Lacan articula la diferencia sexual en el sujeto a través de la cuantificación lógica en las cuatro fórmulas de la sexuación. Con este planteo, la distinción entre masculino y femenino deja de depender de la oposición entre tener el falo sin serlo y serlo sin tenerlo, es decir, ya no se reduce a la posesión o carencia de un atributo. En su lugar, la diferenciación radica en el contraste entre una relación necesaria o contingente con el falo.
Este desplazamiento conceptual permite situar con precisión el "más allá del falo" que lo femenino conlleva, algo que a Lacan le tomó años formalizar. Guy Le Gaufey lo expresa de la siguiente manera:
“En tanto que hay un todo, está fundado en la existencia de la excepción de al-menos-uno…, y en tanto que no hay excepción, entonces los varios que existen no forman ningún todo”.
Desde esta perspectiva, la ausencia de una excepción que cierre el conjunto en el lado femenino afecta la consistencia de lo universal.
- En el lado masculino, la excepción sí existe, y el Padre puede donar las insignias fálicas.
- En el lado femenino, no hay excepción, lo que implica que no se forma un todo y, por ende, el Padre no puede donar aquello que no hay.
Este cambio conceptual introduce una nueva lógica en la sexuación: la diferencia deja de ser meramente atributiva para inscribirse en un nivel distinto. No se trata de que la lógica fálica desaparezca, sino que queda subsumida en el campo fálico, lo que implica una reorganización conceptual que, en última instancia, exige el pasaje a lo nodal.
La noción del no-todo se inscribe así como un punto de quiebre en la universalidad, marcando un cambio fundamental en la estructura del discurso sobre la diferencia sexual.
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