miércoles, 25 de junio de 2025

Del esquema L al esquema Rho: la letra, la terceridad y la constitución del sujeto

El esquema L simplificado puede pensarse como un punto de articulación entre ese mismo esquema y el posterior esquema Rho. Este pasaje no es lineal, sino que implica una retroacción lógica: desde los efectos discursivos de la palabra —las formaciones del inconsciente— hacia las condiciones materiales que las sobredeterminan. Se trata de un movimiento que va del enunciado a la enunciación, de los efectos a sus causas estructurales: en concreto, a la inscripción de la letra en el inconsciente como instancia fundante.

Sin embargo, esto no implica que el esquema L y el Rho sean equivalentes. El esquema Rho introduce una complejidad suplementaria, ya que enlaza dos dimensiones fundamentales: el estadio del espejo y el campo del Edipo. En ese sentido, el Rho no solo prolonga la formalización anterior, sino que la enriquece al articular el registro imaginario del yo con el orden simbólico del deseo del Otro.

El punto de partida de este nuevo entramado es la relación primaria del niño con la madre. Pero lejos de concebirse como un lazo dual o simbiosis, Lacan afirma que esa relación es de entrada ternaria. Desde el inicio, está mediada por una instancia simbólica: el falo como significante. Así, no es la necesidad satisfecha por un objeto lo que funda el vínculo madre-hijo, sino el hecho de que la madre significa al niño desde su lugar como Otro primordial.

Esto inaugura el campo de la demanda, pero también del deseo de la madre, que excede toda demanda. Aquí se aloja tanto la posibilidad de constitución subjetiva, como el riesgo estructural de quedar fijado como objeto de ese deseo opaco. La fecundidad de esta situación radica en la ambigüedad que el niño debe tramitar: alojarse como sujeto en una estructura significante, sin quedar reducido a mero objeto del Otro.

Es crucial señalar que todo esto opera en el orden del significante. El deseo de la madre está estructurado como tal, y la posición del niño no es menos significante, más allá de que su lugar pueda encarnarse como objeto. Esta dimensión simbólica —tercerizada desde el inicio por el falo— es la que posibilita la constitución del sujeto, pero también delimita su impasse: la dificultad de dialectizar una posición que lo precede y lo captura.

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