viernes, 6 de diciembre de 2024

La transferencia: el terreno de la cura.

La práctica analítica se configura como una cura que opera a través de la palabra, elemento central tanto para Freud como para Lacan. Aunque las elaboraciones de Lacan trascienden el marco freudiano, nunca se abandona esta perspectiva fundacional: la palabra no solo define el marco, sino que es el material y el instrumento mismo de la cura. A través de ella, se aborda al sujeto como efecto del lenguaje, permitiendo acceder clínicamente a las coordenadas que lo sostienen en su relación con el Otro y con los otros.

Sin embargo, Freud pronto se enfrentó a una dificultad intrínseca al uso de la palabra: la transferencia. Aunque constituye el motor de la cura, la transferencia también se revela como su obstáculo, dado que el analista se convierte en un objeto más dentro de la economía libidinal del sujeto. Esto implica que una catexia libidinal, preexistente a la cura, se traslade al analista, lo que puede trabar el avance del proceso.

En este sentido, la práctica analítica podría definirse como una práctica del obstáculo, no porque este deba ser eliminado, sino porque es inherente al propio desarrollo de la cura. El analista, consciente de esta dinámica, reconoce que el obstáculo que aparece en la transferencia no es más que la reedición de un conflicto más profundo que el análisis busca trabajar y elaborar.

El analista: función más allá de la persona

La transferencia, al ser el terreno donde se desarrolla la cura, nos invita a reflexionar sobre qué es el analista. Lacan, en sus primeras enseñanzas, planteó esta pregunta al interrogar qué es el psicoanálisis, concluyendo que se trata de la cura que se espera de un psicoanalista. Esta definición desplaza el problema hacia la figura del analista, pero no como un universal, sino como una función específica.

Lacan advierte que, al igual que sucede con lo femenino, no es posible hablar de "El Analista" como una categoría universal. En su lugar, es más adecuado referirse a "un" analista, entendiendo esta posición como una función que nunca debe confundirse con la persona que la encarna ni con un título que habilita el ejercicio clínico.

En términos de función, el analista se alinea más con la pregunta que con la respuesta, posibilitando que el analizante se interrogue sobre su relación con el deseo como deseo del Otro. Esta exploración abre la puerta a un desasimiento, permitiendo que el sujeto reconfigure su posición frente al campo del deseo y los significantes que lo constituyen.

Así, el analista actúa como mediador entre el sujeto y sus verdaderos Otros, aquellos que marcaron las operaciones simbólicas esenciales para su advenimiento como sujeto. En esta dinámica, la transferencia no solo es un terreno de conflicto, sino también un espacio de transformación, donde se hace posible lo que parecía imposible de decir o de elaborar.

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