El fantasma no es una simple respuesta dentro del entramado significante, sino que ocupa un lugar estratégico en el grafo del deseo. Su función radica en evitar el encuentro con la verdad última que el significante de la falta en el Otro inscribe: la ausencia de garantías y la soledad del sujeto frente a su acto.
A partir de esta posición, se puede trazar un vínculo esencial entre el fantasma y el significante fálico. Mientras el fantasma encubre, el significante fálico revela. Este último actúa como un nexo intermedio que une la significación fálica con el objeto a, el elemento real que opera como causa del deseo.
El falo significante desempeña su función dentro del campo del lenguaje en la medida en que el Nombre del Padre lo articula y lo hace operar. Se trata del significante que nombra el conjunto de los efectos de significado, marcando los límites de lo que puede ser representado. Esta función lo convierte en un símbolo dentro del lenguaje, en el único significante que puede ser denominado de esa manera.
Su operación implica un principio de ocultamiento: el falo actúa velado. Este rasgo establece su singularidad, pues dicho velamiento impide que se integre a la cadena significante formando una pareja con otro término. Velamiento, imparidad y Bedeutung (referencialidad) configuran su especificidad y justifican que sea el único punto de referencia desde el cual un sujeto se inscribe en la sexuación, independientemente de la diferencia sexual.
En este marco, el falo significante denota la presencia real del deseo. En los seminarios 5 y 6, Lacan asocia su función con el término que tacha al sujeto. Esta tachadura es una operación significante que enlaza conceptos como borramiento, corte, simbolización y negación. Pero la pregunta sigue en pie: ¿es la tachadura equivalente a la división del sujeto?