La indocilidad que atraviesa al concepto de sujeto en la enseñanza de Lacan —y que justifica ese “amaestrar las orejas” que él propone como ejercicio formativo— está en estrecha relación con el vaciamiento que acompaña a dicho término cada vez que se lo intenta definir. Existe una consistencia entre el sujeto y aquello que remite a la falta, al vacío, a la falla y a la inconsistencia.
El sujeto es solidario de lo que se escapa, de lo no aprehensible, de la imposibilidad de subsumirlo a un ente o capturarlo en una definición cerrada. Por eso, a la tríada clásica que lo caracteriza como evanescente, supuesto y dividido, cabe añadirle otro rasgo: el de lo “no enumerable”.
¿En qué sentido el psicoanálisis subvierte al sujeto? En el sentido de descentramiento: lo distancia de la ilusión totalizante del moi, de las coordenadas de lo ideal, y también de la transparencia de la conciencia de sí propia de la tradición hegeliana. En este punto, Lacan se apoya en Heidegger para pensar una existencia que no se sostiene ni en lo ontológico ni en lo óntico.
El recorrido lacaniano respecto del sujeto no es lineal: se despliega en varios momentos. Un primer tiempo lo presenta en relación con las leyes de la palabra; en un segundo, la cuestión se desplaza hacia la relación del sujeto con el significante. Finalmente, se encuentran los desarrollos que lo abordan desde una perspectiva lógica, aunque siempre articulada con lo topológico: primero en el nivel de las superficies, y luego en el de la estructura nodal.
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