La noción de una “exclusión interna” introduce un modo inédito de pensar la división del sujeto. En la Spaltung freudiana, el objeto a se inserta como suplemento: intenta colmar la falta en ser del sujeto y, en ese movimiento, sostiene la función fantasmática de un “falso ser”.
Esta división no es accidental, sino constitutiva del campo analítico, y justifica la advertencia que Lacan formula en el Seminario 13 al subrayar el riesgo de las “buenas intenciones” del analista. El sujeto dividido no admite un suturamiento fácil: de allí la necesidad de una posición ética frente a la falta.
La división puede leerse desde distintas aristas. Una de ellas se sitúa en la hiancia entre saber y verdad, lo que Lacan denomina “frontera sensible”. Allí se dibuja un litoral topológico, que no admite la distinción fija entre interior y exterior. Ese borde señala que la operación analítica no consiste en integrar, sino en trazar una línea donde la estabilidad es imposible.
Las consecuencias de esta exclusión interna son decisivas: el sujeto no puede ser causa de sí. La causa queda desplazada, perdida, siempre “afuera”. Este afuera, lejos de reintegrar interior y exterior, señala la inaccesibilidad de la causa y la hiancia inevitable entre causa y efecto.
Del lado de la causa, se juega el estatuto del objeto. El modo de concebir la causalidad incide en cómo se comprende al objeto: si en términos de determinismo cerrado, o bien como aquello que ex-siste, fuera de toda clausura. Quizá lo que se impone sea una acomodación que permita tensionar causa y determinismo, abriendo la posibilidad de recortar, en las vueltas mismas del decir, el lugar desde donde el objeto insiste.
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