El establecimiento de un campo ético propio del psicoanálisis requiere separarlo de la moral. No solo se oponen, sino que sus horizontes son contrapuestos y heterogéneos, definidos por la distancia entre el goce y el deseo.
Aquí es ineludible la referencia a Nietzsche y su genealogía de la moral. En su análisis, la pregunta central es: ¿cuál es el origen de la moral? A través de una indagación de los valores —lo bueno, lo malo, el mal y lo malvado—, Nietzsche busca cuestionar los valores preestablecidos y mostrar que no son naturales, sino el resultado de una operación de fundación. En este proceso, introduce la figura de una casta sacerdotal, mostrando cómo la moral implica siempre una relación con el Otro y, en un sentido amplio, nunca es completamente laica.
Freud sigue un camino similar en La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna (1908), donde explora el papel del Otro en la constitución de la sexualidad y su vínculo con la ley. Allí, la moral es entendida como un semblante con valor histórico, así como una estructura que condiciona la satisfacción en el hablante.
Hablar de una genealogía de la moral es referirse a una hermenéutica, una interpretación que no se limita a la producción de sentido. En psicoanálisis, esta genealogía implica reconocer el valor de la pulsión, en oposición a la tradición que vinculaba la satisfacción únicamente con el placer. Es en este punto donde Freud introduce un nuevo horizonte para la satisfacción: el más allá del principio del placer.
Desde Freud, el concepto de valor se trastoca y se apoya en el término Deutung (interpretación), presente tanto en Die Traumdeutung como en Bedeutung (significación). Esto nos lleva a preguntarnos: ¿debe entenderse esta Deutung como una mera designación? ¿Es posible una genealogía sin una operación de designación que inscriba lo indecible del deseo?
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