El sujeto, en la enseñanza de Lacan, no se define como una entidad sustancial ni como una identidad estable, sino como aquello que un significante representa para otro significante. Ninguno de ellos lo representa de forma acabada, y mucho menos puede nombrarlo en su totalidad. En este sentido, el sujeto es el significante en menos en el campo del Otro, entendido como conjunto. Esta definición lo vincula estructuralmente con la evanescencia: su correlato lógico es el fading, la desaparición.
Frente a esta imposibilidad de representación plena, es en lo escrito donde el sujeto puede encontrar —aunque no como agente de dicha operación— un anclaje. Lo escrito viene a suplir la ausencia de un significante que pudiera otorgarle una identidad fija. Es allí donde se produce un lazo: el lazo que no puede darse por vía del significante encuentra su soporte en una inscripción.
Lacan abordó esta operación de distintos modos. Por un lado, a través de la noción de sutura, entendida como la costura o empalme que se realiza en el lugar de la falta significante, posibilitando la emergencia del sujeto. Por otro, mediante la conceptualización del síntoma como una escritura en el inconsciente, como una marca que resiste la simbolización plena pero que, precisamente por ello, sostiene al sujeto.
Esta articulación entre lo escrito y el lazo es válida tanto para pensar la constitución del sujeto en el campo del Otro —donde el fantasma funciona como menú de goce ante la inconsistencia del Otro— como para concebir los efectos de una experiencia analítica. El análisis puede habilitar la invención de un nuevo menú, incluso de un partenaire, que no responda a las coordenadas fantasmáticas iniciales, sino que implique una posición inédita frente al goce.
Ahora bien, en ambos casos, aunque con distinta lógica, se requiere una superficie donde ese lazo pueda escribirse: el cuerpo. Es sobre el cuerpo donde algo puede inscribirse como novedad. ¿Qué puede dejar un análisis como huella sobre el cuerpo?
No es posible ofrecer un catálogo cerrado de efectos. Sin embargo, sí puede afirmarse que esa novedad exige un desplazamiento: que el analizante encuentre una manera singular de hacer allí donde el significante fracasa. Es lo que Lacan condensa en la fórmula “un saber hacer allí”, en ese lugar donde la relación sexual no cesa de no escribirse. Es allí donde opera el síntoma: no como mal a erradicar, sino como posibilidad de invención.
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