El padre, en su función ordinal, establece un inicio. Al introducir la numeración, instaura un orden que permite la nominación y, con ello, habilita las condiciones para que el sujeto advenga. En este marco, el padre cumple una función dentro de la serie que organiza lo simbólico, mientras el sujeto, en tanto no enumerable, ocupa un lugar marcado por la falta. Es fundamental distinguir que lo no enumerable del sujeto no se confunde ni se aproxima al "innumerable" asociado con lo materno.
Una referencia matemática clave en este análisis son los axiomas de Peano, especialmente en relación con el debate matemático sobre si incluir o no al cero como número natural. Según Peano, el cero es indispensable para axiomatizar la serie de números naturales, ya que sin él se pierde la coherencia lógica de su origen. Incorporar el cero permite establecer una ecuación que fundamenta tanto la numeración como la sucesión lógica, configurando el espacio simbólico en el que el sujeto puede surgir.
El cero, por lo tanto, no solo inicia la serie sino que sostiene la génesis lógica que trasciende cualquier narrativa mítica sobre el origen. En este punto, Lacan encuentra un puente entre las interrogaciones freudianas sobre el surgimiento del monoteísmo y un enfoque lógico. El cero se convierte en un elemento insustituible: no solo como el inicio de la serie, sino también como el elemento que posibilita la aparición del sucesor.
Es en el lugar del cero donde Lacan sitúa el "asesinato del padre". Este cero, idéntico a sí mismo, se vincula al real lacaniano evocado en la referencia bíblica: aquello que "es lo que es". A través de un tratamiento lógico, este cero, como condición de la serie, se cuenta como uno, marcando el paso necesario para que la numeración y el orden simbólico tengan lugar.
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