Hace unos días mencionamos el desarrollo de Lacan en el que el Nombre del Padre adquiere la función de síntoma. No se trata aquí del síntoma clínico en el sentido tradicional, sino de su papel como aquello que suple la falta de saber.
Este planteamiento se inscribe en el contexto del campo del no-todo, donde el síntoma encuentra su única garantía en esa misma falta, generando una paradoja. Desde esta perspectiva, el síntoma define lo que es una mujer para quien se encuentra "estorbado por el falo", sin que la diferencia genital juegue un papel determinante.
Si el síntoma tiene la función de anudar allí donde se inscribe la no-relación, es decir, en el vacío que deja el nudo, su coherencia con el inconsciente es evidente. Desde la óptica freudiana, podríamos decir que el síntoma es la forma en que el sujeto anuda la prohibición del incesto, funcionando como agente de la castración a través del Nombre del Padre.
Es en un segundo tiempo cuando aparece el Padre del Nombre, donde la castración adquiere una lógica propia. Esta es la nominación simbólica, que funda tanto el lugar como la función del nombre propio. Como consecuencia, la estructura del anudamiento incorpora una orientación que hace posible la temporalidad y da inicio a la historia del sujeto.
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