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lunes, 25 de agosto de 2025

La palabra, el Otro y la división del sujeto

La palabra, en su función creadora, pone en acto la función del Otro. No se trata aquí de la mera satisfacción de una necesidad, sino de la operación inaugurada en los primeros cuidados descritos por Freud: la acción de forjar un mensaje como correlativo del lugar del sujeto. En Las psicosis, Lacan denomina a esta operación el “acuse de recibo”.

Desde esta perspectiva, el sujeto está sujeto al lenguaje, incluso a esa palabra que le otorga existencia. ¿Por qué Lacan ubica en la palabra una función? Porque en ella se abre un lugar vacío, el mismo que en lógica se reserva para la inserción de un argumento, y que en este primer momento de su enseñanza corresponde a la delimitación de un intervalo: el espacio en el que un sujeto podrá advenir.

La incidencia del símbolo implica, además, que no existe un objeto que funcione como complemento o referente pleno. De allí que la división del sujeto tenga una doble vertiente:

  • Por un lado, está dividido porque la palabra nunca puede decirlo todo.

  • Por otro, está dividido porque carece del objeto que pudiera completarlo, lo que repercute directamente en su posición sexuada.

Un sujeto subvertido es, entonces, un sujeto efecto, distanciado de cualquier lugar de agencia. Lacan lo formula tempranamente al afirmar que el sujeto es “en su abertura”: esa hiancia marca la carencia de ser y se enlaza con el deseo. En el Seminario 2, esta afirmación anticipa la noción de división que luego quedará formalizada en el matema, dado que en el esquema L el sujeto todavía no aparece como dividido.

Los modos de aparición de un sujeto concebido de este modo son específicos: se manifiesta en el fading o desvanecimiento, y también en la sorpresa. El sujeto del inconsciente es solidario, en última instancia, de lo inesperado, de lo incalculable.

sábado, 23 de agosto de 2025

El Sujeto, el Deseo y la Falta como orientación de la cura

El carácter inaprehensible del sujeto no anula su valor como brújula de la cura psicoanalítica. Lo mismo puede decirse del deseo, siguiendo la articulación entre ambos: la cura se orienta por el sujeto, en la medida en que el analista debe “acomodarse” a él en la transferencia y darle lugar; y se orienta por el deseo, en tanto es lo que moviliza al hablante, lo que lo pone en causa.

Si lo simbólico preexiste, el sujeto queda atravesado por la latencia y la desnaturalización que esa anterioridad impone. El significante cumple una función activa: no se limita a producir efectos de sentido, sino que inscribe el cuerpo como superficie simbólica, radicalmente distinta del cuerpo natural y biológico. En este marco, la sexualidad adquiere un papel central en la praxis analítica, no por la genitalidad, sino por la participación de la pulsión.

La castración puede pensarse, por un lado, como la falta de una inmanencia que otorgue identidad al sujeto, lo que lo convierte en un “ser en falta” y repercute en su posición sexuada. Por otro lado, también puede concebirse como efecto de un vaciamiento constituyente, que conmueve cualquier noción de esencia previa. En tanto carece de identidad, el sujeto se ve obligado a identificarse para poder advenir al ser.

La palabra es el instrumento privilegiado de la práctica analítica, porque al ponerse en acto hace comparecer al sujeto en su división. Esto ocurre dado que la palabra está atravesada por la multivocidad, el equívoco y el malentendido; en su dimensión metonímica, ella misma da cuenta de la falta constitutiva a la que el sujeto está ligado.

Si el Otro es el tesoro del significante, y allí no existe término alguno que pueda nombrar o fijar al sujeto del inconsciente, se establece una correlación fundamental: la división del sujeto se enlaza con la falta en el Otro.

viernes, 22 de agosto de 2025

El “Incidente Freud” y la centralidad de lo simbólico

El llamado “incidente” Freud —si puede nombrarse así el efecto de conmoción que produjo— puso en primer plano la eficacia simbólica. De allí que Lacan haya elegido como pilares de su “Retorno a Freud” un tríptico fundamental: La interpretación de los sueños, El chiste y su relación con lo inconsciente y Psicopatología de la vida cotidiana. Estos textos muestran que el inconsciente se inscribe en un entramado simbólico legible, mientras que el efecto de sentido resulta un aspecto secundario.

Lo que Lacan denuncia en el contexto psicoanalítico de su tiempo es que ese valor de la eficacia simbólica había quedado opacado. La crítica central apunta a que el campo se había desplazado hacia lo imaginario, privilegiando sus taponamientos en detrimento de la potencia del significante.

El “Retorno a Freud” se define, entonces, como la recuperación del resorte simbólico en la manifestación del inconsciente, entendido éste como aquello que se hace presente en la palabra, en su discontinuidad.

Avanzando por esta senda freudiana, aunque con desarrollos propios, Lacan señala que en cierto punto emerge un obstáculo para la cura. Allí aparecen las resistencias —no sólo las imaginarias que dependen del analista— y la reacción terapéutica negativa. Dicho obstáculo se despliega, en última instancia, en el campo de la transferencia.

Esta dimensión inercial del hablante se revela en los límites de lo que la palabra puede articular, especialmente en sus bordes. Y es precisamente allí donde Lacan sitúa la originalidad freudiana: el recurso a la letra. En el rebus, en esa escritura que organiza al texto inconsciente, se localizan los puntos de fijación que marcan los lugares en los que el inconsciente se inscribe y puede ser leído.

sábado, 9 de agosto de 2025

La función de lo escrito en la enseñanza de Lacan: entre el significante y la letra

Trasladar el S1 desde el lugar del dominio hacia una dimensión intermedia entre el significante y la letra abre la posibilidad de un nuevo lazo entre el discurso y lo escrito. En el Seminario 18, Lacan plantea una pregunta central: ¿Cuál es la función de lo escrito?. Este interrogante nos permite subrayar dos aspectos esenciales:

  1. Lo escrito no pertenece al mismo orden que la palabra.

  2. La noción de “función” remite a una lógica que se articula con el inicio ligado a la operación del Padre.

Lo escrito, de carácter tipográfico, se presenta como secundario respecto del efecto del lenguaje. Para Lacan, la palabra es siempre primera: se vincula al lugar de la verdad y, en el seminario, se enlaza con el campo del semblante. De este modo, se establece una oposición —aunque no excluyente— entre semblante y escritura, en la que pueden darse anudamientos contingentes.

En tanto el psicoanálisis es una práctica de la palabra, lo escrito introduce una lógica que impide reducir la cuestión al mero plano del dicho. Desde esta función, Lacan propone interrogar la estructura del lenguaje, ya que lo escrito se ubica allí donde no existe metalenguaje. Desde esta perspectiva, se abre la pregunta por el modo en que se transmite la prohibición.

Decir que lo escrito se emplaza donde falta el metalenguaje implica reconocerle una función lógica: establecer un lazo allí donde la relación sexual “no cesa de no escribirse”. Así, Lacan afirma que toda relación es lógica, y que solo puede sostenerse en la función de lo escrito.

Esto significa que no hay relaciones naturales o connaturales; toda relación requiere de una escritura que le sirva de sostén. En este punto, Lacan introduce una reformulación del falo, solidaria con el movimiento asociado al Nombre del Padre.

miércoles, 4 de junio de 2025

Entre lo singular y lo particular: la función de la palabra en la práctica psicoanalítica

Lacan señala con claridad que el enfoque freudiano del sujeto oscila entre lo singular y lo particular. Sin necesidad, en un primer momento, de entrar en definiciones precisas, esta observación permite descartar toda aspiración a una lectura totalizante del sujeto.

Este planteo encierra, aunque de manera sutil, una crítica a cierta concepción técnica del psicoanálisis entendida como procedimiento estandarizado. Tal procedimiento correría el riesgo de igualar allí donde lo que está en juego es, precisamente, la diferencia radical entre un sujeto y otro: la incidencia singular de la palabra que proviene del Otro.

La contingencia pertenece, por definición, al ámbito que se sitúa entre lo particular y lo singular. Desde este lugar, y a partir de los dos pilares fundamentales del retorno a Freud —el campo del lenguaje y la función de la palabra—, se vuelve posible distinguir entre el lenguaje como borde del campo humano y aquello que constituye la particularidad del sujeto. Esta última no es una sustancia, sino una función.

La palabra, entonces, cumple una función en tanto el sujeto deviene efecto de ella. Aquí se revela cómo, en Lacan, la construcción conceptual está íntimamente ligada a la práctica analítica. Es en la clínica donde el concepto despliega toda su fuerza. Aunque existe un lenguaje común, compartido, la intervención analítica se dirige a esa palabra en particular: ese elemento significante que configura la materialidad sobre la cual se sostiene la realidad psíquica del sujeto. Es en ese punto preciso donde la función de la palabra se enlaza con la verdad del sujeto.

Si el campo de la verdad se ha instituido, es porque la palabra ha encontrado un lugar en el Otro. Esta afirmación no puede desligarse de la noción de contingencia. La idea de "materialidad", en este contexto, debe entenderse a la luz de la operación que Lacan desarrolla, por ejemplo, en La significación del falo, donde sitúa la estructura significante en el lugar del Otro.

martes, 8 de abril de 2025

La escritura como borde: una lógica de la praxis analítica

Una de las controversias centrales en torno a la orientación de la práctica analítica gira en torno a cómo delimitar lo real, entendido como impasse. Se trata, en efecto, de una pregunta por su conceptualización. Lo real se define en su desajuste con lo simbólico, como una inconsistencia que adviene como borde, no como una sustancia previa o independiente. En este sentido, no se trata de un “antes” de lo simbólico —con lo cual se correría el riesgo de reducirlo a lo meramente biológico—, sino de un después, de un efecto topológico que emerge a partir del límite del campo simbólico.

Así, lo real se litoraliza: aparece como la franja que separa lo simbolizable de lo que escapa a toda simbolización. Desde esta perspectiva, el psicoanálisis se distingue de otras terapéuticas, precisamente porque hace de ese límite su campo de intervención.

Es en este contexto que Lacan introduce la escritura como un recurso privilegiado. No como una técnica decorativa o metafórica, sino como una respuesta práctica a los límites del significante. Desde allí se hace posible una reelaboración de conceptos fundamentales: la interpretación, el síntoma, la transferencia, el inconsciente y el Nombre del Padre.

En el Seminario 18, Lacan se pregunta por la función de la escritura. La indagación no es abstracta: se apoya, entre otras cosas, en su lectura de la escritura china, donde el trazo cobra primacía sobre la significación. Lo que interesa no es tanto lo que el trazo quiere decir, sino su potencia de aislamiento, su capacidad de marcar un borde. Es esa función la que permite separar al rasgo de toda idealización, inscribiendo así un litoral entre el significante y lo que queda fuera de él.

En este punto, Lacan es contundente: “el discurso del analista no es sino la lógica de la acción”. La escritura, entonces, no remite al registro de lo dicho, sino a una operación que produce efectos en lo real. El discurso analítico se constituye como un artefacto, una construcción formal solidaria de lo escrito, más que de lo enunciado.

Ahora bien, la escritura no se opone a la palabra, sino que se desprende de ella como su consecuencia lógica. La palabra funda: inaugura al sujeto en su relación con la verdad. Pero esa verdad, para advenir, requiere no sólo de quien habla, sino de un Otro que la escuche, que la sostenga. El Otro no sólo interpreta: nombra. Reconoce, da lugar, acusa recibo. Es por esta función de la palabra que el significante se inscribe en el Otro como lugar.

De allí se desprende la escritura, en tanto precipitación de esa operación simbólica originaria. En el célebre pasaje de La instancia de la letra, Lacan define a la letra como la estructura localizada del significante. Localizada, es decir, encarnada en un espacio: el Otro. Por eso, la letra no es lo mismo que el significante. Es su borde, su soporte, su huella; allí donde el sujeto, dividido, encuentra un anclaje más allá de la cadena significante.

lunes, 7 de abril de 2025

La función de la escritura en la estructura del discurso

Si la verdad está ligada a la palabra, la escritura lo está a la letra. En este sentido, Lacan realiza un desplazamiento progresivo en su concepción de la letra, que inicialmente aparece en La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud estrechamente vinculada al significante. Sin embargo, esta noción se transforma al cobrar forma en los matemas de los discursos —S1, S2, $, a— y alcanza su máxima expresión en la formulación de las ecuaciones de la sexuación.

La función de la letra en la escritura es la de establecer un límite, es decir, trazar un borde que demarca y delimita. En su esfuerzo por alejarse del efecto de significación, Lacan encuentra en los ideogramas chinos un recurso valioso, no solo por su relación con el trazo unario que ya había trabajado, sino también por la conexión entre pintura, poesía y caligrafía en la cultura china. Más aún, lo que le interesa es la capacidad del ideograma para producir un efecto de vacío —especialmente en la poesía china— en contraste con el efecto de significación propio del encadenamiento significante. Este enfoque permite situar un borde que separa lo real del campo del semblante y es desde esta perspectiva que Lacan construye la estructura del discurso.

La escritura, en este contexto, cumple una función lógica que establece relaciones y marca un punto de viraje en la teoría de la sexuación. A través de ella, Lacan logra trascender la concepción imaginaria del atributo, permitiendo abordar la sexualidad desde una lógica en la que la relación sexual "no cesa de no escribirse", es decir, es imposible. Desde esta lógica, se clarifica la definición del discurso como lazo social: es la estructura del discurso la que permite al sujeto enlazarse con el Otro y sus metonimias.

jueves, 3 de abril de 2025

“No hay relación sexual”: lazo, goce y deseo

El aforismo lacaniano “No hay relación sexual” es una de las frases más repetidas dentro del psicoanálisis, aunque a menudo se malinterpreta o se toma de manera superficial. Su significado implica una direccionalidad precisa en la enseñanza de Freud y Lacan, señalando un impasse estructural en el sujeto hablante: la imposibilidad de una relación complementaria en el campo de la sexualidad.

El Obstáculo en el Psicoanálisis

La práctica psicoanalítica avanza en dos tiempos. En un primer momento, la palabra parece ofrecer soluciones, generando la ilusión de un progreso en la cura. Sin embargo, más adelante, lo que emerge es el obstáculo: un límite que la palabra no puede franquear y que se manifiesta como una imposibilidad fundamental.

Este límite, según el psicoanálisis, se encuentra en el campo de lo sexual y debe ser abordado desde una perspectiva lógica y topológica, ya que el lenguaje, en sí mismo, no es suficiente para captarlo. El sujeto hablante, al estar capturado por el significante, queda separado de cualquier posibilidad de totalización o complementariedad. En otras palabras, hablar implica perder la relación natural con el goce.

El axioma “No hay relación sexual” señala que la complementariedad plena entre los sexos es imposible para el sujeto estructurado por el lenguaje. En su lugar, lo que existe son relaciones sintomáticas o fantasmáticas, intentos de compensación que nunca alcanzan la armonía idealizada. Es en la distancia entre lo que se busca y lo que se encuentra donde aparece el deseo, impulsando la dinámica del sujeto.

Los Lazos Gozosos y la Triada de Lacan

Si en el campo de la sexualidad no hay naturalidad, algo debe operar como conector en las relaciones. En este punto, Lacan introduce una triada fundamental:

  1. Demanda
  2. Deseo
  3. Goce

Las relaciones entre sujetos pueden organizarse en torno a estas dimensiones, pero en la experiencia analítica se observa que, en la mayoría de los casos, una de ellas predomina sobre las otras.

Un ejemplo recurrente en la clínica es el de los lazos gozosos: relaciones en las que los sujetos se sienten atrapados sin poder abandonarlas, señalando la presencia de un “algo” indeterminado que los retiene. Este algo no se encuentra en la persona del partenaire, sino en el lazo mismo, que se vuelve fuente de goce.

Este goce no es placentero, sino inercial y repetitivo, un punto de satisfacción que escapa a la significación y que sostiene la relación más allá del deseo. Es aquí donde el trabajo analítico consiste en activar la palabra y llevar a cabo una lectura detallada que permita identificar el rasgo singular que sostiene ese lazo.

Finalmente, el proceso lleva al sujeto a reconocer que el verdadero vínculo no es con el partenaire, sino con un Otro primario, origen de su estructura psíquica. Es este desplazamiento lo que abre la posibilidad de un cambio en la relación con su propio deseo.

martes, 18 de marzo de 2025

Lo escrito no es para ser comprendido

Si bien en el planteo lacaniano se puede leer una orientación que privilegia la dimensión del decir, esto no implica una desvalorización del dicho. En El sinthome, Lacan señala que es precisamente el dicho lo que delimita la posición del sujeto, en tanto este se afirma en la función primaria de la palabra, que cobra sentido al inscribirse en el Otro.

En esta línea, un análisis solo puede acceder a la dimensión del decir a través de los giros del dicho, del mismo modo que el deseo solo se hace accesible a partir de las vueltas de la demanda.

Desde esta perspectiva, el decir se instituye como fundante porque introduce una existencia que niega la función fálica. Esta negación se vincula con la idea de una excepción lógica que prefigura la necesidad del síntoma. Se trata de un punto donde hay uno que no queda alcanzado por la castración, lo que no debe interpretarse como el retorno del padre de la horda freudiana, sino como una tramitación lógica de lo que Freud plantea en su mito.

Siguiendo esta lógica, en el grafo del deseo, Lacan no escribe la barradura del Otro, sino el significante de esa falta. Esto reafirma que el psicoanálisis accede a lo real únicamente a través de lo simbólico, lo que otorga un valor fundamental a la palabra en la praxis analítica.

Entre los seminarios 18 y 19, Lacan sostiene: Lo escrito no es para ser comprendido. Esta afirmación se vuelve central cuando se considera el no-todo, que implica la imposibilidad de una excepción que cierre el conjunto. En este contexto, se establece una doble negación: no existe al menos uno que no responda a la función fálica, lo que nos lleva a una paradoja donde la inexistencia se resiste al sentido mismo.

martes, 4 de marzo de 2025

La palabra como tésera: más allá de la simbolización

En Función y campo del habla y del lenguaje en psicoanálisis, Lacan introduce la noción de la palabra como tésera, lo que implica que su función va más allá de la mera simbolización. La palabra, desde esta perspectiva, no solo es un signo, sino también una prenda de un pacto, un acuse de recibo que inscribe y sostiene la verdad en la relación del sujeto con el Otro.

Lacan afirma en este texto: “Toda fijación en un pretendido estadio instintual es ante todo estigma histórico”. Aquí, los estigmas pueden entenderse como marcas o cifras que evidencian la dependencia del sujeto con el Otro, ya que no hay sujeto sin esa alteridad constitutiva.

Esta operación simbólica es inseparable de la ley, la cual, aunque inicialmente pueda parecer un mero ordenamiento significante, se vuelve clave al situar la prohibición del incesto como el pivote subjetivo. La palabra, entonces, no solo comunica, sino que funda a través de la prohibición, estableciendo un lazo que, en ese momento de la teoría lacaniana, está determinado por la intersubjetividad. El Otro, al reconocer, hace efectivo el acto. Así, podemos afirmar que "un acto es una palabra” en la medida en que implica una demanda de reconocimiento.

Estos primeros desarrollos sobre la nominación resaltan la importancia de la inscripción del mensaje, que trasciende la conciencia. Aquí, la letra se vuelve central, pues es lo más significativo del mensaje.

Conceptos como letra, signo, estigma y fijación permiten definir un orden simbólico que va más allá de la simple verbalización, diferenciándolo del enfoque de la antropología o la lingüística y situándolo en el campo del psicoanálisis.

miércoles, 12 de febrero de 2025

Lacan y la relectura del psicoanálisis: entre praxis y fundamento

La irrupción de Jacques Lacan en el psicoanálisis francés no puede reducirse únicamente a su figura personal, sino que debe entenderse dentro de una discusión más amplia sobre el marco de la práctica analítica y la perspectiva epistémica que la sustenta. Por ello, no resulta sorprendente que su respuesta a la “excomunión” que sufrió en el medio psicoanalítico haya sido una revisión profunda de los fundamentos del psicoanálisis.

Como señalaba un colega recientemente, el Seminario 11 no trata simplemente de los conceptos fundamentales, como su título oficial sugiere, sino de los fundamentos mismos de la disciplina. Este matiz no es meramente semántico, sino que marca un desplazamiento clave en su propuesta teórica.

Lacan se propuso, en efecto, trabajar sobre las argumentaciones que sostienen la práctica analítica. Esto queda reflejado en su afirmación, recogida en el Seminario 13, acerca de “esa parte de nuestra praxis que se llama teoría”. Con ello, anuda de manera indisoluble la práctica con la conceptualización, haciendo posible la clínica como formalización de la experiencia analítica. Sin los conceptos que la sustentan, la clínica no podría sostenerse.

Desde esta perspectiva, la enseñanza de Lacan cobra valor en función de la posición que asume respecto a los fundamentos freudianos del psicoanálisis. Esto le permite, por un lado, definir el campo clínico del psicoanálisis diferenciándolo de la medicina, la psiquiatría y la psicología; y, por otro, delimitar los problemas propios de su práctica.

Este recorrido no hace sino devolver al centro del debate la subversión freudiana, a partir de las coordenadas de la palabra y el lenguaje. En su momento, estas dimensiones fueron relegadas en favor de lo imaginario, llevando a una psicologización de la práctica. La pregunta que resuena hoy es si estamos asistiendo a un abandono similar de la palabra, y en caso afirmativo, ¿en favor de qué?