El paso del Nombre del Padre desde su función en la serie del discurso hasta su inscripción en la estructura del lenguaje conlleva un replanteo del estatuto de la escritura. En el caso particular de la cadena borromea, el aplanamiento se asocia con una de las formas en que lo imaginario se juega en ella, siendo esencial para definir su condición de escritura.
A partir de esto, surge la pregunta sobre el punto donde las consistencias se articulan, es decir, aquello que sostiene el lazo entre ellas. Lacan aborda este problema analizando la cantidad mínima de consistencias necesarias para mantener la estructura.
El número de términos en la cadena introduce diferencias fundamentales. Con tres redondeles, las posiciones relativas de los registros pueden intercambiarse libremente, y la cadena no es orientable, lo que plantea un problema en términos de sentido, entendido aquí como dirección y no como significación. En cambio, con cuatro términos, las permutaciones posibles se restringen, lo que hace que la cadena sea orientable.
De esto se desprenden dos puntos clave: no hay orientación sin restricción, y la orientación implica un nuevo enfoque sobre el Nombre del Padre como principio de dirección. Así, la limitación impuesta por el cuarto término debe interpretarse como una escritura de la prohibición.
Si se compara con otras formas previas de escritura, la borromea representa una “excepción”. Esta afirmación resulta notable porque la lógica modal se estructura a partir de una excepción lógica inicial de carácter existencial. Sin embargo, en este caso, la excepción se presenta en dos direcciones:
- Por un lado, incorpora lo real anudado a los otros registros, aunque lo real, por definición, les ex-siste.
- Por otro, es una excepción en cuanto introduce una forma de escritura que rompe con lo plano, sin que ello se vea afectado por la necesidad del aplanamiento mencionada al inicio.
Este enfoque redefine la función de la escritura en la teoría lacaniana y su relación con la estructura simbólica.
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