lunes, 17 de marzo de 2025

La paradoja en el campo del goce: un límite del lenguaje

Situar la paradoja en el campo del goce implica reconocer que no hay paradoja sin una hiancia. Más aún, la paradoja marca el inicio de un camino que conduce a la incompletitud y la inconsistencia, diferenciando la contradicción de lo indecidible. Para abordar esta cuestión, Lacan comienza en La ética... interrogando la naturaleza del lenguaje.

Su intención es establecer un estatuto del lenguaje que no dependa de una perspectiva semántica. No se trata de negar la existencia de un simbolismo sexual o la carga de significación que algunos términos pueden tener, sino de señalar que estos efectos de sentido no abarcan la totalidad de lo significable.

Si lo sexual ha de pensarse más allá de esas significaciones, surge la pregunta: ¿de dónde proviene lo sexual? Aquí entra en juego la paradoja. Al pasar de la falta a la falla, se postula que el lenguaje es incapaz de escribir un universal en relación con lo femenino. El simbolismo sexual intenta cubrir esta hiancia, pero lo hace a través de un uso metafórico del significante.

¿Qué ocurre, entonces, con su uso metonímico? Puede pensarse que este deslinde lo que queda fuera del campo de la significación, al estar ligado a la carencia instaurada por el significante. Esto, por supuesto, es solo una hipótesis.

La paradoja se revela como un recurso clave, pues permite abordar el problema desde una perspectiva particular: interrogar el campo del goce y su relación con lo sexual desde la paradoja implica asumir que hay allí una inconsistencia inherente.

Por ello, en La ética..., Lacan utiliza la paradoja para cuestionar la pulsión, el Bien, la moral y el deseo. Así, logra establecer una discrepancia entre distintos campos a partir de los límites de lo que el significante puede o no escribir, y de esa fractura emerge lo sexual.

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