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lunes, 8 de septiembre de 2025

El analista ante las perversiones: ¿Cómo interviene?

 En la perversión, el deseo no se presenta como la búsqueda de un objeto perdido (como en la neurosis), sino como la puesta en acto de un montaje en el que el sujeto mismo se ofrece como objeto del deseo del Otro. Esto define una posición subjetiva estable frente a la castración: no se trata de negarla simplemente, sino de sostenerla en escena.

La diferencia estructural es clave, porque el perverso no está simplemente “desviado” de una norma sexual, sino que ocupa una posición distinta frente al deseo del Otro. Repasemos:

Neurosis

Perversión

El sujeto se confronta con la pregunta sobre qué quiere el Otro de mí, lo cual genera la dialéctica de la falta, la castración y el síntoma.

El sujeto se coloca en la posición de dar consistencia al deseo del Otro, intentando suplir imaginariamente su falta. No se trata de ignorar la castración (inscripta simbólicamente), sino de hacer de ella un montaje: el perverso se ofrece como objeto que satisface o colma al Otro.

En la neurosis, el fantasma ($ ◊ a) es un montaje defensivo frente al deseo enigmático del Otro.

En el fantasma, el perverso hace de sí mismo el objeto que completa el fantasma del Otro. No se protege del goce, sino que se ofrece a sostenerlo.

De esta manera, el deseo perverso se organiza en torno a una escenificación en la que él mismo se coloca como instrumento del goce del Otro (ejemplo clásico: el fetichista que encarna el fetiche para que el Otro no confronte la castración). Ahora bien, la perversión es una posición ética frente al deseo, no solo una práctica sexual. Allí el sujeto se ubica como garante del deseo del Otro, lo sostiene, lo provoca, lo tienta. El perverso “sabe lo que el Otro quiere” y se propone darle satisfacción.

Cuestiones transferenciales

En la neurosis, el paciente transfiere en tanto supone al analista un saber sobre su deseo y su síntoma. Es la clásica Sujeto-supuesto-SaberEn las perversiónes, esa suposición de saber no se arma de la misma manera. El perverso no se interroga por su propio deseo (“¿qué quiero?”) sino que se coloca como objeto para el goce del Otro. Entonces, la transferencia se juega más en el registro de la puesta en escena fantasmática.

Cuando su defensa es exitosa, el perverso tiende a ubicar al analista en el lugar del Otro al que debe mostrarle la verdad de su deseo o incluso enseñarle a gozar. Ahora bien, dato clínico: el goce en la perversión nunca aparece sin mediación simbólica. El "peligro para el tratamiento" está en el analista puede quedar tentado de ser arrastrado como partenaire de la escena perversa (ejemplo: que el analizante espere complicidad, aprobación o incluso que se lo sitúe como destinatario del acting-out).

En estos casos, la transferencia puede volverse resistente porque el sujeto busca confirmar su montaje más que cuestionarlo. La posición analítica consiste en no ocupar el lugar que el perverso quiere asignarle, y a la vez no rechazarlo violentamente, sino bordear la escena hasta que se abra una pregunta.

Existen "puntos de quiebre", donde el perverso sí permite intervención, pero no en los mismos tiempos ni bajo la misma lógica que el neurótico. Los momentos clave suelen ser:

Cuando el montaje se interrumpe: aparece un malestar, un límite al goce, un fracaso en sostener el fantasma.

Cuando se confronta con la angustia: aunque la perversión en general funciona como un dispositivo que protege de la angustia, hay situaciones (rupturas vinculares, rechazo del partenaire, imposibilidad de sostener la escena) en que esta irrumpe.

Cuando se pone en juego la dimensión del Otro: es decir, cuando el sujeto descubre que no todo está garantizado en el goce del Otro y que su posición de “instrumento” tambalea.

La transferencia, entonces, no pasa tanto por “analizar el deseo inconsciente” en los mismos términos que en la neurosis, sino por introducir la falta en el Otro allí donde el perverso la reniega o intenta suturarla. El analista no debe aceptar ser partícipe del escenario, sino operar de modo que el sujeto confronte que el Otro no está completo y que su fantasma no es garantía absoluta.

Perfecto. Te armo un esquema según algunas formas clínicas de la perversión, visto desde Lacan, focalizando en cómo aparece la transferencia y dónde puede intervenir el analista:

1. Fetichismo
  • Montaje: el fetiche funciona como “desmentida” de la castración materna: “sé que falta, pero actúo como si no faltara”.  El objeto a en juego es el fetiche mismo (ej: el zapato), que ocupa el lugar de “velo” que tapa la falta en el Otro. El deseo se sostiene en que el fetiche esté presente: es condición de posibilidad de la escena sexual.

  • Transferencia: el fetichista puede ubicar al analista como garante de su fetiche, alguien que debería reconocerlo y validarlo. “Usted me entiende, no me va a juzgar, sabe que lo necesito”. El riesgo es que el analista quede tomado como validador (“sí, el fetiche te asegura el goce”) o como juez moral (“eso está mal, tenés que dejarlo”).

  • Intervención: no rechazar el fetiche de entrada (sería confirmarle su certeza), sino ubicarlo en relación a la falta, mostrando que no garantiza nada en el Otro.
    → Se interviene cuando el fetiche falla o cuando la angustia irrumpe en torno a su pérdida o rechazo.

2. Sadismo
  • Montaje: El sadismo no es simple “crueldad”, sino un dispositivo para hacer aparecer la castración en el Otro: te muestro que no eres completo, que estás en falta. El sujeto se coloca como instrumento del goce del Otro: no solo busca gozar él, sino provocar un goce en el Otro a través del dolor, situándose como ejecutor. El objeto a en juego es la mirada y el cuerpo del partenaire, reducido a objeto de manipulación.

  • Transferencia: el analista puede ser situado como partenaire que “debería soportar” o incluso como testigo de la puesta en escena. El riesgo es que el analista quede atrapado como “víctima” (forzado a escuchar con horror) o como “cómplice” (si responde desde la fascinación).

  • Intervención: no aceptar ese lugar de objeto pasivo del goce del perverso. Bordear la escena apuntando a que no hay Otro que goce totalmente, introduciendo el límite de la ley. 

Caso clínico de sadismo: Un hombre de 32 años consulta tras un episodio en el que su pareja lo dejó porque él insistía en prácticas sexuales con violencia. Relata:
“Yo necesito hacerle daño, verla sufrir… en ese momento siento que controlo todo, que tengo el poder. Después me angustio porque pienso que me voy a quedar solo. Pero si no hay esa escena, no me excito”.
En paciente relata escenas violentas con entusiasmo, como si intentara provocar incomodidad. Puede colocar al analista en posición de espectador obligado, o incluso querer hacerlo partícipe imaginario de la escena. El riesgo es que el analista quede atrapado como “víctima” (forzado a escuchar con horror) o como “cómplice” (si responde desde la fascinación).
El analista, le devuelve “Después se angustia… ¿qué es lo que aparece cuando la escena termina?”, señalando que hay un resto no absorbido por el montaje, un agujero que lo empuja a repetir.
Los sádicos mucho hablan del sufrimiento de sus "víctimas", pero poco dicen acerca del lugar que ellos mismos ocupan en toda esa escena. Señalarle esto abre a que el sujeto se interrogue sobre su posición, en lugar de quedar velado por el sufrimiento del Otro.
3. Masoquismo
  • Montaje: el sujeto se ofrece como objeto para que el Otro goce de él. La satisfacción está en sostener la posición aparentemente pasiva de "ser usado", aunque desde ese lugar el masoquista mueve todos los hilos de la escena (por ejemplo, con contratos).

  • Transferencia: puede intentar ubicar al analista como Amo sádico, demandando castigo o humillación. También puede traccionar al analista al lugar del "tercero que mira" en el fantasma, insistiendo en narrar escenas sexuales con detalle, en espera de rechazo o incomodidad del analista.

  • Intervención: no ceder a esa demanda de ocupar el lugar de Amo. Devolver la responsabilidad del goce al sujeto, sin rechazarlo pero sin convalidar la escena. El trabajo se vuelve posible cuando el sujeto confronta que su montaje depende de un Otro que nunca es seguro, ya que puede retirarse, rechazarlo o no responder. También, cuando descubre que su goce masoquista no es garantía de vínculo, sino que lo deja en soledad. El analista apunta a abrir una pregunta: ¿qué sostiene él en esa posición de objeto? ¿qué evita al ofrecerse como soporte del goce ajeno?

4. Exhibicionismo
  • Montaje: mostrar(se) al Otro para excitar su deseo, poniendo en evidencia su falta. El objeto a en juego es la mirada del Otro. A diferencia del voyeurista, el exhibicionista busca colocarse él como objeto para ser visto (hacerse ver). Su satisfacción no proviene tanto de su propio cuerpo, sino de provocar la falta y la sorpresa en el Otro: “te muestro lo que no deberías ver”.

  • Transferencia: el analista corre el riesgo de ser puesto en el lugar de espectador cómplice, supuesto destinatario de la escena.

  • Intervención: no reforzar la mirada voyeurística, sino descompletar el lugar del Otro-espectador. Por ejemplo, señalando la función de ese mostrar en el fantasma, no satisfaciendo la expectativa de complicidad.

Caso clínico exhibicionismo: Caso judicializado. Un hombre de 28 años consulta porque varias veces fue denunciado por mostrar sus genitales en espacios públicos. Relata:
“No puedo evitarlo… cuando me expongo siento que el otro queda sorprendido, atrapado en mi juego. Es como si por fin me vieran de verdad. Después me siento mal, pero en el momento hay algo irresistible”.

En las primeras sesiones, el paciente habla con lujo de detalles sobre sus escenas de exhibición. Tiende a mirar fijamente al analista, como chequeando si reacciona. El riesgo es que el analista quede en el lugar de espectador excitado o escandalizado, reproduciendo el montaje. Al ser ambos varones, puede intensificarse la tensión transferencial: el paciente puede esperar un gesto de fascinación, complicidad, rechazo viril o humillación.

El analista interviene: “Parece que a vos no te interesa tanto mostrarte, sino de cómo reacciona el otro cuando te ve. ¿Es eso lo que buscás en mí también?”. Con esto, se devuelve al paciente que intenta ubicar al analista como Otro-testigo, y se abre la pregunta por lo que él mismo queda fuera de esa escena. El analista también interviene en ese punto de sentirse mal: "¿Qué te hace sentir mal, que no les alcanza con ver lo que vieron?"

En el exhibicionismo, el deseo se arma en torno a hacer aparecer al Otro como espectador. La transferencia pone al analista en riesgo de ser atrapado en esa escena. La intervención analítica apunta a no aceptar ese lugar de voyeur, sino devolver al sujeto que lo que busca mostrar nunca será visto plenamente, introduciendo la falta en el campo de la mirada.

El trabajo se vuelve posible cuando el sujeto confronta que por más que se muestre, el exhibicionista nunca logra capturar del todo la mirada del Otro. El “ser visto”, de esta manera, no colma el deseo, sino que lo empuja a repetir. Allí el analista puede introducir la idea de que no hay Otro que garantice su imagen ni que pueda verlo “de verdad” en totalidad. Por otro lado, se puede abrir a la idea de la posibilidad de ser mirado de otras maneras...

5. Voyeurismo
  • Montaje: espiar al Otro en su intimidad, intentando captar el goce “secreto”.

  • Transferencia: el analista puede ser tomado como alguien a quien hay que arrancarle una verdad escondida. También puede ser puesto en el lugar de testigo-cómplice, un espectador al que se le “hace ver” lo prohibido.

  • Intervención: no colocarse como depositario del secreto ni como garante del saber total. No ocupar el lugar de espectador excitado (no responder con fascinación, morbo o complicidad). Tampoco moralizar ni condenar (eso solo reforzaría el circuito del goce). Devolver al sujeto que lo que busca ver nunca se completa.

Caso clínico voyeurismo: Un hombre de 35 años consulta derivado por su pareja, que lo encontró varias veces espiando a vecinas desde la ventana. Él mismo relata que, desde adolescente, siente excitación al observar a mujeres sin ser visto. Dice: “No me interesa tocarlas, ni hablarles… es ese momento de mirar lo prohibido lo que me da satisfacción”.  La escena está organizada alrededor de ver al Otro sin ser visto. El objeto a en juego es la mirada, que funciona como causa de su deseo. Se ubica en la posición de arrancar un secreto al Otro (captar su goce oculto).

En las primeras entrevistas, el paciente relata con detalle sus escenas de voyeurismo, como si quisiera “mostrar” lo que vio. El analista corre el riesgo de ser puesto en el lugar de testigo-cómplice, un espectador al que se le “hace ver” lo prohibido. Incluso, aparece una demanda implícita: que el analista avale su práctica, o que funcione como aquel Otro que confirme la excitación de la escena.

El analista le señala el papel de la mirada: “Usted dice que no le interesa la mujer misma, sino ese instante de verla… ¿qué hay en ese instante que parece detenerlo todo?”. Esto introduce que no hay totalidad en lo que ve, que su goce depende de un punto ciego, una falta. En otro momento, cuando el paciente intenta ubicar al analista como cómplice, le pregunta: “¿Quiere que yo vea lo que usted vio?”.
Eso descompleta el lugar del Otro, mostrando que el analista no es garante de la escena.

***
En todos los casos, la transferencia se abre cuando el montaje fantasmático fracasa, o cuando aparece un malestar que el escenario no logra absorber. El analista interviene no desde la complicidad con el goce, sino introduciendo la falta en el Otro, bordeando el fantasma sin romperlo violentamente ni confirmarlo.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

Inmixión de Otredad: el sujeto entre saber y verdad

Lacan introduce un término decisivo para situar al sujeto subvertido: “inmixión” de Otredad. Este neologismo, que aparece en el discurso de Baltimore, expresa la imposibilidad de pensar al sujeto sin la concomitancia del Otro. La palabra misma, mezcla entre francés e inglés, conserva en castellano el carácter de invención, como si llevara inscrita la torsión que busca nombrar.

La inmixión marca la imposibilidad de separar al sujeto del Otro, y en esa dificultad se juega el valor del margen de libertad que un análisis podría habilitar. Al mismo tiempo, establece una diferencia crucial: el sujeto no puede confundirse con el individuo.

Así concebido, el sujeto queda dividido entre saber y verdad, y en el Seminario 12 Lacan encuentra en superficies uniláteras —la banda de Möbius y el cross-cap— soportes topológicos acordes con esa subversión.

En continuidad con la lectura de Koyré, se afirma que el sujeto del inconsciente es también el sujeto expulsado por la ciencia: el sujeto cartesiano. Por ello, el psicoanálisis sólo pudo surgir después del siglo XVII, en el mismo momento en que la ciencia moderna reconfiguraba la noción de sujeto.

Pero Lacan avanza un paso más: este vaciamiento propio de la subversión elimina cualquier sesgo humanista en la concepción del sujeto. De allí su rechazo a ubicar al psicoanálisis dentro de las “ciencias humanas”.

¿Qué implica este borramiento de toda perspectiva humanista? Que el sujeto queda despojado de sustancia, identidad o inmanencia alguna que pudiera darle consistencia ontológica. Y este punto no es menor en la praxis: incide directamente en el modo de pensar la transferencia y la posición del analista en la dirección de la cura. Quizás sea en este marco que Lacan exhorta al analista a “acomodarse”: ajustarse a la lógica del sujeto dividido y no a la ilusión de un individuo pleno.

viernes, 8 de agosto de 2025

Sujeto, estructura y ética en la enseñanza de Lacan

En la enseñanza de Lacan hay una apoyatura constante en la noción de estructura, que no se abandona ni siquiera en los últimos seminarios, a contramano de lo que afirman ciertas lecturas. Esto permite articular la estructura con el valor central del concepto de sujeto, ya que la subversión que el psicoanálisis introduce sobre él es inseparable de un modo particular de concebir la estructura. Por eso, no es correcto considerar a Lacan como un mero estructuralista.

En este marco, se observa un desplazamiento: del aparato psíquico freudiano hacia la estructura, y de allí a pensar también una estructura de la praxis, del sujeto y de la angustia. Este recorrido revela un hilo conductor: el concepto de sujeto implica un estatuto de la estructura que condiciona el modo de abordar la castración y, por lo tanto, al Otro.

Así, el sujeto en Lacan se define como un efecto, y solo localizable en la transferencia. Esta definición no es menor: orienta de forma precisa el lugar y la función del analista. A su vez, por su relación con el deseo, el concepto de sujeto abre un campo ético específico, propio de la praxis analítica.

No se trata de una ética “del analista” en sentido personal, sino de la ética del psicoanálisis, que condiciona la posición del analista y los márgenes en que puede intervenir. Esta ética, ligada a la función del deseo, se distancia radicalmente de la ética del discurso del amo, propia del pensamiento antiguo y medieval, marcando así una ruptura en la tradición.

Sobre la interpretación de la transferencia

La transferencia es un concepto fundamental no separable del de inconsciente, que resume la interpretación psicoanalítica del amor, del odio y de la ignorancia.

No hace falta la intención de convocar la transferencia para después interpretarla, ella sucede de todos modos, se produce de suyo cuando hay analista y también cuando no lo hay. No es preciso inducirla, provocarla ni estimularla. Ella sobreviene sola cuando las asociaciones se detienen ante pensamientos reprimidos.

En la práctica, se trata de que cuando el inconsciente se cierra su correcta interpretación es indispensable para avanzar en la cura. Sin el entendimiento de las operaciones inconscientes implicadas en el amor, en el odio y en las distintas pasiones que se presentan en los lazos sociales, el tratamiento no tendría mayor alcance que el de un procedimiento hipnótico o de sugestión.

La indicación de Freud de que la interpretación no debe darse antes de que se presente la transferencia, como su observación acerca de que la cura requiere de su animación para realizarse, enseñan que el inconsciente, según sus propias palabras, no es aprehensible in absentia o in effigie sino en el lazo social con el analista. Esto significa que las dificultades que se presentan en un tratamiento no se superan en un plano argumentativo o reflexivo –aunque lo incluyan– sino en uno que compromete las vicisitudes que suceden en ese lazo.

La interpretación psicoanalítica se apoya sobre la distinción entre transferencia e identificación. Para que el amor, que es fe, confianza, sostenga el vínculo analizante es necesario que el analista lea y dirija su propio hacer entendiendo esta diferencia, supone su capacidad de entender las pasiones objetales, vinculares, en sus raíces inconscientes. La interpretación lee transferencias en las identificaciones.

La proposición “hacer apariencia del objeto” requiere que el analista actúe de manera que el analizante pueda transferirle la causa del deseo que lo habita; sucede, por ejemplo, cuando se hace al analista objeto de admiración o de rechazo, que son sentimientos conscientes. En éstos se hace presente la realidad del inconsciente, que se debe entender como sexual, pulsional.

Sobre la relación analizante-analista cabe destacar que no es simétrica y que esta asimetría no es jerárquica. No es sólo que la posición de analista no es la de maestro, profesor o sugestionador. La asimetría del caso se funda en que el método psicoanalítico asigna a cada uno tareas diferentes: asociación libre en un caso e interpretación y construcción en el otro, atención flotante mediante.

miércoles, 6 de agosto de 2025

El analista como oráculo mudo: agresividad, transferencia negativa e impasibilidad

La posición analítica no consiste en responder todas las demandas del analizante, sino en saber abstenerse estratégicamente. Esa no respuesta, parcial y calculada, permite introducir una función particular: la del oráculo. No se trata del que profetiza o dirige, sino de un lugar del que se espera una respuesta que no llega. A ese lugar se le supone un saber, pero es precisamente la vacilación de esa certeza la que sostiene la ética del analista. Por eso, la abstinencia no es mera pasividad, sino la decisión de no ocupar los lugares del salvador, del guía o del contendiente.

Desde esta perspectiva, el analista no evita la transferencia de la agresividad, sino que, en cierto modo, la provoca. Y no por sadismo, sino porque esa agresividad está en la base estructural de la transferencia negativa, tema sobre el cual Lacan se interroga en el Seminario 11: ¿qué hacen los analistas con esa transferencia? ¿La enfrentan o la esquivan?

Si bien es claro que la transferencia positiva, anudada al Sujeto Supuesto Saber, constituye una condición del dispositivo analítico, no se puede obviar que es la transferencia negativa la que permite el acceso a la dimensión pulsional del sujeto. Quizás por eso Lacan, en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, afirma que la pulsión solo puede abordarse después de haber trabajado la transferencia. ¿Pero de cuál transferencia se trata? Precisamente, de aquella que no está fundada en el amor, sino en un punto opaco, más allá del Ideal.

Lacan introduce un término clave en este contexto: impasibilidad. Se trata de una inmovilidad, una ataraxia ética del analista, que no responde al aquí y ahora de la escena, sino que sostiene una distancia que permite que lo transferido –incluida la agresividad– no se refleje, sino que resuene en un vacío operativo.

La impasibilidad clínica da lugar a una opacidad radical: algo que no se deja atrapar por la palabra ni por el reflejo especular. Por eso el analista deviene una suerte de espejo vacío: no refleja, y en ese no reflejar, permite que emerja aquello que normalmente queda excluido de toda representación.

domingo, 29 de junio de 2025

La Transferencia -Articulación S. Freud | J. Lacan

 La Transferencia: El Soporte fundamental de la Cura

Consideraciones Freudianas
 
S. Freud consideraba que el psicoanálisis era practicable en el campo de las Neurosis llamadas de transferencia: las histerias, las fobias y las neurosis obsesivas; afirmando que la experiencia le demostraba que los enfermos de neurosis narcisista -las melancolías, lo que actualmente denominamos clínica de los desbordes pulsionales- escapaban por estructura a la Intervención Analítica, en tanto a estos pacientes les resultaba imposible establecer la Transferencia porque toda su libido se concentraba en su Yo. 
 
  “No corresponde anotar a la cuenta del Psicoanálisis aquellos caracteres de la Transferencia, sino atribuírselos a la Neurosis.” - Texto: Dinámica de la Transferencia

S. Freud nos brinda en este texto una importante observación: “Al inicio del tratamiento el paciente neurótico otorga al analista un nivel considerable de simpatía y confianza, incluso hasta suele mostrarse amable y receptivo.”  

Esta dimensión de la Transferencia es la que J. Lacan sitúa dentro de lo que él da en llamar Registro de lo Simbólico y/o Imaginario.



 “El analizado no recuerda nada de lo reprimido, sino que lo vive de nuevo. No dejará de iniciar la cura con tal Repetición (Agieren).” - Texto: Recuerdo, Repetición y Elaboración

El paciente neurótico, a poco tiempo de transitar el primer tiempo que S. Freud denominaba "amable" de la Transferencia, que al decir de J. Lacan es "su faceta simbólica", comienza a repetir sus síntomas, sus inhibiciones, sus rasgos de carácter en la Escena Transferencial. Es por este motivo que S. Freud afirma: “la enfermedad no es un hecho histórico, pasado, sino por el contrario, es una potencia actual."

Esta dimensión de la Transferencia es la que J. Lacan sitúa dentro de lo que él da en llamar Registro de lo Real. 


“Una vez que la Transferencia se pone en juego podemos comprobar que la enfermedad cambia bruscamente de orientación, refiriendo ahora todas sus manifestaciones a la relación entre médico y enfermo.” - Texto: La Transferencia -Lección XXVII
 
S. Freud establece aquí una noción fundamental para nuestra práctica que nos debe orientar hasta el término de una cura. 
De esta manera lo expresa:

“Cuando la Transferencia comienza a operar nos hallamos ante una nueva neurosis transformada que ha venido a sustituir a la enfermedad primitiva. Esta nueva edición de la antigua dolencia ha nacido ante los ojos del médico, el cual se halla situado en el propio nódulo central de la misma.”



“Esta nueva neurosis del enfermo que ha venido a sustituir a la enfermedad primitiva la hemos de llamar: Neurosis de Transferencia.” 

“En las Neurosis de Transferencia, todos los síntomas del enfermo pierden su primitiva significación y adquieren un nuevo sentido dependiente de la Transferencia.” 

Estas son las razones que le hacen afirmar a S. Freud que la Transferencia es el Campo de Batalla en donde se desarrolla y se extiende la Cura. 
De allí su famosa frase: “Nadie puede ser vencido ni en ausencia, ni en esfigie.” 

Texto: Dinámica de la Transferencia



Como resultado de la experiencia analitica -que han sido desarrolladas anteriormente- S. Freud extrae y nos brinda tres conclusiones y enseñanzas capitales:

- El analista cuando interviene debe considerar - si o si - que lo hace en calidad de aquello que el paciente le transfiere.
- El analista en la Escena Transferencial ocupa un lugar nuclear y decisivo: es, nada más ni nada menos, el Objeto central que genera el movimiento de la Cura (en sus luces y en sus sombras).
- El analista en el Proceso de la Cura interviene y actúa sobre el tiempo presente que es, al decir de Sigmund Freud, el de la Neurosis de Transferencia, es decir la conflictiva del paciente que ahora se manifiesta en vivo y en directo con la figura del analista. Por este motivo S. Freud afirma "el analista no puede rehuir de los lugares que va ocupando en la Transferencia."

 
 
En el campo de la Neurosis de Transferencia, es decir la que el analizado repite y vive de nuevo sus propios síntomas, inhibiciones y angustia -tomando al clínico como orientación y centro de los mismos- S. Freud expresa:  “El analista se dispondrá a iniciar con el paciente una continua lucha por mantener en el terreno psíquico todos los impulsos que él quisiera derivar hacia la motilidad.”  - Texto: Recuerdo, Repetición y Elaboración 

Esta dimensión de la Transferencia -las pulsiones que en el paciente pulsan y presionan por ser actuadas fuera del Marco Transferencial - es la que J. Lacan conceptualiza como el Acting Out y/o el Pasaje al Acto. 

jueves, 12 de junio de 2025

Transferencia, deseo y topología: una praxis sobre lo imposible

El concepto de experiencia transferencial no se orienta al ser, sino al hacer. No se trata de una modalidad ilusoria del ser del sujeto, sino de una práctica concreta, marcada por su ajenidad estructural. En ese marco, surge una pregunta inevitable: ¿qué topología le corresponde a la transferencia?

Este interrogante adquiere peso si consideramos que la transferencia —y con ella el deseo— se inscribe en lo que Lacan nombra como “topología del deseo”, desarrollada especialmente en su seminario La transferencia. Se trata de una topología que no responde a un espacio clásico, tridimensional, sino a una lógica del borde, del agujero, del corte y del empalme.

El cuerpo que aquí se pone en juego no es el cuerpo especular, ese todo ilusorio que devuelve la imagen narcisista. Se trata, más bien, de un cuerpo fragmentado, zonificado por el significante, donde el deseo encuentra sus marcas. En este cuerpo agujereado, ningún objeto del mundo real puede venir a colmar la falta estructural. La falta persiste, y con ella, la pregunta por el lazo entre deseo y pulsión.

Desde esta perspectiva, se entiende por qué el psicoanálisis no puede definirse como teoría ni como técnica, sino como praxis: un tratamiento de lo real a través de lo simbólico. Aquí, tratamiento no significa captura ni dominación, sino una forma de incidir en lo que no puede ser plenamente simbolizado.

La transferencia, entonces, se presenta como el campo donde esa praxis se despliega. Su eje no es la resolución, sino el impasse; no lo posible, sino lo imposible. Y es allí donde lógica y topología se entrelazan: la lógica del significante señala lo que no puede resolverse del todo, y la topología nos ofrece una imagen del espacio donde eso se juega —un espacio impar, desparejo, donde el sujeto nunca encaja del todo.

Así, repensar la transferencia en su dimensión topológica es también repensarla como operación sobre lo real, sobre ese punto ciego que ninguna representación logra atrapar, pero que insiste como núcleo de la experiencia analítica.

miércoles, 11 de junio de 2025

La transferencia como experiencia impar

En el Seminario 11, Lacan lanza una afirmación provocadora: “el concepto que se tiene del concepto es inconsciente”. Esta frase implica una advertencia radical: no basta con creer que se entiende un concepto, menos aún en psicoanálisis. Es necesario observar cómo se lo practica, cómo se lo encarna. Por eso, el verdadero alcance de un concepto debe medirse por lo que el analista hace, no por lo que cree entender.

Este principio es válido para todos los conceptos del dispositivo analítico, pero adquiere especial peso cuando se trata de la transferencia, ya que en ella se pone en juego el modo mismo en que el analista se posiciona en la cura.

Lacan comienza por una serie de delimitaciones negativas. Dice lo que la transferencia no es:

  • No es un “aquí y ahora”, rechazando así la idea de “situación analítica”.

  • No se define por los sentimientos que el analizante experimenta hacia el analista.

  • Aunque se enlaza con la repetición, no se confunde con ella.

Asimismo, Lacan recuerda que la transferencia no es exclusiva del análisis: la suposición de saber puede surgir en múltiples contextos, clínicos o no. Pero hay algo que distingue a la transferencia analítica: no es intersubjetiva. Esto significa que el analista no cuenta como sujeto, al menos no como un sujeto en diálogo o reciprocidad emocional. Desde el inicio, el analista es posicionado como objeto.

Este giro tiene consecuencias cruciales: rompe con toda pretensión de simetría o complementariedad entre analista y analizante. En la transferencia, lo que se despliega es una relación impar, en el sentido que Lacan señala con el término inglés odd: no solo impar numéricamente, sino también raro, extraño, ajeno a cualquier lógica del par.

La transferencia, entonces, no es el espacio de un vínculo armonioso entre dos; es el campo de lo desparejo, donde se deshace la ilusión de la pareja como unión complementaria. Y esta descomposición de la lógica dual abre preguntas fundamentales:

  • ¿Qué tipo de partenaire es el analista en la transferencia?

  • ¿Qué o quién hace las veces de partenaire en la vida psíquica del sujeto?

Este último interrogante no apunta solo a la clínica, sino a lo más íntimo del deseo: ¿qué se busca en el otro? ¿Qué se inviste como Otro del goce? ¿Dónde se cifra esa falta estructural que el partenaire –real, imaginario o simbólico– viene a bordear?

lunes, 2 de junio de 2025

Del decir al amor: lo real como límite y horizonte de la práctica analítica

El texto L’Etourdit, además de ser uno de los escritos más complejos de Jacques Lacan, marca un momento de transición en su enseñanza y se presenta como un intento de respuesta a una pregunta crucial que atraviesa la clínica: ¿cómo salir de la necedad?

Este interrogante no es menor, ya que implica considerar qué puede llegar a saber un analizante en su recorrido, pero siempre en relación a un límite —ese punto de tope que no se deja simbolizar ni asimilar por completo. Por eso, Lacan afirma hacia el final de L’Etourdit:
… de este juego del dicho al decir, hacer su demostración clínica. ¿Dónde mejor he hecho sentir que con lo imposible de decir se mide lo real en la práctica?

Ese pasaje del dicho al decir introduce la dimensión de lo imposible como modo de medir lo real. En otras palabras, salir de la necedad supone confrontarse con lo que no puede escribirse, con lo que escapa al saber— y allí se sitúa lo real.

Esta pregunta tiene una orientación eminentemente clínica, porque apunta a aquello que en el sujeto hablante determina su sexualidad y, con ello, condiciona la praxis analítica misma. Por eso, Lacan se ve llevado a replantear la noción misma de interpretación:
¿Qué forma tendría una interpretación capaz de hacer resonar lo real, de “morderlo”?

Si lo real impone su límite a la práctica, y esto exige reformular la estructura de la interpretación, entonces también se vuelve indispensable reconsiderar el estatuto de la transferencia. Esto nos conduce a un punto clave en L’Etourdit: un replanteo profundo y novedoso del campo del amor, que se desarrolla no solo desde una perspectiva lógica-modal sino también topológica, a partir del no-todo.

Así como antes nos preguntábamos cómo puede una interpretación tocar un real, ahora el interrogante se vuelve más radical:
¿cómo pensar un amor que no excluya lo real, sino que logre alojarlo?

Este es uno de los movimientos más audaces de Lacan: pasar del intento de escribir lo real con el significante, al intento de alojar su imposible en el amor, sin que por ello se borre su hiancia.

domingo, 1 de junio de 2025

El valor del deseo del psicoanalista

 En esta entrada vimos la cuestión del Sujeto Supuesto al Saber como condición del acto analítico, lo que es lo mismo que señalar una senda que va de lo ficcional del significante a lo real como lo que precipita a partir de su falla. O sea que estamos en una temporalidad de la cura por la cual en un principio se soporta la función ficcional de la transferencia para, posteriormente, producir (resalto este término) el pasaje del analista a la posición de semblante del objeto a.

El vocablo producir viene a indicar la incidencia de lo real, porque esta producción indica tanto una precipitación como una demostración, la de la aporía inherente al saber, que lo vuelve inconsistente dando entonces lugar a ese “resto de la cosa sabida” del cual el analista hace semblante.

Este pasaje/producción sólo se torna viable por la incidencia del deseo del psicoanalista, aquel operador transferencial que separa el “manejo” de la transferencia de cualquier orientación que prescriba u oriente el trabajo hacia la identificación al analista como modalidad del fin de análisis.

¿Cuál es el valor del deseo del psicoanalista? Poner en forma una separación para, entonces, habilitar un lugar vacío.

En principio, del lado de la separación, instala la máxima diferencia posible entre el lugar del Ideal, significante de las identificaciones especulares del moi, significante de la demanda como demanda de amor, y el objeto a, punto donde se juega la causación del deseo, una de las posiciones que asume el niño respecto del deseo del Otro.

Esta discrepancia que se hace jugar entre la demanda y el deseo, de cuyas vueltas precipita el objeto a, pone en juego esa fijeza que implica la posición del a en el fantasma. Entonces ese alojamiento es la condición de una posibilidad, la del corte que lleva a la radicalidad del inconsciente. Es el paso del a como tapón en el fantasma, a la causa del deseo.

sábado, 31 de mayo de 2025

Una ficción como condición del acto

Afirmar que la transferencia es un pivote de la cura puede sonar a obviedad. Sin embargo, dicha obviedad se matiza si atendemos a una precisión que, aunque abordada de manera distinta, está presente tanto en Freud como en Lacan. En Freud, la transferencia —especialmente en su vertiente positiva— opera como motor del proceso analítico. En Lacan, en cambio, la noción de Sujeto Supuesto al Saber (SSS) aparece como una necesidad lógica que funda el dispositivo analítico. En efecto, hacia el Seminario 15, Lacan lo sitúa como condición del acto analítico —no por azar, justo cuando comienza a formalizar el discurso del analista.

¿De qué se trata este Sujeto Supuesto al Saber? Su mismo nombre nos orienta: implica una doble suposición, la existencia de un saber y de un sujeto portador de ese saber. Al introducir el término "supuesto", Lacan subraya el carácter ficcional de esta figura. Se trata de una ilusión estructural que responde a una necesidad: la de restaurar momentáneamente la consistencia del Otro, afectada por la castración.

En ese sentido, el Sujeto Supuesto al Saber cumple una función defensiva. Es una barrera frente al real de la castración del Otro, real que irrumpe como horrorífico. Y aunque la práctica analítica busca operar sobre ese real, sólo puede hacerlo a través de la mediación que permite esta ficción. La transferencia, entonces, como escenario de suposición, no es un obstáculo que habría que desmontar de inmediato, sino la condición misma de posibilidad del acto.

Ahora bien, ¿de qué acto hablamos? Fundamentalmente, de un acto de palabra, cuya dimensión ética se condensa en la noción de bien decir. Este no remite al contenido de lo dicho, sino a la relación del sujeto con su decir, a una posición deseante que se inscribe en el modo de tomar la palabra. De ahí su resonancia ética: no hay acto analítico sin el sujeto en juego.

El acto, entonces, consiste en abrir una interrogación. Es el lugar donde se pone en cuestión la determinación por el deseo del Otro; donde se sacude, incluso, la posición misma del sujeto. Y sin embargo, o quizás por eso mismo, todo acto falla. La falla no es aquí sinónimo de error, sino condición de posibilidad: es a través de ella que se abre un margen, una hendidura por donde puede precipitar lo real en la experiencia.

Es precisamente esa falla la que da espesor al acto y lo distancia de cualquier completud. Lo real no irrumpe como saber pleno, sino como resto no simbolizable, borde de lo decible, que el análisis no suprime sino que hace operar.

La escritura como salida de la metáfora: una necesidad clínica y topológica

¿Qué vuelve necesaria la dimensión de lo escrito en psicoanálisis? La pregunta se inscribe en el campo clínico: ¿cómo salir de la metáfora? Esta interrogación no es meramente teórica, sino que se plantea a partir de los efectos de la praxis, en tanto apunta a cómo el análisis puede abrir al analizante una vía de salida respecto de cierta necedad subjetiva. Para abordar esta dificultad, Lacan introduce un tratamiento topológico —más precisamente, nodal— del problema, que busca pensar la eficacia del acto analítico.

La transferencia, al instalarse con el Sujeto Supuesto Saber, habilita la entrada en análisis. Pero en esa entrada se juega también una demanda que apunta, aunque de modo encubierto, a restablecer la consistencia del Otro. En este sentido, el analizante busca en el análisis una forma de seguir durmiendo: mantener el sostén fantasmático de un pensamiento cosmológico, estructurado por la lógica de la metáfora.

Sin embargo, es el deseo del analista lo que introduce una torsión en esta escena: la transferencia se subvierte, se torna solidaria del corte. Allí donde el analizante espera una estructura esférica —cerrada, plena, consistente— el analista introduce un acto que revela, en cambio, la presencia de un Cross-cap: una estructura topológica que rompe con la imaginaria redondez del fantasma.

El objeto a, precipitado como efecto del corte, aparece en este marco sin imagen especular posible. Su figura, desde esta perspectiva topológica, se encarna en el gorro cruzado. Esta precipitación produce una marca: un límite que denuncia la imposibilidad de la unidad o totalización, propias del pensamiento esférico.

¿Qué justifica esta compleja operación, que puede resultar oscura o incluso inasible? La clave está en una afirmación radical de Lacan: la estructura es lo real. Y si lo real escapa a la metáfora, se impone entonces la necesidad de una escritura topológica, de una formalización que no representa, sino que produce.

En este punto, y como destaca Carlos Ruíz, la topología lacaniana no se presenta como teoría, sino como una práctica: una manipulación, más que una elaboración conceptual. No se trata de entender, sino de operar —y eso exige una escritura que esté a la altura del corte que produce el acto analítico.

martes, 8 de abril de 2025

La escritura como borde: una lógica de la praxis analítica

Una de las controversias centrales en torno a la orientación de la práctica analítica gira en torno a cómo delimitar lo real, entendido como impasse. Se trata, en efecto, de una pregunta por su conceptualización. Lo real se define en su desajuste con lo simbólico, como una inconsistencia que adviene como borde, no como una sustancia previa o independiente. En este sentido, no se trata de un “antes” de lo simbólico —con lo cual se correría el riesgo de reducirlo a lo meramente biológico—, sino de un después, de un efecto topológico que emerge a partir del límite del campo simbólico.

Así, lo real se litoraliza: aparece como la franja que separa lo simbolizable de lo que escapa a toda simbolización. Desde esta perspectiva, el psicoanálisis se distingue de otras terapéuticas, precisamente porque hace de ese límite su campo de intervención.

Es en este contexto que Lacan introduce la escritura como un recurso privilegiado. No como una técnica decorativa o metafórica, sino como una respuesta práctica a los límites del significante. Desde allí se hace posible una reelaboración de conceptos fundamentales: la interpretación, el síntoma, la transferencia, el inconsciente y el Nombre del Padre.

En el Seminario 18, Lacan se pregunta por la función de la escritura. La indagación no es abstracta: se apoya, entre otras cosas, en su lectura de la escritura china, donde el trazo cobra primacía sobre la significación. Lo que interesa no es tanto lo que el trazo quiere decir, sino su potencia de aislamiento, su capacidad de marcar un borde. Es esa función la que permite separar al rasgo de toda idealización, inscribiendo así un litoral entre el significante y lo que queda fuera de él.

En este punto, Lacan es contundente: “el discurso del analista no es sino la lógica de la acción”. La escritura, entonces, no remite al registro de lo dicho, sino a una operación que produce efectos en lo real. El discurso analítico se constituye como un artefacto, una construcción formal solidaria de lo escrito, más que de lo enunciado.

Ahora bien, la escritura no se opone a la palabra, sino que se desprende de ella como su consecuencia lógica. La palabra funda: inaugura al sujeto en su relación con la verdad. Pero esa verdad, para advenir, requiere no sólo de quien habla, sino de un Otro que la escuche, que la sostenga. El Otro no sólo interpreta: nombra. Reconoce, da lugar, acusa recibo. Es por esta función de la palabra que el significante se inscribe en el Otro como lugar.

De allí se desprende la escritura, en tanto precipitación de esa operación simbólica originaria. En el célebre pasaje de La instancia de la letra, Lacan define a la letra como la estructura localizada del significante. Localizada, es decir, encarnada en un espacio: el Otro. Por eso, la letra no es lo mismo que el significante. Es su borde, su soporte, su huella; allí donde el sujeto, dividido, encuentra un anclaje más allá de la cadena significante.

viernes, 4 de abril de 2025

El olvido como sostén de la religión y la crítica de Lacan

En Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Lacan sostiene que la religión se apoya en un olvido. En el lugar de este olvido, emerge la función de lo sacramental.

No es casual que este planteo surja en el contexto de su propia "excomunión". Entonces, ¿qué es lo que cae en el olvido? ¿Podría entenderse que la religión se sustenta en el olvido de un asesinato?

Más allá de las interpretaciones que esto habilita en relación con el mito freudiano de la horda primitiva, este señalamiento de Lacan parece orientarse también como una crítica a la IPA, cuya estructura presenta rasgos tanto religiosos como burocráticos.

Lo que se olvida es aquello que no entra completamente en la razón: la finitud del hablante y su relación con la muerte. La religión, por un lado, ofrece un marco para interrogarse sobre la existencia y el ser-en-el-mundo. Por otro, brinda respuestas que amortiguan la angustia de la castración.

A partir de esta reflexión, Lacan no solo critica a la comunidad analítica con la que polemiza, sino que busca reubicar la dimensión subversiva del pensamiento freudiano. En este punto, un enunciado suyo resulta llamativo: la sexualidad no sería el terreno específico de la experiencia analítica.

Si la sexualidad es el ámbito donde se inscribe la castración, ¿en qué sentido no lo es? ¿Cuál sería entonces el campo propio del psicoanálisis?

El desarrollo del seminario permite esbozar una respuesta: se trata de los vínculos entre el objeto a y la transferencia, en un nivel que trasciende al Sujeto Supuesto al Saber. Una posición desde la cual, no por azar, el analista parece fingir olvidar.

viernes, 28 de marzo de 2025

El Inconsciente y su corte

El inconsciente, en su dimensión más radical, no se define por un atributo, ni siquiera por su negación. Más allá de las ficciones que buscan darle consistencia al Otro, Lacan lo aborda en su relación con lo real.

Freud introduce un corte fundamental al acuñar el inconsciente como concepto, delimitando así un campo clínico hasta entonces inexistente. Como señala Lacan: “El inconsciente de antes de Freud no es, pura y simplemente”. Esta operación de escritura redefine el territorio del psicoanálisis.

A su vez, el inconsciente puede entenderse como un efecto del lenguaje, un proceso de desnaturalización que posibilita la existencia de un cuerpo. En este sentido, el significante actúa como la causa material (Aristóteles) del inconsciente.

Lacan transita un camino que va desde la estructura del inconsciente como lenguaje, pasando por su emplazamiento en el discurso del Otro, hasta destacar su dimensión real: la sexualidad y la incidencia de la pulsión. De allí deriva la necesidad de un abordaje topológico del inconsciente, donde el tiempo se presenta en dos dimensiones: lógica y pulsátil, conjugando apertura y cierre. Esta dinámica establece las coordenadas de la transferencia, entendida como la temporalidad del corte.

Es este carácter del inconsciente el que distingue al psicoanálisis como “una terapéutica que no es como las demás”, tanto en sus medios como en sus fines. En el Seminario 11, Lacan formaliza el fin del análisis como un corte que rompe con las ilusiones del campo del ideal, dando lugar a una nueva comprensión del proceso analítico.

martes, 18 de marzo de 2025

¿Paciente o analizante?

 Es común el uso sistemático de la palabra "analizante" en lugar de "paciente", pero esta elección podría ignorar un punto clave: no todo consultante se encuentra ya en la posición de analizante. Llegar a ocupar ese lugar requiere un trabajo de posicionamiento subjetivo, un proceso que no es inmediato ni fácil de lograr.

Este trabajo es precisamente la función de las entrevistas preliminares, fundamentales para que pueda haber un análisis propiamente dicho. Lacan subraya su importancia en La dirección de la cura y los principios de su poder, destacando que el pasaje a la posición de analizante no es automático. Mientras ese pasaje no ocurra, la palabra "paciente" sigue siendo más precisa para describir la posición subjetiva del consultante.

En cuanto a ciertos malentendidos sobre el proceso analítico: en psicoanálisis no se trata de “instalar al analista”, sino de permitir que el análisis se despliegue. Tampoco se busca “instalar la transferencia”, ya que esta opera por sí misma sin necesidad de forzarla. Lo esencial es comprenderla, de modo que su interpretación posibilite el avance del análisis.

Por todo esto, es crucial distinguir las primeras consultas del proceso analítico propiamente dicho. Estas no son simples encuentros entre pacientes o impacientes, sino un momento preliminar decisivo. De entrada, debe haber un analista, pero un analizante aún no está dado: su emergencia es un proceso, no un punto de partida.

domingo, 2 de marzo de 2025

La transferencia como temporalidad del corte

La transferencia puede ser abordada desde diversas perspectivas, pero una de sus dimensiones más fundamentales es la temporalidad. No solo constituye un campo inseparable del significante—y, por ende, del Otro más allá del otro—sino que también se define por un tiempo específico, lo que permite denominarla la temporalidad del corte. Este corte, con resonancias tanto topológicas como quirúrgicas, se sitúa en un punto preciso: allí donde el deseo y el goce se entrelazan fantasmáticamente.

Sin embargo, este corte no ocurre de manera inmediata, sino que requiere un tiempo singular, determinado por el propio ritmo del sujeto. Es decir, es el tiempo del sujeto el que rige el desarrollo de la transferencia, y el analista no puede forzarlo ni precipitarlo, sino que debe asumir una actitud de paciencia.

Lacan, en el Seminario 1, hace una aclaración clave sobre el concepto de resistencia, señalando que lo que los analistas de su época llamaban resistencia no era más que un estado del sujeto: el punto al que había llegado, aquello que era capaz de registrar o leer en ese momento. En este sentido, no es posible llevar a un sujeto más allá de donde él mismo pueda ir, no solo en términos de deseo, sino en función del momento estructural en el que se encuentra.

En L’Étourdit, Lacan sostiene que el análisis consiste en un tiempo de trabajo sobre las vueltas dichas. Estas vueltas implican una repetición en la transferencia, donde el discurso retorna una y otra vez sobre el mismo punto, hasta que el equívoco permite aislar una cifra de goce y abrir la posibilidad de una reescritura. Es en este juego entre repetición y diferencia donde puede emerger algo nuevo en el sujeto.

domingo, 9 de febrero de 2025

El amor y sus velos: del deseado al deseante

Los velos ilusorios del amor encubren un desgarro, una fractura que no puede separarse del cuerpo. Esta fractura, entendida como una discordancia, puede pensarse como una hiancia lógica. En la metáfora del amor, entre el amante y el amado, el amor se instituye a través de una sustitución: la creación de una medida común que une lo que de otro modo sería irreconciliable.

La Contingencia del Amor

Para el amante, algo debe ser ilusorio respecto del amado, lo que abre la cuestión de la contingencia: ¿por qué este amado y no otro? Lacan lleva este interrogante al campo de la experiencia analítica, inspirándose en la intervención socrática de El banquete de Platón. Es en este diálogo donde el amor adquiere una significación clave: el analizante, que se presenta como objeto amado, es evidenciado por la interpretación como amante, como un deseante del deseo del Otro.

La Torsión Amorosa y la Transferencia

Este pasaje del deseado al deseante constituye una torsión esencial en la experiencia analítica. La transferencia se configura como el campo y el tiempo donde dicha torsión debe ocurrir. La pregunta central es: ¿qué hace posible esta transformación? Aquí entra en juego el deseo del psicoanalista, un operador transferencial que interviene para separar dos posiciones fundamentales:

  1. El Ideal: Donde el neurótico se ofrece al amor del Otro, buscando consistencia en esa ilusión.
  2. El Objeto a: Donde el sujeto es causado, enfrentándose a su condición de objeto del deseo.
La Paradoja de la Elección y el Desasimiento

A través de esta operación, el sujeto es confrontado con una elección paradojal: qué hacer con la satisfacción ligada al lugar desde el cual sostiene la consistencia ilusoria del Otro. Este enfrentamiento puede abrir la posibilidad de un desasimiento, un desprendimiento de esa ilusión. Si ocurre, dicho desasimiento habilita una nueva dimensión del amor, más allá de los velos y las ilusiones iniciales.

Este replanteamiento no solo desafía las creencias del sujeto sobre el amor, sino que también lo impulsa hacia una comprensión más profunda de su lugar en el deseo del Otro, marcando un camino hacia una relación más auténtica con el amor y con el deseo

jueves, 6 de febrero de 2025

El Tiempo en Psicoanálisis: Entre el Corte y la Transferencia

El concepto de tiempo en psicoanálisis resulta complejo, esquivo y difícil de definir con precisión. En la práctica analítica, es una dimensión central del trabajo clínico y, debido a sus características, solo es posible delinearlo o delimitarlo. Esto hace del tiempo un concepto estrechamente relacionado con la noción de corte y borde.

Siguiendo los tres registros de Lacan, es posible identificar tres estatutos del tiempo:

  1. El Tiempo en el Registro Imaginario
    En el campo imaginario, el tiempo se manifiesta como la prisa o la postergación que frecuentemente afectan al sujeto. Estas manifestaciones responden a una lógica subjetiva de anticipación o dilación.

  2. El Tiempo en el Registro Simbólico
    En el ámbito simbólico, el tiempo adquiere una dimensión más medible, aunque no se limita al tiempo cronológico de los relojes. En este registro, el tiempo se vincula con las coordenadas de la estructura simbólica que organizan la experiencia del sujeto.

  3. El Tiempo en el Registro de lo Real
    Este tercer estatuto, uno de los aportes más relevantes de Lacan, vincula el tiempo con lo real y con la noción de corte. Este tiempo es específico del acto analítico, caracterizado por su carácter incalculable e imprevisible. Aquí, el tiempo de trabajo de un sujeto no puede establecerse de manera fija o anticipada, ya que depende del "tiempo de comprender" propio de cada uno.

La transferencia, en este contexto, juega un papel fundamental. No solo se entiende como el lugar donde ocurre la operación analítica, sino también como una temporalidad específica: el tiempo necesario para que el sujeto logre un desasimiento de sus fijaciones. En este sentido, Lacan destaca que "la resistencia es del analista", al subrayar que el tiempo de la transferencia no puede forzarse ni acelerarse sin comprometer la eficacia del análisis.

Así, el tiempo en psicoanálisis, especialmente en su relación con el corte, es inseparable de la transferencia y de la lógica del trabajo subjetivo, mostrando su carácter singular y no medible en términos convencionales.

martes, 7 de enero de 2025

La nominación, el síntoma y la posición sexuada

Podemos definir la nominación como una operación fundante, un acto inaugural que establece un anudamiento y, al hacerlo, sostiene la posición inconsciente del sujeto a través del síntoma. Esta función opera como condición para la asunción de una posición sexuada, dado que, a nivel inconsciente, el sujeto permanece a-sexuado.

¿Qué implica que la posición sexuada se asuma desde el síntoma? En el ser hablante, la sexualidad no es natural, sino que está estructurada y sostenida en el síntoma, es decir, se encuentra sintomatizada. Esto introduce la cuestión de si el síntoma puede ser reducido al ámbito de las formaciones del inconsciente.

Desde su estructura formal, el síntoma como metáfora sigue la lógica significante del proceso primario, lo que lo enmarca dentro del determinismo del inconsciente. Sin embargo, al considerar el núcleo opaco del síntoma —ese goce que no se dirige al Otro—, se muestra como algo que resiste la interpretación y no se inserta plenamente en la transferencia, salvo en casos de intervenciones específicas del analista. En este nivel, el síntoma "se basta a sí mismo" y queda fuera del conjunto de las formaciones clásicas del inconsciente.

Esta distinción nos lleva al interés de Lacan por lo real, particularmente desde sus primeros desarrollos como en "La instancia de la letra…", donde comienza a interrogar cómo el psicoanálisis puede abordar aquello que se resiste al lenguaje y a la simbolización: ese real indócil a la palabra.

En este marco, el síntoma adquiere un rol central, justificando la "consistencia" que puede situarse entre el inconsciente y el síntoma. Esta conexión abre una pregunta crucial: ¿no es esta consistencia la vía de entrada de lo femenino en el inconsciente? Aquí, lo femenino no remite a lo biológico, sino a una lógica distinta que desafía las categorías fálicas del lenguaje, inscribiéndose en ese goce opaco y singular que habita el síntoma.