¿Es suficiente definir la subversión del sujeto como aquello que un significante representa para otro significante? Esta pregunta plantea la necesidad de considerar el papel del cuerpo en esa subversión. No se trata solo de una estructura significante, sino también de un cuerpo que la sostiene y que incide en la división del sujeto. Pero, ¿de qué cuerpo hablamos?
El sujeto se inscribe como falta en el Otro porque en ese lugar—el conjunto de los significantes—no encuentra una identidad plena. Esto genera una paradoja fundamental: el sujeto y la falta son consustanciales, ya que es precisamente en el punto donde el Otro vacila en su sentido donde el sujeto emerge.
Existen dos paradojas clave en este proceso. Primero, el significante nace de una operación de borramiento (la marca), pero este mismo borramiento es ya una operación significante. Esto rompe con la temporalidad lineal y marca una alteración en la estructura del sujeto. Segundo, el Otro como batería de significantes está marcado por la incompletitud: los significantes están ahí, pero nunca en su totalidad. No es que falte un significante específico, sino que lo que se encuentra en juego es la función significante de la falta misma.
A partir de esta consideración, la castración se extiende más allá de la mera falta y se vincula con lo que no hay. Así, se pasa de una falta inicial a la noción de falla en lo simbólico. Como consecuencia, el sujeto mismo se constituye como falta dentro del Otro, homologándose con el conjunto vacío en la teoría de conjuntos.
Dado este pasaje de la falta a la falla, la subversión del sujeto no puede reducirse a su división por el significante. Lacan se ve llevado a buscar en lo real la estructura de esta división, lo que implica repensar el papel del cuerpo en la constitución subjetiva. Es en este punto donde se abre la pregunta: ¿qué estatuto tiene ese cuerpo en la experiencia del sujeto?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario