El cierre del seminario La angustia introduce una diferencia clínica crucial que permite a Lacan tensionar dos dimensiones distintas de la angustia. Por un lado, retoma la concepción freudiana de la angustia como señal frente al peligro; pero, por otro, despliega una dimensión más radical, a la que denomina “el concepto de la angustia”, en la que se aloja algo del orden de lo traumático, aunque articulado a una lógica distinta.
La noción de concepto en este punto abre la pregunta por el borde, entendiendo que un concepto se delimita por lo que logra inscribirse, por lo que puede decirse. Pensar la angustia en este nivel implica entonces despegarla del límite simbólico-imaginario para situarla en un campo más fundamental: el borde que roza lo real, allí donde el sujeto se constituye.
En la última clase del seminario, Lacan contrapone la angustia-señal con la situación traumática. La señal se liga a la noción de peligro, en este caso relacionada con el objeto a en tanto cesible. Pero esto nos lleva a una pregunta esencial: ¿cuál es ese peligro?
Freud plantea un “peligro vital”, una amenaza a la integridad yoica.
Lacan, en cambio, asocia el peligro a la constitución del sujeto mismo, ya que el objeto a —como resto de la división subjetiva— entra en juego como lo que debe cederse para que el sujeto advenga. Pero hay una temporalidad lógica en esta operación: el peligro se localiza antes de la cesión, en un tiempo lógico anterior al acto constitutivo.
Desde esta perspectiva, la angustia no es simplemente reacción a una amenaza, sino señal de aquello del deseo del Otro que no puede ser despejado ni representado. Es lo que escapa a la inscripción fálica, al marco significante. Es en ese punto que el sujeto queda sin coordenadas, confrontado a la pregunta sin respuesta: ¿qué soy ahí?
La angustia se vuelve entonces el índice de ese lugar sin medida, donde el deseo pierde su contención simbólica y se revela en su dimensión más voraz, fuera de límite.