viernes, 20 de junio de 2025

Pacientes con infección por hongos (caspa, tiña): ¿Qué hacer desde el psicoanálisis?

 Tanto la caspa (dermatitis seborreica) como la tiña (infección micótica) pueden verse como manifestaciones en la piel donde el cuerpo reacciona a algo que no encuentra otra vía de tramitación. Aunque tienen etiología médica clara (la tiña es micótica; la caspa suele implicar una respuesta inflamatoria a un hongo ya presente en el cuero cabelludo), no hay contradicción en pensar que su desencadenamiento y persistencia pueden estar modulados por lo psíquico.

La piel es una frontera simbólica entre el adentro y el afuera, y en muchas patologías cutáneas aparece como escenario de lo no dicho: lo que no puede descargarse en la palabra, se descarga en la piel. Esto puede pensarse tanto en términos de conversión, como en expresiones psicosomáticas o incluso de neurosis actual, según la línea teórica que se elija.

Pensándolo como neurosis actual

Freud diferencia las neurosis actuales (neurastenia, neurosis de angustia) de las psiconeurosis (histérica, fóbica, obsesiva), en que las primeras no poseen representaciones reprimidas, sino que son efecto de una mala tramitación de la excitación sexual, en términos de energía no elaborada ni simbolizada. En estos cuadros:

  • El síntoma es más del orden del cuerpo que del sentido.

  • Hay poca transferencia, poca historización y dificultad de asociación libre.

  • Se trata de descargas somáticas directas.

Podemos pensar que si la caspa o la tiña aparecen masivamente en momentos de estrés y sin una escena desencadenante claramente asociable a un conflicto simbólico, se puede hipotetizar que algo del orden de la neurosis actual o del fenómeno psicosomático está en juego.

Como varias veces hemos dicho, se trataría de armar una escena (construir un fantasma) sobre aquello que se presenta como actual para después armar un enigma acerca de ello (síntoma). Recordamos que la conceptualización de neurosis actual freudiana, hacia el final de su obra, es la de considerarlas como núcleo del síntoma psiconeurótico.

Como fenómeno psicosomático

Lacan abordó los fenómenos psicosomáticos con precaución, y sugirió que no deben confundirse con síntomas neuróticos. Se trataría de una respuesta del cuerpo allí donde el significante fracasa, donde el sujeto no logra anudarse a través de la metáfora del síntoma. El fenómeno psicosomático no se dirige al Otro, no interpela, no demanda interpretación: acontece como un agujero en el sentido.

Esto es muy claro en las patologías de la piel:

  • La caspa, por ejemplo, puede pensarse como un intento de eliminación de lo que sobra, de lo que el cuerpo ya no puede sostener.

  • La tiña, con su carácter invasivo y visible, puede estar ligada a vivencias de invasión, contacto hostil o contaminación simbólica.

En ambos casos, el analista puede formular la hipótesis de que en estos casos se trata de un desborde pulsional que no encontró vía simbólica ni de tramitación psíquica y se descarga en lo somático. El estrés podría actuar como desencadenante no específico, empujando a una zona del cuerpo a hacerse cargo del exceso de excitación. Para caso en particular, nos preguntamos:
👉¿Hay transferencia establecida o escasa? 
👉¿El paciente puede asociar libremente o no se abre el discurso?
👉¿El síntoma corporal se presenta como algo completamente ajeno al sentido? Es decir, si aparece como lo que Freud llamaba "síntomas de la angustia" de las neurosis actuales, que no son los síntomas analíticos.
👉¿Aparece el fenómeno ante una respuesta del cuerpo ante una desorganización libidinal evidente (duelo, separación, sobrecarga)?

Advertencia acerca la posición de Luis Chiozza
Finalmente, queremos hacer una crítica a la posición de Luis Chiozza, quien dentro del marco del psicoanálisis médico argentino de orientación psicosomática, ha hecho un extenso trabajo en relación a las enfermedades y su posible sentido simbólico, incluyendo muchas patologías dermatológicas.

Luis Chiozza se enmarca en una tradición psicosomática hermenéutica, donde se busca establecer una correspondencia simbólica específica entre la dolencia orgánica y un conflicto psíquico subyacente. A menudo, en sus obras, podemos encontrar afirmaciones del tipo:

En tal afección dermatológica se manifiesta un conflicto ligado al deseo de separarse del entorno materno, o
La piel, al inflamarse, expresa simbólicamente el sufrimiento por un límite vulnerado.

Si bien esta línea puede tener valor ilustrativo o inspirar intuiciones clínicas (como el desamparo o lo siniestro), desde una posición más rigurosa en términos de epistemología psicoanalítica, surgen objeciones importantes, como la tendencia a la psicologización del cuerpo.

Una crítica central es que Chiozza tiende a psicologizar los órganos, atribuyéndoles significados intencionales, como si el hígado, la piel o el estómago “quisieran decir algo”. Esta operación produce un exceso de sentido, lo cual es problemático para una clínica que, como la lacaniana, parte de que el síntoma no siempre es interpretable y que hay un real imposible de simbolizar.

En el caso concretos de fenómenos como las infecciones micóticas, Chiozza podría leerlos como expresiones metafóricas de un conflicto de contacto, de apego o de límites yoicos. Pero esto corre el riesgo de saturar de sentido algo que puede estar del lado de una descarga, de un acto, o incluso de un fenómeno sin sujeto, como lo es el fenómeno psicosomático.

Por otro lado, Chiozza supone una causalidad lineal entre emoción y órgano, cuestión que opera muchas veces con una lógica cuasi causalista simbólica, donde el estrés o la angustia generan determinada enfermedad en un órgano específico por una “coherencia simbólica”. Esto lo aleja de la clínica de la contingencia, tan cara a Freud y Lacan. El cuerpo no es una tabla sobre la que se inscriben directamente las emociones, sino que está atravesado por la opacidad del goce y la discontinuidad del significante.

De alguna manera, Chiozza reintroduce el modelo médico desde el reverso. Aunque Chiozza pretende humanizar la medicina, paradójicamente, reintroduce una forma médica del saber al postular un sentido universal del órgano. En ese marco, el analista aparece casi como un decodificador de mensajes biológicos. Esto lo aleja de la ética del psicoanálisis, que supone que no hay saber totalizante sobre el sujeto y que la verdad es siempre medio dicha, nunca plena ni definitiva.

En la clínica lacaniana, el síntoma no es “un mensaje que espera ser descifrado”, sino un modo singular de goce, muchas veces opaco. El fenómeno psicosomático, como respuesta directa del cuerpo, se ubica más allá del sentido y muestra un punto donde el significante fracasa. En este sentido, pensar en términos de “el cuerpo habla” puede ser una trampa semántica que omite lo esencial: que no todo es decible, y que hay un real que no retorna como mensaje sino como evento.

Podemos decir que Luis Chiozza ofrece una lectura rica y bienintencionada que busca tender puentes entre medicina y psicoanálisis, pero su marco interpretativo peca de sobreinterpretativo y universalizante. Además, no reconoce suficientemente el valor del vacío y del sin sentido en el síntoma. Por otro lado, reintroduce una forma de saber totalizante que va en contra del inconsciente como saber no sabido.

Desde una perspectiva lacaniana, sería más riguroso ubicar estos fenómenos no como “mensajes metafóricos del alma”, sino como modos de descarga del goce, fenómenos de borde donde el sujeto no logra articular significante y cuerpo, y donde se juega la posibilidad (o no) de anudamiento simbólico.

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