martes, 29 de abril de 2025

¿Qué son las perversiones y cómo la evaluamos psicológicamente?

 Las perversiones, desde una perspectiva psicológica, son formas particulares en que una persona experimenta y organiza su deseo sexual, alejándose del modelo comúnmente aceptado por la cultura dominante, es decir, el acto sexual genital entre adultos con consentimiento mutuo.

En el DSM-5, las perversiones sexuales, o parafilias, se denominan "Trastornos Parafílicos".
En psicoanálisis, especialmente en la teoría freudiana, el término “perversión” no implica juicio moral, sino una estructura psíquica o una modalidad de relación con el deseo y la ley. Freud observó que las perversiones no son ajenas al desarrollo humano: de hecho, en la infancia todos atravesamos momentos donde el placer está ligado a zonas no genitales, y la sexualidad aún no está regulada por la norma social de la reproducción.
Ahora bien, cuando esa forma de obtener placer —que pudo haber sido parte del desarrollo infantil— se instala de forma fija y excluye otras maneras de vincularse afectiva y sexualmente, hablamos de perversión como una estructura. Lo importante no es el acto en sí mismo, sino cómo se relaciona esa conducta con el deseo, con la ley simbólica (es decir, con los límites), y con el Otro.
En la perversión, el sujeto no reprime su deseo como ocurre en la neurosis, sino que lo escenifica constantemente, muchas veces transgrediendo el límite, intentando colocarse como excepción frente a la norma. Esto puede adoptar distintas formas: voyeurismo, exhibicionismo, masoquismo, sadismo, entre otras. En todas ellas, hay una escena donde el sujeto busca sostener su deseo desafiando la castración simbólica, es decir, ese límite necesario que nos humaniza y nos ubica frente al deseo del Otro.
Por supuesto, hoy el uso del término está en discusión. Desde un enfoque más contemporáneo, muchas prácticas antes consideradas perversas no lo son en términos clínicos, si no hay sufrimiento psíquico, si hay consentimiento, y si no hay daño a otros. Por eso, como psicólogos, nos alejamos de visiones moralistas y ponemos el foco en el sufrimiento subjetivo y en el modo en que la persona se vincula con su deseo y con los demás.
En definitiva, las perversiones no son simplemente “conductas raras” o “desviaciones sexuales”, como a veces se cree, sino formas complejas —y estructuradas— de habitar el deseo. Y como todo en psicología, merecen ser entendidas en su contexto, sin prejuicios y con escucha clínica.
Evaluación psicología de la Perversión.
Desde la evaluación psicológica, identificar una estructura perversa implica una lectura clínica profunda que va más allá de la conducta manifiesta.
Se exploran aspectos centrales como la relación del sujeto con la ley, el deseo, los límites y el Otro. En la perversión, el deseo no se reprime, sino que se escenifica. El sujeto se coloca como excepción a la norma, buscando sostener su goce más allá de la ley simbólica. La desmentida es un mecanismo frecuente: el sujeto sabe que hay una prohibición, pero actúa como si no existiera. El Otro es frecuentemente objetalizado y se establece una relación utilitaria con él. Suele haber una ausencia de culpa o conflicto psíquico en torno a la conducta.
Para evaluar esta estructura administramos una batería completa y además se utilizan entrevistas clínicas estructurales y técnicas proyectivas como el Cuestionario Desiderativo, el TAT y el TRO. En el Desiderativo, se observan defensas como la escisión o la desmentida, sexualización descontextualizada, pobre empatía o relaciones de dominio.
El TRO permite visualizar modalidades vinculares donde el otro es reducido a objeto de goce.
El TAT revela escenas repetitivas donde el deseo se sostiene en la transgresión. Los dibujos pueden mostrar figuras rígidas o agresivas. Las técnicas objetivas como el MMPI o el 16PF complementan el perfil, aunque no son determinantes.
El psicodiagnóstico debe distinguir entre prácticas y estructuras. No se diagnostica por una conducta aislada, sino por la lógica psíquica que la sostiene. La evaluación busca comprender el sufrimiento y orientar la intervención, sin patologizar la diversidad.

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