Mostrando las entradas con la etiqueta menopausia. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta menopausia. Mostrar todas las entradas

lunes, 8 de febrero de 2021

Psicoanálisis para la tercera edad

Durante mucho tiempo, se ha hecho del viejo un marginado, no solo en la sociedad sino también para el psicoanálisis. Un prejuicio bastante común, posiblemente basado en parte por lo dicho por Freud y en parte en las dificultades que la tarea crea a los analistas, reside en la creencia que los viejos son inanalizables y que solo pueden recibir una terapia de apoyo. Hay pacientes de más de sesenta años, sin graves deterioros cerebrales, son pasibles de un psicoanálisis convencional con grandes beneficios, el resultado de pacientes añosos que ya hubieran tenido una experiencia analítica con anterioridad.

No existe en verdad en el envejecimiento un hecho puntual que señala su comienzo como en la adolescencia. Es un proceso que se inicia con el nacimiento o tal vez antes y se continúa a lo largo de toda la vida. La OMS ha convenido en señalar a los sesenta años, hechos significativos que pueden repercutir de una manera intensa en el estado afectivo y social del gerente, la adultez de los hijos, el nacimientos de los nietos, la jubilación, el cambio corporal, la muerte del cónyuge o amigos, etc. Todo esto configura lo que puede llamarse la “crisis de los senescencia”. Así como muchas veces en la edad madura el conflicto se plantea entre el ideal del yo y el yo por las aspiraciones y expectativas ideales (que habitualmente provienen de la adolescencia) el conflicto pasa también por la crisis narcisista que implica asistir a la propia declinación, además de las perdidas objetales. Por eso resulta importante comprender muchos de los síntomas atribuibles a la vejez como manifestaciones de defensas narcisistas.

El cuerpo que también es biografía, señala con sus cicatrices a quien quiere y puede leerlas. El psicoanálisis, al posibilitar la investigación del sentido inconsciente de los síntomas corporales entramados en el vivenciar del paciente, configura una comprensión psicosomática con efecto terapéutico. Ejemplo: la relación entre menopausia y osteoporosis ha sido claramente señalada, pero no se ha puesto demasiado énfasis en el proceso de elaboración de la menopausia  y su vinculación con las fantasías de sostén, originadas en la identificación temprana con una madre que cumple también función de sostén. 

Es en el campo de la transferencia y contratransferencia en el tratamiento de ancianos, donde uno redescubre la vigencia de los contenidos edípicos inconscientes que emergiendo de la atemporalidad, se actualizan, también en la neurosis de transferencia. El análisis de pacientes mayores es más un problema para el terapeuta que para el paciente. Cada paciente hombre es para el inconsciente del analista, el padre, y cada paciente mujer, la madre. Y habitualmente acercarse y reconocer la sexualidad de los padres puede resultar difícil. De la misma manera, la idea que las personas mayores están más cerca de la muerte genera en los analistas jóvenes sentimientos de culpa y el miedo a generar depresiones. Y en los analistas más viejos, tener que encarar la propia finitud, a la vez que el riesgo de quedar presos de la identificación concordante con el paciente. En otros casos, la edad manifiestamente mayor del paciente puede funcionar como contra resistencia en el terapeuta a analizar las transferencias parentales que el paciente hace sobre él. 

En aquellos casos  en que son los hijos del anciano quienes se hacen cargo del costo del tratamiento, esto puede llegar a generar una herida narcisística en el paciente, que se expresa en la transferencia como la resistencia a depender de alguien menor. También ser una carga activa los sentimientos depresivos.

El análisis personal, la formación teórica y el entrenamiento constituirá pues, como es habitual en la formación analítica el trípode sobre el cual se ha de basar la preparación de un terapeuta que ha de ocuparse de la psicoterapia de los viejos.

Fuente: "PSICOANALISIS EN LA TERCER EDAD" Dr. Edgardo Korovsky

viernes, 5 de junio de 2020

El duelo, versión femenina.

María del Socorro Tuirán Rougeon "Le deuil, version fémenine". Traducción del francés a cargo de Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Desde el Jardín de Freud, Número 11

Resumen
¿Qué pasa con el duelo para una mujer? Después de recorrer a Freud y a Melanie Klein, la autora se interesa en lo real del cuerpo de la mujer para poder interrogar su relación con la pérdida, apoyándose en los trabajos de psicoanalistas que hablaron desde su clínica, después de Lacan. La histeria y la neurosis obsesiva dan a la mujer el mecanismo para protegerse de lo real que le es propio; la clínica del adolescente esclarece, en la relación madre-hijo, este asunto de una manera particular.

Esta vez empiezo por el diccionario antes de introducir mi pregunta. Le Petit Robert1 dice al respecto: 
n. m. Dueil, s. xv; doel, duel s. xii; bajo latín dolus de dolore, "sufrir". 1. Dolor, aflicción que se experimenta por la muerte de alguien. 2. Figurativo y literario: aflicción, tristeza, "La naturaleza está de duelo" para hablar del invierno. 3. Muerte de un ser querido. La pérdida. 4. Signos exteriores del duelo. 5. Tiempo durante el cual se lleva el duelo. 6. Cortejo fúnebre. 7. Hacer su duelo de una cosa: renunciar, resignarse, estar privado de ello.
Por su parte, el psicoanálisis define al mismo tiempo la pérdida de alguien, de un ser querido, la reacción a esta pérdida, así como el proceso de desapego del ser perdido. En "Duelo y melancolía"2, Freud marca la diferencia entre el duelo normal en tanto reacción a la pérdida de un ser amado, el duelo patológico definido por él como una dificultad para retirar la libido de los vínculos que retienen al doliente al lado del objeto perdido, y la melancolía, que la define como la reacción a una "pérdida de objeto sustraída de la conciencia"3.

En una elaboración posterior, "El yo y el ello" (1923) 4, define el ideal del yo como heredero del complejo de Edipo. El ideal del yo constituye la introyección del objeto perdido en el yo. La ambivalencia en ese proceso de introyección del objeto será el factor determinante de las complicaciones en los procesos de los duelos vividos luego. Melanie Klein 5 describirá la posición depresiva en el niño. Luego de los adelantos planteados por Freud y Abraham sobre el duelo, Klein elabora esta posición como un dispositivo propio de la evolución normal del niño que se reactivará cada vez que tenga la experiencia del duelo posteriormente. Ese dispositivo se instala, según sus observaciones, desde los primeros meses de vida del infans.

En cuanto a Lacan, radicaliza la función del duelo de la pequeña infancia, en razón de nuestra condición de ser hablante, puesto que define el objeto causa del deseo como perdido para siempre jamás, dejando un lugar vacío que es necesario para la constitución de todas las relaciones de objeto y que da lugar a toda posición subjetiva.

Todo objeto, luego, solo podrá ser metonimia del que falta y que hace advenir al sujeto y a su deseo. En este mismo lugar Lacan alojará el significante fálico como el que ordenará a todos los demás objetos que jalonarán el recorrido del niño (oral, anal, mirada y voz). Podemos plantear ya, a partir de estas pocas coordenadas, que el duelo se declina en tres registros: Simbólico, Imaginario y Real. El registro simbólico del duelo sería el proceso psíquico por el cual una persona llega a separarse de los vínculos que lo apegan al objeto perdido; ese proceso restablece la presencia sobre un fondo de ausencia.

El registro imaginario podría estar constituido por los signos exteriores de duelo, así como todas las representaciones que emergen sobre el ser querido perdido, representaciones que parecen ser efecto de una idealización. En lo que concierne al registro real, se trata de la ausencia misma del objeto, de su muerte, tanto más cuando ha sobrevenido de manera brutal, accidental o injusta. ¿Pero qué decir del duelo en femenino? ¿Tendría características específicas para ella? Les propongo plantear esto de entrada: para una mujer, su ex-sistencia se define a partir de la pérdida. Aun cuando para un hombre la pérdida no estará ausente en su trayectoria, no se confronta con esta desde el mismo lugar.

Para Lacan 6, ante el espejo, tanto la niñita como el niñito tienen que enfrentarse a la caída del objeto causa del deseo, por ser representante de la compleción con la madre, pero también a la pérdida de la imagen jubilosa que constituye la unidad corporal. Pero sabemos desde Freud que, a la salida del Edipo, la niñita no tiene que vérselas con la misma pérdida que el niñito; este ha de perder el falo para obtenerlo más tarde; ella no lo tiene, y solo podrá serlo o más bien representarlo para un hombre, posteriormente. En ese proceso la niñita debe soltar su objeto de amor primero (la madre) para poder volver hacia ella en un proceso de identificación secundaria; por lo tanto, es invitada a perder su lugar y a migrar para hacer de su padre su objeto de amor.

En el momento de la pubertad, que viene a anunciarle su entrada en la adolescencia, la muchacha ha de vérselas de nuevo con la pérdida. Los cambios en su cuerpo, esas formas de mujer que se le imponen, la instalan también en una relación de espejo con su propia madre, espejo que no necesariamente le devuelve la buena imagen —en todo caso no la que ella querría ser— e igualmente descubrirá ese flujo que la acompañará durante numerosos años, que vendrá a dar ritmo a su vida un mes tras otro y le recordará su condición de mujer y una posible procreación. Ese flujo, llamado menstruaciones —que recuerda el ritmo mensual— o reglas —como para decir cómo regulan la vida de una mujer—, puede también ser llamado pérdidas. En efecto ella paga con la pérdida de su sangre el tributo a su feminidad, a su cuerpo que se defiende, y en lo que se escapa de su cuerpo se escapa también la representación de la fecundación que no tendrá lugar.

La fisiología propia de una mujer le inflige otra pérdida en el encuentro con un hombre: la de su virginidad. Allí donde ella tendrá que permitir que su cuerpo se abra, al mismo tiempo tendrá que darle lugar simbólico a un hombre en su vida. El precio a pagar esta vez es el himen, ya sea para ella el trofeo a preservar o el obstáculo a eliminar. Cuando se ha convertido en mujer y madre, en el momento del parto tendrá que encarar la pérdida de nuevo; pierde a aquel que ella ha portado en su vientre durante nueve meses y que la ha colmado; es esta experiencia la que puede ponerla ante el des-ser que le permite crear a ella misma un real, el real del cuerpo del niño que no corresponde al que ella haya podido fantasear. Esta pérdida se juega entonces en los tres registros: Real, Imaginario y Simbólico.

En el acompañamiento de este niño ella tendrá que tener varias veces la experiencia de la pérdida. El destete, la marcha, la entrada al jardín y luego a la escuela, la adolescencia y luego la partida definitiva de la casa son momentos del niño que la remiten a sus espaldas a esta noción de pérdida. Llega luego el momento de la menopausia: hela ahí ante una pérdida de nuevo. Pascale Bélot-Fourcade 7 recuerda ciertamente que no se trata de la pérdida del objeto a en ese momento, sino acaso que el hecho de verse confrontada a este "nunca más", nunca más fecunda, viene a volver a poner a la mujer frente a la pérdida constituyente. Es asunto de crisis para la mujer en este periodo de su vida, crisis que la conduce a tener que volver a hallar sus coordenadas inconscientes, como en la adolescencia.

La fisiología del cuerpo de la mujer le impone pues un real a partir del cual ella tendrá que definirse. Además, ese real acarrea cierto número de representaciones imaginarias que jalonarán el curso de su existencia, representaciones que pueden llegar a ser significantes para algunas. Cuando llega al mundo, ella es asimilada a una "alcancía"; en el momento de la pubertad se agitan en torno a ella las imágenes de la virgen o la mujer pura; cuando se convierte en madre, ella desprende la imagen de la nutricia, de la "mamá" omnipotente, ¡para culminar en bruja cuando ya no tenga sus reglas y por lo tanto ya no tenga que vérselas con el riesgo de la procreación! Pero no está empeñada enteramente en la pérdida y la pérdida no es forzosamente todo para ella; aun cuando lo real de su cuerpo se organice a partir de esta, ¿cómo llega a ex-sistir en el recorrido de la vida? ¿Cómo construye su subjetividad? Jean Paul Hiltenbrand8, en su seminario de este año, recuerda que la muchacha puede hacer caso omiso del nombre del padre, de la metáfora paterna, para construir su identidad, ¿pero podrá hacer caso omiso del asentimiento del padre para asumir su feminidad?

La histérica nos da la figura de la que se considera víctima de ese real y que estará dispuesta a adentrarse en el combate contra esta injusticia; el encuentro con el hombre será vivido realmente como una gran violencia y su cuerpo será el lugar donde la represión tendrá lugar, como nos lo recuerda Charles Melman9.

La neurosis obsesiva le da otro tipo de mecanismo que la defiende de su propio deseo. Como el movimiento de los significantes organizados por una cadena significante solamente contiene los antecedentes y los consecuentes, el deseo inconsciente permanece reprimido.

Así pues, la figura de la Virgen valorada por la religión puede constituir su destino, llevándola a ahorrarse la no relación sexual. En particular, hay una clínica que me interesa: la adolescencia; esta clínica ofrece igualmente la ilustración de cómo una mujer, en tanto madre, puede ponerse al abrigo de su deseo.

lunes, 25 de noviembre de 2019

El sexo en la tercera edad.

Por Bárbara Reinhold
Aunque surgen diferencias, el avance de los años no es impedimento para llevar una vida sexual plena y activa.

A veces hay un prejuicio que pareciera indicar que las arrugas o los efectos de la gravedad en el cuerpo, durante la tercera edad, son sinónimo de castidad. Pero eso es tan sólo un mito, porque la vida sexual no tiene fecha de vencimiento.

El médico psiquiatra y sexólogo clínico Adrián Sapetti, director del Centro Médico de Sexología y Psiquiatría y miembro de la comisión directiva de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana (SASH), cuenta que a su consultorio asisten personas de todas las edades: “Tuve pacientes de hasta 92 años. Todo empezó por la cuestión farmacológica y los cambios que hubo a partir del viagra, las hormonas y psicofármacos, que han permitido prolongar la vida sexual de muchos pacientes. El sexo no se termina con la tercera edad. Hay gente que se escuda en eso, pero porque siempre ha tenido problemas”.

La ginecóloga y sexóloga Patricia Granja, de la Sociedad de Obstetricia y Ginecología de BuenosAires, explica: “La sexualidad va cambiando a lo largo de la vida. No es ni mejor ni peor, es diferente y muchas veces tiene que ver con cómo han vivido el sexo esas personas”. En este sentido, León Roberto Gindin, médico sexólogo, miembro de la Academia Internacional de Sexología y profesor de Sexualidad y Salud en la Universidad Abierta Interamericana (UAI), dice: “No creo que dependa de la edad el aburrimiento sexual, depende de la historia que haya tenido cada uno”.

Para Granja, hay variaciones en la sexualidad que tienen que ver con cambios fisiológicos propios de cada etapa de la vida: “Es muy importante conocerlos para no angustiarse pensando que es una patología. En la mujer, en general, tiene que ver con alteraciones en la lubricación vaginal que es más lenta y necesita estímulos diferentes, constantes y prolongados para que aparezca. Esto tiene que ver con la atrofia vaginal después de la menopausia. Y en el hombre la erección quizás tarda un poco más o surgen dificultades para mantenerla”.

Gindin explica acerca de sus pacientes que los varones consultan, entre otras cosas, porque “quieren tener una mejor erección o quieren resolver problemas provocados en general por el uso de determinadas medicaciones”. Los antihipertensivos, los antidepresivos o los diuréticos son algunos de los medicamentos que bajan la erección, según el especialista. “Todo esto hace que busquen ayuda porque el deseo sexual se mantiene y no lo pueden ejercer”, dice. En el caso de las mujeres, Gindin sostiene que la consulta está más relacionada con la falta de ganas: “En realidad lo que pasa es que el coito para las mujeres mayores se convierte en doloroso, porque la vagina está seca por la menopausia, y tienen que usar estrógenos o algún tipo de tratamiento para que no les incomode”.

En su consultorio, Granja recibe muchas consultas de pacientes pidiendo “permiso”, de alguna manera, y preguntando si son normales las ganas de seguir con una sexualidad activa. Es que si bien la expectativa de vida aumentó y hay un contexto social más favorable que en otra época, el prejuicio, a veces, aún existe. Sapetti afirma: “No es una vergüenza tener deseo sexual a esa edad. Mucha gente dice viejo verde; vieja loca; eso es algo del pasado, de los dinosaurios”. En esto coincide Gindin, y agrega: “Los hijos no pueden aceptar que los padres sigan siendo sexuales”.

Para Gindin es importante, en esta etapa, “mantener la vida sexual activa” y “no renunciar”: “No hace falta tener un coito penetrativo para divertirse sexualmente. Además, no se busca tener hijos en ese momento. Mucha caricia, maniobras orales, todo lo que se les ocurra que haga la vida divertida”, recomienda. En en este sentido, Sapetti sostiene que “mantener la vida sexual activa es mantener las ganas de vivir”.

Si para el amor no hay edad, para el sexo tampoco. Las arrugas no tapan espontáneamente el deseo, sólo hacen que a veces asomen los prejuicios, incluso los propios. Tenerlas o no, no garantiza ni inhibe nada. Ni viejas locas, ni viejos verdes, tan solo personas con derecho a seguir experimentando.

Fuente: Baŕbara Reinhold (08/10/12) "El sexo en la tercera edad."

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Vejez: El tercer despertar sexual.


INTRODUCCIÓN
El presente texto resulta de una deuda que tengo desde los comienzos de mi práctica analítica. Empecé dedicándome a la investigación y elaboración de los conceptos sobre la pubertad, pero quienes entonces me estimularon a trabajar el tema fueron no solo los adolescentes, sino, principalmente, los pacientes de la llamada edad media de la vida. En sus relatos escuchaba la importancia del despertar puberal, segundo en la serie propuesta por Freud , que reverberaba en los síntomas que presentaban. En aquellos años, preocupada por el segundo despertar, no pensé que podría hallar un tercero.


La clínica con pacientes gue atraviesan la edad media de la vida me llevó a postular la idea del tercer despertar. Siguiendo a Freud en sus Tres ensayos... sobre la sexualidad humana, en el tercer despertar leemos los ecos retrospectivos del segundo -propio de la pubertad- y del primero -de los tiempos de la infancia. El psicoanálisis, a diferencia de la psicología evolutiva, nos enseña que la estructura no está garantizada desde el origen, sino que se requieren ciertas condiciones para que esta se produzca. Los "títulos en el bolsillo" que inscriben las tres identificaciones en la primera vuelta edípica, se ponen a prueba en la pubertad y en el mejor de los casos promueven e! segundo despertar, si es que se cuenta con e! recurso al fantasma como respuesta frente al deseo de! Otro, condición que posibilita el encuentro con el partenaire. En el neurótico este encuentro no es sin inhibición, síntoma y angustia, es que a partir de la pubertad se juega la articulación freudiana entre la sexualidad y la muerte.


Cuando por ciertas contingencias de la vida dicha articulación se desanuda, el encuentro con el partenaire adquiere ribetes bizarros y aparecen efectos a nivel de la imagen del cuerpo, la que no funciona como tal. A su vez, la muerte, más cercana en el horizonte en la edad media, y las irrupciones de lo real del cuerpo pueden propiciar u obstaculizar ese tercer despertar, el que tiene como condición necesaria, mas no suficiente, el primero y el segundo.

MANIFESTACIONES CLÍNICAS
La renuncia a la sexualidad en esos tiempos de la vida narcotiza tanto a hombres como a mujeres e impide acceder al tercer despertar.


La objeción esgrimida por el varón recae sobre el órgano, que por temor a su desfallecimiento no funciona como representante fálico de su goce, y la mujer arruga porque su cuerpo ya no presenta el brillo fálico que oficia como polo de atracción del otro sexo. En ambos casos retorna el trastocamiento de la imagen del cuerpo que inaugura la pubertad.


En uno de sus primeros escritos, Primeras aportaciones a la teoría de las neurosis, Freud hace referencia a la angustia que surge en el período climatérico de las mujeres y durante la edad crítica de los hombres. Subraya que es la última gran elevación de la necesidad sexual. Fue precisamente la connotación de "última" la que me llevó a pensar en e! tercer despertar.


Dice Freud: "Hay hombres que pasan, como las mujeres, por un periodo climatérico, y contraen en la época de declinación de su potencia y elevación de la libido una neurosis de angustia”. “La angustia que surge en la edad crítica del hombre precisa distinta explicación. En este caso no hay disminución de la libido, pero en cambio tiene lugar, como durante el período climatérico de la mujer, un incremento de la producción de la excitación somática tan considerable que la psique resulta relativamente insuficiente para dominarla” Este párrafo remite al despertar de la pubertad, cuando la irrupción de lo real del cuerpo trastrueca tanto lo imaginario como lo simbólico, irrupción pulsional que desborda el orden fálico.


En el mismo texto se lee que: "[ ... ] en la época de la menopausia ha de intervenir también la repugnancia que la mujer ya envejecida siente contra el exagerado incremento de su libido''.


Freud homologa los fenómenos que se presentan en el ataque de angustia (las palpitaciones, la aceleración del ritmo respiratorio, los sudores, la congestión) con los que se observan en el coito. De ahí que el pudor de las mujeres por los sofocos, los calores, sea pudor por las "calenturas"; esas que Freud nombra como incremento de la libido -esta es una idea que sostiene hasta el final de su obra en los textos sobre la feminidad.


En Ensayos sobre la vida sexual y la teoría de las neurosis dice: “Es sabido, y ha dado ya mucho que lamentar a los hombres, que el carácter de las mujeres suele cambiar singularmente al sobrevenir la menopausia y poner un término a su función genital. Se hacen regañonas, impertinentes y obstinadas, mezquinas y avaras, mostrando, por tanto, típicos rasgos sádicos y eróticos-anales, ajenos antes a su carácter”. Ubica la causa de la transformación del carácter en una regresión a la vida sexual sádico anal.


En La dirección de la cura y los principios de su poder, Lacan relata el caso de un obsesivo de edad madura y espíritu desengañado que en su menopausia se excusa por la impotencia que lo aqueja. Él le propone a su amante que se acueste con otro hombre y ella, que acuerda con este deseo, le cuenta un sueño que tiene esa misma noche: ella tiene un falo, lo siente bajo su ropa, y también una vagina. Desea que ese falo se introduzca allí. El relato del sueño le permite a él recuperar de forma inmediata su potencia fálica. Pero Lacan no atiende a la excusa de la menopausia del paciente e interpreta el rechazo de la castración, que siempre es del Otro, de la madre en primer lugar.


Por sus efectos, e! sueño de la amante apunta a satisfacer el deseo de su partenaire más allá de su demanda. Es por cómo opera e! falo en el sueño que recupera e! órgano que lo representa. Es que además de soñar, ella le habla y le muestra lo que no tiene. El mensaje de su sueño, dice Lacan, es que tener el falo no le impide desearlo.


La respuesta obsesiva, tal como se advierte en estas citas de Freud y de Lacan, obtura la posibilidad de recuperar el deseo por la vía del orden fálico y el argumento menopáusico justifica el estado de renuncia al deseo, manifestando los signos de la hipocondría.


Las expresiones hostiles que Freud observa en las mujeres en la época de! climaterio son efecto del estadio previo al complejo de Edipo, aquel donde la niña reprocha a la madre no haberla dotado del falo, que retornan bajo la forma de rasgos de carácter; adoptan una posición reivindicatoria que las muestra muy amargas. Desde otra perspectiva, Lacan señala que en la mujer se reabre la herida de la privación fálica, haciendo consistir la presencia del órgano del hombre.


Durante el climaterio, la mujer supone que el varón no se ve afectado por el mismo por el hecho de que para él queda intocada la posibilidad de la reproducción. Como ella resulta privada de la posibilidad de concebir un hijo, confunde el atributo masculino -que en este terreno no tiene límites- con su uso en el campo de la sexualidad. Malentendido habitual que expone la no relación sexual entre los seres parlantes.


La gran encrucijada con que se enfrentan tanto los hombres como las mujeres en este momento de la vida está en que no cuentan con recursos para responder al incremento de la libido y la irrupción pulsional que conlleva. Es en este punto que Freud homologa el climaterio con la pubertad.


SEXUALIDAD y MUERTE
El olvido del nombre Signorelli, luego del exhaustivo análisis que realiza, conduce a Freud a articular magistralmente la sexualidad con la muerte.


Es un hombre maduro, con claros signos de impotencia quien hablando sobre las costumbres de los turcos le dice al maestro: "Tú sabes muy bien, señor (Herr), que cuando eso no es ya posible pierde la vida todo su valor''. Mientras que aceptan la muerte con total naturalidad, se desesperan cuando la sexualidad no funciona, pues la estimación sexual está por sobre todas las cosas.


Sexualidad y muerte constituyen la fórmula de la implicación material, esa que dice que no hay una sin la otra. Cuando se produce el desanudamiento de dicha fórmula, e! resultado se inclina hacia el costado de la muerte, adormecimiento del deseo, o toma los ribetes de la perversión.


El tercer despertar solo se vuelve posible si muerte y sexualidad renuevan su anudamiento en el delicado tiempo de la llamada "edad crítica"; crisis de la vida por estar la muerte más cerca en el horizonte de lo posible, afectando con su sombra el campo del deseo. Freud nombra este momento de la vida como "edad peligrosa”.


En las mujeres se traza el fin de la posibilidad de la concepción, de la trascendencia a través de los hijos, hito fundamental en relación con la condición mortal humana. Pero si la ecuación simbólica niño=falo se inscribió en la estructura, esta no se pierde con el fin de la concepción biológica. Aun así, la proximidad de la muerte en el horizonte la desestabiliza, al menos es lo que ocurre en algunos casos. La sexualidad queda desplazada por la muerte y produce una sustitución tal que la renuncia a la primera supone la conservación de la vida.


En su libro La menopausia. El deseo inconcebible, Marie Christine Laznik postula la siguiente hipótesis: "En la menopausia la mujer pierde la falicidad de lo materno y la de la imagen corporal erigida fálicamente”. Siguiendo a Helene Deutsch sostiene que la renuncia a la sexualidad en las mujeres se debe a la peligrosidad del encuentro incestuoso que representa una mujer deseante en la edad madura.


Pero como dije anteriormente, y esta es la lectura que hago de la hipótesis de Laznik, si la falicidad materna inscribió la ecuación, esta no se pierde, y en lo que atañe a la pérdida de la imagen corporal, esta es un hecho de discurso, por ejemplo cuando se dice que con la edad el deseo sexual disminuye, arrastrando con ello la renuncia a la libido.


Un caso contrario a este fenómeno de discurso es el de un señor que después de ser sorprendido por un grave infarto, entre cuyas consecuencias podía temer la impotencia, reencuentra la erectilidad en un nuevo goce, que por una contmgencla particular lo reubica de otro modo en el discurso que sostenía. Es que la "muerte súbita" como posibilidad aceleró un despertar que lo sacó abruptamente de la pesadilla del aburrimiento. En este caso, muerte y sexualidad reanudaron el pacto con la vida.


POSIBILIDAD DEL TERCER DESPERTAR
El trastrocamiento de la imagen del cuerpo en las mujeres, situada en el cuerpo como falo, y en los varones, en el órgano como caída del mismo, demanda la creación de nuevos velos que permitan recuperar el valor del falo en su dimensión significante del deseo. El hombre, cubriendo su órgano, y la mujer, la totalidad de su ser. Crisis del ocultamiento y develamiento del falo como motor de la seducción femenina, pero que también atañe a los varones.


La renovación de la mascarada cumple su función si una mujer se ofrece al deseo del hombre como objeto fálico para que él recupere su potencia y renueve un despertar de la detumescencia tan temida en el fantasma masculino - tal es el caso que relata Lacan de su paciente obsesivo menopáusico.


La mirada de una mujer pone erecto el valor fálico del hombre esto es lo que dice Lacan sobre la mascarada, ese que en el humano actúa a nivel simbólico. Sostener la mascarada permite la circulación de la falta: dar lo que no se tiene a alguien que no lo es.


Una mujer está atenta a la mirada del hombre, hecho que desde la perspectiva de la pulsión remite al segundo tiempo de la misma. El asunto para ella es atreverse a "hacerse mirar'; es decir, a hacerse objeto del deseo del Otro, lo cual implica no haber renunciado a su condición deseante. Para una mujer, la mirada del hombre garantiza su identidad femenina. Cuando la imagen del cuerpo entra en crisis, como ocurre en la menopausia, su búsqueda se centrará en esa mirada que le rearme la imagen, siempre y cuando no esté en posición de renuncia o de reivindicación frente al otro sexo. La importancia de la imagen del cuerpo está dada por la recuperación fálica que conlleva.


En los varones, la pregunta por el funcionamiento del órgano (si tiene o no erección, la duración de la misma, la frecuencia, etc.) puede culminar, en algunos casos, en la hipocondría, como si se tratara de una enfermedad que tiene remedio desde el discurso médico.


EL TERCER DESPERTAR ES POSIBLE SI SE REINVISTE LA IMAGEN DEL CUERPO.
Sin investidura libidinal de la imagen del cuerpo no hay encuentro erótico con el otro. Es decir que si el otro no la inviste con su mirada, con su voz, con los objetos de la pulsión, la imagen se derrumba. En los análisis con pacientes de edad media, en el tercer despertar escuchamos el eco retrospectivo del segundo y del primero, siempre y cuando estos hayan tenido efectos propiciatorios.


A veces sucede que en lugar de este tercer despertar se observan manifestaciones grotescas como las del viejo verde o la mujer madura que se hace la pendeja, bizarrías que recuerdan que de lo sublime a lo ridículo hay un solo paso. En el otro extremo está la renuncia libidinal a favor de la sublimación, abdicación adjudicada, sobre todo por las mujeres, a lo irremediable del envejecimiento corporal. En este caso resuenan los ecos retrospectivos de la latencia, pero puestos en el lugar de! Ideal que sostiene que antes de la pubertad, con su irrupción pulsional traumática, hubo una época donde estudiar, investigar, protegía al sujeto de la sexualidad y de la muerte.


Se impone recordar, a propósito de la imagen del cuerpo, la función del estadio de! espejo en tanto originaria. La constitución del narcisismo que opera en la relación i(a) - i’(a) inviste libidinalmente la imagen que se hace deseable para el otro, siempre y cuando sea reconocida como tal. La salida del espejo plano hace posible e! pasaje de! yo ideal al Ideal del yo, quedando bajo su protección la imagen del cuerpo...


La segunda identificación, que es la que arroja la donación del rasgo unario, estabiliza la función del espejo en relación con la imagen narcisista, esto quiere decir que no hace falta asegurarla todo el tiempo. Los cortes que los cambios en lo real del cuerpo producen, amenazan e! retorno del yo ideal en una relación de dependencia absoluta de la mirada del Otro. Se produce la afánisis del cuerpo y el soma retorna bajo manifestaciones hipocondríacas -lo cual es muy frecuente, como ya señalé, en los varones. En las mujeres se presenta por la caída de la mascarada.


Solo si se cuenta con una pantalla, con un fantasma, alguien puede "hacerse mirar"; es que la función del fantasma resulta indispensable para el encuentro libidinal con el otro. Pero si el objeto a no cuenta con la investidura libidinal, envoltura narcisista que hace deseable a un sujeto, aparece en su faz de desecho y la salida es la melancolía.


Entre un hombre y una mujer, el lugar del falo está en la parte inferior de las fórmulas de la sexuación. La lógica no simétrica del lado hombre y del lado mujer asegura la posibilidad del encuentro entre los sexos. El varón apunta al objeto a causa de su deseo, al recorte del cuerpo de ella que hace de fetiche virtual que enciende su erección (el zapato de tacón alto, la media calada, etc.), sosteniéndose de su falo, que está de su lado en las fórmulas. Falo positivizado con su función eréctil, lo que debe ser corroborado en la mirada de ella. Ella, en tanto mujer, debe reconocer que el falo está en el campo de él y que de eso ella carece.


Esta lógica mínima del deseo se ve amenazada en el tercer despertar. El varón teme no funcionar con su órgano y la mujer, con la imagen de su cuerpo. Si el espejo le indica su caída, no podrá ofrecerse como a bajo algún recorte de su cuerpo y, por ende, tampoco podrá dirigirse al varón reconociendo que el falo está en su campo.


La crisis de la mitad de la vida pone de manifiesto la lógica fálica en el campo del deseo. Cómo se ubica cada uno respecto de la lógica fálica propiciará el tercer despertar o lo hará quedarse dormido para siempre.


El durmiente cree salvaguardar su narcisismo. Bajo el peso del yo ideal del narcisismo especular convierte a este en autoerótico y no puede hacer lazo con el otro. Es que la demanda al espejo no es pulsional, es narcisista, y el encuentro con el partenaire erótico requiere que sea pulsional. Cuando es narcisista, el peso del yo ideal aparece en su versión estragante del superyó.


Las manifestaciones hostiles de las mujeres en "edad crítica'; como dice Freud, su amargura, se deben a que no cuentan como a causa del deseo, sino como objeto a abyecto, caduco, desecho. Del lado del varón, al quedar exacerbada su preocupación por el órgano, recrudece el narcisismo autoerótico, creyendo que lo que adormece es su pene, pero sin advertir su resistencia a despertar de ese peso.


Freud insiste en homologar la edad crítica con la pubertad.


Por mi parte, ya expuse los puntos en común, sobre todo los que desembocan en la imagen del cuerpo como condición para el encuentro con el partenaire del otro sexo. De hecho es el cuerpo la objeción fundamental para evitar el encuentro. Más aún, si no hay segundo despertar, el tercero puede presentarse como retardo del segundo.


Asimismo remarqué una diferencia entre ambos tiempos de la vida. La muerte, más cercana ahora, vuelve a poner en jaque toda la estructura deseante y las manifestaciones hipocondríacas se presentan cuando no se cuenta con la veladura que el cuerpo hace del soma. Reaparecen las fallas de la tercera identificación, afectando el campo de lo imaginario.


Si se acepta la presencia de un tercer despertar, la función del analista tiene una especificidad: recrear el juego, la sublimación y la mascarada que hagan posible el encuentro sexual con el otro, reanudando así sexualidad y muerte.


Vaya todo mi agradecimiento a aquellos pacientes de la edad crítica que con sus amores otoñales y sus segundas primaveras me enseñaron, me hicieron pensar clínicamente, este concepto del tercer despertar.

Fuente: Silvia Wainsztein “LOS TRES TIEMPOS DEL DESPERTAR SEXUAL“ CAP 9 “El tercer despertar”