidad en la posición de sujeto (Lacan, 1985, pág. 837), es decir, que son especialmente indicados para aplicarlos al caso de las toxicomanías.
Primer axioma: el deseo manipulado en el sentido de la demanda
El primer axioma consiste en reducir el deseo y falsearlo para convertirlo en demanda, determinando de este modo una oferta acorde a esta manipulación.