El tránsito de la gramática a la lógica en la enseñanza de Lacan no es un simple ajuste teórico, sino una consecuencia necesaria de la práctica analítica. Este movimiento responde a un problema fundamental: el sujeto no se identifica con lo que dice pensar. La lógica, a diferencia de la gramática, permite delimitar los impasses del discurso, posibilitando que el sujeto sea leído más allá de lo dicho.
¿Qué implica este pasaje en la clínica? La lógica no busca resolver, sino situar; en el marco de la transferencia y el Sujeto Supuesto Saber, el analista debe hacerle lugar al sujeto, más que darle sentido a su discurso. En este punto, surge la cuestión del fracaso: la ciencia fracasa precisamente en su intento de suturar la falla estructural de lo simbólico. Pero este fracaso es clave, ya que orienta la práctica analítica desde “el poder de lo imposible”, en contraste con la impotencia de la verdad frente a lo real.
Esto plantea un desafío: ¿cómo darle lugar al sujeto sin inconsistir la verdad? La única vía es hacer inconsistente la sanción del Otro, interrogándola y desestabilizándola. En este sentido, Lacan introduce en el seminario 13 una idea estructuralista singular, que remite a un modo del sujeto sin índice claro, salvo en términos topológicos.
Aquí entra en juego un estructuralismo con Gödel, en tanto la estructura misma contiene una exclusión interna del sujeto respecto del objeto. Frente a esta paradoja, la topología ofrece un modo operatorio de abordar lo imposible de decir, mediante cortes, empalmes y suturas. Es en este trabajo con la imposibilidad donde se inscribe el sujeto en el análisis.
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