La cadena inferior del grafo formaliza la estructura de la demanda como demanda de amor. En ella, lo que se solicita no es simplemente un objeto, sino la presencia incondicional del Otro. Esta dinámica justifica el lugar que ocupa el matema A (el campo del Otro como sitio del significante), íntimamente vinculado con el punto extremo de ese circuito: el I(A), el Ideal del yo o del Otro, significante de la demanda de amor.
Aquí se dibuja el lazo fundamental del niño con la madre como Otro primordial. Un vínculo atravesado por una paradoja estructural: la demanda de amor sostiene la acogida del niño —que es a la vez un niño demandado y significado—, pero también lo deja expuesto al capricho del Otro, sometido a su designio. Lacan señala esta estructura como infernal, aunque también habla de reciprocidad y circularidad: índices de una encerrona... pero una encerrona necesaria.
La necesidad de este enredo responde a un dato clínico central: el niño, en su desamparo, depende enteramente de la respuesta del Otro. El Otro que, interpelado por el llanto, responde con una demanda, y no simplemente con satisfacción. Sin embargo, esta respuesta nunca puede colmar completamente la incondicionalidad que la demanda implica: siempre arrastra una imposibilidad. Así, la demanda se convierte en el vehículo de algo que la desborda: un deseo que la excede.
Más allá de cualquier demanda explícita, el niño encuentra en el Otro la presencia de un deseo. Y es este descubrimiento el que abre una brecha. El niño puede preguntarse:
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“¿Qué desea realmente el Otro?”
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“¿Qué desea más allá de mí?”
Esta pregunta es fundamental. Marca el pasaje del enunciado (el contenido manifiesto de la demanda) a la enunciación (el acto mismo de deseo que la sostiene). En esa torsión, el niño puede comenzar a reconocer que el Otro no es completo ni autosuficiente, sino que también le falta algo.
Así se inaugura el movimiento que lleva:
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De la ilusión del Otro completo al significante de su falta.
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De la demanda de amor a la demanda pulsional, en su estructura reversible.
En esa apertura se dibuja el primer atisbo de un sujeto que ya no está totalmente sitiado por el Otro, sino que empieza a bordear el campo del deseo.
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