Existe una coincidencia significativa que surge del trabajo sobre los textos del psicoanálisis. Por un lado, la práctica analítica no puede sostenerse únicamente en el estudio de libros; Freud ya advertía sobre la necesidad del análisis del analista, no como una práctica meramente acumulativa, sino como un desasimiento que hace posible la escucha.
De manera análoga, la topología no puede aprenderse exclusivamente a través de los textos. Es imprescindible la manipulación para comprender lo que está en juego, pues la estructura del encadenamiento topológico contiene elementos radicalmente antiintuitivos.
El real que allí se presenta puede ser delimitado y demostrado en la medida en que el encadenamiento se inscribe en la escritura. Lo escrito soporta un real porque no hay otro acceso a lo imposible sino a través de la escritura.
Lacan se pregunta si esta escritura corresponde a un modelo matemático. En términos generales, un modelo matemático es una formalización que expresa relaciones entre distintos términos. Sin embargo, Lacan concluye que la cadena borromea no es un modelo matemático, no por su estructura formal, sino porque su lógica se basa en una excepción.
Esta excepción implica un desplazamiento fuera del plano. Mientras toda escritura supone una superficie (papel, pared, piso), la consistencia de la cuerda permite que la cadena borromea emerja en el espacio tridimensional. Aquí, la función de lo imaginario se vuelve esencial: garantiza la consistencia del nudo.
Posteriormente, en un momento lógico distinto, es necesaria la puesta en plano de la cadena (sobre una mesa, el suelo…), para poder leer las consecuencias del lazo. Sin embargo, este achatamiento no equivale al plano original, sino que es el resultado de la apuesta que estructura el trabajo.
Por lo tanto, la cadena borromea requiere dos operaciones fundamentales:
- Inmersión, que la extrae del plano inicial y la proyecta en el espacio.
- Aplanamiento, que permite su lectura en una nueva superficie.
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