En esta entrada vimos la cuestión del Sujeto Supuesto al Saber como condición del acto analítico, lo que es lo mismo que señalar una senda que va de lo ficcional del significante a lo real como lo que precipita a partir de su falla. O sea que estamos en una temporalidad de la cura por la cual en un principio se soporta la función ficcional de la transferencia para, posteriormente, producir (resalto este término) el pasaje del analista a la posición de semblante del objeto a.
El vocablo producir viene a indicar la incidencia de lo real, porque esta producción indica tanto una precipitación como una demostración, la de la aporía inherente al saber, que lo vuelve inconsistente dando entonces lugar a ese “resto de la cosa sabida” del cual el analista hace semblante.
Este pasaje/producción sólo se torna viable por la incidencia del deseo del psicoanalista, aquel operador transferencial que separa el “manejo” de la transferencia de cualquier orientación que prescriba u oriente el trabajo hacia la identificación al analista como modalidad del fin de análisis.
¿Cuál es el valor del deseo del psicoanalista? Poner en forma una separación para, entonces, habilitar un lugar vacío.
En principio, del lado de la separación, instala la máxima diferencia posible entre el lugar del Ideal, significante de las identificaciones especulares del moi, significante de la demanda como demanda de amor, y el objeto a, punto donde se juega la causación del deseo, una de las posiciones que asume el niño respecto del deseo del Otro.
Esta discrepancia que se hace jugar entre la demanda y el deseo, de cuyas vueltas precipita el objeto a, pone en juego esa fijeza que implica la posición del a en el fantasma. Entonces ese alojamiento es la condición de una posibilidad, la del corte que lleva a la radicalidad del inconsciente. Es el paso del a como tapón en el fantasma, a la causa del deseo.
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