La cuestión del goce femenino, situado del lado del no-todo, pone en juego una de las formas más sincrónicas del obstáculo que afecta al sujeto hablante. Si bien lo imaginario podría abordar la experiencia desde el ángulo de lo que se siente, Lacan advierte que el problema crucial no radica tanto en el sentir, sino en la demostración de una imposibilidad.
A lo largo de diversos seminarios, las afirmaciones de Lacan en torno a este tema se mantienen en un tono enigmático, incluso oscuro. En el plano de la existencia, sostiene, no hay más que goce fálico, ya que el Otro —como lugar simbólico— “no cesa de no escribirse”. Esta imposibilidad de inscripción es ya una tramitación en el campo del lenguaje, pero indica, sobre todo, que el goce femenino encarna lo más incivilizable del goce, aquello que no se deja atrapar por el síntoma ni por las mediaciones del significante.
Lacan llega a afirmar que el goce femenino “no conviene” a la palabra. Esta expresión, que aparece en los seminarios XIX y XX, puede iluminarse con la definición que ofrece María Moliner del verbo “convenir”: acordar, ajustar, pactar. Si este goce no conviene a la palabra es porque no hace acuerdo con el semblante, no entra en concierto con la estructura del lenguaje. Según la distinción que plantea Lacan en Aún entre Freud y Aristóteles, el goce femenino queda del lado de lo intemperante, lo que no se regula ni se simboliza.
En este sentido, el goce femenino no participa del Otro como estructura de verdad y ficción, y esta no-conformidad justifica la presencia del objeto a en ese campo. De allí la fórmula lacaniana: “el fallar es el objeto”, lo que implica que el objeto se sitúa exactamente donde el Otro desfallece.
Todo esto abre una problemática clínica importante: si lo femenino remite a una imposibilidad estructural que escapa al semblante, ¿cómo distinguirlo de la femineidad, entendida como una forma particular, encarnada, de devenir mujer? Se trata de pensar la distancia entre una estructura lógica —definida por la inexistencia de la excepción que cierre el conjunto— y la contingencia de una modalidad subjetiva.
Desde esta perspectiva, lo femenino se sostiene en la imposibilidad; mientras que la femineidad encuentra su posibilidad en la contingencia. Esta diferencia lógica permite pensar cómo el sujeto, más allá del binarismo fálico, puede hacer lugar a modos de existencia que no se garantizan simbólicamente, pero que aun así se alojan en lo vivible.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario