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miércoles, 16 de abril de 2025

Máscara, discurso y la función del fantasma

El concepto de máscara, precursor del semblante, se configura a partir del funcionamiento del significante dentro del campo del Otro. Sin embargo, el lenguaje, aunque preexiste, no garantiza por sí mismo la máscara, pues esta requiere una operación específica dentro de la estructura discursiva.

Cuando el significante se inscribe en el Otro, no solo instaura el discurso como una estructura relacional, sino que introduce la lógica de la concatenación: el lenguaje establece un marco, mientras que el discurso articula un encadenamiento que permite la sustitución. Este proceso es crucial, ya que afecta la relación del sujeto con el objeto y con la permutabilidad de los significantes en ausencia de un referente fijo.

Lacan señala que “el significante se sustituye a sí mismo” allí donde no puede conocerse plenamente. Esta imposibilidad genera una inconsistencia estructural, que se sitúa entre lo topológico y lo literal, convirtiendo al Otro en la sede del rasgo diferencial.

Dentro de esta dinámica, el fantasma opera como una pantalla que oculta y organiza el acceso al deseo. En estrecha relación con la identificación, se sitúa en el punto de tensión entre enunciado y enunciación dentro del grafo. Así, el fantasma se inscribe en una serie conceptual que involucra excentricidad, literalidad, borde y antinomia. En este contexto, su función es doble: actuar como pantalla que vela lo real y, al mismo tiempo, operar como guion o menú a través del cual el sujeto estructura su experiencia.

viernes, 14 de marzo de 2025

El deseo, la máscara y la escucha analítica

Interrogar la eficacia de la práctica analítica implica considerar su relación con las dificultades, contradicciones y callejones sin salida que pone en evidencia. Lacan, en el Seminario 5, plantea que esta eficacia no radica en evitar el atolladero, sino en incluirlo y abordarlo a través del deseo. La práctica analítica no elude los obstáculos, sino que los toma como parte de su funcionamiento.

El deseo se desprende de una demanda que ha sido significada, pero su esencia no se reduce a un efecto de sentido. Se trata, más bien, de la incidencia misma del significante, lo que instala una divergencia entre la demanda y la necesidad. En este punto, el deseo se presenta como un resto: aquello de la necesidad que no ha sido absorbido por la demanda.

Para entrar en funcionamiento en el sujeto, el deseo requiere de una máscara. Esta máscara no solo vela u oculta, sino que también viste y muestra. Es solidaria de la ficción del significante, permitiendo articular lo que, en sí mismo, no es articulable. Por eso Lacan afirma que el deseo es su interpretación, ya que se sostiene en la máscara que lo estructura.

El síntoma, desde su emplazamiento en el grafo, es una de estas máscaras del deseo. Lacan resalta que el material del síntoma pasa por modas, señalando el carácter histórico del semblante. Así, el síntoma toma su forma a partir de los significantes disponibles en el Otro de cada época, mostrando cómo los cambios culturales afectan la estructura simbólica del sujeto.

La máscara, además, está vinculada al fantasma. No solo cubre, sino que revela a la vez que oculta. El sujeto, al sostener su máscara, mantiene una distancia frente a la castración del Otro, revistiéndose de un valor ilusorio.

Desde la práctica analítica, esto implica una escucha más allá de las manifestaciones evidentes. No basta con atender el motivo de consulta del paciente; es fundamental escuchar entre líneas. Esto significa descifrar las coartadas del sujeto, aquellas construcciones que le permiten eludir su propia relación con el deseo del Otro, la demanda y el goce.

Si la escucha analítica apunta más allá de la máscara, es porque busca situar la posición en la que el sujeto queda no solo comprometido, sino concernido. Esto abre la posibilidad de una torsión subjetiva: pasar de la posición de ser deseado a la de ser deseante.

miércoles, 5 de marzo de 2025

El borde entre dolor y la satisfacción

El vínculo entre el deseo y la máscara no puede reducirse a una simple relación de ocultamiento y revelación, ni responder a la lógica de lo interior frente a lo exterior. Se trata, más bien, de una conexión que rompe con la noción tradicional de espacio euclidiano y nos obliga a pensar en términos topológicos, donde la estructura del deseo se muestra excéntrica respecto a la satisfacción.

Desde esta perspectiva, el deseo no se inscribe en un centro fijo, sino en un movimiento desplazado, lo que nos lleva a preguntarnos si su lógica responde a la de una superficie unilátera, con torsiones o interpenetraciones que imposibilitan una lectura lineal. En esta dinámica, algo queda siempre por desear, y es en ese resto donde Lacan sitúa el “dolor de existir”, trazando un límite entre el sufrimiento y la satisfacción.

Esta reflexión encuentra su base en la distinción freudiana entre la experiencia de satisfacción y la experiencia de dolor, ambas generadoras de un excedente: el deseo y la angustia. La clínica muestra que el deseo se acompaña de una dificultad estructural, mientras que la angustia señala el borde que lo delimita, introduciendo la dimensión del peligro que el propio deseo puede implicar.

Lacan avanza en este camino al situar las dos funciones del objeto a: como causa de deseo y como plus de goce. Esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿bajo qué condiciones una satisfacción puede volverse inseparable del dolor? Pero ya no se trata solo del dolor de existir…

martes, 4 de febrero de 2025

La excentricidad del deseo: Una aproximación desde Lacan

Lacan define el deseo como excéntrico respecto a la satisfacción, subrayando su carácter descentrado, lo que resuena con la noción de ex-sistencia del sujeto presentada en su Seminario 2. Esta idea sugiere que el deseo no se centra en la obtención de un objeto o meta concreta, sino que se configura desde el efecto del significante, situándose fuera de lo central o habitual.

El término "excéntrico" no solo implica rareza o extravagancia, como lo define María Moliner, sino que en esgrima también alude a una postura en ángulo agudo, lo que introduce la idea de una posición específica. En este sentido, el deseo excéntrico conecta con la posición que el sujeto adopta en la escena del deseo del Otro.

Desde esta posición excéntrica, el sujeto no solo desea, sino que goza de desear. Este goce en el deseo, aunque ligado a una forma de satisfacción, mantiene su carácter heterogéneo y distante de una plenitud o complementariedad.

La División del Sujeto y la Dimensión de la Máscara

La excentricidad del deseo se enlaza con la Spaltung, el término freudiano retomado por Lacan para señalar dos aspectos: la separación entre el deseo y la demanda, y la división del sujeto como efecto del significante. Este desdoblamiento del deseo está inevitablemente ligado a la falta de un objeto complementario, lo que a su vez introduce la necesidad de mediación mediante la máscara.

El deseo y la máscara no se relacionan como un interior y su exterior o como un continente y su contenido. Esta relación rompe con la lógica de lo visible versus lo oculto y cuestiona cualquier idea de concentricidad, exigiendo una aproximación que considere al deseo como una construcción topológica.

El Deseo y su Vínculo con el Cuerpo

Este enfoque topológico del deseo lleva a explorar sus vínculos con el cuerpo, donde la máscara actúa no como un simple disfraz, sino como un medio esencial para la mediación del deseo. La excentricidad, entonces, no solo define al deseo en su estructura, sino que revela su profunda conexión con la posición subjetiva y la dimensión simbólica que configura su movimiento.