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lunes, 2 de junio de 2025

Una estructura mas allá de las ilusiones

El amor atraviesa de principio a fin la obra de Freud y de Lacan. Freud llega a afirmar que "el psicoanálisis es, esencialmente, una cura por el amor", una formulación que podría suscitar consensos generalizados, pero que, no obstante, plantea importantes dificultades. Si ese amor se dirige al analista en tanto Sujeto Supuesto al Saber, ¿cómo pensar entonces la incidencia del deseo en su dimensión más opaca, incluso atormentadora? Y aún más: si la transferencia se redujera a ese supuesto saber, ¿cómo se pondría en juego el goce en su lógica paradójica?

Desde una lectura narcisista, el amor aparece como solidario de la dimensión especular, como retorno de la imagen propia. Pero si lo situamos desde un registro simbólico, el amor implica sustitución: el amado ocupa el lugar del objeto faltante, activando una dinámica de pérdida y desencuentro. Ese hiato puede quedar velado por la coherencia ilusoria que ofrece el fantasma.

Lo que está en juego en el amor es, en rigor, una disyunción. El motor del deseo del amante no es aquello que el amado porta, aunque el semblante —como operador estructurante— sugiera lo contrario. Esta discrepancia, constitutiva del campo amoroso, queda frecuentemente encubierta por la escena fantasmática.

Es justamente con esa falta, con ese desacople estructural, que el analizante debe confrontarse al final de un análisis. Lacan dice: “porque no sabe”. ¿Qué es lo que no sabe? No sabe desde qué posición de objeto se dirige al deseo del Otro. El fantasma organiza este no saber bajo la forma de un guion amoroso, que es preciso atravesar.

El núcleo de este planteo reside en ese no saber que afecta tanto al amante como al amado. En ese sentido, el amor no se reduce a una vivencia o a un afecto: posee una estructura, una lógica que excede sus manifestaciones imaginarias y sus promesas simbólicas. Esa estructura se sostiene en la articulación entre deseo y demanda, ubicando al amor más allá del espejo y más acá de la ficción.

Así, Lacan propone una lectura del amor que no se deja reducir a la ilusión del encuentro ni a la promesa del complemento, sino que se inscribe como un juego de posiciones, un dispositivo donde lo que se pone en acto es, finalmente, el agujero del saber sobre el deseo.

sábado, 31 de mayo de 2025

Una ficción como condición del acto

Afirmar que la transferencia es un pivote de la cura puede sonar a obviedad. Sin embargo, dicha obviedad se matiza si atendemos a una precisión que, aunque abordada de manera distinta, está presente tanto en Freud como en Lacan. En Freud, la transferencia —especialmente en su vertiente positiva— opera como motor del proceso analítico. En Lacan, en cambio, la noción de Sujeto Supuesto al Saber (SSS) aparece como una necesidad lógica que funda el dispositivo analítico. En efecto, hacia el Seminario 15, Lacan lo sitúa como condición del acto analítico —no por azar, justo cuando comienza a formalizar el discurso del analista.

¿De qué se trata este Sujeto Supuesto al Saber? Su mismo nombre nos orienta: implica una doble suposición, la existencia de un saber y de un sujeto portador de ese saber. Al introducir el término "supuesto", Lacan subraya el carácter ficcional de esta figura. Se trata de una ilusión estructural que responde a una necesidad: la de restaurar momentáneamente la consistencia del Otro, afectada por la castración.

En ese sentido, el Sujeto Supuesto al Saber cumple una función defensiva. Es una barrera frente al real de la castración del Otro, real que irrumpe como horrorífico. Y aunque la práctica analítica busca operar sobre ese real, sólo puede hacerlo a través de la mediación que permite esta ficción. La transferencia, entonces, como escenario de suposición, no es un obstáculo que habría que desmontar de inmediato, sino la condición misma de posibilidad del acto.

Ahora bien, ¿de qué acto hablamos? Fundamentalmente, de un acto de palabra, cuya dimensión ética se condensa en la noción de bien decir. Este no remite al contenido de lo dicho, sino a la relación del sujeto con su decir, a una posición deseante que se inscribe en el modo de tomar la palabra. De ahí su resonancia ética: no hay acto analítico sin el sujeto en juego.

El acto, entonces, consiste en abrir una interrogación. Es el lugar donde se pone en cuestión la determinación por el deseo del Otro; donde se sacude, incluso, la posición misma del sujeto. Y sin embargo, o quizás por eso mismo, todo acto falla. La falla no es aquí sinónimo de error, sino condición de posibilidad: es a través de ella que se abre un margen, una hendidura por donde puede precipitar lo real en la experiencia.

Es precisamente esa falla la que da espesor al acto y lo distancia de cualquier completud. Lo real no irrumpe como saber pleno, sino como resto no simbolizable, borde de lo decible, que el análisis no suprime sino que hace operar.

miércoles, 1 de enero de 2025

¿Cuál es la diferencia entre un síntoma cualquiera y un síntoma analítico?

No existe una única forma de evaluar la distancia entre un síntoma general y un síntoma analítico. Ambos conceptos, aunque relacionados, se distinguen en su naturaleza y función dentro del marco psicoanalítico.

Un síntoma, tal como lo entiende el psicoanálisis, no pertenece al ámbito del yo; está marcado por una cierta "extraterritorialidad" con respecto al moi. Este síntoma involucra al sujeto en su posición subjetiva. Según Freud, el síntoma se entiende como una formación sustitutiva, ocupando el lugar de algo que falta o está ausente. Es una manifestación que sustituye algo que no se ha podido elaborar o procesar adecuadamente. Además, esta sustitución va acompañada de una satisfacción, que se puede considerar como pulsional. El síntoma, por tanto, actúa como una respuesta a la falta de algo esencial en la relación del sujeto con el Otro, intentado paliar la castración que se experimenta en esa relación. En este sentido, el síntoma se presenta como un índice de lo que no funciona, de lo que falla.

En cuanto al síntoma analítico, su especificidad se revela en su vinculación directa con el sujeto que lo presenta, con el malestar que motiva su demanda de análisis. Para entender esta especificidad, es útil establecer una diferencia fundamental entre el sentido del síntoma y su causa.

El síntoma posee un sentido, y es en torno a ese sentido que se articula una pregunta. La pregunta acerca del sentido del síntoma puede ser el motor de una consulta, ya que el sujeto, al desconocer ese sentido, busca a alguien que pueda ocupar el lugar del Sujeto Supuesto Saber, un espacio desde donde se podría dar una respuesta a esa pregunta. Así, el sentido del síntoma se convierte en un punto de partida para la intervención analítica, en la cual el análisis tratará de desentrañar lo que el sujeto no sabe sobre sí mismo y su malestar.

Sin embargo, el síntoma analítico no se limita a su sentido. Lo que hace que un síntoma sea considerado analítico es que en él se entrelazan no solo el sentido, sino también la causa. En el trabajo analítico, el síntoma deviene un objeto en el que se examina la causa de ese malestar, entendida como una respuesta a lo no efectuado del deseo. El síntoma analítico, entonces, no solo implica un mensaje que debe ser interpretado, sino que también señala lo que falta, lo que no ha podido realizarse en términos del deseo, y es en este vacío donde se abre la posibilidad de un nuevo trabajo de sentido.

De este modo, el síntoma analítico se diferencia del síntoma general en su relación con la causa, abriendo una vía para que el sujeto pueda confrontar aquello que se encuentra en el núcleo de su deseo no cumplido, y así avanzar en su proceso de análisis.

sábado, 7 de diciembre de 2024

La transferencia como eje central de la práctica analítica

La transferencia constituye un pilar fundamental en el psicoanálisis, siendo el elemento a través del cual se vehiculiza el trabajo analítico. Para Freud, la neurosis solo puede abordarse eficazmente en el marco de una neurosis de transferencia, es decir, cuando la configuración libidinal del sujeto se reordena en función de la presencia y posición del analista.

Freud identifica dos dimensiones en la transferencia. Por un lado, su aspecto positivo, que promueve el trabajo y actúa como motor de la cura. Por otro, su faceta negativa, que puede obstaculizar el avance. Sin embargo, este obstáculo no es menos esencial. De hecho, es inherente a la práctica analítica, una clínica que gira en torno al enfrentamiento y eventual atravesamiento de dichos obstáculos. Para que este proceso ocurra, es necesario que el obstáculo emerja plenamente en la transferencia, constituyéndose como un punto de trabajo.

La reelaboración lacaniana de la transferencia

Lacan retoma y amplía este planteamiento, reconociendo que la transferencia adopta distintas modalidades clínicas, las cuales determinan diversas posiciones que el analista puede ocupar en el proceso.

  1. El analista como Sujeto Supuesto Saber
    Inspirado en la transferencia positiva descrita por Freud, Lacan sitúa al analista como el Sujeto Supuesto Saber, una posición basada en la ilusión que sostiene el vínculo inicial. En este momento, el sujeto dirige su demanda a un Otro, en un intento de conferirle consistencia y completitud. Este estadio es fundamental para iniciar el trabajo analítico.

  2. El analista como el Otro inconsistente
    El analista también puede ocupar la posición del Otro, en tanto sostiene el espacio donde el sujeto se enfrenta con la falta estructural, con el hecho clínico de que “hay nadie”. Esta operación subraya la inconsistencia del Otro, desmantelando la ilusión de una respuesta totalizante.

  3. El analista como semblante del objeto a
    Finalmente, Lacan introduce una dimensión más radical: el analista como semblante del objeto a. En esta posición, el analista encarna el resto, aquello que rechaza el discurso consciente y que señala el empalme entre el inconsciente y la pulsión. Desde este lugar, el analista se presenta como el “resto de la cosa sabida”, poniendo en juego lo real de la transferencia.

La transferencia como obstáculo y motor

En síntesis, la transferencia no solo es un motor que impulsa la cura, sino también un obstáculo necesario que se debe atravesar. Su manejo implica reconocer la diversidad de posiciones que el analista puede ocupar, cada una adecuada a los diferentes momentos del proceso analítico. Esta dinámica resalta el carácter único de cada cura, donde la transferencia se configura como el espacio en el que el sujeto enfrenta, cuestiona y trabaja los nudos de su propio deseo y su relación con el Otro.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

El Sujeto Supuesto Saber: eje inicial y torsión de la transferencia

 Cuando Freud comienza a explorar la transferencia, introduce una distinción clave entre dos de sus manifestaciones. Por un lado, identifica una transferencia positiva, que inicialmente se vincula con el motor del tratamiento: posibilita el flujo de asociaciones y establece un vínculo funcional entre el sujeto y el analista. Por otro lado, define una transferencia negativa, caracterizada por una hostilidad que pone en jaque el intercambio verbal y obstaculiza el trabajo analítico.

Aunque Freud también señala que la transferencia positiva puede transformarse en una transferencia erótica, lo cual introduce otra forma de obstáculo, dejaremos este aspecto aparte para centrarnos en su dimensión productiva.

Lacan retoma la idea de la transferencia positiva con una perspectiva innovadora, desarrollando el concepto del Sujeto Supuesto Saber. Este término reconfigura la noción freudiana, otorgándole una estructura teórica precisa. El Sujeto Supuesto Saber implica una doble suposición: primero, que existe un saber; y segundo, que este saber está adscrito a un sujeto. Este último punto es crucial, ya que, en su naturaleza, el saber es acéfalo, es decir, no tiene un dueño fijo.

El Sujeto Supuesto Saber se convierte así en el núcleo que articula la demanda analítica. Cuando un sujeto se dirige a un analista, lo hace porque la consistencia y la completitud del Otro, como lugar del saber, han vacilado. Esta demanda busca restituir al Otro como garante del saber, lo que Lacan denomina "la búsqueda de la felicidad". Sin embargo, este movimiento no está exento de un engaño necesario.

En el inicio de la cura, el analista responde a esa demanda bajo el esquema del Sujeto Supuesto Saber, "fingiendo olvidar" su carácter ilusorio. A través de la transferencia, y en el momento oportuno, realiza una torsión que lleva al sujeto más allá de la demanda, confrontándolo con el deseo. Es en este punto donde el sujeto debe enfrentarse a la falta estructural que imposibilita que el Otro sea un garante absoluto del saber y de la verdad.

De este modo, el Sujeto Supuesto Saber, aunque ilusorio, cumple una función fundamental en la estructuración inicial de la cura, facilitando el tránsito del sujeto hacia el reconocimiento de la inconsistencia del Otro y de su propio lugar en relación con el deseo.

martes, 3 de diciembre de 2024

Las posiciones del analista en la transferencia: ¿Cuáles son?

 El campo de acción del analista en la cura se define a través de una triada fundamental: táctica, estrategia y política. Estas dimensiones establecen los marcos desde los cuales se orienta su intervención.

En el plano táctico, el analista goza de libertad en cuanto al modo y forma de sus intervenciones. Sin embargo, en el ámbito estratégico, esa libertad desaparece. La estrategia está estrechamente vinculada a la transferencia, y en este terreno, el analista no elige libremente su posición, sino que debe ajustarse a las exigencias de su función en el proceso analítico.

La función del analista consiste, entre otras cosas, en cuestionar, en inducir la división subjetiva, y en poner en juego el no saber como eje central de la cura. Para poder desempeñar esta función, es crucial que el analista identifique quién es el Otro al cual el sujeto dirige su discurso, ya que esta identificación sirve como guía para evitar caer en la trampa de la demanda. A partir de esta orientación, se delimitan las distintas posiciones que el analista puede ocupar en la transferencia.

Las posiciones del analista en la cura:

  1. Sujeto Supuesto Saber: Al inicio de la cura, el analista puede ocupar este lugar, funcionando como aquel a quien se atribuye un saber. Sin embargo, su rol no consiste en usar ese saber, sino en sostener su función desde la suposición misma.

  2. El muerto: En otra etapa, el analista puede asumir una posición similar a la del "muerto" en el juego de bridge, donde participa sin apostar directamente. Se mantiene presente en el proceso, pero sin intervenir desde una posición activa de protagonismo.

  3. El Otro inconsistente: En un momento posterior, el analista se presenta como el Otro, pero en su dimensión de incompletud e inconsistencia. De este modo, soporta la falta de garantías que caracteriza al Otro barrado, aspecto que es también constitutivo del sujeto.

  4. Semblante del objeto a: Finalmente, el analista adopta la posición de semblante del objeto a del sujeto en su fantasma. En esta función, soporta el carácter separador del objeto a, facilitando el desasimiento del sujeto respecto de sus fijaciones.

Estas posiciones no son arbitrarias, sino que responden a momentos específicos de la cura en los que cada ubicación se vuelve necesaria para avanzar en el trabajo analítico. Por eso, la capacidad del analista para ajustarse a estas demandas es esencial para la eficacia del tratamiento.

jueves, 3 de octubre de 2024

El analista no dirige

 A poco de iniciada su enseñanza pública Lacan escribe un texto en el cual interroga el concepto de dirección de la cura en psicoanálisis, para oponerlo al setting analítico que se jugaba en la comunidad analítica de la IPA con la que discute. Éste era entendido de tal modo que llevó a una especie de burocratización del dispositivo.

Esa burocratización es lo que Lacan discute y la inicia con lo que dio en llamar el retorno a Freud. El psicoanálisis, en función de los pilares del planteo freudiano, ¿qué concepto de la cura implica?

Al sintagma dirección de la cura le agrega otro que pone sobre la mesa la problemática del poder que la transferencia le otorga al analista: “La dirección de la cura y los principios de su poder”.

Allí es claro respecto de la libertad del analista. Lo es en el modo de sus intervenciones; lo es bastante menos en la transferencia, porque su papel allí, la posición que está llamado a ocupar no lo decide el analista sino el discurso del sujeto; y carece definitivamente de libertad en lo que se juega a nivel de la política, que no es otra que la que dicta la ética del psicoanálisis, o sea la orientación por el deseo.

Lo dijimos más de una vez, la ética es del psicoanálisis y no del psicoanalista, por consiguiente, la dirección de la cura, para responder a las categorías y a las coordenadas éticas propias del campo del psicoanálisis, prescribe que el analista no dirige al sujeto, y esa cuestión le impide al analista ser un director de conciencias.

El planteo lacaniano no trata de conductas. No conforma una técnica que ordene el proceder, sino que ubica un norte para el hacer ético del analista. Entonces, si alguien se viese tentado a dirigir al sujeto, indicándole hacia donde ir, esto está reñido con las coordenadas propias de la praxis analítica. A partir de lo cual lo que define a un analista no es lo que declama, sino lo que practica.

La cura por "su-posición".
Del planteo lacaniano, en su discusión con la IPA, se puede desprender que el analista no cura tanto por lo que dice, sino por la posición que ocupa en la transferencia.

Esto no significa, por supuesto, que lo que el analista diga no sea relevante y no lo habilita a andar diciendo cualquier cosa en cualquier contexto ni de cualquier manera, sino que es una lectura que apunta a marcar el valor fundamental, la incidencia y la eficacia que puede tener un analista en la medida de su posición en la transferencia.

Podemos hacer jugar aquí cierto equívoco que está indicado en el guion del título de este posteo.

El analista cura por suposición en la medida en que se presta a sostener esa suposición de saber que da inicio a la transferencia. Se presta a sostener esa ilusión sin alimentarla ni combatirla, durante un tiempo. Sostiene ese ensueño o esperanza por el cual se erigió la cura, con la ilusión (del paciente) de que se va a encontrar en la transferencia con algo que permita restituir la consistencia afectada del Otro.

A su vez, el analista cura por su posición. Y ello en la medida en que se presta a cumplir un papel en el juego transferencial.

Si vía la suposición se juega el espejismo que ilusiona con la completitud y la consistencia del Otro; del lado de su posición en la transferencia se pone en acto aquello que escapa al saber.

De un lado los velos; del otro el resto de la cosa sabida.

Esta disparidad en cuanto a la función del analista conlleva temporalidades en la cura, indican una orientación, y están sujetas a los vaivenes propios de la singularidad de cada cura.

lunes, 29 de julio de 2024

Olvidar y olvidarse

 Tempranamente, en la “Psicopatología de la vida cotidiana”, Freud sitúa al olvido dentro de las formaciones del inconsciente, asociándolo a la represión secundaria que le es concomitante.

Pero también es cierto, que no menos temprano, y puntualmente respecto del olvido de los nombres propios, Freud puede abordarlo desde una perspectiva un poco más amplia que la formación del inconsciente. Puntualmente los vínculos que puede considerar, a partir del olvido de Signorelli, entre el nombre propio, la muerte y la sexualidad conllevan pensar al olvido desde una dimensión más sincrónica, más ligada a cuestiones de estructura.

A partir de allí Lacan podrá pensar al olvido, o al olvidar, que no es lo mismo, como algo que se entrama en la práctica misma del psicoanálisis. Con Lacan se puede afirmar que un análisis permite olvidar, y esto no significa que promueva la represión de los conflictos en el sujeto. Aquí el olvido sería un efecto asociable al efecto de pérdida consecuente con el trabajo analítico.

No se trata de que el sujeto “se” olvide, sino de que olvide. El olvido allí se juega en términos de ese momento en el cual el sujeto cae en la cuenta de que no acudió a la cita. Pero ese olvido, ese no acudir a la cita, solo es resignificado por el sujeto una vez que ya aconteció, con lo cual el olvido es un efecto sobre el sujeto que quizás testimonie del agujereamiento del saber, y entonces el sujeto no es el agente de ello.

Finalmente podemos situar una perspectiva más, aunque de otra índole.

Respecto al propio analista en el inicio de la transferencia ubica un “fingir olvidar”. Finge olvidar que el Sujeto Supuesto Saber está destinado a caer y lo finge para sostener esa ilusión que da inicio al trabajo del análisis. ¿Qué papel cumple el olvido ahí? Porque no se trata simplemente de que el analista pueda fingir, sino que debe fingir olvidar.

jueves, 13 de junio de 2024

¿Hay clínica psicoanalítica sin obstáculos transferenciales?

¿Hay clínica analítica sin obstáculos transferenciales? La respuesta depende esencialmente del modo en que consideremos a la transferencia.

Tanto Freud como Lacan van situando, respecto de la transferencia, distintas posiciones que el analista va asumiendo en función del momento del trabajo. Y hablando de tiempos, el inicio del análisis se soporta del Sujeto Supuesto Saber. Se trata de esa ilusión doble: la de la suposición de un saber y de un sujeto al cual adscribirlo.

Si nosotros redujeramos la práctica del psicoanálisis a la transferencia asociada al sujeto supuesto saber podríamos tener la ilusión, en última instancia, de que la práctica analítica no necesariamente conlleva el encuentro con los obstáculos. Y ello en la medida en que esa suposición inaugural hace consistir la ilusión de Otro que pudiera responder.

Sin embargo, hay una verdad del saber. Ella es el límite de aquello que en el saber no cesa de no escribirse. Dado que Lacan se orienta en función de lo real como impasse, se encuentra con que lo real pone en forma que hay de lo que no entra al saber.

Considerado desde este prisma, el psicoanalista se encuentra con algo que en la praxis no se elabora a partir del significante y su modalidad de retorno entonces no se produce a través de las formaciones del inconsciente. Estamos frente a un retorno que no se corresponde con la represión secundaria cuyos efectos se escuchan en lo serial de la cadena significante. Sino que aquello que escapa al saber, eso que resta, tiene un correlato en el cuerpo del sujeto y aparecerá como obstáculo asociado a la posición del analista en la transferencia.

Lacan es explícito al señalar que es el analista mismo quien va en busca de este obstáculo, cuando señala que es el deseo del analista el que vuelve a llevar a la demanda a la pulsión, allí donde el amor la orienta a lo ideal. Esta torsión habilita el obstáculo transferencial en la medida en que hace posible el alojamiento del “resto de la cosa sabida”, o sea de aquello que responde a la inexistencia del Otro.

viernes, 8 de enero de 2021

Nube del semblante. Tiempo nodal de la letra

Las últimas formalizaciones de Lacan se apoyan en una forma novedosa de escritura: la escritura nodal. Cuando todo parecía ya dicho en la obra de este maestro francés, aparece en su seminario R.S.I. (homófono en francés a hérésie, herejía) el uso de la palabra “mentalidad”, término que antes había rechazado, dado que en Francia referí a la “psicología social”, a una suerte de inconsciente colectivo supuestamente propio a un género, etnia, comunidad o época histórica.

“Mentalidad” en Lacan refiere para cada sujeto singular a la forma que encontró de mantener las cuerdas (pues Lacan hace de lo real, simbólico e imaginario toros cada uno de los cuales guarda su agujero específico propio, un toro.

El nudo propio de la mentalidad neurótica es el borromeo, donde ninguna cuerda se arroga el derecho de abolir e, interpenetrándolo, el agujero de la otra, Pero hay muchas otras clases de nudos. Que, de mantenerse, otorgan alguna clase de mentalidad.

A diferencia del gran filósofo, lógico y espistemólogo Jean Claude Milner, quien en su excelente libro La obra clara decreta que cuando Lacan recurre al nudo se desliga de la letra y del matema, creemos que los nudos, además de aportar elementos de un valor clínico inapreciable, son, explícitamente, escrituras en el psiquismo.

Lacan no hizo de los recursos de formalización a los que acude frivolidades “culturosas” que nada tienen que ver con la clínica del padecimiento mental. Si bien su estilo es deliberadadmente difícil, esto se debe que se propuso despertar a los postfreudianos de la comodidad pequeño burguesa a la que se habían avenido: transformándose en garantes de ciudadanos adaptados y dóciles.

Freud en cambio utilizó un estilo persuasivo al introducir en un mundo donde primaba el positivismo lógico una disciplina que rompía el hechizo de una totalidad abarcable por el pensamiento de esa rama de la ciencia. Su estilo diáfano (pero profunda y secretamente complejo) le valíó el premio Goethe de literatura.

En texto que posteo trata de articular diversas formas en que Lacan continúa insistiendo en el valor de la letra como litoral entre simbólico y real (del que la letra es borde del agujero) con su necesario cortejo de cobertura imaginaria, que también solemos llamar “barrera de la belleza”.
Las últimas formalizaciones de Lacan se apoyan en una forma novedosa de escritura: la escritura nodal. Cuando todo parecía ya dicho en la obra de este maestro francés, aparece en su seminario R.S.I. (homófono en francés a hérésie, herejía) el uso de la palabra “mentalidad”, témino que antes había rechazado, dado que en Francia referí a la “psicología social”, a una suerte de inconsciente colectivo supuestamente propio a un género, etnia, comunidad o época histórica.

NUBE DEL SEMBLANTE.
Tiempo nodal de la letra

El de la letra y la escritura es un tema que recorre de punta a punta la obra de Lacan. La importancia que daba a ese concepto se puede apreciar en el hecho de que con su comentario sobre La carta robada decidió iniciar sus Ecrits. A pesar de alterar el orden cronológico en que decidió ordenar sus textos. En este cuento de Poe, sin recurso a su contenido, la lettre (carta, letra), demuestra su eficacia. Dado que decide con su trayecto el hilo entero de la trama. En el cuento, su recorrido, a quién va dirigida, quién la sustrae, a qué personaje eminente pone potencialmente en cuestión, quién la recupera, su carácter de estar allí desapercibida pero a la vista sin que el sujeto pueda localizarla quedan bien subrayados.

Soporte material del significante. Así la define en esta misma época, cuando escribe su Instancia de la letra en el inconciente o la razón después de Freud. ¿Qué sucedió con la Razón y las Luces en su ilusión de progreso sin fin, con su certeza de que todo lo real es soluble en lo simbólico después de Freud? He aquí que utilizando la bifidez del término Razón (raciocinio pero también cociente, divisor) Lacan se vale de la letra y su poder de, por ese bies literal de lo simbólico, hacer en ese mismo registro agujero real.

Respetando la importancia central de la letra, la recopilación de textos escritos llamada Autres écrits comienza por su texto Lituraterre. En este texto fundamental el analista cita ya a Joyce y a su retruécano a letter, a litter. Traducido, como se puede, por una letra, un desecho o basura. Pero en inglés litter designa no a cualquier residuo. Sino a ese que se deja caer a tierra. No es lo mismo garbage o rubbish. Lo que explica que también se nombre así (litter) a la camada, al conjunto de cachorros nacidos (caídos) del vientre de una hembra. Del agujero que hace la letra nace algo. Así también la luz, las Luces.

En este texto la define como litoral, y no frontera, ya que bordea dominios bien diferentes que se solicitan el uno al otro, entre lo simbólico (el saber de la razón y de las Luces) y lo real del goce, que aparece cuando a la letra se la colma. Será bien distinto el modo de goce si se la colma con material incestuoso, regrediente, o en cambio se la recubre parcial y temporalmente, progredientemente, con las producciones singulares del sujeto.

Cuando en alguna parroquia se apunta contra el goce y a favor del deseo; o por el contrario, se endiosa al goce despreciando este último, se comete un error que va a tener consecuencias en la dirección de la cura. Debemos ponernos de acuerdo y puntuar de cuál goce hablamos.

Hacia el final, en sus últimos seminarios decide introducir la escritura nodal. Haciendo de las cuerdas que sostienen algún nudo mental para el sujeto, en caso de mantenerse no des-encadenadas, también letras. A esa mentalidad la define como necesariamente débil, puesto que le es imprescindible la grafía del registro imaginario, que también tiene su agujero específico y que hace su re entrada en el tramo final de su enseñanza, haciendo triple al litoral que cierne a la letra. La letra, haciendo borde al agujero (del saber, de la razón después de Freud, de la imagen fascinante), permite trenzar, de forma borromea o no borromea, tal sostén nodal subjetivo. Tampoco se debiera seguir apuntando "impunemente" contra lo imaginario. Si hay superficie psíquica es porque se cuenta con un tramado consistente de letras que a tal superficie la configuran.
Los nudos, de ser borromeos, dan por resultado una mentalidad neurótica. Los no borromeos sostienen, sí, una mentalidad pero bien distinta en su relación al goce, a la posibilidad de cuidar a la progenie, a la relación a la ley en sentido amplio y al otro en el lazo social.

Como en el cuento de Poe, también sucede en la cura analítica. Se trata de encontrar, leer, y reescribir las letras que deciden la vida del sujeto. Para detectar errores en la grafía, disposiciones del texto que complican la vida e impiden alcanzar la cuota del goce "amigo de la vida" y no ya no su "enemigo" (citamos aquí a nuestro maestro Safouan) necesitaremos primero localizar la letra y transformarla en a litter. Algo que al caer, a diferencia del papel que desechamos, por ejemplo, en una calle, ensuciándola; fructifica como litter, la camada de cachorros de un ejemplar que nos gusta y que amamos.

Ahora bien....Lacan subraya que la letra habrá estado allí cuando se la lea y se la haga caer para fructificar. En futuro anterior. A eso se refiere el célebre sintagma de lettre en souffrance, la que aun no ha llegado a destino. Pues mientras no se la lea será portadora de lo que el Otro haya inscripto según oscura voluntad de goce. Y eso sucede en cualquier caso. No se necesita acudir a casos truculentos. Desde ese lugar acéfalo comandará un destino del tipo del "estaba escrito". Cara fatídica de la letra. En cambio, leída y hecha caer desde el "troquelado" en que está garrapateda, por ejemplo, en el síntoma, tomará la eficacia de darle al sujeto el estrecho margen de libertad que abre la chance de ser quien escriba algunos rasgos de su propia historia. Que sea, al menos en parte, quien conduce la nave que lo guía en el curso de la línea de la vida.

Cuando las letras-cuerdas del nudo mental corren sus hilos en el sentido de la inhibición, síntoma o angustia, nos encontraremos con la costosa forma en que el sujeto (neurótico en esta combinatoria borromea) escribió la grafía de alguno de los nombres del padre al altísimo costo de hacer del padre religión y de padecer la molestia que paradojalmente ha sido otrora una solución. Ardua pero necesaria discusión con el feminismo y los cultores del discurso de género, que no llegan a colegir que en psicoanálisis (y con aun más fuerza en la obra de Lacan) padre es un operador estructural y no un masculino que habita la casa. Y que en las familias edípicas "típicas" es transmitido especialmente por las mujeres.

Cuando hay un lapsus nodal que implique una interpenetración que deje alguna cuerda des-encadenada quizá el trabajo de análisis logre escribir algo mejor que la corrección delirante.

La letra del "estaba escrito" determina desde el Ello. En el mejor de los casos trata de elaborarse desde el inconsciente. ¿Acaso el ello se elabora solo? ¿Este inconsciente se autointerpreta? ¿Puede leerse la letra fuera de la trama de la transferencia y sin recurso a la interpretación o a la construcción?

Comentaremos un relato de un analizante: Durante la primera consulta este hombre culto, en crisis, cargando con un grave dolor psíquico, pregunta: ¿es usted lacaniana? Este señor nada sabía de mí, salvo lo que le habían asegurado algunos de sus amigos. No podía trabajar, no dormía, temores hipocondríacos (cuasi certezas de padecer enfermedades incurables) lo atenazaban y el pánico a la ruina económica lo corroía. En efecto: estaba agotando el límite de faltas por enfermedad...y la paciencia de la empresa para la que trabajaba en un alto puesto. Demandaba a sus amigos un consuelo que no encontraba. Los hartaba. Sobrevivieron a la crisis sus verdaderos amigos. Habría de descubrir después cuántos otros disfrutaban de hacer leña del árbol caído.

El analista al que había consultado antes, un lacaniano según le habían dicho, escuchaba impasible su relato, se callaba, gruñía de tanto en tanto y, cuando intervenía lo hacía de un modo muy peculiar: enigmas, retruécanos, calembours. A veces emitía intervenciones indicativas del tipo: "Basta, vuelva a trabajar". Si el analizante comenzaba a asociar algo era despedido del consultorio con una curiosa orden: ¡"Tire de ese hilo"! A la sesión siguiente, avergonzado y aún más angustiado concurría el doliente a sesión...No había podido cumplir con el diktat.

Tirar del hilo. No podría ser más exacta la descripción de lo que se tenía que hacer... ¿pero quién? ¿El analizante o el analista? El propio Lacan comenta que, en el nudo, es asunto de tiraillement, corrimientos de las letras-cuerdas que pongan a disposición empalmes de registros con eficacias nuevas. Solo que habría que recordar que, mientras la transferencia le sea necesaria al sujeto, queda a cargo del analista el acto de "tirar del hilo".

¿Cómo encontrar en la cura la letra con la que, reescribiendo allí donde ella está en souffrance podamos arrimar al analizante a un trato menos improductivo con el goce que arde en su litoral con lo simbólico y lo imaginario?
¿Se puede para el parlêtre acceder en directo a lo real sin mediación de la letra y el auxilio de la transferencia?

Volvamos un instante al relato clínico.
En medio de la situación descripta tuvo ocasión nuestro sujeto de mostrar el sentido del humor que, cual leve cuerda de sostén, lo mantenía a flote. Afirmó: "Las pocas veces que hablaba ese analista, parecía que de los cielos había súbitamente descendido El Logos".

Librado a sí mismo el analizante no logra "tirar del hilo". En verdad sobre los hilos, sobre las cuerdas del nudo mental, que es una escritura, debemos operar, sí, los analistas. Porque esas letras, esos hilos, aprietan su grafía sobre el semblante que ofrece su presencia. Releyendo lo que el inconciente del paciente ya había escrito como síntoma, angustia o inhibición en las neurosis. O lo que desde el ello insiste como demanda pulsional. Y al releer, reescribir. Reacomodar los hilos de su nudo. Leyendo, el analista escribe lo que aun no estaba escrito, actualiza la lettre en souffrance. La hace llegar a destino. Pero no ya en el síntoma, que es como la trae garrapateda el paciente, sino en la adecuada traducción de la letra del Nombre del Padre que trenza su nudo con ese cuarto término, si este es borromeo. O como se pueda si la letra fuera la de una grafía correctora.

Ese acto es del analista. El analizante no puede "tirar del hilo" por sus propios medios. No hasta que llegue el fin del análisis. Es lo que nos enseña, hasta ahora, la experiencia del pase a los que en ella estamos comprometidos. El inconciente no se autointerpreta con esta eficacia. Aunque sea una primera interpretación, pero nebulosa, confusa...y costosa, del propio sujeto.

Letra, hilos, escritura nodal. Sobre ese material noble trabajamos los analistas. Detengámonos en esta bella metáfora meteorológica que nos legara Lacan en su texto Lituraterre. Tomando impulso poético en la travesía en avión que lo llevara a Japón, el analista se deleita mirando el paisaje. Entre las sombras que proyectan las nubes, los cursos de río que surcan la tierra, el musgo que cubre la piedra, advierte que para quien está parasitado por el lenguaje se dibujan los contornos de una letra. Hasta lo que pareciera "pura" naturaleza deviene escritura. De ahí la importancia que le otorga a la caligrafía oriental, donde se lleva a cabo el "matrimonio" de la letra con la pintura.

Pasa entonces a la observación de las nubes. Se le hacen "nubes de semblante". Nubes de significantes, semblante por excelencia. El hecho de hablar nos habilita a interrogar lo real, al tiempo que nos lo viste y oculta. Hablar nos direcciona a un real al que solo nos es dado acercarnos asintóticamente. Esto no puede hacerse sin escalas, sin pasar por el medium de la palabra. Afirmar lo contrario es un encantamiento teórico ... cuando no una infatuación.

Una suerte de tobogán de dos vertientes baja desde el punto significante. Por un lado una ladera se dirige al sentido, pues toda concatenación de semblantes tiende inercialmente a formar sentido. Por la otra vía de caída, de declinación, el significante, el semblante, al romperse, deja caer, rodando, la letra, the litter. Para eso debe desgajarse, de entre los significantes binarios del Otro a los que Lacan llamara "medios de goce", los de sus demandas (a través de ellas el Otro se nos da a conocer), el trazo común, asemántico, que tienen como común denominador. Precondición de el delineado de la letra es pues que se forme el essaim, enjambre de significantes unarios.

La mera formación de esa "nube del semblante" no suele venir ya dada cuando el analizante acude a consulta. Un malestar difuso, una humedad dispersa no tienen la misma eficacia clínica que el hecho de localizar nubes bien conformadas. Pero es el analista quien debe ocuparse de agruparlas, darles forma, ponerlas a punto de emitir su lluvia.

Retomemos pues: el punto de declinación del semblante que va a parar a la letra requiere que se haya formado la nube, o más bien las nubes de semblante. Que se haya unarizado su sentido compacto es precondición de la formación de la letra. Pues el significante unario es a la vez semblante y contorno, deíctico de la letra. Forma, por así decirlo el troquelado desde donde se podrá más tarde recortarla y hacerla caer. Esas gotas constituyen el rouissellement, riachuelos, cascadas de letras que al caer reiniciarán el ciclo. Volverán a humedecer la tierra, a hacer crecer los ríos, prosperar las hierbas o árboles. Para que luego el sol vuelva a hacer ascender su humedad hacia las nubes. Que volverán a eventualmente dejar caer letras. Que ya no serán las mismas y tendrán ya otra eficacia.

Estas operaciones no se realizan sin la presencia y la posición del deseo del analista. Su silencio no equivale a la mudez.

Sileo, del verbo silere, en latín significa "callo", pero también "presto atención". Así también en música los silencios son esenciales para que la música cobre vida. Ese silencio es el sostén de la palabra. La pregunta bien formulada, el intento de ir poniendo al sujeto en camino de la advertencia de lo que en él está aún, vivo, de su neurosis infantil, la detección de cómo sus repeticiones están en relación a las identificaciones que hacen que en él vivan, aún, rasgos de los mismos personajes de los que se queja preceden a la caída de la letra.

El silencio del analista corresponde al silere que permite emerger el semblante de objeto separador. Y si de un tacere, mudez absoluta, se trata es sólo de los intereses de su persona, que no debieran entrar en juego en tanto y en cuanto está dirigiendo la cura.

El tiempo se hace aquí necesario. Este tiempo no es solo el simbólico: el de la anticipación y la retroacción en que con razón tanto se insiste.

Este está también trenzado con el imaginario, el cronológico, el de las agujas del reloj que llevamos comúnmente adosado a nuestro antebrazo. Sin ese tiempo no habrá oportunidad de recorrerse una y otra vez la "nube del semblante" hasta que logre el meteoro del acto analítico hacer caer le rouissellement de lettres, la cascada de letras que despeguen al sujeto de la insistencia en un goce ruinoso y lo arrimen a un goce, al decir del maestro Moustapha Safouan, amigo de la vida y no ya su enemigo.

Recién entonces se habrá arribado al tiempo real, el del acto de escritura de una letra que haga un corte en la línea de la vida. Que marque un antes y un después. porque si el sujeto no se vuelve a fundar en análisis, este no habrá tenido sentido.

La nube del semblante es pues esto: significantes que derivan en suspensión. El meteoro: viento que hace chocar unas nubes con otras, el rayo, las diferencias de frentes cálidos y fríos podrán hacer que, más tarde, se formen gotas que precipiten hacia la tierra.

No todas las nubes (de semblante) logran hacerse cascada de gotas (letras). Pueden disolverse en el aire sin haber logrado caer, llegar a tierra y ejercer su eficacia: que algo mejor se haga con el objeto que cada cual fue para el Otro. Objeto al que el semblante alude, pero que solo la letra cierne. Para ello se requiere un buen uso del tiempo en sus tres dit-mensiones.

Como no creemos que se pueda plantear un Lacan versus otro podemos arrimar estas reflexiones a la escritura nodal. Este analista planteó que, en el nudo, es asunto de tiraillement, es decir de tirar del hilo para que zonas momentáneamente no disponibles de empalme aparezcan. Delineando los espacios donde pueda la letra hacer de línea de corte.

Lacan afirmó que la garantía de la transferencia la constituye la suposición de saber depositada en el analista. A esta posición inicial, a la que el analista, quien por supuesto del consultante nada sabe, la llamó Sujeto supuesto Saber. Esta posición, tromperie inaugural sin la cual no hay inicio posible de análisis y a la que el analista no puede ni rehusarse ni asumir con impostura, debe ser interceptada por el deseo del analista. Solo interceptada por el deseo del analista esta transferencia podrá no devenir "salvaje" y podrá servir para que el analista vire de posición para devenir el sostén del análisis, que radica en hacerse semblante de a.

Pero...¿qué significa hacerse semblante de a? En su seminario XVII L´envers de la psychanalyse el lector de Freud llama agente a la posición dominante de cada uno de los discursos en que establece los tipos de lazo social. Agente proviene del verbo latino agere (cuyo supino es actum). Si nos atenemos a su etimología, agente es quien puede llevar a cabo el acto del que se trate en cada discurso. En el analítico, el acto analítico. Este pasa tanto por la interpretación clásica de desciframiento literal, jeroglífico del inconciente, que de ninguna manera está "superada" como las construcciones, intervenciones constructivas en lo real, reacomodamiento de las relaciones del sujeto con lo real que hacen, todas ellas al acto analítico y que no se excluyen las unas a las otras.

Ahora bien, en el seminario que sigue, el XVIII D'un discours qui ne serait pas du semblant Lacan va a llamar al agente, también y de forma no excluyente, semblante. ¿Contradicción? ¿Cambio de paradigma? No lo creemos así. Por el contrario. Por ejemplo y principalmente, cuando se centre en el discurso del analista el agente (el que lleva a cabo el acto) de ese discurso ha de ser un semblante de objeto separador. Su obra es vasta y resulta una suerte de hojaldre donde capa por capa Lacan retoma una y otra vez conceptos vertidos en los primeros escritos y seminarios. No se trata de una contienda donde el último Lacan vence por know out al primero.

Es en ese seminario que dice que el semblante es el significante. Entonces, si tal es el semblante...¿qué puede significar "hacer semblante" de objeto a separador? Desde luego no la mudez, ni el oráculo, ni la intervención psicodramática. Sino cualquier forma de hacer aparecer un significante (con palabras, con gestos que hablan, con intervenciones que porten un decir) que haga de contorno del objeto de goce que se le hace opaco y enreda en alguna fijación ruinosa al analizante.

No para que ya no goce. De ese modo la vida carecería de todo atractivo. Sino para que el goce se teja mejor entre los hilos del que el analizante habrá aprendido a tejer mejor, en vez de estar apresado en las determinaciones de su pasado.

Corte por el borde de la letra para que, del goce, éste encuentre una mejor forma de hacer uso.

La pregunta bien formulada sobre el punto del discurso que deja oír aquello de la estofa doliente de la neurosis, la contradicción lógica o la afirmación sin fundamento, basada en la creencia infantil en cualquier Otro a quien no se podría cuestionar sin ayuda analítica. Nada más extraño a la ética del analista el dejar que la angustia, en lugar de ser "una hoja de ruta" del análisis, o si se quiere un nombre del padre inunde al sujeto impidiéndole pensar el saber que lo trabaja desde el ello o lo determina desde el inconciente. Ciertamente nada más opuesto a la dirección de la cura que imponer una indicación a la que los recursos del paciente no dan, aún, acceso alguno.

Recordemos que además hay un inconciente que lo es solo en el sentido descriptivo, allí donde se sitúan las huellas mnésicas del ello que aun no se tradujeron en significantes, semblantes sobre los que se pudieran formar hilos (letras) a futuro. En ese caso el analista debe primero traducir (estamos citando a Freud) las huellas en significantes. Como afirmaba Freud: se debe hacer que el analizante piense lo que ya sabía. Otra cosa es inconsciente dinámico, el inconsciente propiamente dicho, comandado por la instancia de la letra...en souffrance, aun no llegada a destino, salvo en el síntoma que aqueja.

Este primer analista obraba de buena fe...pero siguiendo las enseñanzas de moda que se le habían impartido y no dejándose llevar, desde la abstinencia (abstención también de actuar por cualquier ideal propio al analista, fuera éste un ideal teórico) que Freud imponía al analista para hacerse tal hasta encontrar la intervención apropiada, que no se encuentra en manual alguno ni pasa por la imitación de lo que se cuenta que sucedía en 5 rue de Lille.

miércoles, 5 de agosto de 2020

La textura de lo social (3): Los 4 discursos, uno por uno.



Pasemos a explicar en detalle lo que está en juego en cada "matema" (relación entre letras) de formalización del discurso en tanto estructura del lazo social.

El discurso del amo
El discurso del amo es la estructura que se genera a partir de la definición misma del significante como "lo que representa un sujeto para otro significante" (Lacan, 1960, reproducido en Lacan, 1966: 835). Esta matriz lleva la impronta de la dialéctica del amo y el esclavo, que gravita sobre el pensamiento de un Lacan alimentado por las lecciones sobre la Fenomenología del espíritu de Alexander Kojève (1947), quien hizo de la dialéctica del amo y el esclavo la piedra angular de interpretación del sistema hegeliano.

En el discurso del amo, la ley, el orden y la autoridad —en tanto significantes amo S1— se hallan en la posición dominante del agente. Este discurso es ante todo el discurso fundacional de los imperativos que tienen que obedecerse sólo porque son los imperativos del amo. Los significantes en los cuales se fundamenta en sí mismo no tienen ningún sentido: son vacíos, pero deben ser obedecidos de manera categórica. Cualquier intento por apuntalar el discurso del amo con argumentos lógicos no anula el hecho de que éste es un discurso de poder y mando, no de razón.

Aquí el lugar de la verdad está ocupado por la subjetividad dividida del amo, (castrada y precaria como la de cualquiera), pero enmascarada por la posición fuerte del agente (S1) que le otorga al amo la sensación de estar plenamente constituido y lo vuelve susceptible del delirio de grandeza de quien declara ufano que sólo "el cielo es el límite".

Desde su lugar, el agente se dirige al otro (S2) y lo pone a trabajar. Metafóricamente, Lacan relacionaba S2 con el esclavo de la dialéctica hegeliana, quien posee el saber y es obligado a trabajar bajo la acción del amo-agente. Como esclavo, tiene que renunciar al goce para salvar su vida luchando hasta la muerte contra el amo; en vez de goce, tiene trabajo compulsivo que realizar. Sin embargo, ¿quién es este esclavo que trabaja sin desmayo día y noche? Es el incesante inconsciente, que atesora el saber de la condición del sujeto, la verdad acerca del goce que encierran sus síntomas. La paradoja es que el sujeto mismo no sabe nada del saber inconsciente que lo habita y, de hecho, prefiere no saber nada. Sin duda, el inconsciente como saber no es del orden de la teoría, sino saber "[...] atrapado en la cadena significante que tendría que ser subjetivado" (Fink, 1998: 38).

El resultado del trabajo del esclavo es el "objeto a", la plusvalía de este proceso, que cae bajo la barra que divide la parte alta y baja del esquema. Como sucede con $ colocado en el lugar de la verdad, el "objeto a" no está disponible para las representaciones del sujeto debido a su condición de producto inconsciente. En este nivel se inscribe también la conjunción/dis-junción ( ) del sujeto respecto del objeto a causa del deseo, la cual define el fantasma, que da cuenta del modo particular como el sujeto experimenta goce, aunque no con su pareja sexual, sino con el objeto a, su magro substituto.

Para ilustrar el funcionamiento del discurso del amo en el terreno de la sociedad, remitámonos al habla política, con su abundancia de performativos e intimaciones; pero no sólo la enunciación política es de esta suerte, también la científica y la teológica lo son.
Apuntando a interpretar el discurso colonial, Charles Melman (1990; 1996) ha propuesto una pequeña modificación en la escritura del discurso del amo trazando una línea vertical entre los lados derecho e izquierdo del matema original:
Esta formalización daría cuenta del fracaso del discurso colonial en la creación de vínculos entre el colonizador agente S1 y el colonizado otro S2, esto es, del colapso de todo tipo de instancia discursiva que viniera a establecer un lazo simbólico entre ambos. Así (en vez de pacto simbólico que promueva la expectativa de un goce fálico compartido), lo que encontramos del lado del amo colonial es pura violencia; y del lado del otro colonizado, rebelión.

El discurso de la universidad
El discurso de la universidad es el arquetipo del discurso del "conocimiento racional", aunque no se asimila per se a la ciencia o a la lógica. Dicho discurso especifica un tipo particular de lazo social en el cual S2 (el saber) es puesto en el lugar del agente, que se dirige al otro a manera de elusivo objeto a.

Como habremos podido imaginar, con el progreso de la racionalización y el "desencanto del mundo" que caracteriza a los tiempos modernos y posmodernos, el discurso de la universidad, bajo el disfraz de la tecnología y del habla de los expertos de todo tipo (incluida la de los sociólogos expertos que compilan datos y más datos para estudiar el crimen, la familia, la pobreza, etcétera), parece prevalecer sobre cualquier otro tipo de lazo discursivo. Este ha venido a organizar el mundo de la vida hasta lo más íntimo, sin contar con que hoy incluso los líderes políticos justifican sus acciones no porque controlan el poder, sino porque sus decisiones cuentan con el respaldo del conocimiento de los expertos (Melman, 1996). El flagrante contubernio entre el conocimiento especializado y el poder político es lo que Foucault señalaba como lo propio de "la edad moderna del poder", la "biopolítica": la convergencia entre saber y poder.

Sin duda, en nuestros días el discurso de la universidad se ha transformado hasta el punto de convertirse en una modalidad más del discurso del amo.

El discurso del analista
El discurso del analista surge tarde en la Historia: apenas en el siglo XIX, cuando Freud formuló el psicoanálisis como teoría general del aparato psíquico.

En este matema discursivo, el analista funciona en la perspectiva del puro deseo, del objeto a puesto en condición de agente, desde donde se dirige al lugar del otro en el cual se sitúa el analizante en tanto sujeto dividido. Por definición, el discurso del analista es el que estructura la clínica psicoanalítica en lo que aparenta ser un lazo binario que une a un analizante y a un analista. No es así: el lazo es en realidad ternario puesto que implica al otro (al inconsciente, al significante) como elemento tercero, cuyo reconocimiento bastaría para disipar toda ilusión de que se trata de dos almas gemelas unidas por un diálogo.

Al principio de la cura psicoanalítica, el analista es una simple "x" y el analizante, apenas un potencial. En estricto sentido, no hay analista sino cuando hay acto analítico, es decir, cuando, en el après coup de una interpretación apropiada por parte del analista, el saber del Otro sale a la luz. En el curso de la cura, el analizante es llamado a seguir la regla fundamental de la "libre asociación" y a decir lo que le venga a la mente sin atenerse a censuras morales o lógicas; de esta manera es empujado a producir los significantes-amo (S1) a los cuales se encuentra "agarrado"; significantes que requerirían ser articulados con significantes binarios (S2) para adquirir sentido. El analista está ahí para leer en las palabras del analizante (tornándolas texto) y para garantizar que el ejercicio de asociación libre tenga sentido, incluso antes de que se revele el sentido de las palabras que éste profiere desde el diván. Lo que el analizante dice, en definitiva, no es para nada arbitrario, sino que está condicionado por el deseo inconsciente: la palabra, para el psicoanálisis, es demanda, deseo, no mera flatulencia que se escapa por la voz.

La estructura discursiva de la que participan analista y analizante define el dispositivo psicoanalítico, cuyo mecanismo eje es la transferencia, que pone al inconsciente en la escena de la cura. La transferencia tiene lugar entre ambos, en cuanto el analizante se sitúa en disposición de búsqueda de la verdad sobre sí mismo, sobre su deseo. Por esa vía, quien se somete al análisis vence las resistencias y da al inconsciente posibilidad de efectuarse (Braunstein, 1988).

No hay aspecto de la biografía de un sujeto que pueda ser considerada importante en sí misma para la comprensión de sus deseos inconscientes. Sólo después de un largo trabajo de asociación en la cura (id est, bajo transferencia), algunos hechos de su vida van a cobrar importancia para propósitos psicoanalíticos, en especial sus síntomas (ahora apalabrados, construidos para el analista desde el diván), sus equivocaciones involuntarias, la repetición de sus fracasos, sus actos fallidos. Básicamente, se trata de un trabajo de reconstrucción retrospectiva (nachträglichkeit) y no puede ser de otra manera, pues no hay "contenido" inconsciente que se encuentre de antemano en el psiquismo (o en el cuerpo) a la espera de ser descubierto; de hecho, el inconsciente no es en sí mismo sino una construcción après coup que tiene lugar en el espacio transferencial entre analizante y analista.

En general, quien llega al diván de un analista lo hace con el sentimiento de ser un "individuo", convencido de su unidad e integridad, positivamente seguro de la ecuación entre su ego y su pensamiento. No obstante, el sujeto sufre y porque sufre duda de la explicación que se da a sí mismo sobre sus males: debe de haber algo sobre su condición que no sabe, un saber que esperaría encontrar en el otro, el analista. En términos filosóficos, diríamos que se llega a la cura como sujeto del cogito. El psicoanálisis, sin embargo, hace una radical distinción entre ser y pensar: ser es lo que el sujeto logra hacer con su goce, incluso al precio de su salud y bienestar, como lo muestra el sufrimiento psíquico. Pensar, por el contrario, es un atributo de la conciencia y del individuo-ego en tanto "sujeto de los enunciados". Toda apariencia monolítica del sujeto va pronto a caer en el curso del análisis porque allí éste va a ser interpelado no como "individuo", sino como sujeto dividido entre representaciones conscientes y deseos inconscientes. Ese va a ser el motivo de la "histerización" del sujeto durante el proceso analítico: que el analista se dirija a él como dividido y contradictorio, cuyos pensamientos vienen del Otro, no de su ego. De allí entonces su precaria identidad, la inestabilidad de su condición subjetiva, la ingravidez de su ser.

En estricto sentido, la función del analista durante la sesión es desaparecer como "Yo" (moi) frente al "Yo" del analizante, contrarrestando así todo entrampamiento imaginario de tipo compasión o empatía. Su actitud es de docta ignorantia puesto que, a diferencia del filósofo, "[...] el analista no dice [...] que nada sabe, no es un ignorante. [...] Pero nada sabe del inconsciente del analizante en presencia. [De hecho], su saber no coincide con la suposición del analizante" (Oyervide, 1996: 55), esto es, que el analista tiene perfecto conocimiento de la causa de sus síntomas y de su inconsciente: para el analizante, el analista es el "sujeto supuesto saber", y ese supuesto es el motor de la cura analítica ya que constituye la transferencia misma.

El analista debe ubicarse en el lugar del objeto a —el agente real de la cura— para inducir desde allí la producción de significantes-amo por parte del analizante. El analista dirige la cura, no dirige al analizante; por eso, cuando interpreta durante la sesión, lo hace desde la perspectiva del objeto a, no de lo que cuenta el analizante. Con frecuencia guarda silencio, lo cual permite al analizante producir nuevos significantes y crea la oportunidad para que el sujeto del inconsciente se manifieste.

Como medio para escandir el habla del analizante, el analista puede decidir acortar el tiempo de sesión, jugando así con una temporalidad que no es cronológica sino lógica; es decir, relativa a la lógica del significante. Pero, ante todo, desde el lugar que ocupa el analista está allí para empujar al analizante a hablar, alentándolo a asociar con libertad burlando así la represión y la censura. En último término, lo que se halla en juego en la posición del analista es la transformación de su conocimiento teórico en herramienta que trabaja en el registro de la verdad del sujeto. "El problema no es lo que el analista dice", escribe Lacan en la "Proposition du 9 Octobre 1967", "sino la función de lo que dice dentro del psicoanálisis".

Por efecto de la transferencia, el analista es para el analizante el "sujeto supuesto saber", y el objeto de sus fantasías y deseos. Desde la posición del objeto a, el analista va a interpelar al otro como S como sujeto en falta, sujeto dividido—, de quien se espera que produzca los significantes amo (S1) en los que su verdad se encuentra alienada.

El discurso de la histérica


En palabras de Lacan, "La histérica es el sujeto dividido mismo; [...] es el inconsciente en operación, que pone al amo contra las cuerdas para que produzca saber" (Lacan, 1970: 89). Recordemos que la spaltung (división) del sujeto es el efecto de la dependencia del sujeto al lenguaje, que crea la fisura estructural de donde parte el ímpetu, particularmente notorio en el caso de la histeria, para la búsqueda desesperada de medios con el fin de llenar el vacío.

Marc Bracher ha descrito con propiedad el discurso de la histérica. Para él, dicho discurso se encuentra operando
[...] cuando el discurso es dominado por el síntoma —esto es, por su modo conflictivo de experimentar goce, conflicto que se manifiesta [...] como fracaso del sujeto S para coincidir con, o ser satisfecha por, el goce de los significantes amo que la sociedad ofrece (Bracher, 1993: 66).
El discurso histérico es el del analizante que habla desde lo más profundo de sus síntomas durante la sesión de análisis. Lo que Freud definió una vez como la "regla de oro" del tratamiento psicoanalítico, la asociación libre, entraña la histerización del sujeto en análisis, quien habla sin racionalizar desde la perspectiva de aquello que hace síntoma. En este sentido, la histeria puede considerarse la condición misma para cualquier progreso en el tratamiento analítico.

El discurso de la histeria, entonces, ubica en el lugar dominante del amo-agente la división subjetiva, el síntoma del sujeto. Desde este lugar, el agente se dirige al otro, al significante amo, en busca de respuestas que alivien su mal de vivre, que suplan su falta-en-ser. Como dice Gérard Wajeman, "[...] la enunciación histérica es preceptiva: '¡Dime mi verdad!'" (Wajeman, Op. cit.: 12), dime la verdad acerca de quién soy... , no importa si en esta búsqueda desesperada el otro sea llevado al límite, a mostrar sus propias carencias... , aunque en ese momento seguramente la histérica va a emprender el movimiento de retirada al comprobar que el otro, el amo, también está castrado. La histérica siempre se colocará ella misma como objeto de goce, como "[...] objeto precioso en una rivalidad con el falo; es decir, [querrá] ser la joya y demandar al hombre simplemente presentarse o prestarse como caja de la joya" (Brousse, 2000: 51).

En resumen, el sujeto posicionado en el discurso de la histérica busca respuestas que calmen su ansiedad. interrogada por la levedad de su ser, la cual le resulta insoportable, la histérica se comporta como un investigador científico que procura certezas en su laboratorio, empujando el conocimiento hasta los límites. Con razón Lacan decía que el discurso de la ciencia es el ejemplo mismo del discurso de la histérica.10

V. CONCLUSIONES
Desde sus inicios como campo de reflexión y disciplina académica, la Sociología se ha planteado interrogantes sobre lo que hace lazo social al plantear las "relaciones sociales" como el objeto por excelencia de su indagación. En el pensamiento sociológico clásico, de Durkheim a Parsons, estas relaciones se definieron en términos de integración y valores, mientras que Marx las abordó en el marco de la explotación de clase correspondiente a un nivel determinado de desarrollo de las fuerzas productivas. Weber, en cambio, las situó en el proceso de expansión progresiva de la racionalidad instrumental respecto de las formas de racionalidad ligada a valores o a la tradición. Más cerca de nosotros, Touraine ha propuesto referir las relaciones sociales a la acción de actores en conflicto dentro de campos determinados. Y Bourdieu, con mirada objetivista, piensa que todo lo que hay en sociedad son relaciones independientes de la conciencia de los agentes.

Sin duda, los nexos sociales se establecen al interior de la producción, se apoyan en las instituciones, se bañan en los valores que circulan en sociedad, llenan el espacio conflictivo de los actores sociales. Sin embargo, aunque parezca que los vínculos son meros desprendimientos de estos contextos, la verdad es que el lazo social constituye el requisito sine qua non para que las diferentes dimensiones de la vida social sean posibles: se necesita del lazo para que haya producción e intercambio, división del trabajo, acción y movimiento social, solidaridad entre partes de la sociedad. Por ello, siendo estrictos, deberíamos primero intentar dilucidar la naturaleza del lazo social si queremos luego develarlo en su operación dentro de situaciones, campos, instituciones... Pero entonces veríamos que su naturaleza no es sino la misma que constituye al sujeto como ser social: el lenguaje, que en sí mismo no es de naturaleza social, aunque en su operación discursiva precipita un nexo social. Ello hace toda la diferencia entre las sociedades animales y la humana, ya que gracias al lenguaje podemos crear instituciones, actuar y no sólo comportarnos, producir cooperativamente, racionalizar el mundo, etcétera. Gracias al lenguaje, la socialidad humana es simbólica, no instintiva ni esencial.

Que los seres humanos tengamos lenguaje quiere decir que tenemos la capacidad de introducir diferencias en el Real, marcar discontinuidades, establecer discriminación; todo eso por la acción específica del significante que burila el Real, lo bordea con símbolos para hacerlo susceptible de ser tratado por medios humanos. Porque operamos con el lenguaje en función discursiva, tejemos lazos sociales, usando palabras o sin ellas, aunque el lazo nos establece siempre en un pie no recíproco y no complementario frente al otro.

Es extraño que la Sociología haya permanecido hasta ahora impermeable a este tipo de consideración. Quizás ello se deba a cierta falta de receptividad de su parte a los avances en otras ciencias, en especial del psicoanálisis y su elaboración respecto de la subjetividad y el lenguaje. Sorprende comprobar que en una obra donde se critican teorías contemporáneas del lenguaje como es Langage et pouvoir symbolique, de Pierre Bourdieu (2001), el nombre de Lacan no se menciona sino una vez (¿mero name dropping?), aun cuando en la obra de Lacan se encuentra una aproximación al lenguaje que pone de cabeza el formalismo de la lingüística moderna, lo que significa —entre otras cosas— un tratamiento no semiológico del lenguaje, la abolición de todo utilitarismo comunicativo y el señalamiento de que el efecto más notable del lenguaje es el sujeto mismo, no el sentido o la significación. Resulta irónico comprobar que en la obra del sociólogo que en determinado momento en Francia llegó a pasar como "el intelectual dominante", no se considera el aporte de Lacan y el psicoanálisis para la comprensión del discurso como fundamento del lazo social, y del sujeto como efecto del lenguaje (del sujeto y, por consiguiente, del "actor", o del "agente" —como Bourdieu prefiere llamarlo—, con lo que de paso incurre en una suerte de "hiper-estructuralismo" que encierra una contradicitio in termini al interior de su Sociología, pues en determinado momento él se declaró de manera rotunda contra el estructuralismo).

No es mi planteamiento que la Sociología deba hacer su "giro lingüístico", como lo han hecho otras disciplinas. La crítica que hace Perry Anderson a "the exorbitation oflanguage" por parte del estructuralismo, me parece válida en su propósito de cuestionar el "imperio de los signos" planteado por algunas tendencias "populares" del estructuralismo, las cuales acabaron nombrando "lenguaje" o "discurso" a cualquier cosa (Anderson, 1984: 42). La referencia al lenguaje en la perspectiva de Lacan dista mucho de eso; para comenzar porque para el psicoanálisis recurrir al lenguaje no es sino el medio para pensar el sujeto, su verdadero asunto. Tal propósito muestra una vía ejemplar para la Sociología pues sería de desear que ésta se libre del legado durkheimiano de tratar los hechos sociales como "cosas", para enfocarse en el estudio de los efectos subjetivos de la vida social. Apoyándonos en el psicoanálisis, los sociólogos podríamos aprender a "leer" el texto social, lo cual nos llevaría a abordar los fenómenos de sociedad desde la perspectiva de su inscripción significante. También aprenderíamos a ver los vínculos que ligan a los sujetos no por su simple condición objetiva, sino por la condición que los instaura y los torna positivos, esto es, el discurso.

Notas:
10 "Ni hablar del discurso histérico: es el mismísimo discurso científico" (Lacan, 1971-1972 (a): 32).

Fuente: Gutierrez Vera, Daniel (2003) "La textura de lo social" - Rev. Mex. Sociol vol. 66 no. 2 México abr./jun. 2004