A lo largo de su obra, Lacan explora la posibilidad de generar en el sujeto un efecto de desasimiento, es decir, un margen que lo libere de la determinación impuesta por el deseo del Otro. En este recorrido, se mantiene una constante: la función del deseo.
El deseo introduce una tensión, ya que el sujeto, desde su posición de causa, no es el objeto final del deseo. En esa diferencia se abre una brecha, un margen que permite el desasimiento, aunque siempre al precio de una pérdida. Esta tensión es clave en la práctica analítica, pues orienta la escucha y sitúa al analizante en una encrucijada donde emergen contradicciones, dificultades y puntos de sin sentido.
El discurso analítico opera precisamente en este punto de inconsistencia, desarmando la estructura significante mediante la indagación y el cuestionamiento de aquellas respuestas que el neurótico sostiene para evitar la castración del Otro.
La eficacia del análisis, en este sentido, se mide por su capacidad de hacer fallar, malentender, equivocar y hasta maldecir. Es un tránsito desde el sentido fijado en la neurosis hacia el sin sentido, donde el deseo, en tanto falta, deja al Otro sin posibilidad de ofrecer una respuesta última.
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