Si no hay inconsciente sin lógica —dejando provisoriamente de lado la cuestión de si existe sin el cuerpo, lo que abriría el problema de la superficie—, este se instituye como cadena significante desplegada en el escenario del Otro. En este marco, Lacan precipita la pregunta: “¿Qué clase de sujeto podemos concebirle?”
Esa pregunta puede situarse en el campo conceptual y temporal que se abre entre los escritos La instancia de la letra… y Subversión del sujeto…. Allí se dibuja la posición del sujeto a partir de dos imposibilidades fundamentales:
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No hay nadie que pueda decir je en la enunciación.
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No existe en el enunciado un significante que represente al sujeto de la enunciación.
De este modo, solo queda un shifter, que señala y designa el lugar desde el cual se habla, sin por ello representar al sujeto ni significarlo.
De aquí se sigue que un sujeto será lo que un significante representa para otro significante. Esta oposición funda el intervalo en el que el sujeto puede advenir, bajo la forma de corte o discontinuidad. La formalización del par significante expone así la división del sujeto: entre uno y otro, se revela indeterminado y solidario de lo interdicto, con todo el equívoco que ello implica. Surge entonces la pregunta: ¿qué debe permanecer prohibido para que el objeto ofrecido al deseo del Otro deje paso a la emergencia de un sujeto dividido?
Si el sujeto habita en el intervalo, se vuelve crucial interrogar: ¿Quién habla? cuando alguien toma la palabra. El sujeto no es nunca el agente de la cadena, sino apenas su efecto. Yendo aún más lejos: si se entiende la barra del algoritmo como escritura del corte, el sujeto aparece como significante tachado, inscripción de lo que no hay. Dicho de otro modo: no hay sujeto sin corte.
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