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jueves, 14 de agosto de 2025

El síntoma como Nombre del Padre y la imposibilidad del universal femenino

La articulación entre el síntoma y el Nombre del Padre en lo nodal se hace evidente cuando el síntoma se asocia a la función de hacer excepción. Definir así su función implica que no hay un modelo previo: se trata de un “particular” que introduce la excepción. Una vez efectivizada, el modelo puede constituirse a posteriori. De aquí se desprende que la operación del Nombre del Padre responde a una necesidad lógica que se sostiene sobre el trasfondo de una contingencia.

En su condición de excepción, el síntoma introduce la función del cuarto: el Nombre del Padre como cuarto es, precisamente, el síntoma. La novedad en este punto radica en que entra en juego una dimensión ausente en los años previos de elaboración: el deseo del Padre.

Hasta aquí, el Padre había operado como nombre; ahora se pone en juego el valor —operatorio, podríamos decir— de su deseo. Esto no implica abandonar la relevancia de su nombre ni del acto de nombrar que su operación habilita. Lacan ubica la causa del deseo del Padre en una mujer. ¿Por qué en una mujer? Porque a través de ella el Padre queda ligado a lo medio dicho, a lo apenas no dicho. Tal vez por eso, y sin pretensión de universalidad, si el Padre “dice demasiado”, su función podría verse afectada.

El síntoma, entonces, es uno de los Nombres del Padre, y su función es establecer la excepción que habilita un inicio. Pero también es el punto de referencia para responder una pregunta que no admite una respuesta universal: ¿qué es una mujer?

Esto es así porque el síntoma opera como suplencia allí donde, en la estructura del nudo, no hay relación. La pregunta por qué es una mujer sólo puede responderse desde una suplencia, lo que confirma la imposibilidad de un universal en este terreno.

miércoles, 7 de mayo de 2025

La pluralización del Nombre del Padre y el paso hacia lo real

La única clase del que habría sido el Seminario 11 de Lacan, interrumpido tras su ruptura con la IPA, marca un punto de inflexión en su enseñanza: la pluralización del Nombre del Padre. Este giro teórico sienta las bases para su posterior conceptualización del Padre como suplencia, que años más tarde se articulará en la noción de síntoma.

Uno de los vectores que orientan este cambio es la angustia, entendida no solo como afecto, sino como un impasse en lo simbólico. Lacan avanza hacia una teorización que va más allá de la metáfora paterna, orientándose hacia lo real. Si lo real se manifiesta en la clínica como aquello que resiste la simbolización, y el Nombre del Padre es el significante que estructura el campo simbólico, entonces surge una pregunta clave: ¿cómo entramar lo real dentro de la operación del Nombre del Padre?

Aquí se establece una oposición fundamental:

  • El significante, que engaña.
  • Lo real, que no engaña.

Esta distinción se vincula con una reformulación del concepto de objeto a. Producto de un corte, el objeto a se subjetiva a través de la angustia, un afecto que introduce un agujero en la inteligibilidad, ya que pertenece al orden de lo que no se comprende.

En este contexto, Lacan pone en tensión el determinismo y la causalidad. Desde sus primeras formulaciones, la pregunta sobre la causalidad en psicoanálisis lo ha acompañado. Sin embargo, en la transición entre los Seminarios 10 y 11, la causalidad ya no se reduce únicamente a la causa del deseo, sino que también incluye al significante como causa material del inconsciente.

Lo novedoso de este planteo es que entre la causa y su efecto se abre un intervalo, una hiancia, lo que introduce una paradoja central: que haya causa no garantiza que el efecto se realice.

Quizás por esta razón, al final del seminario La angustia, Lacan se detiene en una pregunta fundamental: ¿qué es el deseo del Padre?.