El tratamiento modal de la castración en Lacan señala una operación precisa: el deslinde entre el Edipo como mito y la estructura como lógica del significante. Esto implica dejar atrás la lectura mítica de la castración como escena y situarla como efecto de la inscripción del Uno que hace excepción, aquel que introduce un borde en el campo del goce.
Para sostener esta diferencia, Lacan apela a una distinción entre dos tradiciones lógicas: la aristotélica, centrada en el juicio proposicional, y la fregeana, que inaugura el campo de la cuantificación moderna. Incluso prefiere en ocasiones el término locución cuantor antes que cuantificador, para subrayar que no se trata de contar elementos, sino de pensar la función como operador de inscripción, que marca una diferencia.
Este cambio de régimen lógico se traduce en un giro dentro de la transmisión del psicoanálisis: del modelo de oposición entre dos universales (como “todo hombre” / “toda mujer”) hacia la delimitación de un campo no-todo, que no se cierra en una reciprocidad entre conjuntos. Es este “no-todo” el que desestructura la ilusión de simetría en la sexuación y deja en evidencia la imposibilidad de una complementariedad sexual plena.
La referencia explícita de Lacan a Frege —y en particular a su obra Begriffsschrift (1879), usualmente traducida como Conceptografía— no es menor. Allí se establecen las bases de la lógica formal moderna, y con ello se abre la posibilidad de pensar el significante no como representación de algo, sino como función que opera en el nivel de la inscripción. En esa línea, Begriffsschrift puede leerse literalmente como una escritura del concepto, en continuidad con el movimiento de Lacan hacia una escritura del goce.
En este punto, la función fálica se vuelve escritura: no se trata de un contenido, sino de una operación que delimita un borde, una hiancia en el goce. Y es precisamente esa hiancia la que define la sexualidad humana. Porque no hay relación sexual que pueda ser escrita, no hay fórmula que enuncie una complementariedad estructural entre los sexos. Esta imposibilidad es constitutiva.
Por eso, el goce —para todo hablante, más allá de su posición sexuada— solo puede alcanzarse a través del semblante. No hay acceso directo al goce del Otro, sino que éste se bordea mediante ficciones, identificaciones y enunciaciones. Es en este marco donde el decir modal se vuelve soporte del semblante, articulando goce y límite sin cerrar nunca el conjunto.
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