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viernes, 20 de junio de 2025

La función de la palabra como amarra del sujeto

Dado que el Otro carece del significante que pueda nombrar al sujeto, este se aloja en el campo del lenguaje a partir de ciertos puntos de anclaje. Dichos puntos de capitonado, que emergen como efecto del acto de la palabra, funcionan como sostén simbólico de la posición del sujeto.

La noción de “amarra” permite destacar con precisión el carácter anudante en juego: aquello que une no es otra cosa que la función de reconocimiento, en tanto permite inscribir el deseo en lo simbólico. Desde este punto, el deseo queda instituido más allá del objeto particular al que eventualmente se dirija. Este planteo implica reconocer una doble dimensión: por un lado, la vertiente imaginaria del deseo —vinculada al campo del transitivismo infantil— y por otro, la dimensión más radical del deseo inconsciente.

Lacan utiliza el término “integración” para referirse a este proceso. Puede entenderse aquí como una tramitación simbólica, aunque conviene aclarar que el concepto de estructura, tal como lo trabaja en sus primeras formulaciones, podría inducir una lectura totalizadora. Esta tendencia se disipa progresivamente en su enseñanza, particularmente desde el Seminario 3 en adelante, cuando comienza a enfatizar la falta estructural.

Esa ausencia del significante que nombraría al sujeto hace imprescindible la operación de la palabra como acto que funda y amarra. Si hubiera que condensar este planteo en una sola frase, podría citarse la siguiente de Los escritos técnicos de Freud:

Más precisamente, ¿qué significa la nominación, el reconocimiento del deseo, en el punto que ha alcanzado, en O?

Con esta pregunta, Lacan aborda la nominación desde la lógica del deseo y su inscripción, lo cual la torna inseparable de la intersubjetividad que caracteriza sus dos primeros seminarios. En este marco, la intersubjetividad no es otra cosa que la inclusión del Otro —aquel que, mediante la palabra, ejecuta el acto de reconocimiento—, y por lo tanto, el que posibilita que algo advenga para el sujeto y pueda inscribirse como verdadero o falso.

miércoles, 21 de mayo de 2025

La psicología del poder

 La psicología del “poderoso” —es decir, de quienes están obsesionados con el poder— es un tema profundo, que atraviesa la clínica, la política, la filosofía y el psicoanálisis. No hay una única causa, pero sí se pueden pensar condiciones estructurales, históricas y pulsionales que empujan a algunos sujetos a hacer del poder no solo un medio, sino su fin principal.

Desde el psicoanálisis, el poder puede funcionar como defensa contra la angustia de impotencia, de pérdida, de falta. El “poderoso” se aferra a una posición donde su palabra vale, decide, domina... porque no tolera la experiencia de límite o vulnerabilidad (Hilflosigkeit). Por eso:

  • Puede ser hipersensible al rechazo, al descontrol, a lo que no puede anticipar.

  • El poder le ofrece una ilusión de autosuficiencia, completud, invulnerabilidad.

Esta defensa suele estar sostenida en estructuras narcisistas, con dificultad para registrar al otro como alteridad. El otro solo aparece como amenaza, rival o subordinado.

Deseo de reconocimiento

Inspirándose en Hegel, Lacan plantea que el sujeto desea ser deseado por el Otro. En ese marco, el poder puede ser el medio privilegiado para obtener ese deseo del Otro: ser mirado, obedecido, admirado, temido. El poderoso no quiere solo poder; quiere ser reconocido en su lugar de poder.
Por eso:

  • Suele haber una teatralización: el trono, la investidura, los símbolos.

  • También puede haber una relación fetichista con el saber o el control: “si sé más, domino”.

Tras la historia infantil de poderoso

En algunos casos, el origen puede rastrearse en una infancia marcada por la humillación, la desvalorización o la exclusión. Allí, el poder aparece luego como una compensación reactiva: “Nadie más me va a pisotear.” “Yo voy a ser quien decida.”

En otros casos, se trata de niños hiperinvestidos por el Otro, sin límites claros, donde el deseo adulto se dirigía de modo ambivalente, creando un sujeto que no tolera la frustración y que necesita ocupar lugares de privilegio para sostener su narcisismo.

¿De qué goza el amo?

La idea de poder también puede investigarse a la luz de "Los cuatro conceptos...". En la lógica lacaniana, el discurso del Amo es aquel en el que el sujeto ocupa el lugar de poder, pero al precio de forcluir su división subjetiva. En los matemas, vemos que el $ queda bajo la barra. El Amo no se interroga, no duda, no se deja atravesar por el saber del Otro. Goza en mandar, en operar, en ejercer. Pero su saber es siempre supuesto, y su caída suele ser estrepitosa cuando la verdad lo alcanza.

En este marco, el poder puede convertirse en un modo de goce en sí mismo: no se busca tanto un fin, sino ejercer el poder como afirmación de existencia.

¿Es meramente psicológico el poder?

Es importante no psicologizar por completo el fenómeno. Hay estructuras sociales, políticas y económicas que incentivan ciertas formas de goce del poder y premian el desinterés por el otro. En ciertos contextos (corporativos, militares, políticos), el perfil del “poderoso” incluso se construye como ideal de éxito. 

El poder en la consulta.

El tema del poder es bastante frecuiente entre los pacientes dedicados a la política, el ámbito empresarial, incluso ámbitos de espectáculos y religiosos. Algunos lo han tenido y perdido; otros, aspiran a tenerlo. Los más interesante son los casos donde la persona constata los límites mismos del poder, aún teniéndolo, pues es imposible gobernarlo todo. Cuando este tema surge, hay preguntas que el analista puede hacer:

¿Qué función cumple el poder para esa persona: ¿proteger, vengar, compensar, gozar?

¿Qué relación tiene con la ley? ¿La encarna, la evade o la produce?

¿Cuál es su relación con la palabra del Otro? ¿Escucha, impone, borra?

¿El poder es medio o fin? ¿Lo quiere para algo o para sí mismo?