Si bien en el planteo lacaniano se puede leer una orientación que privilegia la dimensión del decir, esto no implica una desvalorización del dicho. En El sinthome, Lacan señala que es precisamente el dicho lo que delimita la posición del sujeto, en tanto este se afirma en la función primaria de la palabra, que cobra sentido al inscribirse en el Otro.
En esta línea, un análisis solo puede acceder a la dimensión del decir a través de los giros del dicho, del mismo modo que el deseo solo se hace accesible a partir de las vueltas de la demanda.
Desde esta perspectiva, el decir se instituye como fundante porque introduce una existencia que niega la función fálica. Esta negación se vincula con la idea de una excepción lógica que prefigura la necesidad del síntoma. Se trata de un punto donde hay uno que no queda alcanzado por la castración, lo que no debe interpretarse como el retorno del padre de la horda freudiana, sino como una tramitación lógica de lo que Freud plantea en su mito.
Siguiendo esta lógica, en el grafo del deseo, Lacan no escribe la barradura del Otro, sino el significante de esa falta. Esto reafirma que el psicoanálisis accede a lo real únicamente a través de lo simbólico, lo que otorga un valor fundamental a la palabra en la praxis analítica.
Entre los seminarios 18 y 19, Lacan sostiene: “Lo escrito no es para ser comprendido”. Esta afirmación se vuelve central cuando se considera el no-todo, que implica la imposibilidad de una excepción que cierre el conjunto. En este contexto, se establece una doble negación: no existe al menos uno que no responda a la función fálica, lo que nos lleva a una paradoja donde la inexistencia se resiste al sentido mismo.
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