La práctica del psicoanálisis no se reduce a un mero ejercicio profesional. De hecho, por su propia naturaleza, no puede considerarse simplemente como tal, ya que implica una serie de precondiciones y pasos necesarios para viabilizar el pasaje desde la posición de analizante a la de analista. Este proceso no es uniforme ni automático, sino que está sujeto a los vaivenes de la particularidad del sujeto que escucha en cada encuentro.
En los momentos iniciales de la formación, es común que surja el interrogante sobre cómo y a partir de qué un analista circula. Una de las cuestiones fundamentales en este recorrido es la existencia de un estilo propio del analista. Sin embargo, este estilo no se enuncia ni se define explícitamente; más bien, se construye a partir de lo que queda del trabajo del análisis. No es el analista quien lo genera de manera intencional, sino que emerge como un efecto del proceso analítico.
Este estilo no es un modo de ser, sino una manera de hacer con aquello que resultó del desasimiento. En este sentido, se podría establecer un paralelismo entre el devenir analista y el proceso de "hacerse un nombre". No obstante, confundir este nombre con el patronímico sería un exceso o, incluso, un simplismo.
El analista circula en función del nombre que se forja, pero este no designa un ser, sino un hacer. No se trata de lo que el analista es, sino de la incidencia de su deseo en el pasaje desde analizante a analista. Así, su nombre, al igual que su estilo, no es algo completamente enunciable, sino que ambos quedan entramados en la singularidad de aquello que restó del trabajo analítico, en lo que, por su propia naturaleza, resulta indecible.
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