Si la verdad está ligada a la palabra, la escritura lo está a la letra. En este sentido, Lacan realiza un desplazamiento progresivo en su concepción de la letra, que inicialmente aparece en La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud estrechamente vinculada al significante. Sin embargo, esta noción se transforma al cobrar forma en los matemas de los discursos —S1, S2, $, a— y alcanza su máxima expresión en la formulación de las ecuaciones de la sexuación.
La función de la letra en la escritura es la de establecer un límite, es decir, trazar un borde que demarca y delimita. En su esfuerzo por alejarse del efecto de significación, Lacan encuentra en los ideogramas chinos un recurso valioso, no solo por su relación con el trazo unario que ya había trabajado, sino también por la conexión entre pintura, poesía y caligrafía en la cultura china. Más aún, lo que le interesa es la capacidad del ideograma para producir un efecto de vacío —especialmente en la poesía china— en contraste con el efecto de significación propio del encadenamiento significante. Este enfoque permite situar un borde que separa lo real del campo del semblante y es desde esta perspectiva que Lacan construye la estructura del discurso.
La escritura, en este contexto, cumple una función lógica que establece relaciones y marca un punto de viraje en la teoría de la sexuación. A través de ella, Lacan logra trascender la concepción imaginaria del atributo, permitiendo abordar la sexualidad desde una lógica en la que la relación sexual "no cesa de no escribirse", es decir, es imposible. Desde esta lógica, se clarifica la definición del discurso como lazo social: es la estructura del discurso la que permite al sujeto enlazarse con el Otro y sus metonimias.
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