miércoles, 6 de agosto de 2025

El analista como oráculo mudo: agresividad, transferencia negativa e impasibilidad

La posición analítica no consiste en responder todas las demandas del analizante, sino en saber abstenerse estratégicamente. Esa no respuesta, parcial y calculada, permite introducir una función particular: la del oráculo. No se trata del que profetiza o dirige, sino de un lugar del que se espera una respuesta que no llega. A ese lugar se le supone un saber, pero es precisamente la vacilación de esa certeza la que sostiene la ética del analista. Por eso, la abstinencia no es mera pasividad, sino la decisión de no ocupar los lugares del salvador, del guía o del contendiente.

Desde esta perspectiva, el analista no evita la transferencia de la agresividad, sino que, en cierto modo, la provoca. Y no por sadismo, sino porque esa agresividad está en la base estructural de la transferencia negativa, tema sobre el cual Lacan se interroga en el Seminario 11: ¿qué hacen los analistas con esa transferencia? ¿La enfrentan o la esquivan?

Si bien es claro que la transferencia positiva, anudada al Sujeto Supuesto Saber, constituye una condición del dispositivo analítico, no se puede obviar que es la transferencia negativa la que permite el acceso a la dimensión pulsional del sujeto. Quizás por eso Lacan, en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, afirma que la pulsión solo puede abordarse después de haber trabajado la transferencia. ¿Pero de cuál transferencia se trata? Precisamente, de aquella que no está fundada en el amor, sino en un punto opaco, más allá del Ideal.

Lacan introduce un término clave en este contexto: impasibilidad. Se trata de una inmovilidad, una ataraxia ética del analista, que no responde al aquí y ahora de la escena, sino que sostiene una distancia que permite que lo transferido –incluida la agresividad– no se refleje, sino que resuene en un vacío operativo.

La impasibilidad clínica da lugar a una opacidad radical: algo que no se deja atrapar por la palabra ni por el reflejo especular. Por eso el analista deviene una suerte de espejo vacío: no refleja, y en ese no reflejar, permite que emerja aquello que normalmente queda excluido de toda representación.

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