martes, 8 de abril de 2025

La escritura como borde: una lógica de la praxis analítica

Una de las controversias centrales en torno a la orientación de la práctica analítica gira en torno a cómo delimitar lo real, entendido como impasse. Se trata, en efecto, de una pregunta por su conceptualización. Lo real se define en su desajuste con lo simbólico, como una inconsistencia que adviene como borde, no como una sustancia previa o independiente. En este sentido, no se trata de un “antes” de lo simbólico —con lo cual se correría el riesgo de reducirlo a lo meramente biológico—, sino de un después, de un efecto topológico que emerge a partir del límite del campo simbólico.

Así, lo real se litoraliza: aparece como la franja que separa lo simbolizable de lo que escapa a toda simbolización. Desde esta perspectiva, el psicoanálisis se distingue de otras terapéuticas, precisamente porque hace de ese límite su campo de intervención.

Es en este contexto que Lacan introduce la escritura como un recurso privilegiado. No como una técnica decorativa o metafórica, sino como una respuesta práctica a los límites del significante. Desde allí se hace posible una reelaboración de conceptos fundamentales: la interpretación, el síntoma, la transferencia, el inconsciente y el Nombre del Padre.

En el Seminario 18, Lacan se pregunta por la función de la escritura. La indagación no es abstracta: se apoya, entre otras cosas, en su lectura de la escritura china, donde el trazo cobra primacía sobre la significación. Lo que interesa no es tanto lo que el trazo quiere decir, sino su potencia de aislamiento, su capacidad de marcar un borde. Es esa función la que permite separar al rasgo de toda idealización, inscribiendo así un litoral entre el significante y lo que queda fuera de él.

En este punto, Lacan es contundente: “el discurso del analista no es sino la lógica de la acción”. La escritura, entonces, no remite al registro de lo dicho, sino a una operación que produce efectos en lo real. El discurso analítico se constituye como un artefacto, una construcción formal solidaria de lo escrito, más que de lo enunciado.

Ahora bien, la escritura no se opone a la palabra, sino que se desprende de ella como su consecuencia lógica. La palabra funda: inaugura al sujeto en su relación con la verdad. Pero esa verdad, para advenir, requiere no sólo de quien habla, sino de un Otro que la escuche, que la sostenga. El Otro no sólo interpreta: nombra. Reconoce, da lugar, acusa recibo. Es por esta función de la palabra que el significante se inscribe en el Otro como lugar.

De allí se desprende la escritura, en tanto precipitación de esa operación simbólica originaria. En el célebre pasaje de La instancia de la letra, Lacan define a la letra como la estructura localizada del significante. Localizada, es decir, encarnada en un espacio: el Otro. Por eso, la letra no es lo mismo que el significante. Es su borde, su soporte, su huella; allí donde el sujeto, dividido, encuentra un anclaje más allá de la cadena significante.

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