Desde sus planteos tempranos, Lacan establece una oposición entre la Madre y el Padre, enfatizando que estos términos deben ser entendidos como significantes y no como personas. En esta oposición:
- La Madre es cierta, lo que no significa biológicamente verificable, sino que remite a una certidumbre absoluta respecto del lugar y el valor del niño. Esto se vincula con un linaje que Lacan sitúa en lo innumerable.
- El Padre es incierto, lo que señala la contingencia de su operación y el hecho de que arrastra lo no sabido.
A pesar de su incertidumbre, el Padre, en tanto ordinal, habilita un inicio, introduciendo una genealogía que estructura el alojamiento del sujeto.
El Nombre del Padre cumple una función estructurante: funda una genealogía y delimita un espacio que no se confunde con la lógica innumerable de lo materno. Lo no enumerable del sujeto no es lo mismo que lo innumerable materno, sino que se asocia a la imposibilidad de ser contado.
Aquí es donde Lacan se apoya en Peano y Frege. La operación del Padre introduce la función del cero, que permite la numeración y el encadenamiento de la serie. El asesinato del Padre se ubica en este esquema como el cero, la condición lógica de la serie, pues:
- Implica lo no idéntico a sí mismo, rompiendo cualquier certeza absoluta.
- Prefigura la existencia de un Uno, un elemento que no queda alcanzado por la castración.
Así, la figura del Padre no solo se enmarca en la contingencia, sino que su función lógica permite la estructuración del sujeto en el lenguaje y la genealogía.
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